El jurado promulgó su veredicto: condena a cadena perpetua. Todos guardaron silencio. El abogado defensor se dejó caer sobre la silla, doblegado por el peso de la derrota. No tenía ánimo ni siquiera para guardar los documentos que tenía regados en la mesa. “Lo siento” dijo, sin dirigir siquiera la mirada a su cliente, una profesional acusada de dar muerte…