Cuando las puertas de la penitenciaría se abrieron, una soleada mañana de abril, Eddie J. L. comprendió que terminaban allí diecisiete años de prisión injusta. Revisó sus pertenencias, que se limitaban a una Biblia vieja y subrayada por todas partes, un par de anteojos, un reloj en oro que compró en sus mejores tiempos, y la colección de recortes de…