Me sorprende constatar cómo el pueblo evangélico se halla en manos de líderes que están por diseñar una estrategia educativa, en cuanto al enfoque teológico que según ellos habría que darle a la hermenéutica, cuando están hablando del Nuevo Orden Mundial, sin apercibirse de la realidad de los tiempos de los cuáles están disertando. ¿No ven estos líderes (pues han perdido la visión de lo alto) que no queda tiempo para seguir diseñando estrategias de mercado?. No estamos aquí la Iglesia de Cristo para vender un mensaje, haciéndolo asequible a las demandas del mundo, sino para hacer la voluntad del Padre. Porque este mundo ya solo tiene dos opciones: o endurece su corazón y se pierde de inmediato, o reconoce su condición y acepta a Jesús como Salvador Único. El problema es que las nuevas generaciones no están oyendo de Jesucristo como oíamos aquellos que superamos la cuarentena de años. Estas nuevas generaciones no conocen al Cristo Mesías, sino al Cristo politico-religioso pintado por el mundo secular y por los secularizados religiosos, y por ello tienen una única demanda: que les dejen destruirse a su modo, y de la única manera que les parece más placentera, es decir: disfrutando de su carne sin distinguir el pecado, porque han perdido la esperanza, y nadie les está hablando con la autoridad de lo alto necesaria para que renazcan las esperanzas en los corazones. El mundo se suicida léntamente, dejando que el pecado le mate, abandonándose a la desesperación sembrada por el enemigo de las almas, mientras la Iglesia sigue sin entendimiento. ¿No se dan cuenta los líderes evangélicos que ahora es tiempo de recibir la lluvia tardía que nos ha de dar el poder del que habla el libro de los Hechos de los apóstoles para testificar a un mundo perdido que se halla próximo a su fin?. Es tiempo de predicar el arrepentimiento a las naciones, y de exaltar a Jesucristo como el Gran Rey que está a las puertas, porque se avecina la gran cosecha final de almas, y no necesitamos más exégesis humanista en las iglesias, sino discernir los tiempos por medio del Todopoderoso Espíritu Santo.
La teología no salva, ni la ha hecho Dios, sino que es humana. Y lo peor de la teología es que nace de la locura humana de pretender “pintar” a Dios, cuando es Él quien nos “pintó” a nosotros, sus criaturas. Por tanto, no es la teología la que va a decidir el desenlace final del drama humano, sino el Espíritu de Dios. Señores teólogos, vayan entendiendo que son una especie en extinción, porque antes de que ustedes alcancen a diseñar su estrategia, habrá venido Jesucristo a llevarse Su Iglesia. Miren que no se hallen ustedes “pensando”, mientras sucede el rapto de aquellos que están trabajando en las calles sembrando la Palabra, junto con el fruto de la siembra.
No me refiero a que no haya que enseñar, y enseñar de forma ortodoxa la bendita Palabra de Dios, sino que es tiempo de entender el verdadero mensaje del evangelio. Y no hay tiempo que perder en “diseños”, o en “estrategias”, sino que hemos de aprovechar bien el tiempo, predicando a tiempo y fuera de tiempo, sabiendo que el evangelio no consiste en palabras, sino en poder. Y por ese poder se convierten las almas. El problema es que aquellos que tienen muchas letras tienen poco poder; y, a veces, los que tienen mucho poder tienen pocas letras. Pero hermanos, es tiempo de que los valientes entiendan, se preparen y luchen en la batalla final.
SOBRE EL CONOCIMIENTO DE LA VERDAD
Los grandes pensadores que han existido a lo largo de la Historia Universal, nos han enseñado que el mayor problema con que se encuentran los hombres, para conocer la verdadera verdad, se centra en que existe una barrera casi infranqueable entre ambos. Esta barrera, solo les permite ver sombras de la realidad, o reflejos de la misma. Pablo decía que veíamos “como por espejo”. Esta barrera son las premisas aceptadas, o juicios previos que no se han razonado. Estas son las creencias que hemos adoptado sin haber examinado si son ciertas o verdaderas. Y, en muchos casos, los admitimos por tradición, o porque alguien con cierta reputación de sabiduría lo dijo. Pero también sabemos que una mentira, repetida el suficiente número de veces, termina por ser aceptada como la verdad, porque el hombre común no se preocupa por ver más allá de donde le alcanza la vista, siendo ciego.
Y ya que estamos avisados de esta realidad confusa, de guerra entre la verdad y la mentira, podemos entender que Dios haya dicho: “Mi pueblo perece por falta de conocimiento”. Pero hemos de diferenciar entre el conocimiento verdadero, o sabiduría, y aquél que es diferente del conocimiento que se refiere solo a poseer mucha información, lo cuál es debido a la buena memoria, o a la mucha curiosidad. Por mucho conocimiento que el hombre tenga puede padecer de falta de conocimiento, porque el mucho conocimiento que tenga puede ser falso.
Dios se queja de continuo de que su pueblo siga mandamientos humanos, y no le crean a Él. Pablo lo expresó así, refiriéndose a sus contemporáneos religiosos, porque en aquellos días aún no habían católicos, ni evangélicos, ni pentecostales:
“Porque hay muchos rebeldes, habladores vanos y engañadores, especialmente los de la circuncisión, a quienes es preciso tapar la boca, porque están trastornando familias enteras, enseñando, por ganancias deshonestas, cosas que no deben. Uno de ellos, su propio profeta, dijo: Los cretenses son siempre mentirosos, malas bestias, glotones ociosos. Este testimonio es verdadero. Por eso, repréndelos severamente para que sean sanos en la fe, no prestando atención a mitos judaicos y a mandamientos de hombres que se apartan de la verdad. Todas las cosas son puras para los puros, mas para los corrompidos e incrédulos nada es puro, sino que tanto su mente como su conciencia están corrompidas. Profesan conocer a Dios, pero con sus hechos lo niegan, siendo abominables y desobedientes e inútiles para cualquier obra buena. Pero en cuanto a ti, enseña lo que está de acuerdo con la sana doctrina.” (Tito 1:10-1:16 y 2:1)
En cuanto a nosotros, los que hemos recibido la correcta visión de las Escrituras, enseñaremos la sana doctrina, sí, y solo sí, enseñamos todo lo que vemos en la Palabra, solo lo que vemos en la Palabra, y como lo vemos en la Palabra (LA VERDAD, TODA LA VERDAD, Y NADA MÁS QUE LA VERDAD). El Espíritu de Dios ha escogido, en este tiempo, a un pueblo de en medio de su pueblo, a aquellos que tienen oídos para oír lo que el Espíritu dice a la Iglesia, y lo está despojando y limpiando de toda la religiosidad católica heredada, la evangélica y la pentecostal; porque todos los mandamientos de los hombres que así se llaman son abominación para Dios, como hemos visto en el pasaje anterior de la carta del apóstol Pablo a su discípulo Tito, el cuál era pastor en la iglesia que estaba en Creta. Y tan abominable es el mandamiento humano que anula el Divino, ya sea cuando lo dicta un católico, como cuando lo dicta un evangélico; tanto si es pentecostal, como si no lo es.
LOS MANDAMIENTOS DE HOMBRES
“Jesús estaba enseñando en una de las sinagogas un día de reposo, y había allí una mujer que durante dieciocho años había tenido una enfermedad causada por un espíritu; estaba encorvada, y de ninguna manera se podía enderezar. Cuando Jesús la vio, la llamó y le dijo: Mujer, has quedado libre de tu enfermedad. Y puso las manos sobre ella, y al instante se enderezó y glorificaba a Dios. Pero el oficial de la sinagoga, indignado porque Jesús había sanado en día de reposo, reaccionó diciendo a la multitud: Hay seis días en los cuales se debe trabajar; venid, pues, en esos días y sed sanados, y no en día de reposo. Entonces el Señor le respondió, y dijo: Hipócritas, ¿no desata cada uno de vosotros su buey o su asno del pesebre en día de reposo y lo lleva a beber? Y ésta, que es hija de Abraham, a la que Satanás ha tenido atada durante dieciocho largos años, ¿no debía ser libertada de esta ligadura en día de reposo? Y al decir Él esto, todos sus adversarios se avergonzaban, pero toda la multitud se regocijaba por todas las cosas gloriosas hechas por Él.” (Lucas 13:10-17)
Los mandamientos impuestos por hombres religiosos mantienen atados al pecado a los creyentes, a los hijos de la fe de Abraham que ignorantemente les siguen, a los cuáles llamamos “cristianos”; y no son hijos legítimos porque siguen atados por hombres religiosos, habiendo recibido la libertad completa ganada por Cristo Jesús; pero que en nada o en poco les aprovecha, porque siguen arrastrando la carga del pecado. Ni entran, ni dejan entrar a otros en el reino de Dios. Frustran a muchos que se acercan a Dios y son guías ciegos de los que están ciegos, haciéndoles tropezar con ellos, y juntos caer en el hoyo, como explicó el Maestro. Si tomásemos algunos ejemplos prácticos, nos daríamos cuenta de la diferencia que hay entre lo que Dios dice y lo que los hombres dicen:
1 Sobre la diferenciación, tan a menudo defendida desde puntos de vista teológicos, entre el bautismo “con”, y el bautismo “en” el Espíritu Santo, podemos comprobar que solo existe como bautismo perteneciente al Espíritu Santo, y que la Biblia no habla para nada de tales diferencias, sino que ambas cosas son traducidas de la preposición griega “en” (transliterada, e igual en nuestra lengua). Y esta preposición solo significa que somos sumergidos dentro de Dios, o del Espíritu de Dios, de tal modo que no solo existe en nuestro interior como llama sutil, sino que nos rodea. Y de esto podemos decir que todo hombre es bautizado por el Espíritu Santo según complace a Dios, pero generalmente por imposición de manos, o por soplo de aliento. En Hch. 10:44-48 vemos que no hubo ni lo uno, ni lo otro, sino tan solo por recibir la palabra de Pedro.
2 La oración en el espíritu, en ninguna parte dice que sea solo en lenguas, sino que lo dice la tradición pentecostal. Lo que así se llama, solo debe entenderse como el resultado de una comunión íntima con el Espíritu Santo, el cuál saca lo que hay en el corazón del hombre, y lo eleva hacia Dios Padre. La idea que el original confiere, nuevamente es la de estar rodeado de la presencia de Dios cuando se ora, y eso se consigue dejando la carnalidad; es decir: poniendo la mente en las cosas del espíritu. El que recibe las lenguas, puede orar en el espíritu en lenguas; pero los que tienen el Espíritu Santo, aunque no hayan recibido las lenguas, pueden orar en el espíritu. Nadie puede demostrar lo contrario con la Biblia en la mano, ni por revelación, ni por experiencia; pero sí que puede frustrar gravemente a muchos creyentes con otros dones, los cuáles no ejercerán porque son menospreciados al ser puestos por los hombres como creyentes menos espirituales, o de segundo orden, aunque en la práctica veamos que sea todo lo contrario.
3 En cuanto a las lenguas, en ninguna parte de la Biblia alguien podrá mostrar que diga “orar en lenguas”, sino que dice: “hablar”. El original menciona un solo verbo, designado como “hablar”. Aunque orar es hablar. Y, así mismo, en ninguna parte es diferente el “hablar en lenguas” del “don de lenguas”, sino que siempre se trata del don de lenguas, que en algunos es manifestado más abundantemente que en otros. Pablo decía: “doy gracias a Dios de que hablo en lenguas más que todos vosotros”. 1ª de Cor. 12:23 llama al hablar en lenguas, en general, “don de lenguas”. Es como el don profético: muchos hemos profetizado algunas veces, sin que por ello se nos caracterice como profetas. Y, ¿profetizan solo los que tienen el oficio de profetas?. No. 1ª Cor. 12:30 dice que no todos hablan en lenguas, refiriéndose a los que en verdad son bautizados y tienen los dones del Espíritu, explicando que a cada cuál le es dada en manera diferente la operación del Espíritu Santo, dejando constancia de que ellos también son bautizados.
Podríamos entrar en otros órdenes, pero solo vamos a tocar estos ejemplos, como creyentes que venimos de un trasfondo “pentecostal”. Porque entrar a juzgar las cosas de los hombres, es más problemático todavía que juzgar las cosas espirituales. Pero lo que deseo subrayar es que como pentecostales hemos de arrepentirnos de la falta de unidad que hemos practicado, mientras la criticábamos en los no pentecostales. La Iglesia de Dios es una, y por culpa de no practicarla adecuadamente muchos protestantes están entrando en el ecumenismo, que no es otra cosa que la estrategia de las tinieblas para globalizar también el “comercio religioso”. Globalización de la economía, globalización de la política, y globalización de la religión: he aquí los tres comercios del misterio de la iniquidad y del “hombre de pecado” de los cuáles hablan las Escrituras.
RESTAURACIÓN, SANIDAD Y LIBERACIÓN
Jesucristo es la Verdad; el Espíritu Santo es el Espíritu de Verdad; la Palabra de Dios es la Palabra de Verdad. Jesucristo dijo: “conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.”
Cuando el Espíritu de Verdad viene a nuestras vidas, nuestra condición caída es restaurada en una nueva criatura; entonces somos preparados para recibir la sanidad de nuestro cuerpo y la liberación de nuestra alma. Pero los mandamientos de los hombres religiosos, con sus rudimentos o prácticas religiosas, y sus esfuerzos y penitencias, o sacrificios carnales, esclavizan a muchos, atándoles al pecado, negando la gracia y la cruz de Cristo. Por medio de esa gracia ganada por Jesucristo, ya no es necesario hacer un fundamento del arrepentimiento de las obras muertas de la carne en cuanto a nuestra fe hacia Dios. Por el contrario, veamos cómo Pablo nos dice que aquellas cosas que son tenidas como de buena reputación entre los religiosos, en realidad no lo son, sino que no pueden ayudarnos eficazmente contra los apetitos de la carne que nos llevan al pecado. Por lo que el falso fundamento de la propia justicia o dignidad religiosa, nacido de la insinceridad del que continuamente se lamenta de su condición pecadora, solo le lleva al círculo vicioso del arrepentirse para volver a pecar, para volver a arrepentirse, para volver a pecar. A esto han llevado por años a las ovejas y corderos de Dios, que tenían fe, los falsos maestros católicos y evangélicos y, cómo no, las sectas.
“Mirad que nadie os haga cautivos por medio de su filosofía y vanas sutilezas, según la tradición de los hombres, conforme a los principios elementales del mundo y no según Cristo. Porque toda la plenitud de la Deidad reside corporalmente en Él, y habéis sido hechos completos en Él, que es la cabeza sobre todo poder y autoridad; en Él también fuisteis circuncidados con una circuncisión no hecha por manos, al quitar el cuerpo de la carne mediante la circuncisión de Cristo; habiendo sido sepultados con Él en el bautismo, en el cual también habéis resucitado con El por la fe en la acción del poder de Dios, que le resucitó de entre los muertos. Y cuando estabais muertos en vuestros delitos y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con Él, habiéndonos perdonado todos los delitos, habiendo cancelado el documento de deuda que consistía en decretos contra nosotros y que nos era adverso, y lo ha quitado de en medio, clavándolo en la cruz. Y habiendo despojado a los poderes y autoridades, hizo de ellos un espectáculo público, triunfando sobre ellos por medio de Él. Por tanto, que nadie se constituya en vuestro juez con respecto a comida o bebida, o en cuanto a día de fiesta, o luna nueva, o día de reposo; cosas que sólo son sombra de lo que ha de venir, pero el cuerpo pertenece a Cristo. Nadie os defraude de vuestro premio deleitándose en la humillación de sí mismo y en la adoración de los ángeles, basándose en las visiones que ha visto, hinchado sin causa por su mente carnal, pero no asiéndose a la Cabeza, de la cual todo el cuerpo, nutrido y unido por las coyunturas y ligamentos, crece con un crecimiento que es de Dios. Si habéis muerto con Cristo a los principios elementales del mundo, ¿por qué, como si aún vivierais en el mundo, os sometéis a preceptos tales como: no manipules, ni gustes, ni toques (todos los cuales se refieren a cosas destinadas a perecer con el uso), según los preceptos y enseñanzas de los hombres? Tales cosas tienen a la verdad, la apariencia de sabiduría en una religión humana, en la humillación de sí mismo y en el trato severo del cuerpo, pero carecen de valor alguno contra los apetitos de la carne.” (Col. 2:8-23)
El arrepentimiento de las obras muertas de la carne no constituye un sacrificio o esfuerzo agradable a Dios. Ningún sacrificio humano puede agradarle, pues solo el sacrificio vicario de Cristo satisfizo plenamente las demandas de Dios contra los hombres. Por ello, nada hay que el hombre pueda hacer para que Dios le ame más; y nada de lo que haga puede hacer que le ame menos. Porque el sacrificio de Jesucristo fue completo: universal y eterno, y por medio del mismo somos totalmente aceptos en el Amado ante Dios. Nada hay en nosotros por lo que Él nos pueda rechazar, salvo que neguemos esa gracia salvadora en Cristo Jesús.
Por esta causa, al traer a la memoria los antiguos pecados que ya fueron perdonados al convertirnos, los estamos haciendo revivir. Esto significa que aún estamos atados al pecado por causa de una mala enseñanza que ha cambiado el fundamento de nuestra salvación, el cuál está puesto en el Cristo crucificado y resucitado, por el falso fundamento de tradiciones y rudimentos de los hombres. Y con ello se nos arrastra a perder nuestro galardón, el cuál no es otro que el premio por haber creído a Dios, el cuál consiste en la gracia de poder acercarnos confiadamente a Dios, sin temor alguno, recibiendo de forma inmediata los beneficios de restauración, sanidad y liberación ganados por Cristo para nosotros. No debemos esperar a ser aprobados por los religiosos, o por aquellos que tengan reputación o graduación religiosa alguna; ni siquiera hemos de juzgarnos nosotros mismos, según dice Pablo, a la hora de apropiarnos de los beneficios de la gracia que ganó Cristo. Ya sabemos que no somos dignos de Dios, pero si para Él somos totalmente dignos por medio del que nos amó hasta sufrir muerte de cruz, ¿quienes somos nosotros para desechar la gracia, haciendo inmunda la sangre del pacto, no juzgándonos dignos de tomar el poder espiritual que por fe nos corresponde, y no por obras?. No hay manera de predicar el evangelio en el poder del Espíritu Santo, si no es apropiándose por gracia de todas las riquezas ganadas por Cristo. Pero los religiosos andan siempre echando pesadas cargas sobre los demás para ganar méritos (las cuáles ellos no tocan ni con un dedo), enseñándoles también a los demás que deben ganarse el cielo con esfuerzos (léase autoaflicciones, penitencias, aprobaciones humanas y otros). No necesitamos más aprobación que la sangre de Cristo derramada para apropiarnos de la gracia, perdón, y poder espiritual como tenía la iglesia primitiva para sanar enfermos y otras señales y prodigios que confirmen la palabra predicada, para que los hombres se conviertan de las tinieblas y de Satanás a Jesucristo el Hijo de Dios. Pero, claro, la iglesia de nuestros días empezó a recibir poder, y luego contristó al Espíritu de Dios porque muchos se empezaron a cuestionar de dónde venía ese poder; y otros porque el poder les servía como ganancia o exhibicionismo, en lugar de salir a predicar la Palabra y que ese poder se diese de gracia, tal como de gracia se recibió. Ganancia de dinero robado a Dios y a los hombres, o ganancia de reputación y gloria robada a Dios; mas el Maestro enseñó que todo lo que nos fuese pérdida Él lo convertiría en ganancia, y que toda ganancia nos supondría pérdida, pues Él no comparte Su gloria con nadie. Esta es la piedra de tropiezo. El hombre religioso que no gana méritos, aún el honrado que jamás se atreva a tocar el dinero que no le pertenezca, no entiende que jamás será merecedor de la gracia, y que si espera merecerla para tocarla se quedará a las puertas del Reino, y no entrará. Por ello no tocará el dinero, ni tocará las cosas santas que son suyas, pero sí buscará satisfacer sus carencias personales en su trabajo para Dios, oficio religioso, o esfuerzos meritorios ante los ojos de los demás, por lo que tocará la gloria de la gracia que solo a Dios pertenece.
SOLO LA GRACIA NOS SALVA, Y SOLO POR ELLA PODEMOS VIVIR
En la promesa del Redentor, en el libro de Isaías, el Espíritu nos dice:
“No recordéis las cosas anteriores, ni consideréis las cosas del pasado. He aquí, hago algo nuevo, ahora acontece; ¿no lo percibís? Aun en los desiertos haré camino y ríos en el yermo.” (Is. 43: 18-19)
Si aquí está ordenado no recordar las cosas anteriores de un pasado de pecado, después que se recibe la gracia del Redentor, evidentemente constituye pecado el recuerdo del pecado. La conciencia atada a las obras muertas del pecado, impide al hombre servir a Dios, porque sigue siendo esclavo del pecado, y el pecado es su señor:
“Por tanto, dejando las enseñanzas elementales acerca de Cristo, avancemos hacia la madurez, no echando otra vez el fundamento del arrepentimiento de obras muertas y de la fe hacia Dios” (He. 6:1).
Si el fundamento de nuestra fe está puesto en la gracia, el pecado pierde su señorío sobre el hombre, para que ya no sirvamos más al pecado, estando libres, no atados, para servir al verdadero Señor: el Dios vivo:
“¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, purificará vuestra conciencia de obras muertas para servir al Dios vivo?” (He. 9:14)
La Palabra nos dice que debemos:
1 Perseverar en la gracia (Hch. 13:43)
2 Recibir la abundancia de la gracia (Ro. 5:17)
3 Complacernos en la gracia (2ª Co. 1:12)
4 Aprovechar bien la gracia recibida (2ª Co. 6:1)
5 No anular la gracia (Gá. 2:21)
6 Poner nuestra esperanza completamente en la gracia (1ª P. 1:13)
7 Crecer en la gracia (2ª P. 3:18)
Estas no son cosas triviales, sino fundamentales. Porque al decir que pongamos nuestra esperanza completamente en la gracia, se nos está diciendo que nuestra salvación depende totalmente de la misma, y que todo esfuerzo de nuestra carne, o humano, es inútil.
LA FALSA HUMILDAD DEL RELIGIOSO
Cuando el hombre religioso pone como excusa la propia humillación, o expresa cierta afectación de humildad, cuando en realidad ostenta una falsa apariencia de piedad, está afirmando su propia capacidad, o su propio esfuerzo y carne. Esto no es agradable a Dios, ni tampoco es verdadero, puesto que nadie puede humillarse a sí mismo, sino que ello sería una falsa humildad. Es Dios quien humilla al hombre, porque la humildad no es uno de los atributos humanos y, aquello que surge espontáneamente de la naturaleza caída del hombre, es la vanidad. Es Dios quien humilla, y el precio que el hombre paga por ver las maravillas de Dios en su propia vida, no consiste en esfuerzos, ni en sacrificios, ni en penitencias, sino en la negación de la propia carne, del “yo”, cuando Dios le humilla, disciplina y corrige, a fin de que toda la excelencia sea de Él, y no del hombre.
Esta es la cruz que el hombre de Dios toma, cada día, sabiendo que Dios recoge donde no sembró, y que a otro no dará su gloria por mucho que haga, aunque lo haga pretendidamente para Él. Porque siempre seremos deudores de un perdón inmerecido: la gracia. Y, quien niega la gracia, solo está apoyándose en sus propios méritos, y negando la justicia de Dios en Cristo; por lo que el beneficio de la cruz no le aprovecha, ya que lo niega.
El que trabaja, debe ser como si no trabajase; y el que no trabaja, debe ser como si trabajase. Pero ambos deben esforzarse en hacer la obra que se les haya encomendado, porque ese el resultado de estar bajo la gracia, por medio de la cuál amamos al que nos amó primero, y se lo demostramos obedeciendo por amor, y no por temor. Porque el perfecto amor echa fuera el temor, y el hombre religioso sigue mirando sus pecados porque teme el castigo, y no tiene confianza en el perdón gratuito de Dios (la gracia), sino en su propia carne, esfuerzos y prudencia. Y a esto se le llama negar la fe, o apostasía; estado en el cuál se halla sumida la mayor parte de las iglesias evangélicas de nuestros días. Esto ha estado patente desde el principio, según la doctrina apostólica, como ya hemos visto en los pasajes anteriores de la Biblia, y como vamos a ver en los siguientes:
“En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor, porque el temor involucra castigo, y el que teme no es hecho perfecto en el amor.” (1ª Jn. 4:18)
Pedro también nos advierte contra aquellos que tuercen las Escrituras, los cuáles torcieron las enseñanzas paulinas sobre la Divina gracia; y esos no son otros, sino los religiosos, hipócritas e ignorantes de la verdad, inestables que van hacia la perdición. Pero este otro apóstol, al que Pablo tuvo que tachar de hipócrita públicamente, porque en otro tiempo había sido llevado a agradar a los religiosos (Gá. 2:11-12), ahora nos dice que crezcamos en esa gracia que por un momento negó:
“Considerad la paciencia de nuestro Señor como salvación, tal como os escribió también nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría que le fue dada. Asimismo en todas sus cartas habla en ellas de esto; en las cuales hay algunas cosas difíciles de entender, que los ignorantes e inestables tuercen - como también tuercen el resto de las Escrituras - para su propia perdición. Por tanto, amados, sabiendo esto de antemano, estad en guardia, no sea que arrastrados por el error de hombres libertinos, caigáis de vuestra firmeza; antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A Él sea la gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén.” (2ª P. 3:15-18)
EL PACTO DE LA GRACIA EN LA SANGRE DE JESÚS ES PARA GUARDAR LA LEY DE DIOS POR MEDIO DE LA FE, MOTIVADOS POR EL AMOR, Y NO POR TEMOR
Los religiosos israelitas no pudieron guardar la ley, porque no la seguían por fe; es decir: no confiaban en el amor de Dios, sino que le veían a Él como una especie de tirano, por lo que siempre acababan por rebelarse y pecar. Pero el pacto de Dios no es múltiple, ni nuevo, ni antiguo; ni la ley es contraria a la gracia, ni la gracia va contra la ley. Hay un solo pacto que Dios renueva en Cristo, porque el hombre nunca pudo cumplir su parte. De modo que Dios decide, desde el principio de los tiempos, enviar a nuestro Redentor, Jesucristo. Pero lo envía después de que el hombre recibe la ley, y puede así comprender al Creador y Su obra. Como anunciaron los profetas, al recibir el Espíritu Santo en nuestro corazón, Él se convierte en la Ley de Dios escrita en nuestros corazones, produciendo en nuestros sentimientos la inclinación natural hacia la obediencia a Dios. Esto que Dios ha conseguido por medio del cumplimiento de la ley en Cristo, el cuál la cumple por nosotros, y en nosotros, capacitándonos para perseverar en la confianza en el amor de Dios para así no volvernos contrarios o rebeldes, es lo que la ley no producía en los israelitas que no tenían la gracia salvadora de Jesús, el autor de nuestra fe. Porque esta fe es la que hace que creyendo en la bondad de Dios, no pecando por pretender burlarle, sino por debilidad, esta fe nos sea contada por la justicia que no tenemos cuando fallamos, y así podemos ser hallados limpios ante Dios. Pero como deudores de Dios, debemos esforzarnos en la gracia y en el conocimiento de la naturaleza de Jesucristo, pues Su naturaleza es la naturaleza de la Ley de Dios. De este modo le amamos, y por ello aborrecemos el pecado y luchamos en su contra, buscando agradar al Dios y Padre que con tan grande amor nos amó hasta la muerte, y muerte de cruz. Esta es la gratitud del verdadero hijo de Dios.
Al pueblo de Israel le fue imposible mantener su integridad, por cuanto había echado fuera la Shekinah; a los cristianos de hoy que niegan el pentecostés les ha sobrevenido lo mismo: han echado fuera la Presencia del Espíritu Santo y no les es posible mantener su integridad, siendo arrastrados por la corriente de este mundo, que es la apostasía. El cristianismo liberal es una forma de humanismo estéril, al que le sucede como al pueblo de Israel, que no seguía la ley (que es el Cristo encarnado) por fe; parafraseando las palabras de Pablo en Romanos 9:31-10:4:
“Pero esos cristianos, que iban tras una ley de gracia, no alcanzaron esa ley. ¿Por qué? Porque no iban tras ella por fe, sino en sus esfuerzos carnales. Tropezaron en la piedra de tropiezo, tal como está escrito: HE AQUI, PONGO EN MI IGLESIA UNA PIEDRA DE TROPIEZO Y ROCA DE ESCANDALO; Y EL QUE CREA EN ÉL NO SERÁ AVERGONZADO. Hermanos, el deseo de mi corazón y mi oración a Dios por ellos es para su salvación. Porque yo testifico a su favor de que tienen celo de Dios, pero no conforme a un pleno conocimiento. Pues desconociendo la justicia de Dios y procurando establecer la suya propia, no se sometieron a la justicia de Dios. Porque Cristo es el fin de todo esfuerzo humano para justicia a todo aquel que anda en el poder del Espíritu.”
Somos conscientes de que no nos es fácil, en nuestras humanas fuerzas, de aceptar que debemos imitar tan elevado ejemplo de vida como el que observó Jesús; pero es un mandamiento ineludible, si queremos ser hijos de nuestro Padre. Por ello, no nos pongamos la venda sobre los ojos, creyendo que Cristo lo hace ya todo por nosotros, mientras andamos en la carne, si no estamos andando en el Espíritu. Y eso, solo es posible entregando nuestra vida por entero al Espíritu Santo; es decir, a dejarnos controlar por Él, alcanzando la misma relación que la iglesia apostólica tenía con la Persona de Dios manifiesta en la poderosa visitación del Consolador.
LA LEY DE GRACIA ES PARA NO PECAR, Y NO AL REVÉS (Ro. 6:14-15), Y SOLO EL ESPÍRITU DE GRACIA NOS CAPACITA PARA CUMPLIRLA. Los apóstoles ya tenían el Espíritu Santo al creer, al recibir la Palabra, y al recibir autoridad sobre los espíritus, puesto que ya eran cristianos, o discípulos de Cristo; pero fue en Pentecostés cuando recibieron poder para vivir la vida cristiana y el testimonio a las naciones, cuando fueron bautizados con Espíritu Santo y fuego. Y, ¿dónde está el error de los que aún siendo pentecostales no reciben la visitación del Espíritu de Dios en el año 2000?. En que no se trata de alcanzar una experiencia crucial, como pueda ser el hecho de hablar lenguas angelicales, sino de hacer de la Presencia de Dios una experiencia cotidiana en la que estar inmerso (bautizado). Lo contrario es religiosidad y misticismo. En Cristo no hay pentecostales, ni no pentecostales, ni denominaciones, sino hijos de Dios nacidos de Su Espíritu.
Hermanos, el fin se acelera, pero nosotros tenemos la bendita esperanza del regreso de Jesucristo a buscar a Su Iglesia. No creamos en la política de hombres religiosos sin poder de Dios que les confirme en sus “ministerios”; no nos hagamos como los escribas y fariseos, preparando estrategias según nuestra humana opinión. Oigamos lo que el Espíritu Santo está hablando a su pueblo, y dejemos que Él haga la obra según su plan soberano expresado por los profetas de las Escrituras. Pueblo de Dios, tan solo debemos arrepentirnos y creer en el evangelio. Y, lo que no debemos hacer, es escribir en la historia las tristes páginas de la adecuación teológica a una glogalización que es parte de la estrategia de las tinieblas, y no de Dios, en lugar de evitar que las almas sigan yéndose al infierno sin tener quien les guíe a la luz verdadera del Cristo resucitado que nos dio poder para predicar a los muertos y hacer que vivan por medio de Su Palabra. Tomemos por medio de la fe la unción del Santo que todo lo puede, para que por medio de ella podamos llevar medicina que sane las heridas del cuerpo y del alma de las personas que viven en un mundo que ya está agonizante. No creamos en los “grandes hombres de Dios”, sino en el Dios grande de los hombres que se atreven a pelear en Su Nombre. Tomemos las riquezas del Reino sempiterno de justicia para hacer las obras que glorifican al Padre de los espíritus. No seamos como el hermano mayor del hijo pródigo, que estando en la casa del Padre de familia nunca tomó lo que era suyo; ni tampoco gastemos en rameras espirituales la herencia del Padre, como hizo el hijo pródigo, sino salgamos a la calle a predicar Su gloriosa grandeza y Majestad.
<<“El Señor conoce los razonamientos de los sabios, los cuales son inútiles.” Así que nadie se jacte en los hombres, porque todo es vuestro: ya sea Pablo, o Apolos, o Cefas, o el mundo, o la vida, o la muerte, o lo presente, o lo por venir, todo es vuestro, y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios. Que todo hombre nos considere de esta manera: como servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, además se requiere de los administradores que cada uno sea hallado fiel. En cuanto a mí, es de poca importancia que yo sea juzgado por vosotros, o por cualquier tribunal humano; de hecho, ni aun yo me juzgo a mí mismo. Porque no estoy consciente de nada en contra mía; mas no por eso estoy sin culpa, pues el que me juzga es el Señor. >>(1ª Co. 3:20-23, 4:1-4)
Amén. Todo es nuestro, y los razonamientos de los que se creen grandes teólogos son inútiles en las cosas de Dios. Ningún otro texto bíblico puede ser más claro en darnos la razón a la hora de decir al pueblo de Dios cuanto hasta aquí se ha dicho. Que el Señor nos de visión verdadera, y el discernimiento del Espíritu Santo de los tiempos en que estamos.
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© 2000 Angel Alcarria
No me refiero a que no haya que enseñar, y enseñar de forma ortodoxa la bendita Palabra de Dios, sino que es tiempo de entender el verdadero mensaje del evangelio. Y no hay tiempo que perder en “diseños”, o en “estrategias”, sino que hemos de aprovechar bien el tiempo, predicando a tiempo y fuera de tiempo, sabiendo que el evangelio no consiste en palabras, sino en poder. Y por ese poder se convierten las almas. El problema es que aquellos que tienen muchas letras tienen poco poder; y, a veces, los que tienen mucho poder tienen pocas letras. Pero hermanos, es tiempo de que los valientes entiendan, se preparen y luchen en la batalla final.
SOBRE EL CONOCIMIENTO DE LA VERDAD
Los grandes pensadores que han existido a lo largo de la Historia Universal, nos han enseñado que el mayor problema con que se encuentran los hombres, para conocer la verdadera verdad, se centra en que existe una barrera casi infranqueable entre ambos. Esta barrera, solo les permite ver sombras de la realidad, o reflejos de la misma. Pablo decía que veíamos “como por espejo”. Esta barrera son las premisas aceptadas, o juicios previos que no se han razonado. Estas son las creencias que hemos adoptado sin haber examinado si son ciertas o verdaderas. Y, en muchos casos, los admitimos por tradición, o porque alguien con cierta reputación de sabiduría lo dijo. Pero también sabemos que una mentira, repetida el suficiente número de veces, termina por ser aceptada como la verdad, porque el hombre común no se preocupa por ver más allá de donde le alcanza la vista, siendo ciego.
Y ya que estamos avisados de esta realidad confusa, de guerra entre la verdad y la mentira, podemos entender que Dios haya dicho: “Mi pueblo perece por falta de conocimiento”. Pero hemos de diferenciar entre el conocimiento verdadero, o sabiduría, y aquél que es diferente del conocimiento que se refiere solo a poseer mucha información, lo cuál es debido a la buena memoria, o a la mucha curiosidad. Por mucho conocimiento que el hombre tenga puede padecer de falta de conocimiento, porque el mucho conocimiento que tenga puede ser falso.
Dios se queja de continuo de que su pueblo siga mandamientos humanos, y no le crean a Él. Pablo lo expresó así, refiriéndose a sus contemporáneos religiosos, porque en aquellos días aún no habían católicos, ni evangélicos, ni pentecostales:
“Porque hay muchos rebeldes, habladores vanos y engañadores, especialmente los de la circuncisión, a quienes es preciso tapar la boca, porque están trastornando familias enteras, enseñando, por ganancias deshonestas, cosas que no deben. Uno de ellos, su propio profeta, dijo: Los cretenses son siempre mentirosos, malas bestias, glotones ociosos. Este testimonio es verdadero. Por eso, repréndelos severamente para que sean sanos en la fe, no prestando atención a mitos judaicos y a mandamientos de hombres que se apartan de la verdad. Todas las cosas son puras para los puros, mas para los corrompidos e incrédulos nada es puro, sino que tanto su mente como su conciencia están corrompidas. Profesan conocer a Dios, pero con sus hechos lo niegan, siendo abominables y desobedientes e inútiles para cualquier obra buena. Pero en cuanto a ti, enseña lo que está de acuerdo con la sana doctrina.” (Tito 1:10-1:16 y 2:1)
En cuanto a nosotros, los que hemos recibido la correcta visión de las Escrituras, enseñaremos la sana doctrina, sí, y solo sí, enseñamos todo lo que vemos en la Palabra, solo lo que vemos en la Palabra, y como lo vemos en la Palabra (LA VERDAD, TODA LA VERDAD, Y NADA MÁS QUE LA VERDAD). El Espíritu de Dios ha escogido, en este tiempo, a un pueblo de en medio de su pueblo, a aquellos que tienen oídos para oír lo que el Espíritu dice a la Iglesia, y lo está despojando y limpiando de toda la religiosidad católica heredada, la evangélica y la pentecostal; porque todos los mandamientos de los hombres que así se llaman son abominación para Dios, como hemos visto en el pasaje anterior de la carta del apóstol Pablo a su discípulo Tito, el cuál era pastor en la iglesia que estaba en Creta. Y tan abominable es el mandamiento humano que anula el Divino, ya sea cuando lo dicta un católico, como cuando lo dicta un evangélico; tanto si es pentecostal, como si no lo es.
LOS MANDAMIENTOS DE HOMBRES
“Jesús estaba enseñando en una de las sinagogas un día de reposo, y había allí una mujer que durante dieciocho años había tenido una enfermedad causada por un espíritu; estaba encorvada, y de ninguna manera se podía enderezar. Cuando Jesús la vio, la llamó y le dijo: Mujer, has quedado libre de tu enfermedad. Y puso las manos sobre ella, y al instante se enderezó y glorificaba a Dios. Pero el oficial de la sinagoga, indignado porque Jesús había sanado en día de reposo, reaccionó diciendo a la multitud: Hay seis días en los cuales se debe trabajar; venid, pues, en esos días y sed sanados, y no en día de reposo. Entonces el Señor le respondió, y dijo: Hipócritas, ¿no desata cada uno de vosotros su buey o su asno del pesebre en día de reposo y lo lleva a beber? Y ésta, que es hija de Abraham, a la que Satanás ha tenido atada durante dieciocho largos años, ¿no debía ser libertada de esta ligadura en día de reposo? Y al decir Él esto, todos sus adversarios se avergonzaban, pero toda la multitud se regocijaba por todas las cosas gloriosas hechas por Él.” (Lucas 13:10-17)
Los mandamientos impuestos por hombres religiosos mantienen atados al pecado a los creyentes, a los hijos de la fe de Abraham que ignorantemente les siguen, a los cuáles llamamos “cristianos”; y no son hijos legítimos porque siguen atados por hombres religiosos, habiendo recibido la libertad completa ganada por Cristo Jesús; pero que en nada o en poco les aprovecha, porque siguen arrastrando la carga del pecado. Ni entran, ni dejan entrar a otros en el reino de Dios. Frustran a muchos que se acercan a Dios y son guías ciegos de los que están ciegos, haciéndoles tropezar con ellos, y juntos caer en el hoyo, como explicó el Maestro. Si tomásemos algunos ejemplos prácticos, nos daríamos cuenta de la diferencia que hay entre lo que Dios dice y lo que los hombres dicen:
1 Sobre la diferenciación, tan a menudo defendida desde puntos de vista teológicos, entre el bautismo “con”, y el bautismo “en” el Espíritu Santo, podemos comprobar que solo existe como bautismo perteneciente al Espíritu Santo, y que la Biblia no habla para nada de tales diferencias, sino que ambas cosas son traducidas de la preposición griega “en” (transliterada, e igual en nuestra lengua). Y esta preposición solo significa que somos sumergidos dentro de Dios, o del Espíritu de Dios, de tal modo que no solo existe en nuestro interior como llama sutil, sino que nos rodea. Y de esto podemos decir que todo hombre es bautizado por el Espíritu Santo según complace a Dios, pero generalmente por imposición de manos, o por soplo de aliento. En Hch. 10:44-48 vemos que no hubo ni lo uno, ni lo otro, sino tan solo por recibir la palabra de Pedro.
2 La oración en el espíritu, en ninguna parte dice que sea solo en lenguas, sino que lo dice la tradición pentecostal. Lo que así se llama, solo debe entenderse como el resultado de una comunión íntima con el Espíritu Santo, el cuál saca lo que hay en el corazón del hombre, y lo eleva hacia Dios Padre. La idea que el original confiere, nuevamente es la de estar rodeado de la presencia de Dios cuando se ora, y eso se consigue dejando la carnalidad; es decir: poniendo la mente en las cosas del espíritu. El que recibe las lenguas, puede orar en el espíritu en lenguas; pero los que tienen el Espíritu Santo, aunque no hayan recibido las lenguas, pueden orar en el espíritu. Nadie puede demostrar lo contrario con la Biblia en la mano, ni por revelación, ni por experiencia; pero sí que puede frustrar gravemente a muchos creyentes con otros dones, los cuáles no ejercerán porque son menospreciados al ser puestos por los hombres como creyentes menos espirituales, o de segundo orden, aunque en la práctica veamos que sea todo lo contrario.
3 En cuanto a las lenguas, en ninguna parte de la Biblia alguien podrá mostrar que diga “orar en lenguas”, sino que dice: “hablar”. El original menciona un solo verbo, designado como “hablar”. Aunque orar es hablar. Y, así mismo, en ninguna parte es diferente el “hablar en lenguas” del “don de lenguas”, sino que siempre se trata del don de lenguas, que en algunos es manifestado más abundantemente que en otros. Pablo decía: “doy gracias a Dios de que hablo en lenguas más que todos vosotros”. 1ª de Cor. 12:23 llama al hablar en lenguas, en general, “don de lenguas”. Es como el don profético: muchos hemos profetizado algunas veces, sin que por ello se nos caracterice como profetas. Y, ¿profetizan solo los que tienen el oficio de profetas?. No. 1ª Cor. 12:30 dice que no todos hablan en lenguas, refiriéndose a los que en verdad son bautizados y tienen los dones del Espíritu, explicando que a cada cuál le es dada en manera diferente la operación del Espíritu Santo, dejando constancia de que ellos también son bautizados.
Podríamos entrar en otros órdenes, pero solo vamos a tocar estos ejemplos, como creyentes que venimos de un trasfondo “pentecostal”. Porque entrar a juzgar las cosas de los hombres, es más problemático todavía que juzgar las cosas espirituales. Pero lo que deseo subrayar es que como pentecostales hemos de arrepentirnos de la falta de unidad que hemos practicado, mientras la criticábamos en los no pentecostales. La Iglesia de Dios es una, y por culpa de no practicarla adecuadamente muchos protestantes están entrando en el ecumenismo, que no es otra cosa que la estrategia de las tinieblas para globalizar también el “comercio religioso”. Globalización de la economía, globalización de la política, y globalización de la religión: he aquí los tres comercios del misterio de la iniquidad y del “hombre de pecado” de los cuáles hablan las Escrituras.
RESTAURACIÓN, SANIDAD Y LIBERACIÓN
Jesucristo es la Verdad; el Espíritu Santo es el Espíritu de Verdad; la Palabra de Dios es la Palabra de Verdad. Jesucristo dijo: “conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.”
Cuando el Espíritu de Verdad viene a nuestras vidas, nuestra condición caída es restaurada en una nueva criatura; entonces somos preparados para recibir la sanidad de nuestro cuerpo y la liberación de nuestra alma. Pero los mandamientos de los hombres religiosos, con sus rudimentos o prácticas religiosas, y sus esfuerzos y penitencias, o sacrificios carnales, esclavizan a muchos, atándoles al pecado, negando la gracia y la cruz de Cristo. Por medio de esa gracia ganada por Jesucristo, ya no es necesario hacer un fundamento del arrepentimiento de las obras muertas de la carne en cuanto a nuestra fe hacia Dios. Por el contrario, veamos cómo Pablo nos dice que aquellas cosas que son tenidas como de buena reputación entre los religiosos, en realidad no lo son, sino que no pueden ayudarnos eficazmente contra los apetitos de la carne que nos llevan al pecado. Por lo que el falso fundamento de la propia justicia o dignidad religiosa, nacido de la insinceridad del que continuamente se lamenta de su condición pecadora, solo le lleva al círculo vicioso del arrepentirse para volver a pecar, para volver a arrepentirse, para volver a pecar. A esto han llevado por años a las ovejas y corderos de Dios, que tenían fe, los falsos maestros católicos y evangélicos y, cómo no, las sectas.
“Mirad que nadie os haga cautivos por medio de su filosofía y vanas sutilezas, según la tradición de los hombres, conforme a los principios elementales del mundo y no según Cristo. Porque toda la plenitud de la Deidad reside corporalmente en Él, y habéis sido hechos completos en Él, que es la cabeza sobre todo poder y autoridad; en Él también fuisteis circuncidados con una circuncisión no hecha por manos, al quitar el cuerpo de la carne mediante la circuncisión de Cristo; habiendo sido sepultados con Él en el bautismo, en el cual también habéis resucitado con El por la fe en la acción del poder de Dios, que le resucitó de entre los muertos. Y cuando estabais muertos en vuestros delitos y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con Él, habiéndonos perdonado todos los delitos, habiendo cancelado el documento de deuda que consistía en decretos contra nosotros y que nos era adverso, y lo ha quitado de en medio, clavándolo en la cruz. Y habiendo despojado a los poderes y autoridades, hizo de ellos un espectáculo público, triunfando sobre ellos por medio de Él. Por tanto, que nadie se constituya en vuestro juez con respecto a comida o bebida, o en cuanto a día de fiesta, o luna nueva, o día de reposo; cosas que sólo son sombra de lo que ha de venir, pero el cuerpo pertenece a Cristo. Nadie os defraude de vuestro premio deleitándose en la humillación de sí mismo y en la adoración de los ángeles, basándose en las visiones que ha visto, hinchado sin causa por su mente carnal, pero no asiéndose a la Cabeza, de la cual todo el cuerpo, nutrido y unido por las coyunturas y ligamentos, crece con un crecimiento que es de Dios. Si habéis muerto con Cristo a los principios elementales del mundo, ¿por qué, como si aún vivierais en el mundo, os sometéis a preceptos tales como: no manipules, ni gustes, ni toques (todos los cuales se refieren a cosas destinadas a perecer con el uso), según los preceptos y enseñanzas de los hombres? Tales cosas tienen a la verdad, la apariencia de sabiduría en una religión humana, en la humillación de sí mismo y en el trato severo del cuerpo, pero carecen de valor alguno contra los apetitos de la carne.” (Col. 2:8-23)
El arrepentimiento de las obras muertas de la carne no constituye un sacrificio o esfuerzo agradable a Dios. Ningún sacrificio humano puede agradarle, pues solo el sacrificio vicario de Cristo satisfizo plenamente las demandas de Dios contra los hombres. Por ello, nada hay que el hombre pueda hacer para que Dios le ame más; y nada de lo que haga puede hacer que le ame menos. Porque el sacrificio de Jesucristo fue completo: universal y eterno, y por medio del mismo somos totalmente aceptos en el Amado ante Dios. Nada hay en nosotros por lo que Él nos pueda rechazar, salvo que neguemos esa gracia salvadora en Cristo Jesús.
Por esta causa, al traer a la memoria los antiguos pecados que ya fueron perdonados al convertirnos, los estamos haciendo revivir. Esto significa que aún estamos atados al pecado por causa de una mala enseñanza que ha cambiado el fundamento de nuestra salvación, el cuál está puesto en el Cristo crucificado y resucitado, por el falso fundamento de tradiciones y rudimentos de los hombres. Y con ello se nos arrastra a perder nuestro galardón, el cuál no es otro que el premio por haber creído a Dios, el cuál consiste en la gracia de poder acercarnos confiadamente a Dios, sin temor alguno, recibiendo de forma inmediata los beneficios de restauración, sanidad y liberación ganados por Cristo para nosotros. No debemos esperar a ser aprobados por los religiosos, o por aquellos que tengan reputación o graduación religiosa alguna; ni siquiera hemos de juzgarnos nosotros mismos, según dice Pablo, a la hora de apropiarnos de los beneficios de la gracia que ganó Cristo. Ya sabemos que no somos dignos de Dios, pero si para Él somos totalmente dignos por medio del que nos amó hasta sufrir muerte de cruz, ¿quienes somos nosotros para desechar la gracia, haciendo inmunda la sangre del pacto, no juzgándonos dignos de tomar el poder espiritual que por fe nos corresponde, y no por obras?. No hay manera de predicar el evangelio en el poder del Espíritu Santo, si no es apropiándose por gracia de todas las riquezas ganadas por Cristo. Pero los religiosos andan siempre echando pesadas cargas sobre los demás para ganar méritos (las cuáles ellos no tocan ni con un dedo), enseñándoles también a los demás que deben ganarse el cielo con esfuerzos (léase autoaflicciones, penitencias, aprobaciones humanas y otros). No necesitamos más aprobación que la sangre de Cristo derramada para apropiarnos de la gracia, perdón, y poder espiritual como tenía la iglesia primitiva para sanar enfermos y otras señales y prodigios que confirmen la palabra predicada, para que los hombres se conviertan de las tinieblas y de Satanás a Jesucristo el Hijo de Dios. Pero, claro, la iglesia de nuestros días empezó a recibir poder, y luego contristó al Espíritu de Dios porque muchos se empezaron a cuestionar de dónde venía ese poder; y otros porque el poder les servía como ganancia o exhibicionismo, en lugar de salir a predicar la Palabra y que ese poder se diese de gracia, tal como de gracia se recibió. Ganancia de dinero robado a Dios y a los hombres, o ganancia de reputación y gloria robada a Dios; mas el Maestro enseñó que todo lo que nos fuese pérdida Él lo convertiría en ganancia, y que toda ganancia nos supondría pérdida, pues Él no comparte Su gloria con nadie. Esta es la piedra de tropiezo. El hombre religioso que no gana méritos, aún el honrado que jamás se atreva a tocar el dinero que no le pertenezca, no entiende que jamás será merecedor de la gracia, y que si espera merecerla para tocarla se quedará a las puertas del Reino, y no entrará. Por ello no tocará el dinero, ni tocará las cosas santas que son suyas, pero sí buscará satisfacer sus carencias personales en su trabajo para Dios, oficio religioso, o esfuerzos meritorios ante los ojos de los demás, por lo que tocará la gloria de la gracia que solo a Dios pertenece.
SOLO LA GRACIA NOS SALVA, Y SOLO POR ELLA PODEMOS VIVIR
En la promesa del Redentor, en el libro de Isaías, el Espíritu nos dice:
“No recordéis las cosas anteriores, ni consideréis las cosas del pasado. He aquí, hago algo nuevo, ahora acontece; ¿no lo percibís? Aun en los desiertos haré camino y ríos en el yermo.” (Is. 43: 18-19)
Si aquí está ordenado no recordar las cosas anteriores de un pasado de pecado, después que se recibe la gracia del Redentor, evidentemente constituye pecado el recuerdo del pecado. La conciencia atada a las obras muertas del pecado, impide al hombre servir a Dios, porque sigue siendo esclavo del pecado, y el pecado es su señor:
“Por tanto, dejando las enseñanzas elementales acerca de Cristo, avancemos hacia la madurez, no echando otra vez el fundamento del arrepentimiento de obras muertas y de la fe hacia Dios” (He. 6:1).
Si el fundamento de nuestra fe está puesto en la gracia, el pecado pierde su señorío sobre el hombre, para que ya no sirvamos más al pecado, estando libres, no atados, para servir al verdadero Señor: el Dios vivo:
“¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, purificará vuestra conciencia de obras muertas para servir al Dios vivo?” (He. 9:14)
La Palabra nos dice que debemos:
1 Perseverar en la gracia (Hch. 13:43)
2 Recibir la abundancia de la gracia (Ro. 5:17)
3 Complacernos en la gracia (2ª Co. 1:12)
4 Aprovechar bien la gracia recibida (2ª Co. 6:1)
5 No anular la gracia (Gá. 2:21)
6 Poner nuestra esperanza completamente en la gracia (1ª P. 1:13)
7 Crecer en la gracia (2ª P. 3:18)
Estas no son cosas triviales, sino fundamentales. Porque al decir que pongamos nuestra esperanza completamente en la gracia, se nos está diciendo que nuestra salvación depende totalmente de la misma, y que todo esfuerzo de nuestra carne, o humano, es inútil.
LA FALSA HUMILDAD DEL RELIGIOSO
Cuando el hombre religioso pone como excusa la propia humillación, o expresa cierta afectación de humildad, cuando en realidad ostenta una falsa apariencia de piedad, está afirmando su propia capacidad, o su propio esfuerzo y carne. Esto no es agradable a Dios, ni tampoco es verdadero, puesto que nadie puede humillarse a sí mismo, sino que ello sería una falsa humildad. Es Dios quien humilla al hombre, porque la humildad no es uno de los atributos humanos y, aquello que surge espontáneamente de la naturaleza caída del hombre, es la vanidad. Es Dios quien humilla, y el precio que el hombre paga por ver las maravillas de Dios en su propia vida, no consiste en esfuerzos, ni en sacrificios, ni en penitencias, sino en la negación de la propia carne, del “yo”, cuando Dios le humilla, disciplina y corrige, a fin de que toda la excelencia sea de Él, y no del hombre.
Esta es la cruz que el hombre de Dios toma, cada día, sabiendo que Dios recoge donde no sembró, y que a otro no dará su gloria por mucho que haga, aunque lo haga pretendidamente para Él. Porque siempre seremos deudores de un perdón inmerecido: la gracia. Y, quien niega la gracia, solo está apoyándose en sus propios méritos, y negando la justicia de Dios en Cristo; por lo que el beneficio de la cruz no le aprovecha, ya que lo niega.
El que trabaja, debe ser como si no trabajase; y el que no trabaja, debe ser como si trabajase. Pero ambos deben esforzarse en hacer la obra que se les haya encomendado, porque ese el resultado de estar bajo la gracia, por medio de la cuál amamos al que nos amó primero, y se lo demostramos obedeciendo por amor, y no por temor. Porque el perfecto amor echa fuera el temor, y el hombre religioso sigue mirando sus pecados porque teme el castigo, y no tiene confianza en el perdón gratuito de Dios (la gracia), sino en su propia carne, esfuerzos y prudencia. Y a esto se le llama negar la fe, o apostasía; estado en el cuál se halla sumida la mayor parte de las iglesias evangélicas de nuestros días. Esto ha estado patente desde el principio, según la doctrina apostólica, como ya hemos visto en los pasajes anteriores de la Biblia, y como vamos a ver en los siguientes:
“En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor, porque el temor involucra castigo, y el que teme no es hecho perfecto en el amor.” (1ª Jn. 4:18)
Pedro también nos advierte contra aquellos que tuercen las Escrituras, los cuáles torcieron las enseñanzas paulinas sobre la Divina gracia; y esos no son otros, sino los religiosos, hipócritas e ignorantes de la verdad, inestables que van hacia la perdición. Pero este otro apóstol, al que Pablo tuvo que tachar de hipócrita públicamente, porque en otro tiempo había sido llevado a agradar a los religiosos (Gá. 2:11-12), ahora nos dice que crezcamos en esa gracia que por un momento negó:
“Considerad la paciencia de nuestro Señor como salvación, tal como os escribió también nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría que le fue dada. Asimismo en todas sus cartas habla en ellas de esto; en las cuales hay algunas cosas difíciles de entender, que los ignorantes e inestables tuercen - como también tuercen el resto de las Escrituras - para su propia perdición. Por tanto, amados, sabiendo esto de antemano, estad en guardia, no sea que arrastrados por el error de hombres libertinos, caigáis de vuestra firmeza; antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A Él sea la gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén.” (2ª P. 3:15-18)
EL PACTO DE LA GRACIA EN LA SANGRE DE JESÚS ES PARA GUARDAR LA LEY DE DIOS POR MEDIO DE LA FE, MOTIVADOS POR EL AMOR, Y NO POR TEMOR
Los religiosos israelitas no pudieron guardar la ley, porque no la seguían por fe; es decir: no confiaban en el amor de Dios, sino que le veían a Él como una especie de tirano, por lo que siempre acababan por rebelarse y pecar. Pero el pacto de Dios no es múltiple, ni nuevo, ni antiguo; ni la ley es contraria a la gracia, ni la gracia va contra la ley. Hay un solo pacto que Dios renueva en Cristo, porque el hombre nunca pudo cumplir su parte. De modo que Dios decide, desde el principio de los tiempos, enviar a nuestro Redentor, Jesucristo. Pero lo envía después de que el hombre recibe la ley, y puede así comprender al Creador y Su obra. Como anunciaron los profetas, al recibir el Espíritu Santo en nuestro corazón, Él se convierte en la Ley de Dios escrita en nuestros corazones, produciendo en nuestros sentimientos la inclinación natural hacia la obediencia a Dios. Esto que Dios ha conseguido por medio del cumplimiento de la ley en Cristo, el cuál la cumple por nosotros, y en nosotros, capacitándonos para perseverar en la confianza en el amor de Dios para así no volvernos contrarios o rebeldes, es lo que la ley no producía en los israelitas que no tenían la gracia salvadora de Jesús, el autor de nuestra fe. Porque esta fe es la que hace que creyendo en la bondad de Dios, no pecando por pretender burlarle, sino por debilidad, esta fe nos sea contada por la justicia que no tenemos cuando fallamos, y así podemos ser hallados limpios ante Dios. Pero como deudores de Dios, debemos esforzarnos en la gracia y en el conocimiento de la naturaleza de Jesucristo, pues Su naturaleza es la naturaleza de la Ley de Dios. De este modo le amamos, y por ello aborrecemos el pecado y luchamos en su contra, buscando agradar al Dios y Padre que con tan grande amor nos amó hasta la muerte, y muerte de cruz. Esta es la gratitud del verdadero hijo de Dios.
Al pueblo de Israel le fue imposible mantener su integridad, por cuanto había echado fuera la Shekinah; a los cristianos de hoy que niegan el pentecostés les ha sobrevenido lo mismo: han echado fuera la Presencia del Espíritu Santo y no les es posible mantener su integridad, siendo arrastrados por la corriente de este mundo, que es la apostasía. El cristianismo liberal es una forma de humanismo estéril, al que le sucede como al pueblo de Israel, que no seguía la ley (que es el Cristo encarnado) por fe; parafraseando las palabras de Pablo en Romanos 9:31-10:4:
“Pero esos cristianos, que iban tras una ley de gracia, no alcanzaron esa ley. ¿Por qué? Porque no iban tras ella por fe, sino en sus esfuerzos carnales. Tropezaron en la piedra de tropiezo, tal como está escrito: HE AQUI, PONGO EN MI IGLESIA UNA PIEDRA DE TROPIEZO Y ROCA DE ESCANDALO; Y EL QUE CREA EN ÉL NO SERÁ AVERGONZADO. Hermanos, el deseo de mi corazón y mi oración a Dios por ellos es para su salvación. Porque yo testifico a su favor de que tienen celo de Dios, pero no conforme a un pleno conocimiento. Pues desconociendo la justicia de Dios y procurando establecer la suya propia, no se sometieron a la justicia de Dios. Porque Cristo es el fin de todo esfuerzo humano para justicia a todo aquel que anda en el poder del Espíritu.”
Somos conscientes de que no nos es fácil, en nuestras humanas fuerzas, de aceptar que debemos imitar tan elevado ejemplo de vida como el que observó Jesús; pero es un mandamiento ineludible, si queremos ser hijos de nuestro Padre. Por ello, no nos pongamos la venda sobre los ojos, creyendo que Cristo lo hace ya todo por nosotros, mientras andamos en la carne, si no estamos andando en el Espíritu. Y eso, solo es posible entregando nuestra vida por entero al Espíritu Santo; es decir, a dejarnos controlar por Él, alcanzando la misma relación que la iglesia apostólica tenía con la Persona de Dios manifiesta en la poderosa visitación del Consolador.
LA LEY DE GRACIA ES PARA NO PECAR, Y NO AL REVÉS (Ro. 6:14-15), Y SOLO EL ESPÍRITU DE GRACIA NOS CAPACITA PARA CUMPLIRLA. Los apóstoles ya tenían el Espíritu Santo al creer, al recibir la Palabra, y al recibir autoridad sobre los espíritus, puesto que ya eran cristianos, o discípulos de Cristo; pero fue en Pentecostés cuando recibieron poder para vivir la vida cristiana y el testimonio a las naciones, cuando fueron bautizados con Espíritu Santo y fuego. Y, ¿dónde está el error de los que aún siendo pentecostales no reciben la visitación del Espíritu de Dios en el año 2000?. En que no se trata de alcanzar una experiencia crucial, como pueda ser el hecho de hablar lenguas angelicales, sino de hacer de la Presencia de Dios una experiencia cotidiana en la que estar inmerso (bautizado). Lo contrario es religiosidad y misticismo. En Cristo no hay pentecostales, ni no pentecostales, ni denominaciones, sino hijos de Dios nacidos de Su Espíritu.
Hermanos, el fin se acelera, pero nosotros tenemos la bendita esperanza del regreso de Jesucristo a buscar a Su Iglesia. No creamos en la política de hombres religiosos sin poder de Dios que les confirme en sus “ministerios”; no nos hagamos como los escribas y fariseos, preparando estrategias según nuestra humana opinión. Oigamos lo que el Espíritu Santo está hablando a su pueblo, y dejemos que Él haga la obra según su plan soberano expresado por los profetas de las Escrituras. Pueblo de Dios, tan solo debemos arrepentirnos y creer en el evangelio. Y, lo que no debemos hacer, es escribir en la historia las tristes páginas de la adecuación teológica a una glogalización que es parte de la estrategia de las tinieblas, y no de Dios, en lugar de evitar que las almas sigan yéndose al infierno sin tener quien les guíe a la luz verdadera del Cristo resucitado que nos dio poder para predicar a los muertos y hacer que vivan por medio de Su Palabra. Tomemos por medio de la fe la unción del Santo que todo lo puede, para que por medio de ella podamos llevar medicina que sane las heridas del cuerpo y del alma de las personas que viven en un mundo que ya está agonizante. No creamos en los “grandes hombres de Dios”, sino en el Dios grande de los hombres que se atreven a pelear en Su Nombre. Tomemos las riquezas del Reino sempiterno de justicia para hacer las obras que glorifican al Padre de los espíritus. No seamos como el hermano mayor del hijo pródigo, que estando en la casa del Padre de familia nunca tomó lo que era suyo; ni tampoco gastemos en rameras espirituales la herencia del Padre, como hizo el hijo pródigo, sino salgamos a la calle a predicar Su gloriosa grandeza y Majestad.
<<“El Señor conoce los razonamientos de los sabios, los cuales son inútiles.” Así que nadie se jacte en los hombres, porque todo es vuestro: ya sea Pablo, o Apolos, o Cefas, o el mundo, o la vida, o la muerte, o lo presente, o lo por venir, todo es vuestro, y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios. Que todo hombre nos considere de esta manera: como servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, además se requiere de los administradores que cada uno sea hallado fiel. En cuanto a mí, es de poca importancia que yo sea juzgado por vosotros, o por cualquier tribunal humano; de hecho, ni aun yo me juzgo a mí mismo. Porque no estoy consciente de nada en contra mía; mas no por eso estoy sin culpa, pues el que me juzga es el Señor. >>(1ª Co. 3:20-23, 4:1-4)
Amén. Todo es nuestro, y los razonamientos de los que se creen grandes teólogos son inútiles en las cosas de Dios. Ningún otro texto bíblico puede ser más claro en darnos la razón a la hora de decir al pueblo de Dios cuanto hasta aquí se ha dicho. Que el Señor nos de visión verdadera, y el discernimiento del Espíritu Santo de los tiempos en que estamos.
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© 2000 Angel Alcarria