La carta llegó veinte años tarde. Estaba sin abrir, completa. En un costado, el sello postal. En el lugar indicado, las direcciones del remitente y del destinatario. Se veía amarilla, por el paso del tiempo. Comprobó el membrete. Y como si viajara en la máquina del tiempo, retrocedió a los días en que esperó con ansias aquella comunicación. Había aplicado…