Por supuesto que ambas palabras jamás aparecieron en las versiones bíblicas usuales por los hispano hablantes; y por supuesto también que la mera ausencia de las mismas no basta a descartar su uso, pues empleamos a diario cientos de términos que tampoco aparecen en la Biblia, y no por ello incurrimos en error ni faltamos a la verdad.
Sin embargo, todos de continuo ejercitamos nuestro discernimiento, y aunque el uso haya impuesto ciertos modos del decir popular, los cristianos conscientes no los repetimos como loros, sino que pasan por el filtro espiritual que jamás aprobará lo que esté reñido con la Palabra de Dios y la ética cristiana.
Aunque la idiosincrasia de nuestros pueblos conserva todavía una fuerte influencia de la tradición católica romana, ninguno de nuestros hermanos llama de Misa a la Cena del Señor, ni emplea otros vocablos propios del catolicismo, ajenos a la Biblia y a la fe que ha sido dada a los santos. Es de notar, sin embargo, como de forma imperceptible se va readoptando un glosario evangélico obsoleto procedente de la tradición religiosa, como -por ejemplo- invitar a pasar al “altar”, con referencia al estrado, plataforma o púlpito al frente del lugar de reunión.
A nadie parece ya preocuparle estas cosas, pues ha sido minada esa exquisita sensibilidad que distinguía a tantos hermanos y hermanas que nos educaron cuando niños.
Ahora, los predicadores más exitosos se permiten soltar desde el púlpito alguna “mala palabra” que otra, ¡las mismas que los miembros de sus iglesias corrigen de sus hijos! Ellos advirtieron el impacto efectista sobre los asistentes al teatro, cuando algún actor dejaba escapar una grosería, como si ello lograra una mejor comunicación con su público.
Así, parece ahora que el predicador es más humano, natural y franco.
Por ello, no será nada fácil convencer hoy día a nuestros hermanos y hermanas que no es edificante sino sumamente pernicioso repetir palabras y expresiones apenas legitimadas por el generalizado uso de las mismas.
Pero aunque pocos de los lectores de este estudio despertaran a esta realidad, adecuando su vocabulario a la verdad de la Palabra de Dios, ello contribuiría positivamente al esfuerzo de cuantos se sienten llamados a contender eficazmente por la fe.
Pasaremos entonces a considerar el uso de estos dos términos, apreciando su tremenda importancia en lo que hace a la unidad del Cuerpo de Cristo que es su iglesia. Quiera el Señor abrir nuestros ojos.
I
Acerca de líderes y liderazgos
a) Entendiendo de qué hablamos.
Ambas formas son de reciente incorporación en nuestro Diccionario de la Lengua Española, que como otros anglicismos de amplia difusión, acaba por absorberlos. Como seguidamente veremos, no se cuestiona el uso que secularmente se le pueda dar a este término, ni siquiera su adopción en el vocabulario religioso tradicional que poco reparos hace a lo impropio e inconveniente de formas caducas o totalmente innovadoras. Lo que sí nos llama la atención es que sin miramiento alguno pasen a utilizarlo quienes se precian de evangélicos fundamentalistas, o cristianos bíblicos celosos de la sana doctrina. Como seguidamente veremos, mientras que nada obsta al uso general del término según las acepciones de los diccionarios, con solo leerlas se advierte de lo inadecuado del uso entre las asambleas de los santos. Para hablar con algún conocimiento de causa, revisemos qué se entiende por estos términos, no en inglés sino en castellano, y no en el contexto de los misioneros, profesores y escritores norteamericanos sino en el nuestro.
Diccionario de la Lengua Española (REAL ACADEMIA ESPAÑOLA),
Decimonovena Edición, Madrid, 1970:
líder. (Del ingl. leader, guía.) m. Director, jefe o conductor de un partido político, de un grupo social o de otra colectividad.// 2. El que va a la cabeza de una competición deportiva.
SUPLEMENTO:
liderato. m. Condición de líder o ejercicio de sus actividades.
liderazgo. m. liderato.
Gran Diccionario de la Lengua Española (Larousse).
líder (Del ing. leader.)
1 Persona que dirige, en especial un partido político o una asociación: la líder de la oposición asistió al pleno del ayuntamiento.
2. Persona o equipo que ha conseguido el primer puesto en una competición deportiva o clasificación: el líder de la etapa lucía la malla amarilla.
3. Empresa o producto que destaca entre los de su mismo sector o mercado: dirige un programa líder en audiencia.
Liderar
1 Ejercer una persona las funciones de líder en una colectividad: el candidato a la presidencia lidera el partido; liderar una banda musical.
2 Ser una persona o equipo el primero en una competición o una actividad: la empresa lidera las ventas en el sector.
3 Dominar un ámbito económico: el sector de transportes lidera en la bolsa.
Liderato
1 Circunstancia de ser líder en una actividad: el liderato del equipo es, hoy por hoy, indiscutible.
2 Tiempo durante el cual una persona o grupo de personas son líderes: su liderato concluyó cuando la competencia lanzó un nuevo producto.
3 Influencia que ejerce un líder: estuvieron bajo el liderato de Moisés.
Liderazgo Condición de líder: el liderazgo de ese fabricante está tocando a su fin.
Por lo que se puede observar tras esta lectura, el término en cuestión generalmente refiere a una jefatura política, campeonar en lo deportivo y dominar el mercado desplazando a otros. La palabra “competencia” parece ser clave en la moderna aplicación del término, pero siempre con referencia al primero, el vencedor, ganador, triunfador, etc. O sea, que el líder jamás sería líder si no fuera por los otros a quienes logra dejar atrás. Todo esto tiene mucho sentido en el idioma inglés y en el contexto norteamericano, mas no así entre los hispanos que apreciamos mejor otros valores. En nuestro fuero íntimo la palabra no nos resulta simpática, pues si bien pueden paladear la miel cuantos accedan a los primeros puestos (en lo que sea) siempre será dejando por el camino a muchos más con el amargo sabor de la derrota.
b) Estragos del “lideralismo”
El apóstol Pablo compara el servicio cristiano a una carrera en el estadio y a una lucha pugilística; pero el premio con que nos estimula se obtiene venciéndonos a nosotros mismos y no prevaleciendo sobre eventuales rivales (1Co.9:19-27). Los cristianos más desarrollados y maduros no son los ventajeros sino por el contrario quienes facilitan las cosas a sus hermanos de modo que progresen en el camino.
Véase entonces como la intromisión del término “líder” en las iglesias más ha contribuido a su fracaso que a su progreso. Muchos jóvenes han sido cebados con este estímulo en apariencia santo y sublime, pero con reminiscencias de aquel Lucero que trepando por nubes y estrellas quiso ascender hasta el trono del Altísimo. En la escuela de la humildad de Cristo no se imparten clases de liderazgo; en la de Diótrefes, puede ser.
Lo paradójico o tragicómico de nuestros “líderes” contemporáneos, es que contra todo lo que implica la semántica del término, en vez de ser ellos seguidos por los demás, son los que les van empujando desde atrás, por lo que el alto honor que teóricamente representaba la distinción de “líder”, en la práctica no pasa de ser más que la ímproba responsabilidad de impulsar con ambas manos los traseros de rezagados y remolones.
Frecuentemente, la hija del pastor consideraba como un serio aspirante a su mano al “líder” de jóvenes; y quien de veras la pretendiera, sería un buen postulante a yerno del pastor, de obtener tal cargo. Quien mejor posibilidad tenía de “liderar” no era el más maduro, puro y dotado espiritualmente, sino el apuesto que cantando o tocando un instrumento arrancara los suspiros de las chicas. Así que véase ya como desde la temprana juventud fueron malogrados muchos hermanos que lejos de guiar a otros todavía necesitaban ser ellos mejor aprendidos, a la par que iban quedando al margen jóvenes más serios y responsables y con inquietudes espirituales. Las fricciones y asperezas entre “líderes” impuestos por influencias familiares y jóvenes insubordinados a una autoridad que no reconocían, fue caldo de cultivo de futuros pastores autoritarios mientras muchas ovejitas malheridas o resentidas dejaban de congregarse.
La “viveza criolla” de nombrar líderes para tener miembros activos, responsables y leales, ha sido tan inteligente como disparar tiros por la culata. El daño del sistema ya es irreparable, y sólo oramos que no siga.
Los líderes evangélicos modernos representan un triste y lastimoso papel, con sus piruetas y afanes por llamar la atención de sus seguidores indisciplinados y desatentos. Se sienten “realizados” porque de alguna manera se les ha distinguido con títulos y cargos honoríficos, para “liderar” a personas que poco o ningún caso les hacen. Son tantos los caciques y tan escasos los indios sobre quienes mandar, que no pocas “iglesias” parecen tolderías o taperas apenas aptas para un provisorio refugio de los trashumantes religiosos.
Así, y con todo, los libros sobre “Liderazgo” y “Autoridad Espiritual” están entre los más buscados en las librerías y bibliotecas evangélicas, tantas son las ansias por conocer las claves y secretos que mejor permitan dominar a los demás. Indudablemente que ciertas recomendaciones que se apoyan en los factores psicológicos del comportamiento humano, brindan cierta información cuya eventual aplicación puede obtener los logros perseguidos; pero nada de eso tiene que ver con la voluntad de Dios, la guía del Espíritu y la mente de Cristo.
c) Consultando el texto griego
Oradores y escritores no pocas veces han hecho uso de la expresión:
“liderazgo bíblico”, sin detenerse a pensar sobre la legitimidad de la misma; como sucede con tantas otras, no suele despertar sospechas todo lo que tenga un generalizado uso. Escrupulosidad farisaica parecería la de diezmar la menta, el eneldo y el comino de nuestro vocabulario evangélico; pero un escudriñar escritural y discernimiento espiritual se requiere siempre que se acuñen o importen términos que nos suenen como espurios, entre quienes procuramos “un mismo hablar” (Ro.15:6) en conformidad “a las palabras de Dios” (1Pe.4:11).
Es así que la expresión “liderazgo bíblico”, aunque impuesta por la costumbre, supone un contrasentido, toda vez que si es realmente bíblico no hay cómo pueda ser liderazgo, y si fuera efectivamente liderazgo, entonces no puede ser bíblico. Ambos términos son incompatibles.
Convendrá notar, entonces, que la palabra griega más cercana a la inglesa “leader” es “kathëgëtes”, la que aparece una sola vez en el NT (Mt.23:10) con la doble lección de que únicamente el Señor lo es, propiamente, y la prohibición a sus discípulos a que fuesen llamados así. Hay tres palabras diferentes que tienen en común la idea de “guía” y a los que hablamos español se nos hace difícil percibir los ligeros matices de significación, por lo que daremos las definiciones que aparecen en las obras de referencia, más todas sus citas en el NT para que más fácilmente advirtamos lo que pueda distinguirlas en el uso:
1 - kathëgëtes: Mt. 23:10:
mhde; klhqh`te kaqhghtaiv, o{ti kaqhghth;” uJmw`n ejstin ei|” Ni seáis llamados caudillos, pues caudillo vuestro es uno sólo
oJ Cristov”.
el Cristo.
Esta palabra tiene el doble sentido militar y didáctico: caudillo, adalid, precursor, conductor; instructor, consejero, mentor.
2 - hodegoí: oJdhgoi; Mt. 15:14; 23:16,24; Hch.1:16; Ro. 2:19
Significa: guía del camino.
3 - hegumenois: hJgoumevnoi” Hch. 15:22; He. 13:7,17,24;
Mt.2:6; Lc.22:26; Hch.7:10; 14:12.
Esta palabra se aplica: en lo político a gobernadores; en lo militar a jefes y capitanes; en la iglesia a los que atienden y guían la grey. Únicamente esta tercera forma es aplicada a quienes así sirven en las iglesias, pues este término no es de los prohibidos en Mt.23:8,9,10.
La King James no usa “leader” en el Nuevo Testamento, pero sí registra tres referencias en el Antiguo: 1Cr.12:27; 13:1; Is.55:4.
En cuanto a que “kathëgëtes” es el último título cuyo uso es prohibido por el Señor a sus discípulos, y que mejor se corresponde en el idioma inglés con “leader”, véase como es traducido el versículo de Mateo en la Weymouth's NT in Modern Speech:
23:10 And do not accept the name of 'leader,' for your Leader is one alone - the Christ.
A mayor abundamiento insertaremos el comentario de C.H.Spurgeon a ese pasaje:
“En la Iglesia de Cristo, todos los títulos y honores que exaltan a los hombres y dan ocasión para el orgullo, son aquí prohibidos. En la comunidad cristiana deberíamos buscar comprender la más auténtica “Libertad, Igualdad, y Fraternidad”, por la que el mundo clama en vano.
En el verso diez, las palabras de nuestro Señor podrían verterse:
“Ni sean llamados líderes (guías, instructores): porque un único Líder tienen ( guía, Instructor), el Cristo (el Mesías).” Si lo seguimos, no puede irnos mal.”
d) la puntada final
Tras lo dicho, y en aras de encarecer la necesidad de usar estos términos por carencia de equivalentes apropiados en nuestra lengua, todavía sería pertinente la siguiente pregunta:
-¿Cuáles verbos castellanos podrían usarse en lugar de liderar?
-Si lo que se quiere es trasmitir fielmente el concepto de “liderar”, no hay razón para buscarle sinónimos castellanos -aunque los haya-, pues el anglicismo fue definitivamente aceptado por la Real Academia incorporándolo al Diccionario. Si hablamos de líderes que luchan hoy por retener el liderazgo que ayer alcanzaron, nada habría que cambiar pues se corresponden bien los términos con los conceptos. El problema se da cuando se describe el liderar del líder en un liderazgo, usando esta terminología pero con referencia al fiel desempeño de un genuino siervo del Señor en un auténtico ministerio entre la iglesia de Cristo; y esto por dos razones: 1 - los términos líder, liderar, liderazgo, son impropios con respecto a la función de los ancianos (o supervisores, guías, pastores), diáconos y demás siervos del Señor; y 2 - el Señor expresamente prohibió que aparte de Él mismo nos llamemos así o a otros designemos de tal modo.
Por siglos los cristianos que hablamos español no tuvimos dificultad alguna para expresar las funciones de los hermanos más maduros y responsables en las iglesias, como: discipular, guiar, supervisar, servir, enseñar, etc.; y metáforas comunes como las de apacentar, pastorear, edificar, alimentar, etc.
Si cuidamos nuestro lenguaje, hablando palabras que reproducen fielmente los conceptos, contribuiremos mejor a la unidad cristiana. El caso es que no podemos forzar a nadie a que obre bien si se encapricha en obrar mal. Que muchas iglesias tengan líderes no es una anomalía distinta a que también tengan señores, serviles y subordinados.
Miembros espiritualmente enfermos y masoquistas hasta son capaces de disfrutar una condición injusta y abusiva.
Pero si de veras confesamos a nuestro Señor Jesucristo como el único Líder, Cabeza y Maestro de su iglesia, sabiendo que todos nosotros somos hermanos en pie de igualdad, haremos bien promoviendo la verdad y la unidad entre todos los que invocan el nombre de Cristo.
II
Laicos visibles y clérigos encubiertos
a) los curas evangélicos
A lo menos en este aspecto la Iglesia Católica es más consecuente que los evangélicos con su terminología, pues mientras aquella mantiene dos estados bien definidos -como son el clerical (o eclesiástico) y el seglar (o laico)-, retienen estos otros a los laicos mientras jamás son presentados sus ministros como clérigos o eclesiásticos.
En realidad, no le queda bien al protestantismo más evangélico, bíblico y fundamentalista designar a sus ministros en forma similar al sacerdocio romanista, pues aunque los términos se omitan, el tácito estado eclesial
de sus ministros se sostiene sólo con el reconocimiento de los laicos.
Estos pueden ejercer como oficiales en las iglesias, aunque carezcan de estudios teológicos ni hayan sido ordenados formalmente al ministerio. De este modo, la mera presencia de los laicos hace realidad la de los no laicos; una casta muy especial formada por profesionales de la religión.
Es comprensible que nuestro sistema pastoral -por más protestante y evangélico que parezca-, no haya tenido tampoco interés en ventilar esta realidad, ya que al tiempo que se contenía de presentarse como clerical o eclesiástico -por obvia connotación romanista-, mantuvo la designación de laicos para la masa de su feligresía no graduada en estudios teológicos ni oficialmente ordenada.
Sin embargo, clérigos y eclesiásticos somos todos los miembros de la iglesia de Jesucristo, de acuerdo a la lección del Nuevo Testamento.
Es común que un visitante a una iglesia evangélica, desconociendo al predicador, pregunte a quien tenga a su lado quién es el que va a dar el sermón. Podrá respondérsele, que ante un repentino viaje del pastor, le suplantará en el púlpito un laico, es decir, un hermano de la iglesia apto para predicar en alguna emergencia. Inmediatamente, la impresión que se tiene es que se va a escuchar a alguien con facilidad de palabras y algún conocimiento bíblico, pero de todos modos, un mero aficionado, alguien que toca de oído, un predicador de segunda, y así se dispondrá a soportar una exposición a la que le faltará la rúbrica de un orador formalmente capacitado, graduado y ordenado al ministerio.
Cuando el ocasional “suplente” predica en un nivel superior al Pastor titular, la gente no sale de su estupor pues no logra entender qué está pasando; como tampoco lo entendían los sacerdotes de Jerusalem, al escuchar a hombres iletrados y del vulgo como Pedro y Juan (Hch.4:13). ¡Es que el haber estado con Jesús -el único Maestro- hace la diferencia!
b) una etimología impúdica
El término “laico” no aparece en el NT griego, y por su raíz etimológica está emparentado con una familia de palabras impúdicas.
Tiene en su raíz “laik” un origen fálico, y su familia lingüística probablemente explique su ausencia del texto bíblico:
laikazw - laikadso: engañar, andar en liviandades.
laikash” - laikasés : impúdico.
laikasreia - laikasreia: meretriz
laiko” - laikos : lego
Este es el orden de la lista de palabras que aparece en la pg. 421 del Diccionario Manual GRIEGO-LATINO-ESPAÑOL de los Padres Escolapios. Editorial Albatros. Buenos Aires 1943.
Rememorando una consulta de biblioteca de hace unas tres décadas, el término griego tiene un origen con sentido despectivo. Como es sabido, en las antiguas civilizaciones (egipcia, griega, romana, etc.) la cultura prácticamente era exclusiva de la clase sacerdotal, que ningún interés tenía de hacer partícipe al pueblo del conocimiento de las letras y las ciencias, reservándose para sí el dominio intelectual que le permitía prevalecer, así sobre los nobles como sobre sus vasallos. Es así como el digno vocablo “laos” tiene en “laicos” el sentido de plebe, chusma, vulgo, gentuza, populacho, caterva, carnales, profanos, irreligiosos y otras lindezas de sinónimos por el estilo. Y su sentido fálico, es tan antiguo como el de los mismos obeliscos.
Si a cualquiera de nosotros se nos llamara de “laico” como quien nos obsequiase una joya, ¡es para devolverlo con estuche y todo!
En realidad, nada obliga a seguir usando un término no escritural y que solo sirve al interés elitista que discrimina al pueblo de Dios entre ministros y ministrados.
Al fin de cuentas, lo único que traerá gloria a Dios, edificará su iglesia y convertirá a los pecadores, será la Palabra viva y eficaz predicada por hombres santos y fieles, llenos del Espíritu Santo, aunque carentes de títulos, graduaciones y ordenación humana; o al decir de John Wesley:
“Dadme cien predicadores que no le teman a nada excepto al pecado, y no desean nada excepto a Dios, y me importa un comino que sean clérigos o laicos: ellos sacudirán las puertas del infierno y establecerán el reino de los cielos en la tierra.”
Ricardo Estévez Carmona - Lomas de Solymar, Septiembre 25 de 2002
Sin embargo, todos de continuo ejercitamos nuestro discernimiento, y aunque el uso haya impuesto ciertos modos del decir popular, los cristianos conscientes no los repetimos como loros, sino que pasan por el filtro espiritual que jamás aprobará lo que esté reñido con la Palabra de Dios y la ética cristiana.
Aunque la idiosincrasia de nuestros pueblos conserva todavía una fuerte influencia de la tradición católica romana, ninguno de nuestros hermanos llama de Misa a la Cena del Señor, ni emplea otros vocablos propios del catolicismo, ajenos a la Biblia y a la fe que ha sido dada a los santos. Es de notar, sin embargo, como de forma imperceptible se va readoptando un glosario evangélico obsoleto procedente de la tradición religiosa, como -por ejemplo- invitar a pasar al “altar”, con referencia al estrado, plataforma o púlpito al frente del lugar de reunión.
A nadie parece ya preocuparle estas cosas, pues ha sido minada esa exquisita sensibilidad que distinguía a tantos hermanos y hermanas que nos educaron cuando niños.
Ahora, los predicadores más exitosos se permiten soltar desde el púlpito alguna “mala palabra” que otra, ¡las mismas que los miembros de sus iglesias corrigen de sus hijos! Ellos advirtieron el impacto efectista sobre los asistentes al teatro, cuando algún actor dejaba escapar una grosería, como si ello lograra una mejor comunicación con su público.
Así, parece ahora que el predicador es más humano, natural y franco.
Por ello, no será nada fácil convencer hoy día a nuestros hermanos y hermanas que no es edificante sino sumamente pernicioso repetir palabras y expresiones apenas legitimadas por el generalizado uso de las mismas.
Pero aunque pocos de los lectores de este estudio despertaran a esta realidad, adecuando su vocabulario a la verdad de la Palabra de Dios, ello contribuiría positivamente al esfuerzo de cuantos se sienten llamados a contender eficazmente por la fe.
Pasaremos entonces a considerar el uso de estos dos términos, apreciando su tremenda importancia en lo que hace a la unidad del Cuerpo de Cristo que es su iglesia. Quiera el Señor abrir nuestros ojos.
I
Acerca de líderes y liderazgos
a) Entendiendo de qué hablamos.
Ambas formas son de reciente incorporación en nuestro Diccionario de la Lengua Española, que como otros anglicismos de amplia difusión, acaba por absorberlos. Como seguidamente veremos, no se cuestiona el uso que secularmente se le pueda dar a este término, ni siquiera su adopción en el vocabulario religioso tradicional que poco reparos hace a lo impropio e inconveniente de formas caducas o totalmente innovadoras. Lo que sí nos llama la atención es que sin miramiento alguno pasen a utilizarlo quienes se precian de evangélicos fundamentalistas, o cristianos bíblicos celosos de la sana doctrina. Como seguidamente veremos, mientras que nada obsta al uso general del término según las acepciones de los diccionarios, con solo leerlas se advierte de lo inadecuado del uso entre las asambleas de los santos. Para hablar con algún conocimiento de causa, revisemos qué se entiende por estos términos, no en inglés sino en castellano, y no en el contexto de los misioneros, profesores y escritores norteamericanos sino en el nuestro.
Diccionario de la Lengua Española (REAL ACADEMIA ESPAÑOLA),
Decimonovena Edición, Madrid, 1970:
líder. (Del ingl. leader, guía.) m. Director, jefe o conductor de un partido político, de un grupo social o de otra colectividad.// 2. El que va a la cabeza de una competición deportiva.
SUPLEMENTO:
liderato. m. Condición de líder o ejercicio de sus actividades.
liderazgo. m. liderato.
Gran Diccionario de la Lengua Española (Larousse).
líder (Del ing. leader.)
1 Persona que dirige, en especial un partido político o una asociación: la líder de la oposición asistió al pleno del ayuntamiento.
2. Persona o equipo que ha conseguido el primer puesto en una competición deportiva o clasificación: el líder de la etapa lucía la malla amarilla.
3. Empresa o producto que destaca entre los de su mismo sector o mercado: dirige un programa líder en audiencia.
Liderar
1 Ejercer una persona las funciones de líder en una colectividad: el candidato a la presidencia lidera el partido; liderar una banda musical.
2 Ser una persona o equipo el primero en una competición o una actividad: la empresa lidera las ventas en el sector.
3 Dominar un ámbito económico: el sector de transportes lidera en la bolsa.
Liderato
1 Circunstancia de ser líder en una actividad: el liderato del equipo es, hoy por hoy, indiscutible.
2 Tiempo durante el cual una persona o grupo de personas son líderes: su liderato concluyó cuando la competencia lanzó un nuevo producto.
3 Influencia que ejerce un líder: estuvieron bajo el liderato de Moisés.
Liderazgo Condición de líder: el liderazgo de ese fabricante está tocando a su fin.
Por lo que se puede observar tras esta lectura, el término en cuestión generalmente refiere a una jefatura política, campeonar en lo deportivo y dominar el mercado desplazando a otros. La palabra “competencia” parece ser clave en la moderna aplicación del término, pero siempre con referencia al primero, el vencedor, ganador, triunfador, etc. O sea, que el líder jamás sería líder si no fuera por los otros a quienes logra dejar atrás. Todo esto tiene mucho sentido en el idioma inglés y en el contexto norteamericano, mas no así entre los hispanos que apreciamos mejor otros valores. En nuestro fuero íntimo la palabra no nos resulta simpática, pues si bien pueden paladear la miel cuantos accedan a los primeros puestos (en lo que sea) siempre será dejando por el camino a muchos más con el amargo sabor de la derrota.
b) Estragos del “lideralismo”
El apóstol Pablo compara el servicio cristiano a una carrera en el estadio y a una lucha pugilística; pero el premio con que nos estimula se obtiene venciéndonos a nosotros mismos y no prevaleciendo sobre eventuales rivales (1Co.9:19-27). Los cristianos más desarrollados y maduros no son los ventajeros sino por el contrario quienes facilitan las cosas a sus hermanos de modo que progresen en el camino.
Véase entonces como la intromisión del término “líder” en las iglesias más ha contribuido a su fracaso que a su progreso. Muchos jóvenes han sido cebados con este estímulo en apariencia santo y sublime, pero con reminiscencias de aquel Lucero que trepando por nubes y estrellas quiso ascender hasta el trono del Altísimo. En la escuela de la humildad de Cristo no se imparten clases de liderazgo; en la de Diótrefes, puede ser.
Lo paradójico o tragicómico de nuestros “líderes” contemporáneos, es que contra todo lo que implica la semántica del término, en vez de ser ellos seguidos por los demás, son los que les van empujando desde atrás, por lo que el alto honor que teóricamente representaba la distinción de “líder”, en la práctica no pasa de ser más que la ímproba responsabilidad de impulsar con ambas manos los traseros de rezagados y remolones.
Frecuentemente, la hija del pastor consideraba como un serio aspirante a su mano al “líder” de jóvenes; y quien de veras la pretendiera, sería un buen postulante a yerno del pastor, de obtener tal cargo. Quien mejor posibilidad tenía de “liderar” no era el más maduro, puro y dotado espiritualmente, sino el apuesto que cantando o tocando un instrumento arrancara los suspiros de las chicas. Así que véase ya como desde la temprana juventud fueron malogrados muchos hermanos que lejos de guiar a otros todavía necesitaban ser ellos mejor aprendidos, a la par que iban quedando al margen jóvenes más serios y responsables y con inquietudes espirituales. Las fricciones y asperezas entre “líderes” impuestos por influencias familiares y jóvenes insubordinados a una autoridad que no reconocían, fue caldo de cultivo de futuros pastores autoritarios mientras muchas ovejitas malheridas o resentidas dejaban de congregarse.
La “viveza criolla” de nombrar líderes para tener miembros activos, responsables y leales, ha sido tan inteligente como disparar tiros por la culata. El daño del sistema ya es irreparable, y sólo oramos que no siga.
Los líderes evangélicos modernos representan un triste y lastimoso papel, con sus piruetas y afanes por llamar la atención de sus seguidores indisciplinados y desatentos. Se sienten “realizados” porque de alguna manera se les ha distinguido con títulos y cargos honoríficos, para “liderar” a personas que poco o ningún caso les hacen. Son tantos los caciques y tan escasos los indios sobre quienes mandar, que no pocas “iglesias” parecen tolderías o taperas apenas aptas para un provisorio refugio de los trashumantes religiosos.
Así, y con todo, los libros sobre “Liderazgo” y “Autoridad Espiritual” están entre los más buscados en las librerías y bibliotecas evangélicas, tantas son las ansias por conocer las claves y secretos que mejor permitan dominar a los demás. Indudablemente que ciertas recomendaciones que se apoyan en los factores psicológicos del comportamiento humano, brindan cierta información cuya eventual aplicación puede obtener los logros perseguidos; pero nada de eso tiene que ver con la voluntad de Dios, la guía del Espíritu y la mente de Cristo.
c) Consultando el texto griego
Oradores y escritores no pocas veces han hecho uso de la expresión:
“liderazgo bíblico”, sin detenerse a pensar sobre la legitimidad de la misma; como sucede con tantas otras, no suele despertar sospechas todo lo que tenga un generalizado uso. Escrupulosidad farisaica parecería la de diezmar la menta, el eneldo y el comino de nuestro vocabulario evangélico; pero un escudriñar escritural y discernimiento espiritual se requiere siempre que se acuñen o importen términos que nos suenen como espurios, entre quienes procuramos “un mismo hablar” (Ro.15:6) en conformidad “a las palabras de Dios” (1Pe.4:11).
Es así que la expresión “liderazgo bíblico”, aunque impuesta por la costumbre, supone un contrasentido, toda vez que si es realmente bíblico no hay cómo pueda ser liderazgo, y si fuera efectivamente liderazgo, entonces no puede ser bíblico. Ambos términos son incompatibles.
Convendrá notar, entonces, que la palabra griega más cercana a la inglesa “leader” es “kathëgëtes”, la que aparece una sola vez en el NT (Mt.23:10) con la doble lección de que únicamente el Señor lo es, propiamente, y la prohibición a sus discípulos a que fuesen llamados así. Hay tres palabras diferentes que tienen en común la idea de “guía” y a los que hablamos español se nos hace difícil percibir los ligeros matices de significación, por lo que daremos las definiciones que aparecen en las obras de referencia, más todas sus citas en el NT para que más fácilmente advirtamos lo que pueda distinguirlas en el uso:
1 - kathëgëtes: Mt. 23:10:
mhde; klhqh`te kaqhghtaiv, o{ti kaqhghth;” uJmw`n ejstin ei|” Ni seáis llamados caudillos, pues caudillo vuestro es uno sólo
oJ Cristov”.
el Cristo.
Esta palabra tiene el doble sentido militar y didáctico: caudillo, adalid, precursor, conductor; instructor, consejero, mentor.
2 - hodegoí: oJdhgoi; Mt. 15:14; 23:16,24; Hch.1:16; Ro. 2:19
Significa: guía del camino.
3 - hegumenois: hJgoumevnoi” Hch. 15:22; He. 13:7,17,24;
Mt.2:6; Lc.22:26; Hch.7:10; 14:12.
Esta palabra se aplica: en lo político a gobernadores; en lo militar a jefes y capitanes; en la iglesia a los que atienden y guían la grey. Únicamente esta tercera forma es aplicada a quienes así sirven en las iglesias, pues este término no es de los prohibidos en Mt.23:8,9,10.
La King James no usa “leader” en el Nuevo Testamento, pero sí registra tres referencias en el Antiguo: 1Cr.12:27; 13:1; Is.55:4.
En cuanto a que “kathëgëtes” es el último título cuyo uso es prohibido por el Señor a sus discípulos, y que mejor se corresponde en el idioma inglés con “leader”, véase como es traducido el versículo de Mateo en la Weymouth's NT in Modern Speech:
23:10 And do not accept the name of 'leader,' for your Leader is one alone - the Christ.
A mayor abundamiento insertaremos el comentario de C.H.Spurgeon a ese pasaje:
“En la Iglesia de Cristo, todos los títulos y honores que exaltan a los hombres y dan ocasión para el orgullo, son aquí prohibidos. En la comunidad cristiana deberíamos buscar comprender la más auténtica “Libertad, Igualdad, y Fraternidad”, por la que el mundo clama en vano.
En el verso diez, las palabras de nuestro Señor podrían verterse:
“Ni sean llamados líderes (guías, instructores): porque un único Líder tienen ( guía, Instructor), el Cristo (el Mesías).” Si lo seguimos, no puede irnos mal.”
d) la puntada final
Tras lo dicho, y en aras de encarecer la necesidad de usar estos términos por carencia de equivalentes apropiados en nuestra lengua, todavía sería pertinente la siguiente pregunta:
-¿Cuáles verbos castellanos podrían usarse en lugar de liderar?
-Si lo que se quiere es trasmitir fielmente el concepto de “liderar”, no hay razón para buscarle sinónimos castellanos -aunque los haya-, pues el anglicismo fue definitivamente aceptado por la Real Academia incorporándolo al Diccionario. Si hablamos de líderes que luchan hoy por retener el liderazgo que ayer alcanzaron, nada habría que cambiar pues se corresponden bien los términos con los conceptos. El problema se da cuando se describe el liderar del líder en un liderazgo, usando esta terminología pero con referencia al fiel desempeño de un genuino siervo del Señor en un auténtico ministerio entre la iglesia de Cristo; y esto por dos razones: 1 - los términos líder, liderar, liderazgo, son impropios con respecto a la función de los ancianos (o supervisores, guías, pastores), diáconos y demás siervos del Señor; y 2 - el Señor expresamente prohibió que aparte de Él mismo nos llamemos así o a otros designemos de tal modo.
Por siglos los cristianos que hablamos español no tuvimos dificultad alguna para expresar las funciones de los hermanos más maduros y responsables en las iglesias, como: discipular, guiar, supervisar, servir, enseñar, etc.; y metáforas comunes como las de apacentar, pastorear, edificar, alimentar, etc.
Si cuidamos nuestro lenguaje, hablando palabras que reproducen fielmente los conceptos, contribuiremos mejor a la unidad cristiana. El caso es que no podemos forzar a nadie a que obre bien si se encapricha en obrar mal. Que muchas iglesias tengan líderes no es una anomalía distinta a que también tengan señores, serviles y subordinados.
Miembros espiritualmente enfermos y masoquistas hasta son capaces de disfrutar una condición injusta y abusiva.
Pero si de veras confesamos a nuestro Señor Jesucristo como el único Líder, Cabeza y Maestro de su iglesia, sabiendo que todos nosotros somos hermanos en pie de igualdad, haremos bien promoviendo la verdad y la unidad entre todos los que invocan el nombre de Cristo.
II
Laicos visibles y clérigos encubiertos
a) los curas evangélicos
A lo menos en este aspecto la Iglesia Católica es más consecuente que los evangélicos con su terminología, pues mientras aquella mantiene dos estados bien definidos -como son el clerical (o eclesiástico) y el seglar (o laico)-, retienen estos otros a los laicos mientras jamás son presentados sus ministros como clérigos o eclesiásticos.
En realidad, no le queda bien al protestantismo más evangélico, bíblico y fundamentalista designar a sus ministros en forma similar al sacerdocio romanista, pues aunque los términos se omitan, el tácito estado eclesial
de sus ministros se sostiene sólo con el reconocimiento de los laicos.
Estos pueden ejercer como oficiales en las iglesias, aunque carezcan de estudios teológicos ni hayan sido ordenados formalmente al ministerio. De este modo, la mera presencia de los laicos hace realidad la de los no laicos; una casta muy especial formada por profesionales de la religión.
Es comprensible que nuestro sistema pastoral -por más protestante y evangélico que parezca-, no haya tenido tampoco interés en ventilar esta realidad, ya que al tiempo que se contenía de presentarse como clerical o eclesiástico -por obvia connotación romanista-, mantuvo la designación de laicos para la masa de su feligresía no graduada en estudios teológicos ni oficialmente ordenada.
Sin embargo, clérigos y eclesiásticos somos todos los miembros de la iglesia de Jesucristo, de acuerdo a la lección del Nuevo Testamento.
Es común que un visitante a una iglesia evangélica, desconociendo al predicador, pregunte a quien tenga a su lado quién es el que va a dar el sermón. Podrá respondérsele, que ante un repentino viaje del pastor, le suplantará en el púlpito un laico, es decir, un hermano de la iglesia apto para predicar en alguna emergencia. Inmediatamente, la impresión que se tiene es que se va a escuchar a alguien con facilidad de palabras y algún conocimiento bíblico, pero de todos modos, un mero aficionado, alguien que toca de oído, un predicador de segunda, y así se dispondrá a soportar una exposición a la que le faltará la rúbrica de un orador formalmente capacitado, graduado y ordenado al ministerio.
Cuando el ocasional “suplente” predica en un nivel superior al Pastor titular, la gente no sale de su estupor pues no logra entender qué está pasando; como tampoco lo entendían los sacerdotes de Jerusalem, al escuchar a hombres iletrados y del vulgo como Pedro y Juan (Hch.4:13). ¡Es que el haber estado con Jesús -el único Maestro- hace la diferencia!
b) una etimología impúdica
El término “laico” no aparece en el NT griego, y por su raíz etimológica está emparentado con una familia de palabras impúdicas.
Tiene en su raíz “laik” un origen fálico, y su familia lingüística probablemente explique su ausencia del texto bíblico:
laikazw - laikadso: engañar, andar en liviandades.
laikash” - laikasés : impúdico.
laikasreia - laikasreia: meretriz
laiko” - laikos : lego
Este es el orden de la lista de palabras que aparece en la pg. 421 del Diccionario Manual GRIEGO-LATINO-ESPAÑOL de los Padres Escolapios. Editorial Albatros. Buenos Aires 1943.
Rememorando una consulta de biblioteca de hace unas tres décadas, el término griego tiene un origen con sentido despectivo. Como es sabido, en las antiguas civilizaciones (egipcia, griega, romana, etc.) la cultura prácticamente era exclusiva de la clase sacerdotal, que ningún interés tenía de hacer partícipe al pueblo del conocimiento de las letras y las ciencias, reservándose para sí el dominio intelectual que le permitía prevalecer, así sobre los nobles como sobre sus vasallos. Es así como el digno vocablo “laos” tiene en “laicos” el sentido de plebe, chusma, vulgo, gentuza, populacho, caterva, carnales, profanos, irreligiosos y otras lindezas de sinónimos por el estilo. Y su sentido fálico, es tan antiguo como el de los mismos obeliscos.
Si a cualquiera de nosotros se nos llamara de “laico” como quien nos obsequiase una joya, ¡es para devolverlo con estuche y todo!
En realidad, nada obliga a seguir usando un término no escritural y que solo sirve al interés elitista que discrimina al pueblo de Dios entre ministros y ministrados.
Al fin de cuentas, lo único que traerá gloria a Dios, edificará su iglesia y convertirá a los pecadores, será la Palabra viva y eficaz predicada por hombres santos y fieles, llenos del Espíritu Santo, aunque carentes de títulos, graduaciones y ordenación humana; o al decir de John Wesley:
“Dadme cien predicadores que no le teman a nada excepto al pecado, y no desean nada excepto a Dios, y me importa un comino que sean clérigos o laicos: ellos sacudirán las puertas del infierno y establecerán el reino de los cielos en la tierra.”
Ricardo Estévez Carmona - Lomas de Solymar, Septiembre 25 de 2002