Para un cristiano que crea firmemente que la verdad es la que libera (Juan 8:32) no cabe enterrar la verdad en un sepulcro por mucho que éste se halla edificado con las mejores intenciones, las mismas que en un viejo refrán castellano empedrean el camino hacia el infierno. Por eso quiero hoy romper una lanza a favor de la verdad, porque la amo y porque sé que sólo ella libera.
a) LA VERDAD ESTA POR ENCIMA DE INTERESES PERSONALES
¡¡En cuántas ocasiones mentimos (o falseamos la verdad) por intereses personales!! Es tan fácil. Basta con torcer un poquito, sólo un poquitín las cosas y todo queda tal y como nos gusta... y nos interesa. Sin embargo, dudo que esto pueda calificarse de comportamiento cristiano. En el s. XII los valdenses eran reconocidos (y posteriormente quemados) porque se negaban a robar, a matar y a mentir. Era fácil saber quién era cristiano entonces, aunque serlo implicara la muerte. En el s. XVII el rey de Francia Luis XIV suprimió la libertad religiosa para los protestantes y ordenó la ejecución de todos sus pastores. Uno de éstos intentaba huir al exilio cuando fue detenido en el camino por dos soldados del rey. Uno de ellos creyó reconocerlo y le preguntó si era un pastor protestante. Él lo negó, pero el hombre no quería dejarlo marchar; entonces el otro soldado le dijo: "Conozco a estos protestantes. Si se tratara de un pastor no hubiera mentido para salvar su vida. Déjalo ir." El otro soldado permitió que el pastor continuara su camino, pero éste a poca distancia sintió que su conciencia le acusaba de no haber sido veraz y, aun a sabiendas de que sólo le esperaba la tortura y la muerte, dio vuelta atrás, confesó arrepentido su mentira a los soldados y se entregó.
Eso es amor a la verdad y ese amor merece llegar hasta la muerte como sucedió con Jesús o con Esteban. En comparación, la forma tan estúpida y tan corriente en que ocultamos la verdad en la familia, en el trabajo, en los estudios, etc., sólo para beneficio personal (esa media hora del bocadillo que se convierte en hora y media, esa enfermedad de la abuela que excusa que no tengamos estudiada la Historia cuando en realidad nuestra abuela murió hace un quinquenio, ese "he estado estudiando" cuando en realidad nos dedicábamos a las dulces tareas del futbolín, etc.) es algo doloroso. Hemos sustituido algo hermoso, gallardo, valiente y responsable como la verdad por cuentos chinos que sólo nos convierten en seres más y más cobardes y más y más poco dispuestos a responder de sus actos.
El amor a la verdad nos libera de toda esa carga de egoísmo. De deseo de utilizar a otros, de irresponsabilidad, de holgazanería que hay en nosotros.
b) LA VERDAD ESTA POR ENCIMA DE LAS TRADICIONES
La tradición es uno de los corsés más peligrosos que pueden asfixiar a la verdad y debemos estar especialmente atentos para no caer bajo su influjo. Por tradición se ha considerado a la mujer como un ser inferior (y aún se la sigue considerando en muchas naciones); por tradición se piensa que lo mejor que uno puede hacer en esta vida es ganar dinero y eso aun a costa de malganarlo: por tradición se enseña que en esta vida más vale tener fama de malo que de bueno, porque bueno es igual a tonto. Y así podríamos multiplicar los ejemplos hasta la saciedad.
La tradición ha sido históricamente un habitual campo de batalla para el pueblo de Dios. Isaías, en fecha tan temprana como el s.VIII a.C., clamaba contra aquellos que habían estrangulado la Palabra de Dios con tradiciones religiosas (Isaías 29:13). El profeta no negaba su sinceridad ni siquiera que honraban a Dios pero su mensaje era que aquello era vano porque, en realidad, habían antepuesto las tradiciones de los hombres a los mandatos auténticos de Dios. Isaías murió aserrado por el monarca de Judá.
Jesús fue otra clara manifestación de este amor a la verdad. Jamás negó que los fariseos tuvieran un profundo espíritu religioso. Incluso reconoció que tenían un profundo conocimiento de la Biblia y que hacían obras piadosas por encima de lo normal. No obstante, de nuevo todo quedaba invalidado por su apego a la tradición. Puestos a elegir entre la verdad y la tradición, escribas y fariseos se adherían a la última. No había en su actitud interés personal y muchos se automortificaban más y más en la convicción de que si un solo día todo Israel cumplía con la Ley de Dios, Éste enviaría su liberación, pero, a fin de cuentas, su amor a la verdad no llegaba tan lejos como para romper con la tradición de décadas (Mateo 15:1 ss.) No es extraño que su amor a la tradición al final les llevara a consentir la muerte del propio Jesús.
El cristianismo primitivo tuvo que enfrentarse con este mismo problema. Pedro, tremendamente ligado a la tradición de superioridad del judaísmo, siguió durante bastante tiempo creyendo que su llamado estaba en el judaísmo, en el interior del mismo. Sólo la experiencia de Cornelio le convenció de la imposibilidad de evolucionar desde dentro del sistema. Pablo combatió la esclavitud de las tradiciones (Gálatas 2:8) insistiendo en que sólo Cristo era la cabeza y que cualquiera que pretendiera negar esto enseñaba sólo tradiciones humanas. Jamás cuestionó su amor por el pueblo judío, pero ni un momento dudó de que el amor a la verdad colisionaba con sus tradiciones (Romanos 10:1-4). Tanto Pablo como Pedro demostraron con su martirio su amor por la verdad.
A lo largo de la historia este amor a la verdad que superaba cualquier apego a tradiciones incluso de siglos ha tenido multitud de exponentes. En el siglo XVI Los Anabaptistas, en su deseo de obedecer radicalmente a la Palabra de Dios, se negaron a cumplir un servicio militar en que se entrenaba para matar. Aquello implicaba un choque frontal con la tradición del cristianismo medieval, que a través de disposiciones papales, conciliares y episcopales, habían enseñado el mérito de la guerra para la salvación del alma. Vg: Concilio de Clermont, de 1095, bajo el Papa Urbano II apoyo de Gregorio VII a Roberto Guiscardo contra Bizancio, etc. El peso de la tradición era tan considerable que sirve para explicar la guerra de religión que por dos siglos ensangrentó Europa. Era una tradición religiosa y, por tanto, algo justificado. Los Anabautistas prefirieron la verdad a la tradición. Ninguno tomó las armas en aquellos siglos mientras que, por ejemplo, más de la cuarta parte de la población del Imperio alemán pereció en la Guerra de Los Treinta Años. El costo de este amor a la verdad fue muy elevado. En al algunos grupos anabaptistas hasta el ochenta por ciento de sus miembros recibió muerte violenta en persecución religiosa, pero eso no les llevó a retomar viejas tradiciones eclesiales.
De nuevo tenemos que confesar que ésta no es nuestra actitud por regla general. Nos hemos disfrazado en muchas ocasiones (y hasta nos lo creemos) con la idea del respeto a los valores de nuestros mayores para no seguir avanzando en la verdad. Eso no pasa de ser un autoengaño porque no existen valores cuando no son verdaderos, y nada que no es verdad es verdadero.
Si yo estuviera enfermo de cáncer y me empeñara en intentar tratarlo con emplastos y cataplasmas no estaría respetando las tradiciones de mis antepasados sino que lo único que estaría es poniendo en peligro mi vida por preferir lo que se ha transmitido a la verdad que podía sanarme. Y es que las cosas son verdad o no, pero nuestras opiniones al respecto no pueden cambiarlas.
La verdad es algo dinámico, viva, real no es un fósil que nos obliga a encadenarnos al pasado sin permitirnos leer el presente y mirar hacia el futuro.
c) LA VERDAD ESTA POR ENCIMA DE LOS SENTIMIENTOS
Mi experiencia personal es que los sentimientos son el elemento más vulnerable de nuestra naturaleza. Satanás sólo tuvo que tocar los sentimientos de Eva (Génesis 3:1-5) para hacerla despreciar la verdad.
Los sentimientos de que quizá Dios se tenía algo guardado, de que podría llegar a más, de que... fue lo que doblegó a Eva. Pero también fueron esos sentimientos los que hicieron que Eva intentara arrastrar a Adán. Era lógico que en su amor por él quisiera que participara con ella de la fruta que aparentemente iba a reportarles tan buenos servicios. Y. sin duda, Adán no pudo resistirse a Eva por sentimientos. Podía haber amado más a la verdad. Podía haber gritado a los cuatro vientos que Eva había caído en la mentira y que no sólo no se iba a beneficiar en nada sino que incluso se había perdido... podía, pero no lo hizo.
El amor hacia Eva, la confianza en alguien con quien había compartido tiempos deliciosos, el recuerdo de viejas y adorables experiencias pudieron más que su deseo de obrar conforme a la verdad que conocía. Con aquel acto Adán no mejoró a Eva y nos perdió a todos (Romanos 5:12 ss), Si sólo hubiera amado más a la verdad, si solo hubiera reflexionado más en la obediencia que debía a la enseñanza del Señor... pero sólo unos instantes después ya era demasiado tarde.
Y de nuevo, ¡cómo nos engañamos en estas situaciones! Decimos que no queríamos poner tropiezos a otros en que aceptaran a Cristo, y que por eso no hablamos de ciertas cosas cuando en realidad la verdad es que temimos que no aceptaran ciertas exigencias de Cristo y nosotros se las limamos; sabemos que nuestra sinceridad no será bien recibida y caemos en la adulación o en el silencio para evitar tocar zonas que afectan a los sentimientos (los suyos y los nuestros): nos enamoramos de una persona no-creyente y en lugar de obedecer al Señor insistimos en que seguramente se convertirá y cambiará su vida justo antes de la boda, etc.
Todos estos comportamientos de posponer la verdad a nuestros sentimientos tienen funestas consecuencias. Jesús tuvo que pronunciar palabras duras cuando los saduceos negaban la resurrección (Marcos 12: 18-27) sin plantearse si aquello heriría los sentimientos de aquellos clérigos apartándolos del Evangelio; fue claro y contundente en su opinión sobre los fariseos (Mateo 23) aunque aquello le había hecho perder las posibilidades de que pudieran colaborar con Él, etc. Un mal entendido amor, una errónea piedad hubieran llevado a los fariseos y saduceos a pensar que en el fondo su definición teológica era poco menos que indiferente a los ojos de Jesús, pero Cristo nunca les dio pie para pensar así, sino que expuso dónde se hallaban exactamente y qué debían hacer.
El erudito británico C. S. Lewis, en su magistral obra "El gran divorcio" ha expuesto acertadamente cómo los sentimientos no pueden prevalecer sobre la verdad y los efectos negativos que se derivan de ello. Al hablar de la verdadera piedad (podríamos decir amor) distingue entre la verdadera o activa y la falsa o pasiva: "Esta última, es la piedad que experimentamos simplemente, el dolor que conduce a los hombres a ceder DONDE NO DEBERÍAN y a adular cuando DEBERÍAN DECIR LA VERDAD. Esta piedad ha perturbado a más de una mujer y le ha hecho perder su virginidad, ha perturbado a más de un hombre de Estado y le ha convertido en una persona deshonesta" (Le gran divorce, pág. 126).
Si yo tuviera un amigo alcohólico debería expresarle mi preocupación de que sus excesos le lleven a una cirrosis mortal. Puede que no me haga caso e incluso que me considere entrometido, impertinente, falto de respeto por la intimidad privada y que me eche en cara el haber olvidado los buenos momentos que pasamos en alguna juerga pasada, pero mi amor a la verdad debe estar por encima de estos sentimientos.
A lo largo de mi vida he comprobado desgraciadamente multitud de ocasiones en que una persona se ha echado a perder por pura cuestión de sentimientos. He visto a la madre que, por sentimientos, no reprendió a su hijo que le sustrajo dinero por miedo a dañarle. He visto luego a ese hijo en prisión por delitos mayores. He visto a estudiantes con los que no se fue firme a la hora de exigirles un rendimiento. He visto luego a esos mismos muchachos convertidos en perfectos y redomados haraganes. He visto a personas que no han tenido el valor de romper una relación de pareja cuando deberían hacerlo. He visto después el desgraciado matrimonio en que ha terminado la conducta anterior. He visto personas a las que su comunidad no disciplinó en su momento para evitar ser "incomprendidos" y he visto a esas personas apartarse más y más del Señor después, carentes de una idea clara de qué estaba bien o mal. He visto a personas a las que su iglesia no quiso marcar pautas doctrinales por miedo a resultar inquisidores del siglo XX. He visto después a esas mismas personas, afirmando que el Nuevo Testamento es sólo una colección de mitos que deben interpretarse según la escuela de Tubinga.
Esta actitud tan de nuestro tiempo no es la que aparece en el Nuevo Testamento. Jesús insistió en la obligatoriedad de aclarar cualquier problema entre hermanos (Mateo 18:15-18) y jamás se reprimió a la hora de expresar la verdad. Pablo se encontró a lo largo de su obra apostólica con falsas doctrinas enseñadas en las iglesias. En ocasiones se enseñaba que no había resurrección (I Corintios 15), en otras que la salvación era por obras (Gálatas 2 y 3), en otras que Jesús no era el único mediador entre Dios y Los hombres (I Timoteo 2:5), en otras que se podía rendir culto a los ángeles y que se debían guardar ciertos días como festividades religiosas (Colosenses 2:16-18), en otras que ciertos alimentos no debían comerse y que el celibato era obligatorio (I Timoteo 4 1-3), etc. En ocasiones Pablo debía enfrentarse con incorrecciones éticas como permisividad en materia sexual (I Corintios 5), holgazanería (2 Tesalonicenses 3:6-12), etc. El apóstol siempre corrigió estas conductas.
Su amor a la verdad estaba por encima de sentimientos, porque Pablo era consciente de que los sentimientos auténticos nunca van contra la verdad sino que la apoyan por dolorosa que sea la opción (I Corintios 13:6).
d) LA VERDAD ESTA POR ENCIMA DE LAS UNIONES
Vivimos en un siglo que se caracteriza por un proceso de unión a todos los niveles. Las organizaciones internacionales, sean del matiz que sean, no son más que un invento de nuestra época, y esto es algo que se ha reflejado también en la esfera espiritual. Quizá el ejemplo más extremo sea el de la Iglesia de Unificación del Reverendo Sun-Myung-Moon, que tiene la pretensión de unir todos los credos religiosos, especialmente los cristianos, pero no se puede decir que esta inclinación sea exclusiva de él. Un amigo mío que es pastor anglicano me comentó hace un año que ahora lo "chic" es buscar también la unión con los mahometanos.
Me consta que lo que escribo a continuación no va a resultar muy popular, pero mi amor a la verdad está por encima de mis sentimientos y de mis intereses personales.
No creo en las uniones artificiales en las que no existen elementos de unión, o estos son inferiores a los de separación. Personalmente no tango nada contra los adventistas. Me parece admirable que sean vegetarianos, comparto con ellos su respeto por la Biblia, encuentro admirable su gusto por la oración y la vida austera, pero eso no hará que me sienta unido con un adventista. Nunca podré compartir su creencia en que hay alimentos puros e impuros, en que la salvación es por obras o en que las almas duermen tras la muerte.
Los Testigos de Jehová tienen cosas buenas. Poseen un celo evangelizador superior al de la mayoría de los grupos cristianos, se niegan a realizar el servicio militar aunque para ello tengan que padecer prisión, proclaman que Jesús es el único mediador entre Dios y los hombres e intentan llevar una vida estrictamente moral. Pero jamás me podría sentir unido a ellos. No comparto su alucinante creencia en el Fin del Mundo inminente, ni la de que Cristo sea un ser creado, ni la de que las transfusiones de sangre están prohibidas en la Biblia.
A ambos grupos (y podría añadir muchos más) los respeto y a sus miembros les amo, pero no puedo ir más allá. Jesús compartía el interés por la Biblia de los fariseos, así como su creencia en la resurrección y en la venida de un Mesías; estaba de acuerdo con los saduceos en la existencia del Templo y en la práctica de los sacrificios, pero jamás se unió a unos ni a otros, ni consideró que su enseñanza era tan correcta y verdadera como la de cualquiera de ellos.
La verdad es algo absoluto. Mañana, por más que todos decidamos abolir la ley de la gravedad, las cosas no dejarán de ser atraídas por la fuerza de la gravitación, y si las Naciones Unidas votaran que Dios no existe esto no disminuiría un ápice su realidad.
¿Quiere esto decir que la verdad es enemiga de la unidad?. No, quiere decir simplemente que sólo hay unión en la verdad. Fijémonos en el pasaje (tantas veces manipulado) de Juan 17. Cuando Jesús ruega la unión de los que lleguen a creer, deja bien claro que esta unión no es cualquier unión, sino aquella de los santificados en la verdad (Juan 17:17) y a la pregunta de cuál es la verdad Jesús contesta que la Palabra de Dios (Juan 17:17).
Esa unión sólo es posible para los que se santifican en la verdad (Juan 17:19). Para Jesús el bien supremo no es la unión a toda costa sino el amor a la verdad, y por ello no es extraño que la palabra "verdad" aparezca más veces en el lenguaje del apóstol Juan (haga una estadística de su primera epístola y saque consecuencias) que el amor incluso. Este se puede falsificar, aquella no.
Yo podría unirme teóricamente con cualquier clase de cristiano. Siempre encontraría puntos de unión con él, incluso aunque me hallara con uno claramente herético e inmoral siempre hallaría puntos de contacto. No es extraño. También tengo puntos de contacto con el marxismo, o el existencialismo o el darwinismo. Tengo puntos de contacto con la ideología del PNV y con la de AP, y no votaré a ninguno de los dos.
Y el que esto sea impopular o desgarrador no quita un ápice a que la única unión por la que Jesús rogó al Padre no fue la del sentimiento o la del término "cristiano" sino la de los santificados en la verdad de Su Palabra (Juan 17:17), y es que en la Biblia la unión no es un bien en sí (más bien muchas veces es lo contrario, vg: I Corintios 5:9-13 10:21 etc.) pero si lo es, SIEMPRE, la verdad. Para dar testimonio de ella vino Jesús al mundo (Juan 18:37).
Hay sólo dos reflexiones que deseo hacer antes de concluir. Jesús murió por la verdad. Por ella se encarnó, nació, vivió y padeció. Su verdad no era agradable. Mostraba que todos estamos perdidos a menos que le aceptemos (Hechos 4:11-12; Juan 3:36) y aquello no cayó muy bien a sus contemporáneos, que preferían anteponer sus intereses personales, sus tradiciones, sus sentimientos y/o sus vínculos de unión. A1 final lo ejecutaron. Yo, en conciencia, no puedo pasar por alto, por ninguna de esas razones, aquello por lo que el propio Hijo de Dios entregó su vida.
En segundo lugar, la verdad libera (Juan 8:32). No lo hacen las tradiciones ni los intereses personales y rara vez las uniones y los sentimientos. Yo opto por la libertad que procede del Hijo de Dios. No es fácil ni grato en multitud de ocasiones, pero sé que es del Señor.
Recientemente ofrecieron a un amigo mío, en el transcurso de una cena, la presidencia de cierto grupo dedicado a la evangelización a nivel de toda una nación europea. E1 grupo pertenecía a su misma filiación religiosa, pagaba muy generosamente y no parecía que le fuera a abrumar con trabajo. Además, tenía la "ventaja" de que no "hacía ideología" y podía encajar casi con cualquier sector del cristianismo. Apenas necesitó unos minutos para rechazar la oferta y lo hizo sólo por amor a la verdad. Esa noche echó por la borda sus intereses personales que se hubieran visto favorecidos con un jugoso salario, su tradición eclesial que encajaba con aquello, sus sentimientos personales que le llamaban a complacer al hombre que le hacía la oferta y sus posibilidades de unión.
Para unos, mi amigo obró mal porque pasó por alto el amor que tenía a aquel hermano y se olvidó de las buenas experiencias que habían tenido juntos en otro grupo de evangelización; para otros, actuó estúpidamente al perder una ocasión así de ganar dinero cómodamente; para otros, debió aceptar para, una vez dentro, hacer que el nuevo espíritu se fuera contagiando hasta la cúspide; para otros, desperdició las posibilidades de comunión futuras; para otros, obró sectariamente en lugar de fomentar el aglutinamiento con otros grupos cristianos.
Yo creo que amó la verdad más que todo aquello y que prefirió a la buena opinión de los hombres la aprobación del Señor y ésta seguro que no le faltó (2 Tesalonicenses 2:13-14).
Algunos textos sobre la verdad en el Nuevo Testamento:
Juan 1:14-17; 4:23-24; 8:32; 8:45-46; 14:6; 17:17-19; 18:37; Romanos 1:18-25; I Corintios 5:8, 13:6; Gálatas 2:5, 2:14; Efesios 4:21-25, 5:9, 6:14; 2 Tesalonicenses 2:10-13; I Timoteo 6:3-5; 2 Timoteo 4:1-4; Santiago 3:14, 5:19; I Juan 2:21, 3:18-19.
CESAR VIDAL... REVISTA MOSTAZA...SEPTIEMBRE/OCTUBRE 1985.
a) LA VERDAD ESTA POR ENCIMA DE INTERESES PERSONALES
¡¡En cuántas ocasiones mentimos (o falseamos la verdad) por intereses personales!! Es tan fácil. Basta con torcer un poquito, sólo un poquitín las cosas y todo queda tal y como nos gusta... y nos interesa. Sin embargo, dudo que esto pueda calificarse de comportamiento cristiano. En el s. XII los valdenses eran reconocidos (y posteriormente quemados) porque se negaban a robar, a matar y a mentir. Era fácil saber quién era cristiano entonces, aunque serlo implicara la muerte. En el s. XVII el rey de Francia Luis XIV suprimió la libertad religiosa para los protestantes y ordenó la ejecución de todos sus pastores. Uno de éstos intentaba huir al exilio cuando fue detenido en el camino por dos soldados del rey. Uno de ellos creyó reconocerlo y le preguntó si era un pastor protestante. Él lo negó, pero el hombre no quería dejarlo marchar; entonces el otro soldado le dijo: "Conozco a estos protestantes. Si se tratara de un pastor no hubiera mentido para salvar su vida. Déjalo ir." El otro soldado permitió que el pastor continuara su camino, pero éste a poca distancia sintió que su conciencia le acusaba de no haber sido veraz y, aun a sabiendas de que sólo le esperaba la tortura y la muerte, dio vuelta atrás, confesó arrepentido su mentira a los soldados y se entregó.
Eso es amor a la verdad y ese amor merece llegar hasta la muerte como sucedió con Jesús o con Esteban. En comparación, la forma tan estúpida y tan corriente en que ocultamos la verdad en la familia, en el trabajo, en los estudios, etc., sólo para beneficio personal (esa media hora del bocadillo que se convierte en hora y media, esa enfermedad de la abuela que excusa que no tengamos estudiada la Historia cuando en realidad nuestra abuela murió hace un quinquenio, ese "he estado estudiando" cuando en realidad nos dedicábamos a las dulces tareas del futbolín, etc.) es algo doloroso. Hemos sustituido algo hermoso, gallardo, valiente y responsable como la verdad por cuentos chinos que sólo nos convierten en seres más y más cobardes y más y más poco dispuestos a responder de sus actos.
El amor a la verdad nos libera de toda esa carga de egoísmo. De deseo de utilizar a otros, de irresponsabilidad, de holgazanería que hay en nosotros.
b) LA VERDAD ESTA POR ENCIMA DE LAS TRADICIONES
La tradición es uno de los corsés más peligrosos que pueden asfixiar a la verdad y debemos estar especialmente atentos para no caer bajo su influjo. Por tradición se ha considerado a la mujer como un ser inferior (y aún se la sigue considerando en muchas naciones); por tradición se piensa que lo mejor que uno puede hacer en esta vida es ganar dinero y eso aun a costa de malganarlo: por tradición se enseña que en esta vida más vale tener fama de malo que de bueno, porque bueno es igual a tonto. Y así podríamos multiplicar los ejemplos hasta la saciedad.
La tradición ha sido históricamente un habitual campo de batalla para el pueblo de Dios. Isaías, en fecha tan temprana como el s.VIII a.C., clamaba contra aquellos que habían estrangulado la Palabra de Dios con tradiciones religiosas (Isaías 29:13). El profeta no negaba su sinceridad ni siquiera que honraban a Dios pero su mensaje era que aquello era vano porque, en realidad, habían antepuesto las tradiciones de los hombres a los mandatos auténticos de Dios. Isaías murió aserrado por el monarca de Judá.
Jesús fue otra clara manifestación de este amor a la verdad. Jamás negó que los fariseos tuvieran un profundo espíritu religioso. Incluso reconoció que tenían un profundo conocimiento de la Biblia y que hacían obras piadosas por encima de lo normal. No obstante, de nuevo todo quedaba invalidado por su apego a la tradición. Puestos a elegir entre la verdad y la tradición, escribas y fariseos se adherían a la última. No había en su actitud interés personal y muchos se automortificaban más y más en la convicción de que si un solo día todo Israel cumplía con la Ley de Dios, Éste enviaría su liberación, pero, a fin de cuentas, su amor a la verdad no llegaba tan lejos como para romper con la tradición de décadas (Mateo 15:1 ss.) No es extraño que su amor a la tradición al final les llevara a consentir la muerte del propio Jesús.
El cristianismo primitivo tuvo que enfrentarse con este mismo problema. Pedro, tremendamente ligado a la tradición de superioridad del judaísmo, siguió durante bastante tiempo creyendo que su llamado estaba en el judaísmo, en el interior del mismo. Sólo la experiencia de Cornelio le convenció de la imposibilidad de evolucionar desde dentro del sistema. Pablo combatió la esclavitud de las tradiciones (Gálatas 2:8) insistiendo en que sólo Cristo era la cabeza y que cualquiera que pretendiera negar esto enseñaba sólo tradiciones humanas. Jamás cuestionó su amor por el pueblo judío, pero ni un momento dudó de que el amor a la verdad colisionaba con sus tradiciones (Romanos 10:1-4). Tanto Pablo como Pedro demostraron con su martirio su amor por la verdad.
A lo largo de la historia este amor a la verdad que superaba cualquier apego a tradiciones incluso de siglos ha tenido multitud de exponentes. En el siglo XVI Los Anabaptistas, en su deseo de obedecer radicalmente a la Palabra de Dios, se negaron a cumplir un servicio militar en que se entrenaba para matar. Aquello implicaba un choque frontal con la tradición del cristianismo medieval, que a través de disposiciones papales, conciliares y episcopales, habían enseñado el mérito de la guerra para la salvación del alma. Vg: Concilio de Clermont, de 1095, bajo el Papa Urbano II apoyo de Gregorio VII a Roberto Guiscardo contra Bizancio, etc. El peso de la tradición era tan considerable que sirve para explicar la guerra de religión que por dos siglos ensangrentó Europa. Era una tradición religiosa y, por tanto, algo justificado. Los Anabautistas prefirieron la verdad a la tradición. Ninguno tomó las armas en aquellos siglos mientras que, por ejemplo, más de la cuarta parte de la población del Imperio alemán pereció en la Guerra de Los Treinta Años. El costo de este amor a la verdad fue muy elevado. En al algunos grupos anabaptistas hasta el ochenta por ciento de sus miembros recibió muerte violenta en persecución religiosa, pero eso no les llevó a retomar viejas tradiciones eclesiales.
De nuevo tenemos que confesar que ésta no es nuestra actitud por regla general. Nos hemos disfrazado en muchas ocasiones (y hasta nos lo creemos) con la idea del respeto a los valores de nuestros mayores para no seguir avanzando en la verdad. Eso no pasa de ser un autoengaño porque no existen valores cuando no son verdaderos, y nada que no es verdad es verdadero.
Si yo estuviera enfermo de cáncer y me empeñara en intentar tratarlo con emplastos y cataplasmas no estaría respetando las tradiciones de mis antepasados sino que lo único que estaría es poniendo en peligro mi vida por preferir lo que se ha transmitido a la verdad que podía sanarme. Y es que las cosas son verdad o no, pero nuestras opiniones al respecto no pueden cambiarlas.
La verdad es algo dinámico, viva, real no es un fósil que nos obliga a encadenarnos al pasado sin permitirnos leer el presente y mirar hacia el futuro.
c) LA VERDAD ESTA POR ENCIMA DE LOS SENTIMIENTOS
Mi experiencia personal es que los sentimientos son el elemento más vulnerable de nuestra naturaleza. Satanás sólo tuvo que tocar los sentimientos de Eva (Génesis 3:1-5) para hacerla despreciar la verdad.
Los sentimientos de que quizá Dios se tenía algo guardado, de que podría llegar a más, de que... fue lo que doblegó a Eva. Pero también fueron esos sentimientos los que hicieron que Eva intentara arrastrar a Adán. Era lógico que en su amor por él quisiera que participara con ella de la fruta que aparentemente iba a reportarles tan buenos servicios. Y. sin duda, Adán no pudo resistirse a Eva por sentimientos. Podía haber amado más a la verdad. Podía haber gritado a los cuatro vientos que Eva había caído en la mentira y que no sólo no se iba a beneficiar en nada sino que incluso se había perdido... podía, pero no lo hizo.
El amor hacia Eva, la confianza en alguien con quien había compartido tiempos deliciosos, el recuerdo de viejas y adorables experiencias pudieron más que su deseo de obrar conforme a la verdad que conocía. Con aquel acto Adán no mejoró a Eva y nos perdió a todos (Romanos 5:12 ss), Si sólo hubiera amado más a la verdad, si solo hubiera reflexionado más en la obediencia que debía a la enseñanza del Señor... pero sólo unos instantes después ya era demasiado tarde.
Y de nuevo, ¡cómo nos engañamos en estas situaciones! Decimos que no queríamos poner tropiezos a otros en que aceptaran a Cristo, y que por eso no hablamos de ciertas cosas cuando en realidad la verdad es que temimos que no aceptaran ciertas exigencias de Cristo y nosotros se las limamos; sabemos que nuestra sinceridad no será bien recibida y caemos en la adulación o en el silencio para evitar tocar zonas que afectan a los sentimientos (los suyos y los nuestros): nos enamoramos de una persona no-creyente y en lugar de obedecer al Señor insistimos en que seguramente se convertirá y cambiará su vida justo antes de la boda, etc.
Todos estos comportamientos de posponer la verdad a nuestros sentimientos tienen funestas consecuencias. Jesús tuvo que pronunciar palabras duras cuando los saduceos negaban la resurrección (Marcos 12: 18-27) sin plantearse si aquello heriría los sentimientos de aquellos clérigos apartándolos del Evangelio; fue claro y contundente en su opinión sobre los fariseos (Mateo 23) aunque aquello le había hecho perder las posibilidades de que pudieran colaborar con Él, etc. Un mal entendido amor, una errónea piedad hubieran llevado a los fariseos y saduceos a pensar que en el fondo su definición teológica era poco menos que indiferente a los ojos de Jesús, pero Cristo nunca les dio pie para pensar así, sino que expuso dónde se hallaban exactamente y qué debían hacer.
El erudito británico C. S. Lewis, en su magistral obra "El gran divorcio" ha expuesto acertadamente cómo los sentimientos no pueden prevalecer sobre la verdad y los efectos negativos que se derivan de ello. Al hablar de la verdadera piedad (podríamos decir amor) distingue entre la verdadera o activa y la falsa o pasiva: "Esta última, es la piedad que experimentamos simplemente, el dolor que conduce a los hombres a ceder DONDE NO DEBERÍAN y a adular cuando DEBERÍAN DECIR LA VERDAD. Esta piedad ha perturbado a más de una mujer y le ha hecho perder su virginidad, ha perturbado a más de un hombre de Estado y le ha convertido en una persona deshonesta" (Le gran divorce, pág. 126).
Si yo tuviera un amigo alcohólico debería expresarle mi preocupación de que sus excesos le lleven a una cirrosis mortal. Puede que no me haga caso e incluso que me considere entrometido, impertinente, falto de respeto por la intimidad privada y que me eche en cara el haber olvidado los buenos momentos que pasamos en alguna juerga pasada, pero mi amor a la verdad debe estar por encima de estos sentimientos.
A lo largo de mi vida he comprobado desgraciadamente multitud de ocasiones en que una persona se ha echado a perder por pura cuestión de sentimientos. He visto a la madre que, por sentimientos, no reprendió a su hijo que le sustrajo dinero por miedo a dañarle. He visto luego a ese hijo en prisión por delitos mayores. He visto a estudiantes con los que no se fue firme a la hora de exigirles un rendimiento. He visto luego a esos mismos muchachos convertidos en perfectos y redomados haraganes. He visto a personas que no han tenido el valor de romper una relación de pareja cuando deberían hacerlo. He visto después el desgraciado matrimonio en que ha terminado la conducta anterior. He visto personas a las que su comunidad no disciplinó en su momento para evitar ser "incomprendidos" y he visto a esas personas apartarse más y más del Señor después, carentes de una idea clara de qué estaba bien o mal. He visto a personas a las que su iglesia no quiso marcar pautas doctrinales por miedo a resultar inquisidores del siglo XX. He visto después a esas mismas personas, afirmando que el Nuevo Testamento es sólo una colección de mitos que deben interpretarse según la escuela de Tubinga.
Esta actitud tan de nuestro tiempo no es la que aparece en el Nuevo Testamento. Jesús insistió en la obligatoriedad de aclarar cualquier problema entre hermanos (Mateo 18:15-18) y jamás se reprimió a la hora de expresar la verdad. Pablo se encontró a lo largo de su obra apostólica con falsas doctrinas enseñadas en las iglesias. En ocasiones se enseñaba que no había resurrección (I Corintios 15), en otras que la salvación era por obras (Gálatas 2 y 3), en otras que Jesús no era el único mediador entre Dios y Los hombres (I Timoteo 2:5), en otras que se podía rendir culto a los ángeles y que se debían guardar ciertos días como festividades religiosas (Colosenses 2:16-18), en otras que ciertos alimentos no debían comerse y que el celibato era obligatorio (I Timoteo 4 1-3), etc. En ocasiones Pablo debía enfrentarse con incorrecciones éticas como permisividad en materia sexual (I Corintios 5), holgazanería (2 Tesalonicenses 3:6-12), etc. El apóstol siempre corrigió estas conductas.
Su amor a la verdad estaba por encima de sentimientos, porque Pablo era consciente de que los sentimientos auténticos nunca van contra la verdad sino que la apoyan por dolorosa que sea la opción (I Corintios 13:6).
d) LA VERDAD ESTA POR ENCIMA DE LAS UNIONES
Vivimos en un siglo que se caracteriza por un proceso de unión a todos los niveles. Las organizaciones internacionales, sean del matiz que sean, no son más que un invento de nuestra época, y esto es algo que se ha reflejado también en la esfera espiritual. Quizá el ejemplo más extremo sea el de la Iglesia de Unificación del Reverendo Sun-Myung-Moon, que tiene la pretensión de unir todos los credos religiosos, especialmente los cristianos, pero no se puede decir que esta inclinación sea exclusiva de él. Un amigo mío que es pastor anglicano me comentó hace un año que ahora lo "chic" es buscar también la unión con los mahometanos.
Me consta que lo que escribo a continuación no va a resultar muy popular, pero mi amor a la verdad está por encima de mis sentimientos y de mis intereses personales.
No creo en las uniones artificiales en las que no existen elementos de unión, o estos son inferiores a los de separación. Personalmente no tango nada contra los adventistas. Me parece admirable que sean vegetarianos, comparto con ellos su respeto por la Biblia, encuentro admirable su gusto por la oración y la vida austera, pero eso no hará que me sienta unido con un adventista. Nunca podré compartir su creencia en que hay alimentos puros e impuros, en que la salvación es por obras o en que las almas duermen tras la muerte.
Los Testigos de Jehová tienen cosas buenas. Poseen un celo evangelizador superior al de la mayoría de los grupos cristianos, se niegan a realizar el servicio militar aunque para ello tengan que padecer prisión, proclaman que Jesús es el único mediador entre Dios y los hombres e intentan llevar una vida estrictamente moral. Pero jamás me podría sentir unido a ellos. No comparto su alucinante creencia en el Fin del Mundo inminente, ni la de que Cristo sea un ser creado, ni la de que las transfusiones de sangre están prohibidas en la Biblia.
A ambos grupos (y podría añadir muchos más) los respeto y a sus miembros les amo, pero no puedo ir más allá. Jesús compartía el interés por la Biblia de los fariseos, así como su creencia en la resurrección y en la venida de un Mesías; estaba de acuerdo con los saduceos en la existencia del Templo y en la práctica de los sacrificios, pero jamás se unió a unos ni a otros, ni consideró que su enseñanza era tan correcta y verdadera como la de cualquiera de ellos.
La verdad es algo absoluto. Mañana, por más que todos decidamos abolir la ley de la gravedad, las cosas no dejarán de ser atraídas por la fuerza de la gravitación, y si las Naciones Unidas votaran que Dios no existe esto no disminuiría un ápice su realidad.
¿Quiere esto decir que la verdad es enemiga de la unidad?. No, quiere decir simplemente que sólo hay unión en la verdad. Fijémonos en el pasaje (tantas veces manipulado) de Juan 17. Cuando Jesús ruega la unión de los que lleguen a creer, deja bien claro que esta unión no es cualquier unión, sino aquella de los santificados en la verdad (Juan 17:17) y a la pregunta de cuál es la verdad Jesús contesta que la Palabra de Dios (Juan 17:17).
Esa unión sólo es posible para los que se santifican en la verdad (Juan 17:19). Para Jesús el bien supremo no es la unión a toda costa sino el amor a la verdad, y por ello no es extraño que la palabra "verdad" aparezca más veces en el lenguaje del apóstol Juan (haga una estadística de su primera epístola y saque consecuencias) que el amor incluso. Este se puede falsificar, aquella no.
Yo podría unirme teóricamente con cualquier clase de cristiano. Siempre encontraría puntos de unión con él, incluso aunque me hallara con uno claramente herético e inmoral siempre hallaría puntos de contacto. No es extraño. También tengo puntos de contacto con el marxismo, o el existencialismo o el darwinismo. Tengo puntos de contacto con la ideología del PNV y con la de AP, y no votaré a ninguno de los dos.
Y el que esto sea impopular o desgarrador no quita un ápice a que la única unión por la que Jesús rogó al Padre no fue la del sentimiento o la del término "cristiano" sino la de los santificados en la verdad de Su Palabra (Juan 17:17), y es que en la Biblia la unión no es un bien en sí (más bien muchas veces es lo contrario, vg: I Corintios 5:9-13 10:21 etc.) pero si lo es, SIEMPRE, la verdad. Para dar testimonio de ella vino Jesús al mundo (Juan 18:37).
Hay sólo dos reflexiones que deseo hacer antes de concluir. Jesús murió por la verdad. Por ella se encarnó, nació, vivió y padeció. Su verdad no era agradable. Mostraba que todos estamos perdidos a menos que le aceptemos (Hechos 4:11-12; Juan 3:36) y aquello no cayó muy bien a sus contemporáneos, que preferían anteponer sus intereses personales, sus tradiciones, sus sentimientos y/o sus vínculos de unión. A1 final lo ejecutaron. Yo, en conciencia, no puedo pasar por alto, por ninguna de esas razones, aquello por lo que el propio Hijo de Dios entregó su vida.
En segundo lugar, la verdad libera (Juan 8:32). No lo hacen las tradiciones ni los intereses personales y rara vez las uniones y los sentimientos. Yo opto por la libertad que procede del Hijo de Dios. No es fácil ni grato en multitud de ocasiones, pero sé que es del Señor.
Recientemente ofrecieron a un amigo mío, en el transcurso de una cena, la presidencia de cierto grupo dedicado a la evangelización a nivel de toda una nación europea. E1 grupo pertenecía a su misma filiación religiosa, pagaba muy generosamente y no parecía que le fuera a abrumar con trabajo. Además, tenía la "ventaja" de que no "hacía ideología" y podía encajar casi con cualquier sector del cristianismo. Apenas necesitó unos minutos para rechazar la oferta y lo hizo sólo por amor a la verdad. Esa noche echó por la borda sus intereses personales que se hubieran visto favorecidos con un jugoso salario, su tradición eclesial que encajaba con aquello, sus sentimientos personales que le llamaban a complacer al hombre que le hacía la oferta y sus posibilidades de unión.
Para unos, mi amigo obró mal porque pasó por alto el amor que tenía a aquel hermano y se olvidó de las buenas experiencias que habían tenido juntos en otro grupo de evangelización; para otros, actuó estúpidamente al perder una ocasión así de ganar dinero cómodamente; para otros, debió aceptar para, una vez dentro, hacer que el nuevo espíritu se fuera contagiando hasta la cúspide; para otros, desperdició las posibilidades de comunión futuras; para otros, obró sectariamente en lugar de fomentar el aglutinamiento con otros grupos cristianos.
Yo creo que amó la verdad más que todo aquello y que prefirió a la buena opinión de los hombres la aprobación del Señor y ésta seguro que no le faltó (2 Tesalonicenses 2:13-14).
Algunos textos sobre la verdad en el Nuevo Testamento:
Juan 1:14-17; 4:23-24; 8:32; 8:45-46; 14:6; 17:17-19; 18:37; Romanos 1:18-25; I Corintios 5:8, 13:6; Gálatas 2:5, 2:14; Efesios 4:21-25, 5:9, 6:14; 2 Tesalonicenses 2:10-13; I Timoteo 6:3-5; 2 Timoteo 4:1-4; Santiago 3:14, 5:19; I Juan 2:21, 3:18-19.
CESAR VIDAL... REVISTA MOSTAZA...SEPTIEMBRE/OCTUBRE 1985.