Según los Hechos de los Apóstoles, Pedro se quedó en Jerusalén después de la muerte de Esteban. Pablo, diecisiete años después de su conversión (que no ocurriría sino algunos años después de la muerte de Cristo), encontró al apóstol Pedro ejerciendo todavía su ministerio en aquella ciudad (Gálatas 1:18 y 2:1). Entonces convinieron los dos grandes apóstoles, juntamente con Jacobo y Juan, que Pedro dirigiría la obra entre los judíos, y Pablo la de los gentiles (Gálatas 2:7 al 10). Esta división de territorio excluye toda posibilidad de que Pedro llegase a ser el obispo de una iglesia gentil, establecida en la capital del Imperio Romano. Y mucho menos que lo fuese durante 25 años, ya que para ello no solamente habría tenido que faltar a lo pactado con Pablo, Santiago y Juan, sino que su muerte debería haber ocurrido por lo menos 20 años más tarde de la fecha en que la tradición dice que murió.
Cerca del año 58 (o sea después de dieciséis años de pontificado de Pedro en Roma, según la tradición católica), Pablo escribe su carta a los Romanos, y en ella no hace mención alguna a su obispo: aquel gran apóstol tan bien conocido por Pablo, como vemos en otras epístolas suyas. Al final de esta carta hay una lista de 27 cristianos de Roma, a los cuales el apóstol envía saludos, poniendo alguna frase de elogio para cada uno de ellos; pero no envía ningún saludo para Pedro, el pastor de la Iglesia. ¿Es ello concebible, de ser cierto el pontificado de Pedro en aquella ciudad?
Como tres años después, Pablo mismo llegó a Roma, y muchos cristianos salieron a recibirle a una distancia de 25 kilómetros. Si Pedro hubiese estado en Roma, ¿no tendríamos alguna noticia del encuentro de estos dos grandes adalides de la misma causa cristiana, por el camino, o en la capital misma? Pero ni una palabra de ello nos dice el autor de los Hechos de los Apóstoles.
Pablo residió dos años en Roma, en calidad de preso custodiado, en la casa que tenía alquilada. Si Pedro se halló ausente al tiempo de su llegada, como dicen algunos apologistas católicos, debió haber vuelto en tan largo espacio de tiempo. Durante estos dos años Pablo escribió muchas epístolas, y en casi todas ellas envía salutaciones de la Iglesia y de varios cristianos prominentes de Roma; pero nunca menciona a Pedro. En la carta dirigida a los Colosenses da los nombres de sus colaboradores, y añade: "Estos solos me ayudan en el reino de Dios" (Colosenses 4:7, 11). Pero entre éstos no se halla Pedro, cuando de haber sido el obispo de Roma debía figurar como el primero de sus ayudadores.
En su 2ª carta a Timoteo, refiriéndose Pablo al final de estos dos años, cuando fue presentado a Nerón, dice: "En mi primera defensa nadie me asistió; todos me desampararon: ruego a Dios que no les sea imputado" ¿Podemos creer que Pedro era uno de los que desampararon al gran apóstol de los gentiles, si hubiese sido el obispo de Roma? ¿No debía haber aquí una honrosísima excepción a su favor? Los cristianos evangélicos tenemos demasiada buena opinión del gran apóstol Pedro, que tan fiel se mostró después de su confirmación al apostolado, para inferirle la injuria de suponer que se hallaba en Roma en semejante ocasión.
Poco antes de su muerte, como lo expresa al decir: "Yo ya estoy para ser ofrecido, y el tiempo de mi partida está cercano", el apóstol Pablo envía por última vez saludos de cuatro cristianos principales de Roma: "Eubulo, Pudente, Lino y Claudio" (2ª Timoteo 4:21). (Es este Lino a quien los católicos suponen sucesor de Pedro y segundo papa de Roma). Pero el nombre de Pedro no es mencionado, a pesar de que faltaban pocos días para que, según la tradición católica, Pedro y Pablo fuesen ejecutados juntos en el monte Tiber, cercano a Roma. De todos estos hechos se deducen, de un modo indubitable, las siguientes conclusiones:
Que Pedro nunca fue obispo de Roma; y que su pontificado de 25 años es una mera leyenda, ya que no existen pruebas históricas de que él estuviera, no 25 años, sino ni siquiera una semana, ejerciendo el pontificado en aquella ciudad; y, en cambio, nos vemos abrumados de hechos que lo contradicen.
Nuestros opositores se rasgan las vestiduras ante las palabras de este párrafo. Sin embargo, ¿dónde está la prueba concreta del pontificado de Pedro en Roma, ni por 25 años (lo que es totalmente imposible a la luz del Nuevo Testamento), ni por ningún período de tiempo? No existe un documento de la época que lo acredite, ni tampoco alguna declaración del propio apóstol Pedro en el sentido de nombrar un sucesor.
Es muy extraño que aquellos obispos antiguos que, acuciados por la conveniencia de formar un bloque en medio de las controversias dogmáticas de la época, tratan de establecer la supremacía del obispo de Roma como sucesor de Pedro, no traigan a luz, en sus tiempos, tan cercanos al gran apóstol, ningún documento de su pluma, ni de la de los primeros obispos de Roma, que demuestre que el apóstol les confirió de un modo concreto tal sucesión y poder.
Si Pedro no ejerció el pontificado en Roma, mal podía nombrar como sucesor suyo a un obispo de aquella ciudad.
Lo más seguro es que no lo hizo en aquella ciudad ni en parte alguna; pues el título de Jefe Universal de la Iglesia el gran apóstol de los judíos (Gálatas 2:8) no lo pretendió jamás, ni ningún cristiano de su tiempo se lo atribuyó, de modo alguno.
Si ello era debido a la mucha humildad del fiel apóstol de Jesucristo, como alegan los católicos, esta virtud de su carácter (poco imitada, por cierto, por algunos que se han llamado sucesores suyos), no debía impedirle nombrar un sucesor. Era su deber hacerlo, para evitar disputas en la Iglesia, si el cargo existía. ¿Por qué no lo hizo? Por la sencilla razón de que él había oído decir a Cristo: "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" Porque: "Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy en medio de ellos" Sabía que la Iglesia era una sociedad espiritual y no mundana, en la que cada fiel es responsable directamente a Cristo, y no intentó organizarla como sociedad humana. Recordaba, también, las palabras del Maestro: "El que quiera ser el primero, sea el postrero de todos"; y no trató de darle un jefe visible.
Los católicos podrán poner en duda estas razones del apóstol (a pesar de que el sacerdocio universal de los creyentes se halla enseñado bastante bien en su primera carta, cap. 2, vers. 9), pero lo que no pueden negar es que no existe documento, de parte del apóstol o de otros cristianos de su siglo, que demuestre lo contrario.
De esperar era que en su segunda epístola, cuando el apóstol Pedro declara la proximidad de su fallecimiento (cap. 2; vers. 14), dijese a quién tenían que obedecer una vez él hubiere dejado "su tabernáculo". Pues en lugar de dar el nombre de un sucesor, se limita a decir que: procurará dejarles memoria de las cosas de las cuales él había sido testigo, en cuanto a la vida gloriosa de Nuestro Señor Jesucristo. Esta promesa quedó cumplida, según los santos padres, en la redacción del Evangelio de S. Marcos, el cual fue escrito, según Papías, bajo la inspiración de Pedro.
Los católicos tradicionalistas dicen que nombró a Lino; pero no aportan de ello ninguna prueba.
Pero, entonces, ¿con qué razón y bajo qué títulos puede llamarse el actual papa de Roma sucesor de Pedro? En virtud de una tradición que se ha prolongado por muchos siglos. Pero la cuestión no es desde cuántos siglos los obispos de Roma se consideran sucesores de Pedro y jefes de la Iglesia, sino si lo son en realidad. Si fueron nombrados como tales; si existen pruebas de tal sucesión, donde debieran ser halladas, en los primeros siglos. ¡Tan fácil como hubiera sido al apóstol Pedro resolver la debatida cuestión con dos líneas que hubiera escrito en las cartas, reconocidas universalmente como suyas por católicos y protestantes! ¡Una palabra solamente, un nombre: Lino, y la unidad de la Iglesia hubiera quedado para siempre establecida! Pero no lo hizo. ¿Por qué?
Primeramente, porque, como hemos podido ver, Pedro no tenía relación con estos buenos cristianos de Roma, entregado como se hallaba a su ministerio entre los judíos de Oriente.
En segundo lugar, porque no era Pedro quien guiaba su propia pluma, sino que como él mismo declara: "Los santos hombres de Dios escribieron siendo inspirados por el Espíritu Santo> (2.1 Pedro 1:21). Esta gran realidad se cumplía en su propia persona. Y el Santo Espíritu de Dios, que conocía los destinos de la verdadera Iglesia de Cristo, no podía de ningún modo sancionar el sistema autoritario y abusivo que iba a formarse, en el curso de los siglos, sobre el nombre del gran apóstol.
Por último la prueba mas evidente. Lo que el mismo Cristo enseñó al respecto.
Poco después de que, segun la mala interpretación romanista, de Mat. 16:18 donde dicen que quedó establecido el Primedo de Pedro, los otros discípulos aun discuten quien sería el MAYOR EN EL REINO Mat.20:25 y 26, leemos: "Entonces Jesus, llamándoles, dijo: Sabeis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas y los potentados las oprimen con su autoridad. Mas entre vosotros no será así , sino que el que quiera hacerse grande entyre vosotros, sewrá vuestro servidor"
Si discutian quien estaria a su derecha e izquierda no había mejor ocasión para decirles que aquello ya estaba establecido que el Primado reposaba sobre Pedro. Pero no es eso lo que les dice. Lo que les dice es que no habrían jerarquías ni autoridad entre ellos. Señala claramente que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas y las oprimem y ahí tenemos a los papas que lo que pretenden no es oprimir a las naciones, sino al mundo entero. Un papa se atrevió a decir que solo él tenía el derecho de lucir las Insignias Imperiales. Pues baya forma de seguir a Jesucristo.
Bendiciones
__________________
Tobi
Fuente: ForoCristiano.com.
Cerca del año 58 (o sea después de dieciséis años de pontificado de Pedro en Roma, según la tradición católica), Pablo escribe su carta a los Romanos, y en ella no hace mención alguna a su obispo: aquel gran apóstol tan bien conocido por Pablo, como vemos en otras epístolas suyas. Al final de esta carta hay una lista de 27 cristianos de Roma, a los cuales el apóstol envía saludos, poniendo alguna frase de elogio para cada uno de ellos; pero no envía ningún saludo para Pedro, el pastor de la Iglesia. ¿Es ello concebible, de ser cierto el pontificado de Pedro en aquella ciudad?
Como tres años después, Pablo mismo llegó a Roma, y muchos cristianos salieron a recibirle a una distancia de 25 kilómetros. Si Pedro hubiese estado en Roma, ¿no tendríamos alguna noticia del encuentro de estos dos grandes adalides de la misma causa cristiana, por el camino, o en la capital misma? Pero ni una palabra de ello nos dice el autor de los Hechos de los Apóstoles.
Pablo residió dos años en Roma, en calidad de preso custodiado, en la casa que tenía alquilada. Si Pedro se halló ausente al tiempo de su llegada, como dicen algunos apologistas católicos, debió haber vuelto en tan largo espacio de tiempo. Durante estos dos años Pablo escribió muchas epístolas, y en casi todas ellas envía salutaciones de la Iglesia y de varios cristianos prominentes de Roma; pero nunca menciona a Pedro. En la carta dirigida a los Colosenses da los nombres de sus colaboradores, y añade: "Estos solos me ayudan en el reino de Dios" (Colosenses 4:7, 11). Pero entre éstos no se halla Pedro, cuando de haber sido el obispo de Roma debía figurar como el primero de sus ayudadores.
En su 2ª carta a Timoteo, refiriéndose Pablo al final de estos dos años, cuando fue presentado a Nerón, dice: "En mi primera defensa nadie me asistió; todos me desampararon: ruego a Dios que no les sea imputado" ¿Podemos creer que Pedro era uno de los que desampararon al gran apóstol de los gentiles, si hubiese sido el obispo de Roma? ¿No debía haber aquí una honrosísima excepción a su favor? Los cristianos evangélicos tenemos demasiada buena opinión del gran apóstol Pedro, que tan fiel se mostró después de su confirmación al apostolado, para inferirle la injuria de suponer que se hallaba en Roma en semejante ocasión.
Poco antes de su muerte, como lo expresa al decir: "Yo ya estoy para ser ofrecido, y el tiempo de mi partida está cercano", el apóstol Pablo envía por última vez saludos de cuatro cristianos principales de Roma: "Eubulo, Pudente, Lino y Claudio" (2ª Timoteo 4:21). (Es este Lino a quien los católicos suponen sucesor de Pedro y segundo papa de Roma). Pero el nombre de Pedro no es mencionado, a pesar de que faltaban pocos días para que, según la tradición católica, Pedro y Pablo fuesen ejecutados juntos en el monte Tiber, cercano a Roma. De todos estos hechos se deducen, de un modo indubitable, las siguientes conclusiones:
Que Pedro nunca fue obispo de Roma; y que su pontificado de 25 años es una mera leyenda, ya que no existen pruebas históricas de que él estuviera, no 25 años, sino ni siquiera una semana, ejerciendo el pontificado en aquella ciudad; y, en cambio, nos vemos abrumados de hechos que lo contradicen.
Nuestros opositores se rasgan las vestiduras ante las palabras de este párrafo. Sin embargo, ¿dónde está la prueba concreta del pontificado de Pedro en Roma, ni por 25 años (lo que es totalmente imposible a la luz del Nuevo Testamento), ni por ningún período de tiempo? No existe un documento de la época que lo acredite, ni tampoco alguna declaración del propio apóstol Pedro en el sentido de nombrar un sucesor.
Es muy extraño que aquellos obispos antiguos que, acuciados por la conveniencia de formar un bloque en medio de las controversias dogmáticas de la época, tratan de establecer la supremacía del obispo de Roma como sucesor de Pedro, no traigan a luz, en sus tiempos, tan cercanos al gran apóstol, ningún documento de su pluma, ni de la de los primeros obispos de Roma, que demuestre que el apóstol les confirió de un modo concreto tal sucesión y poder.
Si Pedro no ejerció el pontificado en Roma, mal podía nombrar como sucesor suyo a un obispo de aquella ciudad.
Lo más seguro es que no lo hizo en aquella ciudad ni en parte alguna; pues el título de Jefe Universal de la Iglesia el gran apóstol de los judíos (Gálatas 2:8) no lo pretendió jamás, ni ningún cristiano de su tiempo se lo atribuyó, de modo alguno.
Si ello era debido a la mucha humildad del fiel apóstol de Jesucristo, como alegan los católicos, esta virtud de su carácter (poco imitada, por cierto, por algunos que se han llamado sucesores suyos), no debía impedirle nombrar un sucesor. Era su deber hacerlo, para evitar disputas en la Iglesia, si el cargo existía. ¿Por qué no lo hizo? Por la sencilla razón de que él había oído decir a Cristo: "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" Porque: "Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy en medio de ellos" Sabía que la Iglesia era una sociedad espiritual y no mundana, en la que cada fiel es responsable directamente a Cristo, y no intentó organizarla como sociedad humana. Recordaba, también, las palabras del Maestro: "El que quiera ser el primero, sea el postrero de todos"; y no trató de darle un jefe visible.
Los católicos podrán poner en duda estas razones del apóstol (a pesar de que el sacerdocio universal de los creyentes se halla enseñado bastante bien en su primera carta, cap. 2, vers. 9), pero lo que no pueden negar es que no existe documento, de parte del apóstol o de otros cristianos de su siglo, que demuestre lo contrario.
De esperar era que en su segunda epístola, cuando el apóstol Pedro declara la proximidad de su fallecimiento (cap. 2; vers. 14), dijese a quién tenían que obedecer una vez él hubiere dejado "su tabernáculo". Pues en lugar de dar el nombre de un sucesor, se limita a decir que: procurará dejarles memoria de las cosas de las cuales él había sido testigo, en cuanto a la vida gloriosa de Nuestro Señor Jesucristo. Esta promesa quedó cumplida, según los santos padres, en la redacción del Evangelio de S. Marcos, el cual fue escrito, según Papías, bajo la inspiración de Pedro.
Los católicos tradicionalistas dicen que nombró a Lino; pero no aportan de ello ninguna prueba.
Pero, entonces, ¿con qué razón y bajo qué títulos puede llamarse el actual papa de Roma sucesor de Pedro? En virtud de una tradición que se ha prolongado por muchos siglos. Pero la cuestión no es desde cuántos siglos los obispos de Roma se consideran sucesores de Pedro y jefes de la Iglesia, sino si lo son en realidad. Si fueron nombrados como tales; si existen pruebas de tal sucesión, donde debieran ser halladas, en los primeros siglos. ¡Tan fácil como hubiera sido al apóstol Pedro resolver la debatida cuestión con dos líneas que hubiera escrito en las cartas, reconocidas universalmente como suyas por católicos y protestantes! ¡Una palabra solamente, un nombre: Lino, y la unidad de la Iglesia hubiera quedado para siempre establecida! Pero no lo hizo. ¿Por qué?
Primeramente, porque, como hemos podido ver, Pedro no tenía relación con estos buenos cristianos de Roma, entregado como se hallaba a su ministerio entre los judíos de Oriente.
En segundo lugar, porque no era Pedro quien guiaba su propia pluma, sino que como él mismo declara: "Los santos hombres de Dios escribieron siendo inspirados por el Espíritu Santo> (2.1 Pedro 1:21). Esta gran realidad se cumplía en su propia persona. Y el Santo Espíritu de Dios, que conocía los destinos de la verdadera Iglesia de Cristo, no podía de ningún modo sancionar el sistema autoritario y abusivo que iba a formarse, en el curso de los siglos, sobre el nombre del gran apóstol.
Por último la prueba mas evidente. Lo que el mismo Cristo enseñó al respecto.
Poco después de que, segun la mala interpretación romanista, de Mat. 16:18 donde dicen que quedó establecido el Primedo de Pedro, los otros discípulos aun discuten quien sería el MAYOR EN EL REINO Mat.20:25 y 26, leemos: "Entonces Jesus, llamándoles, dijo: Sabeis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas y los potentados las oprimen con su autoridad. Mas entre vosotros no será así , sino que el que quiera hacerse grande entyre vosotros, sewrá vuestro servidor"
Si discutian quien estaria a su derecha e izquierda no había mejor ocasión para decirles que aquello ya estaba establecido que el Primado reposaba sobre Pedro. Pero no es eso lo que les dice. Lo que les dice es que no habrían jerarquías ni autoridad entre ellos. Señala claramente que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas y las oprimem y ahí tenemos a los papas que lo que pretenden no es oprimir a las naciones, sino al mundo entero. Un papa se atrevió a decir que solo él tenía el derecho de lucir las Insignias Imperiales. Pues baya forma de seguir a Jesucristo.
Bendiciones
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Tobi
Fuente: ForoCristiano.com.