No son simples recicladores sino diseñadores industriales, recién egresados de la universidad. Algo más les hace distintos: buscan provisión en lugares en que los demás arrojan desechos. Para ellos representan una mina de oportunidades para tornar útil todo lo que otros dijeron: “No sirve y debe ir a la basura”.
Estos jóvenes recuperan lo que para la sociedad son desperdicios.
Igual los artesanos del pintoresco pueblecito de Barichara, en el noreste del país. Vi a uno de ellos frente a una enorme roca. Para mí era una masa deforme. Pero para él, la materia fundamental con la cual construir una obra de arte. “¿Qué ve?”—me preguntó--. “Una piedra sin forma” le respondí con toda la sinceridad de la que fui capaz. “Pues yo veo un ángel—me contestó--. Haciendo un corte aquí—dijo señalando un costado—se podrán construir las alas. Otros golpecitos más acá, y tendremos la forma de la cabeza. Si golpeamos allí, le daremos consistencia al cuerpo”, explicaba.
Dos visiones diferentes. Una, la de quienes sólo aprecian desechos o tal vez un trozo de roca, y otra muy diferente la de aquellos que transforman aquellos elementos en objetos útiles. Encuentran figuras y utilidades donde no podemos ver nada más que materia sin vida.
Dios, el artesano universal
Dios es el artesano por excelencia. Él encuentra un enorme potencial donde los demás sólo descubren un desecho humano. Esa es la razón por la que siempre nos ofrece una nueva oportunidad.
Lo hizo con la mujer samaritana. Ella vivía disipadamente. Un día cualquiera tuvo un encuentro personal con el Señor Jesús. Fue tocada por su enorme poder y, ante la invitación del maestro a una nueva actitud, dejó que se produjera ese cambio.
“Entonces la mujer dejó su cántaro, y fue a la ciudad y dijo a los hombres: Venid, ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será este el cristo? Entonces salieron de la ciudad, y vinieron a él. Y creyeron muchos más por la palabra de él, y decían a la mujer ya no creemos solamente por tu dicho, porque nosotros mismos hemos oído, y sabemos que verdaderamente éste es e salvador del mundo, el Cristo”(Juan 4:29-30 y 41, 42).
Cuando la palabra de poder que proviene de Jesucristo, impactó su vida, no fue la misma persona. La que era una mujer señalada por la sociedad, proscrita, a cuyo paso las gentes bajaban la voz y murmuraban, se convirtió en una nueva persona.
Dios nos ofrece una nueva oportunidad
Tal vez considere que ha pecado tanto, que ya no tiene perdón. Pero no es así. Dios acepta nuestro arrepentimiento y nos abre siempre una nueva posibilidad. Es la luz al final del camino oscuro. Coloca frente a nosotros las páginas en blanco del capítulo que todavía no se ha escrito en nuestra existencia.
Este principio lo ilustra una mujer sorprendida en el acto mismo de adulterio. De acuerdo con la ley judía, debía morir apedreada. La llevaron al Señor Jesús. Antes que condenarla, le perdonó y le concedió una nueva oportunidad.
“Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban?¿Ninguno te condenó? Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más”(Juan 8:10, 11).
A partir de ese momento, la mujer no fue la misma: ni en su hogar que valoró enormemente, ni en la sociedad en la que se desenvolvía y mucho menos en su fría relación con Dios. Desde ese instante, fue permanente, íntima y plena en su comunión con el Padre.
Una decisión personal
Aceptar el perdón de Dios y emprender el camino del cambio es una decisión personal. Nadie nos obliga. Nace del corazón. Quizá cuando descubrimos que nuestra existencia se ha convertido en un caos, y pensamos que de poco o nada vale vivir.
En circunstancias así, salta a la palestra un hecho fundamental: No importa que la sociedad nos haya marginado y desechado. Dios nos acoge y nos ofrece una nueva vida. No pone condiciones, sólo que nos arrepintamos. El Señor Jesús lo prometió. El dijo: “Todo lo que el Padre me da, vendrá a mi; y al que mi viene, no le echo fuera” (Juan 6:37).
Es probable que los demás nos hayan rechazado, pero el Señor Jesús no. El nos espera, nos recibe, nos ama, nos brinda sus cuidados.
Una decisión que debe tomar
¿Qué hacer? Aceptar al Señor Jesucristo como único y suficiente Salvador de nuestra existencia. Es fácil. Dígale, allí frente al computador: “Señor Jesucristo, reconozco que he pecado. Te acepto en mi corazón. Gracias por perdonarme y ofrecerme una nueva oportunidad. Transfórmame y haz de mi la persona que tú quieres que yo sea. Amén”.
Le felicito por su decisión. No se arrepentirá jamás. En adelante comenzará el cambio en usted. Ahora le recomiendo tres cosas: la primera, que asuma el hábito de hablar con Dios mediante la oración. La segunda, que busque Su voluntad a través de la Palabra, es decir, la Biblia. Y la tercera, que comience a congregarse en una iglesia cristiana. ¡Su vida no será la misma!
Si tiene alguna inquietud, no dude en escribirme ahora mismo:
Ps. Fernando Alexis Jiménez
Correo personal: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
Página en Internet: http://www.adorador.com/heraldosdelapalabra
Estos jóvenes recuperan lo que para la sociedad son desperdicios.
Igual los artesanos del pintoresco pueblecito de Barichara, en el noreste del país. Vi a uno de ellos frente a una enorme roca. Para mí era una masa deforme. Pero para él, la materia fundamental con la cual construir una obra de arte. “¿Qué ve?”—me preguntó--. “Una piedra sin forma” le respondí con toda la sinceridad de la que fui capaz. “Pues yo veo un ángel—me contestó--. Haciendo un corte aquí—dijo señalando un costado—se podrán construir las alas. Otros golpecitos más acá, y tendremos la forma de la cabeza. Si golpeamos allí, le daremos consistencia al cuerpo”, explicaba.
Dos visiones diferentes. Una, la de quienes sólo aprecian desechos o tal vez un trozo de roca, y otra muy diferente la de aquellos que transforman aquellos elementos en objetos útiles. Encuentran figuras y utilidades donde no podemos ver nada más que materia sin vida.
Dios, el artesano universal
Dios es el artesano por excelencia. Él encuentra un enorme potencial donde los demás sólo descubren un desecho humano. Esa es la razón por la que siempre nos ofrece una nueva oportunidad.
Lo hizo con la mujer samaritana. Ella vivía disipadamente. Un día cualquiera tuvo un encuentro personal con el Señor Jesús. Fue tocada por su enorme poder y, ante la invitación del maestro a una nueva actitud, dejó que se produjera ese cambio.
“Entonces la mujer dejó su cántaro, y fue a la ciudad y dijo a los hombres: Venid, ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será este el cristo? Entonces salieron de la ciudad, y vinieron a él. Y creyeron muchos más por la palabra de él, y decían a la mujer ya no creemos solamente por tu dicho, porque nosotros mismos hemos oído, y sabemos que verdaderamente éste es e salvador del mundo, el Cristo”(Juan 4:29-30 y 41, 42).
Cuando la palabra de poder que proviene de Jesucristo, impactó su vida, no fue la misma persona. La que era una mujer señalada por la sociedad, proscrita, a cuyo paso las gentes bajaban la voz y murmuraban, se convirtió en una nueva persona.
Dios nos ofrece una nueva oportunidad
Tal vez considere que ha pecado tanto, que ya no tiene perdón. Pero no es así. Dios acepta nuestro arrepentimiento y nos abre siempre una nueva posibilidad. Es la luz al final del camino oscuro. Coloca frente a nosotros las páginas en blanco del capítulo que todavía no se ha escrito en nuestra existencia.
Este principio lo ilustra una mujer sorprendida en el acto mismo de adulterio. De acuerdo con la ley judía, debía morir apedreada. La llevaron al Señor Jesús. Antes que condenarla, le perdonó y le concedió una nueva oportunidad.
“Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban?¿Ninguno te condenó? Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más”(Juan 8:10, 11).
A partir de ese momento, la mujer no fue la misma: ni en su hogar que valoró enormemente, ni en la sociedad en la que se desenvolvía y mucho menos en su fría relación con Dios. Desde ese instante, fue permanente, íntima y plena en su comunión con el Padre.
Una decisión personal
Aceptar el perdón de Dios y emprender el camino del cambio es una decisión personal. Nadie nos obliga. Nace del corazón. Quizá cuando descubrimos que nuestra existencia se ha convertido en un caos, y pensamos que de poco o nada vale vivir.
En circunstancias así, salta a la palestra un hecho fundamental: No importa que la sociedad nos haya marginado y desechado. Dios nos acoge y nos ofrece una nueva vida. No pone condiciones, sólo que nos arrepintamos. El Señor Jesús lo prometió. El dijo: “Todo lo que el Padre me da, vendrá a mi; y al que mi viene, no le echo fuera” (Juan 6:37).
Es probable que los demás nos hayan rechazado, pero el Señor Jesús no. El nos espera, nos recibe, nos ama, nos brinda sus cuidados.
Una decisión que debe tomar
¿Qué hacer? Aceptar al Señor Jesucristo como único y suficiente Salvador de nuestra existencia. Es fácil. Dígale, allí frente al computador: “Señor Jesucristo, reconozco que he pecado. Te acepto en mi corazón. Gracias por perdonarme y ofrecerme una nueva oportunidad. Transfórmame y haz de mi la persona que tú quieres que yo sea. Amén”.
Le felicito por su decisión. No se arrepentirá jamás. En adelante comenzará el cambio en usted. Ahora le recomiendo tres cosas: la primera, que asuma el hábito de hablar con Dios mediante la oración. La segunda, que busque Su voluntad a través de la Palabra, es decir, la Biblia. Y la tercera, que comience a congregarse en una iglesia cristiana. ¡Su vida no será la misma!
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Ps. Fernando Alexis Jiménez
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