Ustedes eran alrededor de veinte; su edad promedio era de unos 22 años. Eso fue hace 14 años. Nunca he conocido, ni habré de conocer jamás, un honor mayor que éste: Yo los serví a ustedes en Cristo.
Al presente ustedes tienen alrededor de treinta y cinco años. Tengo la esperanza de que algún día volveré a ver a algunos de ustedes. ¿Quizás cuando tengan cuarenta o más? Confío en que, en ese momento futuro, los veré como yo los veía hace 14 años... bien alto en una montaña... con un estandarte en la mano y un fulgor en los ojos.
Reconocimientos
Siendo así que han transcurrido ya cerca de 14 años desde que di estos mensajes, me resulta bastante difícil recordar a todos los que ayudaron a imprimirlos.
Estos mensajes aparecieron primeramente en tres folletos, como cuatro años después de haberlos dado. Recuerdo bien que Patty Sammons calificó un enorme montón de hojas de examen de mis alumnos de secundaria, a fin de que yo tuviera tiempo para revisar la transcripción de los mensajes orales. Asimismo recuerdo que Brad Barrett dirigió una cruzada unipersonal para obtener algunos de estos mensajes en forma impresa. De igual modo también agradezco a Kathy Bodycombe, que hizo varias veces la composición tipográfica del libro, y a Bárbara Kloos, que desempeñó un importante papel en hacer imprimir todos mis escritos.
Quiero dar las gracias a Lance Thollander por venir en mi rescate y ayudarme a escribir la introducción, cuando la misma llegó a ser uno de los proyectos escritos más difíciles que yo haya intentado jamás. Efectivamente, la introducción es obra de dos plumas.
Y por último, a todos ustedes que han solicitado que estos mensajes sean presentados en forma de libro.
Historia del trasfondo del libro
Este es un libro sobre un tema acerca del cual nadie desea escribir la división en el cuerpo de Cristo.
Yo me convertí a Cristo a la edad de diecisiete años, y, no obstante mi poca edad, ya había presenciado dos importantes divisiones de la iglesia así como varias de menor importancia) ¡aun antes de ser yo cristiano!
Desde hace algún tiempo acá vengo haciendo una informada encuesta con respecto a los obreros cristianos. Basado en mis hallazgos altamente no científicos, me aventuraría a decir que el obrero cristiano puede esperar que, para cuando llegue a la edad de cincuenta años, haya pasado ya por un mínimo de tres divisiones importantes –catastróficas-- de la iglesia. Y el cristiano típico puede esperar lo mismo.
Una división de la iglesia habrá de constituir uno de los acontecimientos más importantes de la vida de cualquier cristiano. La probabilidad de que usted sobreviva espiritualmente una sola división durante su vida, intacto, es tal vez menos de un cincuenta por ciento.
No creo que por ninguna razón haya de haber divisiones en el cuerpo de Cristo. (Quizá la única posible excepción pudiera ser que se estuviera consintiendo la inmoralidad sexual.) La verdadera razón de una división y la razón que se aduce para efectuar una división, nunca son las mismas. El corazón del hombre es demasiado engañoso como para que ninguno de nosotros confíe en nadie que cause divisiones.
Pero aun cuando yo no creo que haya de haber divisiones, duele decirlo, ocurren de todas maneras. Me aventuraría a decir que de las 250.000 congregaciones protestantes que hay en los Estados Unidos, un mínimo de cinco mil a diez mil llegarán a dividirse durante los próximos doce meses, afectando la vida de al menos un millón de creyentes profesos.
En realidad no deberíamos ignorar un problema tan enorme y tan trágico. (Si es que este libro no logra nada más, quizás haga, por lo menos, que en algún lugar algunos hombres sabios empiecen a sacar este esqueleto fuera del armario y a lidiar con él por lo que él es: un importante problema en la familia cristiana.)
Hace algunos años salí de un ambiente más formal de la fe cristiana a esa área infinitamente menor del cristianismo informal. En este minúsculo mundo de cristianos hallé algunos de los más amados creyentes, algunos de los más preciosos grupos y, ciertamente, los más castizos y nobles de todos los obreros cristianos. Pero, al parecer, también me he tropezado con más chiflados, maniáticos y excéntricos, que en todos mis años de trabajar, en docenas de países, con miles de pastores y obreros cristianos que están dentro del cristianismo formal.
Me apresuro a añadir que los cristianos que se encuentran fuera de la experiencia de la iglesia organizada, se dividen mucho más que los que se hallan dentro, y mucho más de lo que cabria esperar jamás si tomamos en cuenta su pequeño número.
Este libro es acerca de muchas cosas, pero principalmente es acerca de la división. Espero que les sirva de ayuda a los cristianos de las tendencias principales de la fe cristiana, y a los pequeños grupos anónimos que se congregan en hogares. Pero es por estos últimos que siento mayor solicitud. Los grupos pequeños, no organizados, no tienen la salvaguardia que se encuentra naturalmente en las denominaciones organizadas. El estrago de la división 'fuera del cristianismo formal' resulta absolutamente consternador. Confío en que este libro habrá de jugar algún pequeño papel en eliminar algo de esa división, en ayudar a los creyentes a sobrevivir una división, y en confortar a los que ya han bebido de esa copa amarga.
Las circunstancias bajo las cuales fueron dados los mensajes que constituyen este libro, se han mantenido en secreto cuidadosamente guardado y no comentado por cerca de 14 años. Todavía me es un poco enervante estar sentado aquí y revelar una pequeña parte de la historia, pero usted tiene derecho a conocer el drama circunstante, pues de otra manera el mensaje del libro será deficiente. ¡Y si que todo eso fue un tremendo drama! Así, pues, este libro es una serie de mensajes in situ, dados justamente antes de una división.
A fin de ser claro, debo acopiar algunos acontecimientos aparentemente no relacionados, y entretejerlos para que usted pueda ver cómo todos esos acontecimientos convergieron.
Yo me convertí a Cristo durante mi primer año de colegio universitario. En aquel mismo tiempo un avivamiento recorría a Norteamérica. A veces se hace referencia al mismo como el avivamiento de la posguerra. Hay algo que se destaca claramente en mi memoria con relación a esos días: Ese avivamiento, como la mayoría de los avivamientos, duró cuatro años (sin contar el fulgor precursor ni el resplandor posterior); no obstante parecía que, prácticamente, todos los cristianos fervorosos y visionarios que conocí en los diez años subsiguientes, se habían convertido durante ese breve período.
Exactamente veinte años después, cuando yo tenía 37, otro avivamiento recorrió a Norteamérica. Ese avivamiento también duró aproximadamente cuatro años. Los mensajes que usted está a punto de leer, fueron dados durante ese avivamiento.
(Supongo que, si podemos predecir el futuro basados en el pasado, habrá otro avivamiento en Norteamérica hacia fines del siglo veinte.)
El avivamiento que vi a la edad de 17 años, fue bastante diferente del que observe‚ a los 37 años. El primero fue de relumbrón y estuvo dirigido especialmente a la juventud. Había grandes coros, reflectores móviles y oradores vestidos de colores llamativos. ¡Tuvo lugar más o menos en el tiempo en que Norteamérica estaba 'inventando al adolescente'!
Quizás el resultado más importante de ese avivamiento fue el comienzo de la aceptación de las organizaciones cristianas interdenominacionales. Los Navegantes, Cruzada Estudiantil para
Cristo, Juventud para Cristo, Vida Joven --todas ellas adquirieron prominencia y aceptación en ese tiempo.
Como todos los avivamientos norteamericanos, ése también fue tipificado por un gran fervor, por el hecho de ver a multitudes conducidas a Cristo, y por emerger algunos nombres y movimientos prominentes. Pero, es triste decirlo, se puso muy poca atención en desarrollar una espiritualidad profunda, y como resultado, se logró poco. Eso había de tener un gran impacto en el siguiente avivamiento.
Que conste, yo personalmente recuerdo ese tiempo --poco profundo o no-- como días preciosos y atesorados.
El segundo avivamiento de la posguerra, ése durante el cual estos mensajes fueron dados, fue diferente de cualquier otro avivamiento que ha habido en la historia de Norteamérica. Ese avivamiento, como prácticamente todos los avivamientos, comenzó espontáneamente entre los jóvenes; pero fue el único avivamiento que este país haya visto jamás que ocurriera fuera de los confines del cristianismo organizado.
El avivamiento comenzó entre los jóvenes; no tuvo líderes ni dirección. Estuvo personificado por esas cosas hermosas e increíblemente desordenadas llamadas "Casas de Jesús". Por toda Norteamérica, en poblaciones y ciudades, jóvenes cristianos recién convertidos que vivían todos juntos, alquilaban grandes casonas viejas del tipo de graneros. Típicamente, todos cooperaban en preparar las comidas y en cubrir los gastos, había mucha solicitud, amor, aceptación, y una atmósfera de comunidad y de tolerancia, caracterizada por un Evangelio maravillosamente simplista. Asimismo, había una atmósfera no sectaria de aceptación cristiana. Resulta difícil hallar otra semejante a ella en los anales de la historia de la Iglesia. Para decirlo de otro modo, aún no se habían levantado entre esos amados jóvenes las barreras doctrinales y denominacionales que han caracterizado por tanto tiempo al cristianismo.
Aquello era puro, refrescante y hermoso. Pero no iba a durar mucho.
¿Y que fue lo que causó su extinción? Entre otras cosas, los resultados del primer avivamiento fueron iguales a los del segundo. Lo que quiero decir es esto: había falta de liderazgo en ese nuevo avivamiento, así como falta de dirección, lo cual estaba destinado a producir un nuevo elemento en su evolución. Ese nuevo elemento era el ingreso de hombres de mayor edad esos grupos --hombres ambiciosos, que en su mayor parte no habían sido quebrantados-- que venían con un trasfondo mental, con doctrinas, con denominaciones, con la necesidad de proteger, de dirigir, de ajustar.
Por otra parte, había muchos miles de jóvenes cristianos contagiados con el entusiasmo de experimentar la bendición del Señor y dispuestos a creer todo lo que se les dijera. Estaba montado el escenario para que esa novedad y sinceridad dieran paso a las formas y prácticas de hombres mayores.
Era evidente el destino eventual de ese avivamiento. El tiempo de aquella inocencia pasó. La refrescante espontaneidad e informalidad de la 'gente de Jesús' dio paso a formas definidas de hacer las cosas. Surgieron muros, barreras, temores, 'grupismo', 'elitismo', 'sectarismo' --todo eso fue inseminado en aquel avivamiento, por medio de las convicciones, doctrinas, formas, rituales y prácticas antiguas, superficiales y gastadas, de hombres mayores y de días pasados.
De ese avivamiento provinieron movimientos grandes y pequeños. La sinceridad que había existido entre esas pequeñas confraternidades en todo el país, quedó gradualmente reemplazada por el temor de que un visitante pudiera ser un 'lobo'. Conforme los hombres 'protegían sus rebaños', se fueron originando aceleradamente pruebas, de confraternidad, hasta que las mismas, llegaron a ser legión.
¿Y después de todo eso?
Bueno, desafortunadamente los obreros mayores en edad no parecen comprender que sus jóvenes seguidores no permanecen jóvenes, cándidos ni crédulos para siempre. Eventualmente, algunos hombres y mujeres en cada uno de esos grupos --al llegar aproximadamente a los 30 años de edad-- empezaron a pensar por sí mismos, se consideraron como que habían sido ¡engañados, extraviados, usados y abusados! Entonces, correcta o incorrectamente, justa o injustamente, impulsados por la carne o por fuentes espirituales (o tal vez sólo psicológicas)... aquellos seguidores se volvieron contra sus líderes.
Entonces la consiguiente presión, la predecible división, las palabras rencorosas y el desmoronamiento de la mayoría de esos grupos señalaron el fin de lo que había empezado como una obra de Dios singularmente diferente y bendecida.
¿Era inevitable semejante fin? ¿Lo habrá de ser siempre? ¿O se les podría haber evitado a algunos de esos jóvenes cristianos la desilusión y el pesar que les esperaba?
Personalmente, yo creo --y no pido que nadie se me una en esta convicción-- que la mayor necesidad entonces era, así como es ahora, la aparición de un nuevo tipo de obrero. Obreros que, en tiempos de avivamiento, en lugar de doctrinas les den Cristo a los jóvenes creyentes, obreros que construyan muros fuera de los cristianos, en vez de entre ellos. Sólo entonces podrán ser reducidos los estragos de la división. Así, pues, el propósito de este libro es presentar un patrón completamente nuevo para el obrero cristiano, y para los creyentes.
Esto me lleva al grupo de jóvenes a quienes fueron dados primeramente estos mensajes. Esté usted completamente seguro, estimado lector, de que ellos no eran más 'espirituales', sino más bien posiblemente bastante menos, que sus iguales de toda la nación.
El lugar era una pequeña y oscura población, de alrededor de 4.000 habitantes. (Bueno, 4.000 durante el verano; pero al llegar septiembre y el comienzo del curso escolar, ese número crecía rápidamente a un gigantesco 16.000.) Allí, en esa menuda población comenzó un pequeño grupo de cristianos. Eran el remanente de una organización estudiantil universitaria cristiana internacional, que había cesado de operar en los predios de esa universidad. Siendo prácticamente inadvertidos y desconocidos, su número creció hasta alrededor de veinte. Su franco esfuerzo en buscar al Señor los llevó a desear una experiencia de lo que en aquellos tiempos se llamaba 'vida corporativa'.
Constituían un 'no-grupo' de jóvenes, muy unido y carente de dirección. Decir que eran libres, no estructurados, sinceros y espiritualmente ignorantes, es imprimirle un nuevo sentido a la frase: "Hermano, eso es expresarlo con suavidad."
Un día yo llegaría a conocer ese pequeño grupo de otros tiempos, y la probabilidad de hacernos amigos de la noche a la mañana, parecía verdaderamente remota. Al menos a primera vista, nuestros antecedentes tenían menos en común que el aceite y el agua. Ellos eran gentiles estudiosos y dedicados, en su mayor parte procedentes de la generación 'hippie'. Yo, en cambio, era de la tribu de los bautistas --y no sólo bautista de bautistas, sino que yo había recibido mi ciudadanía por derecho de nacimiento (bautista del sur, por tres generaciones, de ambos lados de la familia). Un año después de mi conversión, ingresé en un seminario bautista del sur; a continuación fui pastor por cinco años, y después pasé a ser evangelista bautista del sur.
Por cierto que, si la historia se hubiese detenido allí, esos cristianos de Isla Vista y yo habríamos sido aceite encontrándose con agua. Pero algo me aconteció a los 30 años de edad. Siendo yo ministro, me hallé en una crisis de conciencia. Hubo tres elementos en esa crisis.
En primer lugar, mi visión del cuerpo de Cristo estaba ensanchándose. Llegó el momento en que sentí que ya no podía seguir denominándome más dentro de la comunidad de creyentes. Yo quería, necesitaba abandonar todas las barreras puestas a otros cristianos.
En segundo lugar, yo estaba pasando por una callada agonía con respecto a eso que llamamos 'iglesia'. El hecho de haber viajado mucho, creo yo, era lo que estaba provocando este problema en mi vida. Siendo evangelista, yo había conocido a tantos obreros cristianos y había hablado en tantas iglesias de tantas denominaciones. Yo estaba absolutamente abrumado por la enorme brecha que había entre la expresión de la iglesia de nuestros días, contrapuesta a la expresión de la iglesia del primer siglo. Aquello no era una crisis doctrinal ni una crisis de creencias; era una crisis de práctica. Poco a poco me encontré soñando con otras formas en que la iglesia del Señor podría expresarse.
El tercer elemento de esa crisis tenía que ver con una ansia de mi propio corazón de conocer mejor a Cristo. Yo había entrado en una crisis que tenía que ver con mi propia profundidad espiritual (o la carencia de ella). Y esa sensación de necesidad espiritual se convirtió en un inexorable grito, ahí, dentro de mí --una silenciosa agonía Con todo mi amor y respeto --entonces y ahora-- por mi rica herencia bautista, hablo históricamente cuando digo que a nosotros los bautistas nunca se nos conoció por nuestra gran profundidad espiritual. No había lugar a dónde ir, dentro de mi propia herencia, para mitigar esa sed interior.
A propósito, el segundo elemento y el tercer elemento de esa crisis continuaron topando uno con el otro. O sea, yo deseaba ver y experimentar una más elevada expresión de vida de iglesia. Asimismo, yo quería tener un andar mucho más profundo con Jesucristo. Juntando estos dos elementos, yo esperaba hallar una experiencia más, profunda de Cristo, dentro de una más elevada experiencia de la expresión de la iglesia. Finalmente, soñé con encontrar ambos elementos en medio de una congregación de creyentes que no conocieran, ni tuvieran en la practica, ninguna clase de barreras. Ni sectarismos. Ni ese "hablar de un modo y hacer de otro"
Como dije antes, era una crisis de conciencia. El hecho de que el corazón ansíe cualquiera de estas cosas como realidad, es una crisis. Las tres al mismo tiempo, constituyen una crisis muy grande. Finalmente, esa crisis había de culminar en mi dimisión de todo ministerio en que yo estaba comprometido.
A más de eso, esa crisis estaba complicada por mis antecedentes. Yo tenía entonces, como lo tengo ahora, un sincero y profundo respeto por mi herencia, educación y formación bautistas. (Hasta el día de hoy me resulta difícil considerarme ninguna otra cosa sino un ministro bautista, que trabaja para mantenerse, quien en vez de congregarse en un 'edificio eclesial', se reúne de modo informal con cristianos que se congregan en hogares.)
Con todo, finalmente tome una decisión. Fue la decisión más sencilla posible: dimitiría de todo ministerio en que yo estaba comprometido. Para decirlo de otro modo, fue una decisión para ver a la proverbial carreta quedar fuera de servicio hasta tanto el caballo pudiera estar delante, donde le correspondía estar. Yo quería conocer a Cristo de una manera mucho más profunda que como lo conocía, antes de volver a ministrar jamás. El ministerio sin un conocimiento más profundo de Cristo no tenía ninguna importancia para mí. Conocerlo de veras me era absolutamente importante, Yo habría de conocerlo mejor; el que yo volviera a ministrar o no, era asunto de Él.
Poco después de tomar esa simple decisión, me ocurrió algo muy notable. Ahora bien, una afirmación como ésta hace que, por lo general, la gente lo mire a uno con expectación.
¿Una visión?
¿Recepción de poder?
¿Expresiones proféticas?
No. Nada de eso.
El Señor escogió un método de transformación mucho más efectivo. El dolor. Un dolor que habría de afectar profundamente el resto de mi vida. Contraje una enfermedad muy mortal y muy destructiva. Pasé‚ el siguiente año en cama, sin la menor seguridad de que yo habría de ver mi próximo cumpleaños, mucho menos la restauración de la vida de iglesia.
En los, tres años subsiguientes me encontré tan sólo ligeramente mejor.
Cuatro años casi totalmente perdidos.
No subestime usted los métodos de Dios.
Finalmente recuperé una apariencia de salud. Pero no dejé de percibir que mi deseo de conocer mejor al Señor me llevó a cuatro años de descanso obligado en cama y a quedarme con un cuerpo privado de fuerza para siempre.
Fue precisamente entonces, cuando el Señor estaba permitiendo que una pizca de salud y de fuerza fluyera de nuevo en mi cuerpo, que recibí una invitación para ir a visitar ese insólito y pequeño grupo de jóvenes cristianos universitarios en aquel insólito y pequeño pueblo de Isla Vista.
No caí en la cuenta de este hecho hasta mucho más tarde pero para mí su invitación fue como una última esperanza. Esos jóvenes habían agotado todos los demás recursos, y realmente no sabían a dónde más ir para obtener ayuda práctica ni luz, respecto 'al cuerpo' y a cómo éste funcionaba.
Tanto ellos como yo éramos un verdadero lío. ¡Aquello fue amor a primera vista!
Ahora considere usted esto: Ahí estaba ese cándido grupo de jóvenes cristianos libres, carente de líder y de dirección; y allí entró "el obrero cristiano de edad mayor". La historia se detuvo para repetirse; pero, estimado lector, ese deteriorado y endeble ministro bautista y ese pequeño grupo de jóvenes cristianos no –no-- repitieron la historia.
Adelantándome un poco en el relato, quiero que usted sepa que ellos y yo vivimos juntos la mayor parte de diez años. No hicimos ningún alarde, no reclamamos pretensión alguna, no levantamos barreras, no lanzamos ningún movimiento, no fundamos ninguna otra iglesia, no hicimos nada sensacional y fuimos totalmente pasados por alto por todos los demás, conforme todos pasaban velozmente a nuestro lado.
Por otra parte, llegó el momento en que, de haber proseguido, habríamos progresado menos que disolviéndonos. Hicimos una de las cosas más sabias, mas cristianas que un grupo de creyentes haya hecho nunca. Nos disolvimos. Sí, usted lo está leyendo correctamente. Nos disolvimos. Hubo una década de rica y variada experiencia en Cristo entre un grupo de jóvenes universitarios. Parte de la misma fue gloriosa, y parte nos costó muchísimo, conforme nos esforzábamos en conocerlo a Él solo. Si usted hubiese vivido allí durante nueve o diez años, como la mayor parte de nosotros lo hizo, habría comprendido que la disolución era un proceso en marcha, no un final.
Así pues, vivimos y nos desvanecíamos, un pequeño grupo de no más de 100, sin dejar monumentos, ni edificios, ni una cadena de iglesias. No tenemos nada que podamos mostrar respecto de esa década que pasamos juntos. Esto es, nada visible. Nada en ámbitos visibles. Nos separamos amándonos todavía unos a otros, aún solícitos unos por otros, aún esperando, aún creyendo. Hoy nos hallamos esparcidos a los cuatro vientos.
Pero ¿por qué nos disolvimos?
Oh, bueno, esa es otra historia --pero le diré una de las razones. Yo nunca he deseado tener seguidores. Sí he deseado tener iguales --y 'mejores'. Nunca he querido trabajar con gente que pensara como yo... sino más bien con hombres que tuviesen la mente de Cristo. Tampoco he podido sentirme a gusto trabajando con hombres que estuviesen lado a lado conmigo, pero que estuviesen allí sólo porque –quizás-- estuviesen programados para estar allí. A este respecto mi corazón fue compendiado cierta vez en este pequeño adagio:
Si usted ama algo,
¡déjelo en libertad!
Si luego retorna,
entonces es suyo.
Si no retorna,
nunca lo ha sido.
De modo que, al disolvernos, todos quedaron en libertad. Ahora el tiempo dirá hasta dónde ese pequeño adagio sea aplicable.
Para contestar cualquier otra pregunta que usted pudiera tener con respecto a por qué un grupo que procura restaurar la vida de iglesia se había de disolver "como un proceso en marcha", yo le indicaría la obra Fundation Stones (Piedras de fundamento) próxima a aparecer.
Pero prosigamos la historia presente.
Acepté la invitación de visitar a los jóvenes cristianos de Isla Vista. Después de cuando en cuando volví allá. Luego, al cabo de algunos meses, me senté con ellos y tuvimos una seria conversación. En esencia esto fue lo que les dije:
"Vendré de cuando en cuando a visitarlos durante un año entero. Voy a hacer todo lo que yo pueda para dirigirlos a Cristo,... a fin de que lo conozcan, lo experimenten y vengan a conocer su cruz. Me esforzaré por continuar mostrándoles la iglesia y cómo experimentar la vida de iglesia como una realidad viviente en su vida diaria.
Pero al cabo de un año me iré. Y habiéndome marchado, me mantendré alejado por lo menos por un año entero."
Ahora, ¿por qué habría de optar yo por ayudar a un grupo de jóvenes cristianos en los asuntos de Cristo, y del cuerpo de Cristo, por un año y entonces irme por un año? La respuesta tiene que ver algo con la misionología, de modo especifico con esa fascinante forma en que Pablo da Tarso establecía iglesias frente a insuperables dificultades y afrontando circunstancias imposibles.
Me refiero al método casi invariable de plantar iglesias que Pablo tenía:
Entraba en una ciudad en que Jesucristo nunca había sido nombrado siquiera... y pasaba (un promedio de) seis meses a un año en esa ciudad. Mientras estaba allí, ponía el fundamento de Jesucristo en la vida de un abigarrado grupo de ex paganos. Al cabo de ese breve periodo los dejaba. (Por lo regular, lo echaban de la ciudad.) Con frecuencia Pablo no regresaba a esa ciudad --y a esa iglesia-- por un año o dos.
Y observe usted esto (lea la crónica muy cuidadosamente), él se iba de esas iglesias dejándolas sin ancianos o líderes. Cuando las dejaba, eran todavía grupos sin estructura, sin dirección. (Era, por lo regular, durante la segunda visita de Pablo que en esas iglesias se nombraban ancianos.)
Y era siempre durante ese crucial periodo de la iglesia, cuando Pablo no estaba presente y aún no existían líderes, que al parecer la iglesia era asaltada por increíbles problemas y crisis. Y luego resultaba ser que en todos los casos la iglesia sobrevivía.
Pablo hizo un comentario acerca de este hecho. Fue más o menos algo así:
"Todos los que edifican la casa de Dios pueden estar seguros de que vendrá un día de prueba. Y su obra será probada por fuego. Si alguno edifica, o sobreedifica, con madera, heno y hojarasca, entonces en ese día de fuego su obra se quemará."
"Yo edifiqué con plata, oro y piedras preciosas; el fuego no puede destruir éstos."
Pablo edificaba con Cristo, y más tarde, en la hora del fuego, las iglesias no eran consumidas.
Durante mi vida de obrero cristiano yo había visto arder mucha madera, heno y hojarasca. Había visto también a muchísimos hombres tratar de hacer todo lo que ellos podían --en el inevitable día de la división y del fuego-- para impedir que su obra se quemara. Invariablemente, sus esfuerzos para prevenir la división y la crisis parecían tan sólo añadir a la magnitud del problema.
Entonces me fije esta meta: Durante un año entero me esforzaría en edificar entre aquellos jóvenes cristianos con un material que fuera incombustible. Procuraría edificar con nada más que Cristo. Quería saber si, al cabo de ese año, ese grupo de jóvenes cristianos podía sobrevivir y permanecer en buena forma durante un año, del todo solos y completamente sin ninguna protección.
Eso no era nada fácil de lograr, como lo veremos.
Allí, durante el período de mi Vida que transcurrió entre el día que abandoné el ministerio y cuando empecé a trabajar con esos jóvenes creyentes en Isla Vista, yo había pasado mucho tiempo considerando el ministerio de Pablo de Tarso. Me sentía abrumado al ver cuán cristocéntrico había sido su ministerio. No sólo en la palabra, sino experimentalmente. Ese hombre, al igual que su gente, estaban realmente centrados en Cristo. ¡Y qué increíblemente profunda era su experiencia, qué tremenda su fortaleza! Y toda esa hondura y fortaleza de fundamento era impartida, experimentada y hecha real en un tiempo tan, pero tan breve.
Y después, contra las peores acometidas de las tinieblas, cada iglesia se las ingeniaba para sobrevivir.
Francamente, me pareció que semejante ministerio cristocéntrico, semejante impartición de realidad espiritual, debían ser la meta y el patrón de todo obrero cristiano. Entonces determiné que serian los míos también.
Pablo tenía algunos conversos bastante vulgares --paganos gentiles-- para su 'laboratorio', donde él podía comprobar su teoría de Cristo como todo. En una forma muy real, yo también tenía eso. ¡Esa hipótesis tenia el lugar adecuado y las personas adecuadas y las circunstancias adecuadas para un genuino terreno de prueba!
Allí estaban unos 20 jóvenes; todos ellos tenían alrededor de 21 años; todos eran conversos muy recientes, prácticamente sin ningunos antecedentes cristianos. Muchos de ellos, si no la mayor parte, habían salido de la cultura de drogas o de los movimientos revolucionarios de aquellos tiempos. ¡Sí, eran verdaderos gentiles certificados! Lo que sabían acerca de las profundidades de Cristo podría haberse escrito fácilmente en el borde de un pedacito de papel. A más de eso, vivían en una comunidad de unos dos kilómetros y medio cuadrados, que muy probablemente era uno de los territorios en que eran mas orientados hacia las drogas en toda Norteamérica. Probablemente era asimismo uno de los más inmorales (o amorales) también. Y la universidad ubicada allí, era el brazo de filosofía del sistema universitario del estado. Con el paso de los años, la universidad, así como la comunidad, habían asumido una actitud anticristiana muy agresiva.
¡Está de mas decir, que vivir corporativamente para Cristo en ese ambiente, estaba destinado a causar una conmoción!
Con frecuencia interrumpían nuestras reuniones o las invadían. Nos rompían los vidrios de las ventanas, nos cortaban las llantas de los automóviles, se robaban las bicicletas y... oh... bueno, probablemente usted no lo creería si le contáramos el resto.
Como quiera que sea, pasé aproximadamente unos 100 días de los subsiguientes 365 con aquellos jóvenes creyentes. Durante ese tiempo nos reunimos muchísimas veces, pasamos largos años sentados, hablando, cantamos más de lo que se puede imaginar, y oramos mucho.
Ese primer año que pasamos juntos fue precioso y maravilloso. Fue una experiencia gloriosa y memorable. El Señor hizo mucho para ganar nuestro corazón.
Con el ministerio hablado no toqué ninguna de las doctrinas periféricas de la fe cristiana. Y me temo que en mi prisa omití algunas de las básicas también. Procuré poner énfasis en Cristo, en experimentarlo a Él, y en su cruz.
Una noche empezamos a analizar el avivamiento que estaba recorriendo a Norteamérica. Compartí con ellos algunas de las cosas que yo creía que serian los resultados de ese avivamiento. Finalicé con un comentario a ese efecto: "Dejemos pasar este avivamiento. El mismo es una gran oportunidad para crecer y extenderse, etc. Pero yo creo que debemos dejar pasar no sólo este avivamiento, ¡sino toda la próxima década también! Que todos los demás tengan esta década. Simplemente mantengámonos escondidos. Y crezcamos juntos. ¡Tal vez entonces tengamos la sabiduría y la experiencia necesarias para atender bien a la década de 1.990! Ciertamente para entonces ustedes tendrán algo de Cristo que impartir."
Bueno, finalmente aquel primer año dorado terminó y llegó el momento de marcharme.
Yo estaba bastante temeroso (asustado es un término mucho mejor), y esperanzado. Deliberadamente los dejé con muy pocas (sí acaso algunas) pautas para la supervivencia. No tenían ni la más vaga idea de tener ancianos y líderes. Me imaginé que Pablo de Tarso, al marcharse precipitadamente de una población tan sólo unos pasos delante de una turbamulta, habrá aconsejado bien poco a sus conversos --y nombrado a ningún líder. Deliberadamente, yo haría igual.
Para fines de ese año habíamos crecido en número hasta llegar a alrededor de 70. Todos eran aún terriblemente jóvenes y totalmente candorosos. Cualquiera que mostrase una amplia sonrisa y les predicase cinco buenos sermones, habría podido venderles fácilmente la Meca, Roma, Nueva Delhi o el puente de Brooklyn.
Yo había prometido marcharme, permanecer ausente, no regresar y no interferir en forma alguna durante un año entero. ¿Podrían subsistir todos ellos? ¿Estarían allí un año más tarde cuando yo regresase? En caso afirmativo, ¿en qué clase de forma estarían?
Bueno, como son casi siempre los caminos de Dios, sucedió algo totalmente inesperado. Para decir lo menos, mis deseos se cumplieron. Aquel oscuro grupito de cristianos de Isla Vista tenía más o menos tanto fuego, como era posible poder imaginarse. (La única cosa era que simplemente eso no ocurrió cuando yo había pensado que ocurriría.)
Contaré una parte muy pequeña de la historia. Y, estimado lector, recuerde usted que han pasado cerca de 14 años desde que todo esto tuvo lugar. Es una historia no conocida ni contada hasta ahora. Ni siquiera esos jóvenes cristianos, tomados en la vorágine de la misma, la han contado nunca ni la han oído contar nunca. Como ya lo he expresado, ese acontecimiento se registra aquí porque, de otra manera, el libro "Nuestra misión" sería mucho menos de lo que debe ser como un libro.
Pasemos ahora a un lado, a otra ciudad y otra gente. El lugar es las oficinas centrales de una de las mayores organizaciones cristianas de los Estados Unidos. Una división --un terrible cisma-- está teniendo lugar. Hay puntos en disputa declarados, pero de acuerdo a como la psicología humana y las divisiones funcionan, en realidad era más una lucha de poder entre dos hombres. Las acusaciones del que encabezaba la división eran que la organización era demasiado legalista, demasiado estructurada, demasiado autoritaria.
En breve lanzaron un movimiento propio, constituido por líderes y estudiantes que habían abandonado esa organización. Por supuesto, el nuevo movimiento no estaba estructurado. Ese movimiento elaboró un mensaje que era un extremo criterio de la gracia. Sus doctrinas y conceptos habían de pasar por muchas etapas. Y conforme pasaban, cada etapa se tornaba más y más radical. En un determinado punto, su concepto de la iglesia probablemente podría haberse resumido en el comentario siguiente: "Si Dios quiere que los creyentes se congreguen, Él se los dirá, y Él les dirá dónde deben hacerlo y a qué horas ha de comenzar la reunión."
Por último, el movimiento y su mensaje empezaron a desintegrarse. Su mensaje de gracia estaba produciendo, en un grado extremo, juramentos, maldiciones, embriaguez e inmoralidad. El movimiento se precipitó vertiginosamente en el caos y se derrumbó, dejando a centenares de cristianos --así líderes como seguidores-- desilusionados, confundidos, amargados, con la capacidad de expresar su hostilidad, por lo general hacia el liderazgo del movimiento.
Ahora bien ¿qué tiene que ver todo esto con unos 70 jóvenes cristianos de Isla Vista?
Justo antes de que yo me apartara de esos jóvenes creyentes universitarios, vino uno de los cristianos procedentes de aquel extraño movimiento de 'gracia' y comenzó a reunirse con ellos. Era una sola persona, pero él resultó haber sido un importante factor en ese ahora difunto movimiento de gracia. En el curso de los 12 meses siguientes, muchos de sus amigos y seguidores se pasaron allí también. Con el tiempo, su número llegó a cerca de 100.
(¡Yo me estaba yendo precisamente cuando las cosas estaban a punto de ponerse interesantes!)
Durante la primera parte de ese año en que estuve ausente las cosas marcharon suavemente. Pero a medida que llegaron más y más de esos cristianos, hubo un definido cambio de actitud. Algunos de ellos eran líderes altamente dotados y bien conocidos en toda la nación. Muchos de ellos eran de voluntad recia. Todos estaban heridos. Algunos estaban increíblemente amargados. Y en todo ese ambiente estaba aún presente esa naturaleza divisiva, esa propensión hacia la controversia, ese preciarse en osadas obras del pasado... y, todavía bajo la superficie --una predilección por la violencia, el libertinaje moral y, en algunos, un lenguaje increíblemente vulgar.
Y, como se descubrió más tarde, tampoco habían perdido el don de sembrar discordias y de crear divisiones en el cuerpo de Jesucristo. Al principio algunos de ellos llegaron allí con el propósito de ser sanados. Algunos más vinieron por pura curiosidad. Otros vinieron con ánimo de desafiar. La mayor parte de esa gente, como había llegado mientras yo estaba ausente, nunca me había conocido y ni siquiera había oído hablar de mí. Ni yo de ellos. Yo era tan sólo un nombre. Pero para ellos ese nombre representaba alguna clase de liderazgo, aunque fuera muy benigno. Entonces, gradualmente comencé a percibir un mensaje, al principio tan sólo un hilillo, luego fuerte y claro:
"No sabemos quién es usted, pero quienquiera que sea, su regreso aquí no es bienvenido."
En ese punto había, muy definidamente, dos grupos separados que casualmente se reunían bajo el mismo techo. Los de uno de los grupos eran como de 20 a 23 años de edad. La edad de los del otro oscilaba entre los 24 y los 40 años. Los que formaban uno de los grupos eran increíblemente cándidos. Los del otro, mayores, se estaban tornando poco a poco una vez más en un grupo intranquilo y cohesivo. Mayores, más sabios, pero tan propensos a ser divisivos como siempre.
Era a esa situación a la que yo habría de regresar.
Tremenda escena, ¿eh?
Mis limitaciones son innumerables, pero no estoy completamente muerto. Y cualquiera de mi edad tendría que estar tan muerto para no ver lo que iba a pasar. El grupito original de muchachos inocentes estaba a punto de ser lanzado en una fiera y severa prueba de primera magnitud.
Por ese tiempo yo tenía dos o tres opiniones hondamente reservadas respecto de las divisiones que ocurren en el cuerpo de Cristo y de cuál debía ser mi papel en medio de una tal división, caso que ocurriese una.
Creencia número uno: La división es inevitable. La misma es una prueba de nuestro corazón. Creencia número dos: Cuando una división amenaza una obra, el obrero no debe interferir. Debe dejar que ocurra... porque, después de todo, ocurrirá. El obrero puede diferiría, y hasta puede pensar erróneamente que la ha detenido, ¡pero la división habrá de venir! Creencia número tres: El obrero debe edificar de tal manera que el fuego no pueda quemar la obra. Y si se quema, allí mismo, en el inevitable holocausto, ciertamente el obrero debe ser el primero en saber, en querer saber, y en admitir, que ha edificado con madera, heno y hojarasca.
He sostenido y sostengo, que el obrero debe desear saber la respuesta a esta pregunta: ¿He edificado con combustibles o con incombustibles? No hay forma de saberlo, excepto en las crisis. El proteger siempre una obra, el estar siempre lanzando cruzadas contra los disidentes; es no llegar a saber nunca de qué composición es su material de construcción.
Jesucristo, o heno --¿de cual de éstos hemos edificado? Sólo el fuego lo puede decir. Yo he creído --y aún creo-- que cuando una obra (esto es, una iglesia) que está experimentando vida de iglesia, está a punto de ser precipitada en una crisis, ¡el obrero debe marcharse! (Este no solamente es el paso más honorable que se puede dar --el único paso lleno de fe que se puede dar-- sino que es el único paso que el obrero puede dar a fin de minimizar el daño. ¡Trate no más de quedarse por allí, y vera lo que ocurre!)
¡Regrese cuando la fiera prueba haya terminado! Rebusque en las cenizas y vea si puede encontrar, ahí en los escombros, un pedacito de metal precioso que no se haya quemado.
De acuerdo, ésta puede no ser la opinión que usted tiene comúnmente acerca de lo que debe hacer un obrero cristiano durante una crisis en el reino de Dios. Pero yo creí entonces, y creo ahora, que el mejor camino, el más elevado, y muy posiblemente el más bíblico que un obrero puede seguir, es irse de la ciudad.
Si los creyentes que se dejan en el caos de una división han aprendido la cruz, y si han visto al Señor, para ellos la división no habrá de ser ninguna cosa arriesgada ni peligrosa por la que hayan de pasar. Cierto, una división puede ser una experiencia brutal, perniciosa y dañina, cuando hay dos lados. Pero tan sólo si hay dos lados. Yo había mostrado, o al menos esperaba haber mostrado, a un grupo de jóvenes cómo tomar la cruz en todas las cosas. Si mi presentimiento en cuanto a una inminente división era correcto, en breve yo sabría cuán bien ellos se hallaban agarrados de Cristo frente a la disensión y el caos. ¿Irían ellos a la cruz... para allí morir?
Estos eran los pensamientos que predominaban en mi mente al contemplar yo el regreso a una confraternidad de creyentes cristianos, la mitad de los cuales yo no había conocido nunca y quienes no querían que yo regresase.
Bueno, finalmente llegó el día en que mi esposa y yo habíamos de regresar a Isla Vista. Volvimos allá por vía aérea. No me avergüenza en lo más mínimo decir que vine sentado en mi asiento llorando durante todo el vuelo. Me embargaba un terror sin limites con respecto a lo que nos esperaba cuando saliésemos del avión.
El siguiente fin de semana se celebró una reunión, un retiro para hombres, en las montañas que se levantan por encima de Isla Vista. El lugar era un establecimiento presbiteriano para conferencias llamado Rancho La Sherpa. Había allí 40 hombres presentes. Más o menos la mitad de ellos eran nuevos para mí. La otra mitad eran esos jóvenes a quienes yo había llegado a amar el año anterior.
De modo que, estimado lector, ahora usted sabe los antecedentes de los mensajes que está por leer. Los di allá arriba en una montaña, a un grupo de hombres jóvenes que, muy probablemente estaban a punto de ser precipitados en un infierno. Para ellos fue un llamado a que se elevaran a una nueva norma de conducta frente a una división devastadora. Yo tenía cierta esperanza de que el cisma no llegara a ocurrir; que estos mensajes llegaran a desviar el curso de una división; pero desde un punto de vista realista, era más probable que ésa viniera a ser mi última oportunidad de dirigirme a esos jóvenes corazones... porque yo estaba comprometido a marcharme si, y cuando, una división comenzara a formarse.
¡Estos mensajes eran posiblemente mis pláticas de despedida!
"¿Y tuvo lugar la división?"
Sí. Un poco después.
"¿Y se marchó usted cuando aquello comenzó?"
Me fui --otra vez-- justamente antes de que la división comenzara.
"¿Y resultó muy malo eso?"
La palabra brutal pudiera ser más descriptiva.
"¿Y aquellos jóvenes? ¿Y aquellas jóvenes? ¿Cuál fue su conducta? ¿Cumplieron la norma? ¿Avanzó el estandarte?
El estandarte avanzó.
De pocas cosas estoy seguro. Pero de esto estoy seguro:
Ese estandarte avanzó. Ellos afrontaron aquella horrible hora sin ayuda ni consejo terrenales y sin ninguna experiencia anterior con que planear su curso. Y sobrevivieron por la gracia de Dios. Convirtieron en realidad los mensajes que usted está a punto de leer.
¡Y sobrevivieron!
Tal vez yo debiera compartir un breve relato que viene al caso, para, que usted pueda tener una vislumbre de cómo un grupo de jóvenes cristianos, hombres y mujeres, manejaron una situación sumamente volátil... en forma espontánea e instintiva. ¡Y completamente solos!
Recientemente estuve hablando con una de las apreciadas hermanas en el Señor que pasaron aquella hora destructora. Tenía 23 años entonces. Ahora tiene 36. Aquí está, en esencia, lo que ella me dijo acerca de aquella experiencia conforme la recordaba:
"Usted sabe, todos nosotros éramos muchachos, no sabíamos nada acerca de situaciones como ésa; sin embargo ninguno de nosotros se refirió ni una sola vez en todo ese tiempo a lo que estaba pasando. Yo nunca lo mencione a nadie, ni siquiera a mis compañeras de habitación; ni ellas me dijeron nunca nada. Ni tampoco ninguno de los hermanos --ni tan siquiera los que recibieron los embates más fuertes de aquello. Hasta donde yo sé, ninguno de entre nosotros dijo nunca ni siquiera una palabra uno al otro acerca de lo que estaba ocurriendo. Y en todos estos años desde entonces nunca he oído a ninguno referirse a eso, y yo no creo que ninguno de los demás lo haya hecho nunca. Hasta donde sé, nunca se ha mencionado aquello."
Aquello fue una catástrofe violenta; no obstante, en unos pocos meses todo ese asunto quedó atrás. Al cabo de un año había quedado prácticamente olvidado.
Hay mejores formas que las que ahora están en boga en el país y por medio de las cuales los cristianos pueden manejar las crisis de la iglesia.
Alrededor de cuatro años después que estos mensajes fueron dados, los mismos fueron publicados en forma de folletos. Recuerdo una carta que recibí de un lector que dijo, en esencia:
"Usted está presentando un ideal que es demasiado etéreo; no funcionará en la realidad." Bueno, ya lo han vivido en la realidad los integrantes de un grupo de alrededor de 70 jóvenes cristianos. Fueron ellos, no yo, quienes probaron que no es necesario pasar por un cisma con toda esa reciprocidad de palabras rencorosas que producen tantas heridas y tanto daño.
Hay una alternativa:
¡Usted puede perder!
Usted puede dejar que las cosas sean destruidas.
Usted puede morir.
¡Que el Señor apresure el día en que más cristianos escojan una conducta semejante en presencia de una división!
Y ahora confío en que, con esta introducción, usted encuentre estos mensajes un poco más significativos. Espero que los acepte de un modo muy personal para su propia vida. Confío asimismo en que mientras los vaya leyendo, usted tome alguna decisión personal en su propio corazón, en lo que respecta a su propio comportamiento en esa futura hora de crisis extrema que habrá de encarar algún día en el cuerpo de Cristo. Con toda seguridad, la crisis se encuentra allá afuera. Seguramente, usted la habrá de encarar. Seguramente, su corazón será probado, y su corazón se manifestará.
Y por su proceder en esa hora, los ángeles sabrán (según palabras de Pablo) de qué estaba edificada su obra.
Y si sobre este fundamento (Jesucristo) alguno edificare oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca, la obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará.
1 Corintios 3:12, 13
El Señor habrá de enviar esa hora a la vida de usted. Los motivos secretos de su corazón serán probados. ¿Cuál será su conducta?
*****
Catorce años son un largo tiempo. Si yo fuera a dar hoy otra vez los mensajes que usted está por leer, el contenido de los mismos sería un poco alterado. Ponderaría con más cuidado algunas aseveraciones. Dejaría fuera algunas cosas. Hasta podría añadir un poco. Volvería a redactar bastante. Modificaría muy definidamente muchas afirmaciones relativas a la cristiandad estructurada. Usted encuentra aquí los mensajes tal y como se los di entonces, no como los daría hoy, puesto que tal vez estoy un poco más suavizado por la edad.
Una palabra final. Algunos libros dan el punto principal al comienzo y después lentamente pierden fuerza. Otros libros van edificando, cobrando vitalidad, siendo su parte final la más valiosa. La Parte III de este libro constituye muy definidamente la porción más importante.
Y ahora, estimado lector, si por casualidad un día nos llegamos a encontrar, confío en que en esa hora usted también tendrá un estandarte en la mano y un destello en los ojos... ya que hay muchas montañas más que es necesario escalar.
Gene Edwards
Quebec, Canadá
PARTE PRIMERA
CAPITULO 1
Tres grupos en la historia de la Iglesia
¿A cuál de ellos pertenecemos?
ónganse ustedes a hojear las páginas de un libro de historia de la Iglesia y quedarán pasmados por un hecho: desde el año 325 de nuestra era hasta alrededor de 1.500 d. de C., todo lo que ustedes leen, es acerca del catolicismo romano. Comenzando alrededor de 1.500 d. de C. encontramos una segunda corriente: el protestantismo. ¿Pero eso es todo lo que hay en lo que se refiere a la historia de la Iglesia? ¿No hay nada más? ¿Es que estamos tan mal parados, que toda la historia de la fe cristiana no tiene nada más de que hablar, sino solamente del catolicismo romano y del protestantismo? (No necesito decirles que hoy en día el protestantismo no se parece mucho a lo que era la iglesia durante el primer siglo.)
Pues, sí; hay una tercera línea, un tercer grupo de personas. Vuelvan atrás y agarren otra vez ese libro de historia de la Iglesia, y esta vez lean las notas que vienen al pie de la página. Allí es donde ustedes encontrarán la tercera línea. La constituyen los creyentes cristianos que permanecieron fuera de la religión organizada.
¿Y quiénes son ellos? ¿Cuál es su historia?
Considérenlos muy atentamente porque predicen... ¡nuestra misión! (Cuando aprendemos acerca de ellos, empezamos a ver nuestro lugar en la historia, nuestra razón de existir. Esta es la razón por la cual voy a comenzar estos mensajes sobre nuestra misión, echándole primero un vistazo a la historia.)
La de ellos es la más bella epopeya de la historia de la Iglesia --¡los cristianos ocultos a lo largo de los siglos! Su historia es la rica y apremiante historia de hombres que vivieron una fe primitiva. Esa epopeya no tiene paralelo en los anales del género humano.
No busquen ustedes un determinado grupo, ni una línea ininterrumpida. Tampoco busquen la mítica 'sucesión apostólica', porque no la van a encontrar. Esos cristianos han existido en cada siglo desde el año 325 d. de C., pero en cada siglo su historia es un poco diferente. El primer grupo apareció en escena alrededor del año 350 d. de C. en España, entre todos los lugares. Odiado, despreciado y perseguido, ese grupo en particular sobrevivió por unos 100 años. El siguiente grupo surgió en la isla de Iona, ubicada cerca de la costa de Escocia, durante el siglo sexto. Hubo otros grupos después de ellos. Uno estuvo en los Bálticos; en una época posterior, estuvieron los de los Alpes suizos e italianos; y en otra época más, los del sur de Francia. Esos pequeños grupos han existido en toda época de la historia de la Iglesia. Se los ha llamado con docenas de diferentes nombres. Figuran como testimonio de la simplicidad de la fe en Jesucristo.
¿Y qué estaba haciendo Dios con cada uno de esos pueblos? Simplemente esto: Estaba manteniendo vivo su propio testimonio. Un testimonio de la centralidad de Cristo en el universo --su preeminencia. Esa es la razón por la cual Dios los levantó. Esa era la misión de ellos. Así, al percibir el propósito que Dios tuvo con esos distintos pueblos, nosotros también empezamos a percibir nuestro lugar. Nuestra misión.
Los hombres tuvieron una tarea en cada época, pero Dios mismo también trabajó. En cada época existió siempre su obra muy propia en alguna parte de esta tierra. Por lo regular, su obra era pequeña, y su pueblo, por lo general, anónimo. Se Podría decir que su obra con cada grupo tenía poca duración. Por un breve y glorioso momento vivían, y Él tenía una obra en la tierra. Era como una maravillosa explosión de luz. Dios usaba ese grupo a lo largo de cuarenta a ochenta años, tal vez cien años. Durante ese tiempo Él tenía su pueblo... y cuando la luz palidecía y se extinguía en ese grupo, Dios proseguía a fin de trabajar de nuevo, en alguna otra parte.
En las tempranas épocas de la historia de la Iglesia, del año 325 a 1.517 d. de C., podemos leer la historia de unas pocas personas que, durante la era del oscurantismo, mantuvieron brillando una tenue luz. Después de 1.517, se aceleró el paso y se alteró el curso. Ahora bien, esa tercera fuerza en los anales de la Iglesia fue llamada para ser no sólo una luz, sino también un pueblo restaurador: un pueblo que redescubría, restauraba y reexperimentaba los caminos de Dios. Para restaurar la experiencia del primer siglo, esto es, para redescubrir la plena experiencia de conocer a Cristo y restaurar la experiencia de la iglesia.
Hubo restauración antes del siglo XVI, pero la mayoría de los registros de esa restauración fueron destruidos; de modo que las cosas restauradas en aquellos tiempos se han perdido para nosotros. La persecución, la espada y la quema de libros se encargaron de ello. Por tanto, aquellas cosas tuvieron que ser restauradas otra vez y restituidas al pueblo de Dios como un testimonio permanente. Esa tarea le ha tocado a todos los pequeños grupos en los cuales Dios ha trabajado desde 1.517. De hecho, la misión de ellos ha sido la restauración. Y, en general, las verdades de las cosas restauradas desde 1.517 todavía se hallan disponibles para nosotros.
Esta tercera corriente de la historia de la Iglesia siempre ha sido pequeña. En algunos siglos los que la formaban no eran más que un puñado. Pero noten esto: su contribución siempre ha sido inmensurable. Su luz siempre ha sido grande. Con frecuencia, si no siempre, tenían más luz que las otras dos líneas combinadas. Algunas de las verdades más puras y algunos de los atisbos más claros y más profundos a lo íntimo de Cristo se encuentran entre esta gente. Así ha sido, desde el año 325 directamente hasta la fecha.
Y ahora venimos a este tiempo presente. Cómo pueblo, ¿en cuál de estos grupos encajamos? Podríamos estar con los católicos romanos, o podríamos unirnos a los protestantes.
En realidad, no formamos parte de ninguno de los dos. Somos parte de la línea de los que están afuera. Formamos parte de las notas puestas al pie de la página. Constituimos parte de los que han venido abogando por la centralidad y la supremacía de Cristo... en su vida, en sus reuniones. Así pues, estos mensajes les darán a ustedes una idea de nuestra propia perspectiva, conforme salimos de no se sabe donde y entramos en esa procesión de la historia de la iglesia. Tomamos nuestro lugar al lado de aquellos que estaban determinados a conocer solamente a Cristo; para marchar con esos pequeños grupos que estaban buscando tener una plena experiencia del cuerpo de Cristo... ¡la experiencia de la iglesia!
¡Vuélvanse y miren hacia atrás! Sí, por todos los medios posibles miren hacia atrás. Sean estudiantes de la historia de la iglesia. Consideren esos pequeños grupos que vinieron antes de nosotros. Beban a grandes sorbos de su experiencia. Sepan ustedes por todo lo que ellos pasaron. Lean sus mensajes. Lean su historia. Descubran qué fue lo que aprendieron. Necesitamos saber todo lo que ellos aprendieron. ¡Nunca llegaremos a ninguna parte a menos que sepamos de antemano lo que ellos ya han descubierto! No hemos de empezar en cero. Más bien debemos empezar allí donde ellos se detuvieron.
Debemos ser estudiantes de la historia de la iglesia. Debemos saber lo que Dios ya ha hecho. ¡Averigüen qué es lo que Dios ya ha restaurado! Hallen los asuntos que Dios ya ha revelado. Necesitamos familiarizarnos con la obra que Dios hizo en el pasado. ¿Por qué? Porque necesitamos tener alguna idea de lo que aún no se ha hecho. Saber lo que se ha hecho. Lo que no se ha hecho. Qué gloria se ha logrado. Qué errores se han cometido. Tenemos que saber estas cosas.
Hoy nos incorporamos a esta innumerable multitud y ocupamos nuestro lugar. Al hacerlo, echamos una mirada hacia atrás y, sin avergonzarnos, sacamos de la sabiduría, de la experiencia y de los errores de los que han venido antes de nosotros.
Cómo conocer nuestra herencia
Imagínense conmigo una gran montaña. La cima de esa montaña es importante. Esa cima ya ha sido alcanzada. Una vez. Desde entonces otros han tratado de conquistar esa cumbre. Y en cada era esa cumbre queda más cerca de nuestro alcance. ¡Y ahora! Ahora ustedes forman parte de los que han sido llamados a conquistar sus alturas.
Cuando, estando parados al pie de la montaña, ustedes miran hacia arriba, deben comprender que en realidad no empiezan en ese punto. Otros antes de ustedes han hecho posible ir directamente a alguna elevada avanzada... un lugar a donde otros ya llegaron en el pasado reciente. Hasta allí ellos abrieron camino. Ahora han dejado su equipo de escalar; el campamento está inanimado. Los ángeles esperan que otro grupo de hombres emprenda la tarea.
Ustedes pueden ir directamente a ese campamento. ¡No les llevará mucho tiempo, si ustedes conocen el camino! Si saben qué es lo que se ha hecho antes. Otros han abierto ya un camino hacia arriba por esa montaña para ustedes. Gracias a Dios, ya se ha retomado gran parte de esa montaña. No, aún no se ha vuelto a llegar a la cima; pero algunos ya han ido por un largo trecho hacia arriba por la cuesta, tal vez más lejos de lo que ustedes pudieran comprender. Y a un precio cruento. ¡Seguro que cualquiera que trate de comenzar de nuevo, nunca va a llegar a ninguna parte! Ustedes deben avanzar hasta la experiencia de aquellos que ya han tratado de conquistar aquellas alturas, y comenzar desde allí.
Convénzanse: debemos saber lo que Dios ya ha hecho. Tenemos que saber mucho en lo que respecta a esos pequeños grupos que han venido antes. Debemos conocer a fondo nuestra herencia. Ahora, al comenzar a escalar la empinada cuesta, ustedes notan una serie de estandartes que se ven a lo largo del camino. Esos estandartes fueron clavados en la tierra hace mucho tiempo por esos grupos que vinieron antes de ustedes.
Miren hacia arriba por la falda de la montaña. ¿Pueden ver un estandarte que flamea allá arriba en lo alto --lejos, lejos por encima de todos los demás? Alguien ya ha alcanzado un punto lejano. ¡Aquélla es la última avanzada! De hecho, ese punto fue alcanzado no hace mucho. ¡En este siglo! Miren bien el suelo. Se pueden ver aún las pisadas de aquellos que vinieron antes de ustedes.
A lo largo del camino pueden llegar a pensar que han alcanzado un lugar adonde nadie pudo haber llegado antes. Tengan cuidado. Ustedes alcanzarán lugares que parecerán imposibles de forjar. ¡Pero, miren! Aunque parezca increíble, vean, allá en la distancia, otro estandarte ondeando alto y orgulloso. Después de un tiempo ustedes empezarán a apreciar hondamente lo que Dios ya ha hecho; toda la enormidad de sufrimiento, de sacrificio; la experiencia que ya ha sido derramada por hombres que se esforzaron por alcanzar las alturas.
Con el tiempo, una sensación de humildad los invadirá a ustedes. A veces incluso se sentarán y se preguntarán, sí, se preguntarán muy seriamente, si algún grupo de personas (de modo especial aquellos de nosotros que nos hemos criado en esta sociedad moderna) puede igualar jamás la devoción de aquellos santos que vinieron antes de nosotros. ¿Puede alguno de esta edad moderna avanzar el estandarte más arriba? Al ver los sitios que ellos han escalado, ustedes se preguntarán si tenemos el coraje de ir más allá de donde ellos pararon. En realidad, debo confesar que ¡esta pregunta aún está por contestarse plenamente! Esperemos que el veredicto sea: "¡Sí!" Y si ésta va a ser la respuesta, entonces esta era va a necesitar una nueva generación de hombres. Aquellos que vinieron antes de nosotros renunciaron a tantas cosas; amaron tanto al Señor, con semejante entrega. La idea de que podríamos alcanzar su devoción, ¡nos deja pasmados!
Avancen hacia arriba en la montaña. ¡Vean! La distancia que hay entre un estandarte y otro se acorta cada vez más, y las cuestas se hacen cada vez más empinadas. Pero, aun cuando no hay mucha distancia entre los estandartes, se necesitó tanta gracia (y devoción) para salvar esas pequeñas distancias, como se necesitaba para las mayores.
Por último, ustedes llegan a un estandarte que ondea tan alto. El mismo se encuentra en un sitio tan remoto, un lugar tan espectacularmente difícil de alcanzar, ¡que apenas pueden creer que un hombre haya llegado jamás tan lejos! Ustedes saben, saben instintivamente que "allí es donde nuestra misión comienza". (Francamente, no puedo decir siquiera cuántos años podrá tomar tan sólo llegar a esa avanzada, pero yo creo que a cada uno de ustedes le quedarán por lo menos de 20 a 30 años de vida cuando alcancen ese último campamento, ese último estandarte.) Ahora den la vuelta y miren hacia atrás. Y ahora vuélvanse de nuevo y miren hacia arriba. ¿Dónde se encuentra la cima? ¿Está cerca o está muy lejos?
Siendo así que han transcurrido ya cerca de 14 años desde que di estos mensajes, me resulta bastante difícil recordar a todos los que ayudaron a imprimirlos.
Estos mensajes aparecieron primeramente en tres folletos, como cuatro años después de haberlos dado. Recuerdo bien que Patty Sammons calificó un enorme montón de hojas de examen de mis alumnos de secundaria, a fin de que yo tuviera tiempo para revisar la transcripción de los mensajes orales. Asimismo recuerdo que Brad Barrett dirigió una cruzada unipersonal para obtener algunos de estos mensajes en forma impresa. De igual modo también agradezco a Kathy Bodycombe, que hizo varias veces la composición tipográfica del libro, y a Bárbara Kloos, que desempeñó un importante papel en hacer imprimir todos mis escritos.
Quiero dar las gracias a Lance Thollander por venir en mi rescate y ayudarme a escribir la introducción, cuando la misma llegó a ser uno de los proyectos escritos más difíciles que yo haya intentado jamás. Efectivamente, la introducción es obra de dos plumas.
Y por último, a todos ustedes que han solicitado que estos mensajes sean presentados en forma de libro.
Historia del trasfondo del libro
Este es un libro sobre un tema acerca del cual nadie desea escribir la división en el cuerpo de Cristo.
Yo me convertí a Cristo a la edad de diecisiete años, y, no obstante mi poca edad, ya había presenciado dos importantes divisiones de la iglesia así como varias de menor importancia) ¡aun antes de ser yo cristiano!
Desde hace algún tiempo acá vengo haciendo una informada encuesta con respecto a los obreros cristianos. Basado en mis hallazgos altamente no científicos, me aventuraría a decir que el obrero cristiano puede esperar que, para cuando llegue a la edad de cincuenta años, haya pasado ya por un mínimo de tres divisiones importantes –catastróficas-- de la iglesia. Y el cristiano típico puede esperar lo mismo.
Una división de la iglesia habrá de constituir uno de los acontecimientos más importantes de la vida de cualquier cristiano. La probabilidad de que usted sobreviva espiritualmente una sola división durante su vida, intacto, es tal vez menos de un cincuenta por ciento.
No creo que por ninguna razón haya de haber divisiones en el cuerpo de Cristo. (Quizá la única posible excepción pudiera ser que se estuviera consintiendo la inmoralidad sexual.) La verdadera razón de una división y la razón que se aduce para efectuar una división, nunca son las mismas. El corazón del hombre es demasiado engañoso como para que ninguno de nosotros confíe en nadie que cause divisiones.
Pero aun cuando yo no creo que haya de haber divisiones, duele decirlo, ocurren de todas maneras. Me aventuraría a decir que de las 250.000 congregaciones protestantes que hay en los Estados Unidos, un mínimo de cinco mil a diez mil llegarán a dividirse durante los próximos doce meses, afectando la vida de al menos un millón de creyentes profesos.
En realidad no deberíamos ignorar un problema tan enorme y tan trágico. (Si es que este libro no logra nada más, quizás haga, por lo menos, que en algún lugar algunos hombres sabios empiecen a sacar este esqueleto fuera del armario y a lidiar con él por lo que él es: un importante problema en la familia cristiana.)
Hace algunos años salí de un ambiente más formal de la fe cristiana a esa área infinitamente menor del cristianismo informal. En este minúsculo mundo de cristianos hallé algunos de los más amados creyentes, algunos de los más preciosos grupos y, ciertamente, los más castizos y nobles de todos los obreros cristianos. Pero, al parecer, también me he tropezado con más chiflados, maniáticos y excéntricos, que en todos mis años de trabajar, en docenas de países, con miles de pastores y obreros cristianos que están dentro del cristianismo formal.
Me apresuro a añadir que los cristianos que se encuentran fuera de la experiencia de la iglesia organizada, se dividen mucho más que los que se hallan dentro, y mucho más de lo que cabria esperar jamás si tomamos en cuenta su pequeño número.
Este libro es acerca de muchas cosas, pero principalmente es acerca de la división. Espero que les sirva de ayuda a los cristianos de las tendencias principales de la fe cristiana, y a los pequeños grupos anónimos que se congregan en hogares. Pero es por estos últimos que siento mayor solicitud. Los grupos pequeños, no organizados, no tienen la salvaguardia que se encuentra naturalmente en las denominaciones organizadas. El estrago de la división 'fuera del cristianismo formal' resulta absolutamente consternador. Confío en que este libro habrá de jugar algún pequeño papel en eliminar algo de esa división, en ayudar a los creyentes a sobrevivir una división, y en confortar a los que ya han bebido de esa copa amarga.
Las circunstancias bajo las cuales fueron dados los mensajes que constituyen este libro, se han mantenido en secreto cuidadosamente guardado y no comentado por cerca de 14 años. Todavía me es un poco enervante estar sentado aquí y revelar una pequeña parte de la historia, pero usted tiene derecho a conocer el drama circunstante, pues de otra manera el mensaje del libro será deficiente. ¡Y si que todo eso fue un tremendo drama! Así, pues, este libro es una serie de mensajes in situ, dados justamente antes de una división.
A fin de ser claro, debo acopiar algunos acontecimientos aparentemente no relacionados, y entretejerlos para que usted pueda ver cómo todos esos acontecimientos convergieron.
Yo me convertí a Cristo durante mi primer año de colegio universitario. En aquel mismo tiempo un avivamiento recorría a Norteamérica. A veces se hace referencia al mismo como el avivamiento de la posguerra. Hay algo que se destaca claramente en mi memoria con relación a esos días: Ese avivamiento, como la mayoría de los avivamientos, duró cuatro años (sin contar el fulgor precursor ni el resplandor posterior); no obstante parecía que, prácticamente, todos los cristianos fervorosos y visionarios que conocí en los diez años subsiguientes, se habían convertido durante ese breve período.
Exactamente veinte años después, cuando yo tenía 37, otro avivamiento recorrió a Norteamérica. Ese avivamiento también duró aproximadamente cuatro años. Los mensajes que usted está a punto de leer, fueron dados durante ese avivamiento.
(Supongo que, si podemos predecir el futuro basados en el pasado, habrá otro avivamiento en Norteamérica hacia fines del siglo veinte.)
El avivamiento que vi a la edad de 17 años, fue bastante diferente del que observe‚ a los 37 años. El primero fue de relumbrón y estuvo dirigido especialmente a la juventud. Había grandes coros, reflectores móviles y oradores vestidos de colores llamativos. ¡Tuvo lugar más o menos en el tiempo en que Norteamérica estaba 'inventando al adolescente'!
Quizás el resultado más importante de ese avivamiento fue el comienzo de la aceptación de las organizaciones cristianas interdenominacionales. Los Navegantes, Cruzada Estudiantil para
Cristo, Juventud para Cristo, Vida Joven --todas ellas adquirieron prominencia y aceptación en ese tiempo.
Como todos los avivamientos norteamericanos, ése también fue tipificado por un gran fervor, por el hecho de ver a multitudes conducidas a Cristo, y por emerger algunos nombres y movimientos prominentes. Pero, es triste decirlo, se puso muy poca atención en desarrollar una espiritualidad profunda, y como resultado, se logró poco. Eso había de tener un gran impacto en el siguiente avivamiento.
Que conste, yo personalmente recuerdo ese tiempo --poco profundo o no-- como días preciosos y atesorados.
El segundo avivamiento de la posguerra, ése durante el cual estos mensajes fueron dados, fue diferente de cualquier otro avivamiento que ha habido en la historia de Norteamérica. Ese avivamiento, como prácticamente todos los avivamientos, comenzó espontáneamente entre los jóvenes; pero fue el único avivamiento que este país haya visto jamás que ocurriera fuera de los confines del cristianismo organizado.
El avivamiento comenzó entre los jóvenes; no tuvo líderes ni dirección. Estuvo personificado por esas cosas hermosas e increíblemente desordenadas llamadas "Casas de Jesús". Por toda Norteamérica, en poblaciones y ciudades, jóvenes cristianos recién convertidos que vivían todos juntos, alquilaban grandes casonas viejas del tipo de graneros. Típicamente, todos cooperaban en preparar las comidas y en cubrir los gastos, había mucha solicitud, amor, aceptación, y una atmósfera de comunidad y de tolerancia, caracterizada por un Evangelio maravillosamente simplista. Asimismo, había una atmósfera no sectaria de aceptación cristiana. Resulta difícil hallar otra semejante a ella en los anales de la historia de la Iglesia. Para decirlo de otro modo, aún no se habían levantado entre esos amados jóvenes las barreras doctrinales y denominacionales que han caracterizado por tanto tiempo al cristianismo.
Aquello era puro, refrescante y hermoso. Pero no iba a durar mucho.
¿Y que fue lo que causó su extinción? Entre otras cosas, los resultados del primer avivamiento fueron iguales a los del segundo. Lo que quiero decir es esto: había falta de liderazgo en ese nuevo avivamiento, así como falta de dirección, lo cual estaba destinado a producir un nuevo elemento en su evolución. Ese nuevo elemento era el ingreso de hombres de mayor edad esos grupos --hombres ambiciosos, que en su mayor parte no habían sido quebrantados-- que venían con un trasfondo mental, con doctrinas, con denominaciones, con la necesidad de proteger, de dirigir, de ajustar.
Por otra parte, había muchos miles de jóvenes cristianos contagiados con el entusiasmo de experimentar la bendición del Señor y dispuestos a creer todo lo que se les dijera. Estaba montado el escenario para que esa novedad y sinceridad dieran paso a las formas y prácticas de hombres mayores.
Era evidente el destino eventual de ese avivamiento. El tiempo de aquella inocencia pasó. La refrescante espontaneidad e informalidad de la 'gente de Jesús' dio paso a formas definidas de hacer las cosas. Surgieron muros, barreras, temores, 'grupismo', 'elitismo', 'sectarismo' --todo eso fue inseminado en aquel avivamiento, por medio de las convicciones, doctrinas, formas, rituales y prácticas antiguas, superficiales y gastadas, de hombres mayores y de días pasados.
De ese avivamiento provinieron movimientos grandes y pequeños. La sinceridad que había existido entre esas pequeñas confraternidades en todo el país, quedó gradualmente reemplazada por el temor de que un visitante pudiera ser un 'lobo'. Conforme los hombres 'protegían sus rebaños', se fueron originando aceleradamente pruebas, de confraternidad, hasta que las mismas, llegaron a ser legión.
¿Y después de todo eso?
Bueno, desafortunadamente los obreros mayores en edad no parecen comprender que sus jóvenes seguidores no permanecen jóvenes, cándidos ni crédulos para siempre. Eventualmente, algunos hombres y mujeres en cada uno de esos grupos --al llegar aproximadamente a los 30 años de edad-- empezaron a pensar por sí mismos, se consideraron como que habían sido ¡engañados, extraviados, usados y abusados! Entonces, correcta o incorrectamente, justa o injustamente, impulsados por la carne o por fuentes espirituales (o tal vez sólo psicológicas)... aquellos seguidores se volvieron contra sus líderes.
Entonces la consiguiente presión, la predecible división, las palabras rencorosas y el desmoronamiento de la mayoría de esos grupos señalaron el fin de lo que había empezado como una obra de Dios singularmente diferente y bendecida.
¿Era inevitable semejante fin? ¿Lo habrá de ser siempre? ¿O se les podría haber evitado a algunos de esos jóvenes cristianos la desilusión y el pesar que les esperaba?
Personalmente, yo creo --y no pido que nadie se me una en esta convicción-- que la mayor necesidad entonces era, así como es ahora, la aparición de un nuevo tipo de obrero. Obreros que, en tiempos de avivamiento, en lugar de doctrinas les den Cristo a los jóvenes creyentes, obreros que construyan muros fuera de los cristianos, en vez de entre ellos. Sólo entonces podrán ser reducidos los estragos de la división. Así, pues, el propósito de este libro es presentar un patrón completamente nuevo para el obrero cristiano, y para los creyentes.
Esto me lleva al grupo de jóvenes a quienes fueron dados primeramente estos mensajes. Esté usted completamente seguro, estimado lector, de que ellos no eran más 'espirituales', sino más bien posiblemente bastante menos, que sus iguales de toda la nación.
El lugar era una pequeña y oscura población, de alrededor de 4.000 habitantes. (Bueno, 4.000 durante el verano; pero al llegar septiembre y el comienzo del curso escolar, ese número crecía rápidamente a un gigantesco 16.000.) Allí, en esa menuda población comenzó un pequeño grupo de cristianos. Eran el remanente de una organización estudiantil universitaria cristiana internacional, que había cesado de operar en los predios de esa universidad. Siendo prácticamente inadvertidos y desconocidos, su número creció hasta alrededor de veinte. Su franco esfuerzo en buscar al Señor los llevó a desear una experiencia de lo que en aquellos tiempos se llamaba 'vida corporativa'.
Constituían un 'no-grupo' de jóvenes, muy unido y carente de dirección. Decir que eran libres, no estructurados, sinceros y espiritualmente ignorantes, es imprimirle un nuevo sentido a la frase: "Hermano, eso es expresarlo con suavidad."
Un día yo llegaría a conocer ese pequeño grupo de otros tiempos, y la probabilidad de hacernos amigos de la noche a la mañana, parecía verdaderamente remota. Al menos a primera vista, nuestros antecedentes tenían menos en común que el aceite y el agua. Ellos eran gentiles estudiosos y dedicados, en su mayor parte procedentes de la generación 'hippie'. Yo, en cambio, era de la tribu de los bautistas --y no sólo bautista de bautistas, sino que yo había recibido mi ciudadanía por derecho de nacimiento (bautista del sur, por tres generaciones, de ambos lados de la familia). Un año después de mi conversión, ingresé en un seminario bautista del sur; a continuación fui pastor por cinco años, y después pasé a ser evangelista bautista del sur.
Por cierto que, si la historia se hubiese detenido allí, esos cristianos de Isla Vista y yo habríamos sido aceite encontrándose con agua. Pero algo me aconteció a los 30 años de edad. Siendo yo ministro, me hallé en una crisis de conciencia. Hubo tres elementos en esa crisis.
En primer lugar, mi visión del cuerpo de Cristo estaba ensanchándose. Llegó el momento en que sentí que ya no podía seguir denominándome más dentro de la comunidad de creyentes. Yo quería, necesitaba abandonar todas las barreras puestas a otros cristianos.
En segundo lugar, yo estaba pasando por una callada agonía con respecto a eso que llamamos 'iglesia'. El hecho de haber viajado mucho, creo yo, era lo que estaba provocando este problema en mi vida. Siendo evangelista, yo había conocido a tantos obreros cristianos y había hablado en tantas iglesias de tantas denominaciones. Yo estaba absolutamente abrumado por la enorme brecha que había entre la expresión de la iglesia de nuestros días, contrapuesta a la expresión de la iglesia del primer siglo. Aquello no era una crisis doctrinal ni una crisis de creencias; era una crisis de práctica. Poco a poco me encontré soñando con otras formas en que la iglesia del Señor podría expresarse.
El tercer elemento de esa crisis tenía que ver con una ansia de mi propio corazón de conocer mejor a Cristo. Yo había entrado en una crisis que tenía que ver con mi propia profundidad espiritual (o la carencia de ella). Y esa sensación de necesidad espiritual se convirtió en un inexorable grito, ahí, dentro de mí --una silenciosa agonía Con todo mi amor y respeto --entonces y ahora-- por mi rica herencia bautista, hablo históricamente cuando digo que a nosotros los bautistas nunca se nos conoció por nuestra gran profundidad espiritual. No había lugar a dónde ir, dentro de mi propia herencia, para mitigar esa sed interior.
A propósito, el segundo elemento y el tercer elemento de esa crisis continuaron topando uno con el otro. O sea, yo deseaba ver y experimentar una más elevada expresión de vida de iglesia. Asimismo, yo quería tener un andar mucho más profundo con Jesucristo. Juntando estos dos elementos, yo esperaba hallar una experiencia más, profunda de Cristo, dentro de una más elevada experiencia de la expresión de la iglesia. Finalmente, soñé con encontrar ambos elementos en medio de una congregación de creyentes que no conocieran, ni tuvieran en la practica, ninguna clase de barreras. Ni sectarismos. Ni ese "hablar de un modo y hacer de otro"
Como dije antes, era una crisis de conciencia. El hecho de que el corazón ansíe cualquiera de estas cosas como realidad, es una crisis. Las tres al mismo tiempo, constituyen una crisis muy grande. Finalmente, esa crisis había de culminar en mi dimisión de todo ministerio en que yo estaba comprometido.
A más de eso, esa crisis estaba complicada por mis antecedentes. Yo tenía entonces, como lo tengo ahora, un sincero y profundo respeto por mi herencia, educación y formación bautistas. (Hasta el día de hoy me resulta difícil considerarme ninguna otra cosa sino un ministro bautista, que trabaja para mantenerse, quien en vez de congregarse en un 'edificio eclesial', se reúne de modo informal con cristianos que se congregan en hogares.)
Con todo, finalmente tome una decisión. Fue la decisión más sencilla posible: dimitiría de todo ministerio en que yo estaba comprometido. Para decirlo de otro modo, fue una decisión para ver a la proverbial carreta quedar fuera de servicio hasta tanto el caballo pudiera estar delante, donde le correspondía estar. Yo quería conocer a Cristo de una manera mucho más profunda que como lo conocía, antes de volver a ministrar jamás. El ministerio sin un conocimiento más profundo de Cristo no tenía ninguna importancia para mí. Conocerlo de veras me era absolutamente importante, Yo habría de conocerlo mejor; el que yo volviera a ministrar o no, era asunto de Él.
Poco después de tomar esa simple decisión, me ocurrió algo muy notable. Ahora bien, una afirmación como ésta hace que, por lo general, la gente lo mire a uno con expectación.
¿Una visión?
¿Recepción de poder?
¿Expresiones proféticas?
No. Nada de eso.
El Señor escogió un método de transformación mucho más efectivo. El dolor. Un dolor que habría de afectar profundamente el resto de mi vida. Contraje una enfermedad muy mortal y muy destructiva. Pasé‚ el siguiente año en cama, sin la menor seguridad de que yo habría de ver mi próximo cumpleaños, mucho menos la restauración de la vida de iglesia.
En los, tres años subsiguientes me encontré tan sólo ligeramente mejor.
Cuatro años casi totalmente perdidos.
No subestime usted los métodos de Dios.
Finalmente recuperé una apariencia de salud. Pero no dejé de percibir que mi deseo de conocer mejor al Señor me llevó a cuatro años de descanso obligado en cama y a quedarme con un cuerpo privado de fuerza para siempre.
Fue precisamente entonces, cuando el Señor estaba permitiendo que una pizca de salud y de fuerza fluyera de nuevo en mi cuerpo, que recibí una invitación para ir a visitar ese insólito y pequeño grupo de jóvenes cristianos universitarios en aquel insólito y pequeño pueblo de Isla Vista.
No caí en la cuenta de este hecho hasta mucho más tarde pero para mí su invitación fue como una última esperanza. Esos jóvenes habían agotado todos los demás recursos, y realmente no sabían a dónde más ir para obtener ayuda práctica ni luz, respecto 'al cuerpo' y a cómo éste funcionaba.
Tanto ellos como yo éramos un verdadero lío. ¡Aquello fue amor a primera vista!
Ahora considere usted esto: Ahí estaba ese cándido grupo de jóvenes cristianos libres, carente de líder y de dirección; y allí entró "el obrero cristiano de edad mayor". La historia se detuvo para repetirse; pero, estimado lector, ese deteriorado y endeble ministro bautista y ese pequeño grupo de jóvenes cristianos no –no-- repitieron la historia.
Adelantándome un poco en el relato, quiero que usted sepa que ellos y yo vivimos juntos la mayor parte de diez años. No hicimos ningún alarde, no reclamamos pretensión alguna, no levantamos barreras, no lanzamos ningún movimiento, no fundamos ninguna otra iglesia, no hicimos nada sensacional y fuimos totalmente pasados por alto por todos los demás, conforme todos pasaban velozmente a nuestro lado.
Por otra parte, llegó el momento en que, de haber proseguido, habríamos progresado menos que disolviéndonos. Hicimos una de las cosas más sabias, mas cristianas que un grupo de creyentes haya hecho nunca. Nos disolvimos. Sí, usted lo está leyendo correctamente. Nos disolvimos. Hubo una década de rica y variada experiencia en Cristo entre un grupo de jóvenes universitarios. Parte de la misma fue gloriosa, y parte nos costó muchísimo, conforme nos esforzábamos en conocerlo a Él solo. Si usted hubiese vivido allí durante nueve o diez años, como la mayor parte de nosotros lo hizo, habría comprendido que la disolución era un proceso en marcha, no un final.
Así pues, vivimos y nos desvanecíamos, un pequeño grupo de no más de 100, sin dejar monumentos, ni edificios, ni una cadena de iglesias. No tenemos nada que podamos mostrar respecto de esa década que pasamos juntos. Esto es, nada visible. Nada en ámbitos visibles. Nos separamos amándonos todavía unos a otros, aún solícitos unos por otros, aún esperando, aún creyendo. Hoy nos hallamos esparcidos a los cuatro vientos.
Pero ¿por qué nos disolvimos?
Oh, bueno, esa es otra historia --pero le diré una de las razones. Yo nunca he deseado tener seguidores. Sí he deseado tener iguales --y 'mejores'. Nunca he querido trabajar con gente que pensara como yo... sino más bien con hombres que tuviesen la mente de Cristo. Tampoco he podido sentirme a gusto trabajando con hombres que estuviesen lado a lado conmigo, pero que estuviesen allí sólo porque –quizás-- estuviesen programados para estar allí. A este respecto mi corazón fue compendiado cierta vez en este pequeño adagio:
Si usted ama algo,
¡déjelo en libertad!
Si luego retorna,
entonces es suyo.
Si no retorna,
nunca lo ha sido.
De modo que, al disolvernos, todos quedaron en libertad. Ahora el tiempo dirá hasta dónde ese pequeño adagio sea aplicable.
Para contestar cualquier otra pregunta que usted pudiera tener con respecto a por qué un grupo que procura restaurar la vida de iglesia se había de disolver "como un proceso en marcha", yo le indicaría la obra Fundation Stones (Piedras de fundamento) próxima a aparecer.
Pero prosigamos la historia presente.
Acepté la invitación de visitar a los jóvenes cristianos de Isla Vista. Después de cuando en cuando volví allá. Luego, al cabo de algunos meses, me senté con ellos y tuvimos una seria conversación. En esencia esto fue lo que les dije:
"Vendré de cuando en cuando a visitarlos durante un año entero. Voy a hacer todo lo que yo pueda para dirigirlos a Cristo,... a fin de que lo conozcan, lo experimenten y vengan a conocer su cruz. Me esforzaré por continuar mostrándoles la iglesia y cómo experimentar la vida de iglesia como una realidad viviente en su vida diaria.
Pero al cabo de un año me iré. Y habiéndome marchado, me mantendré alejado por lo menos por un año entero."
Ahora, ¿por qué habría de optar yo por ayudar a un grupo de jóvenes cristianos en los asuntos de Cristo, y del cuerpo de Cristo, por un año y entonces irme por un año? La respuesta tiene que ver algo con la misionología, de modo especifico con esa fascinante forma en que Pablo da Tarso establecía iglesias frente a insuperables dificultades y afrontando circunstancias imposibles.
Me refiero al método casi invariable de plantar iglesias que Pablo tenía:
Entraba en una ciudad en que Jesucristo nunca había sido nombrado siquiera... y pasaba (un promedio de) seis meses a un año en esa ciudad. Mientras estaba allí, ponía el fundamento de Jesucristo en la vida de un abigarrado grupo de ex paganos. Al cabo de ese breve periodo los dejaba. (Por lo regular, lo echaban de la ciudad.) Con frecuencia Pablo no regresaba a esa ciudad --y a esa iglesia-- por un año o dos.
Y observe usted esto (lea la crónica muy cuidadosamente), él se iba de esas iglesias dejándolas sin ancianos o líderes. Cuando las dejaba, eran todavía grupos sin estructura, sin dirección. (Era, por lo regular, durante la segunda visita de Pablo que en esas iglesias se nombraban ancianos.)
Y era siempre durante ese crucial periodo de la iglesia, cuando Pablo no estaba presente y aún no existían líderes, que al parecer la iglesia era asaltada por increíbles problemas y crisis. Y luego resultaba ser que en todos los casos la iglesia sobrevivía.
Pablo hizo un comentario acerca de este hecho. Fue más o menos algo así:
"Todos los que edifican la casa de Dios pueden estar seguros de que vendrá un día de prueba. Y su obra será probada por fuego. Si alguno edifica, o sobreedifica, con madera, heno y hojarasca, entonces en ese día de fuego su obra se quemará."
"Yo edifiqué con plata, oro y piedras preciosas; el fuego no puede destruir éstos."
Pablo edificaba con Cristo, y más tarde, en la hora del fuego, las iglesias no eran consumidas.
Durante mi vida de obrero cristiano yo había visto arder mucha madera, heno y hojarasca. Había visto también a muchísimos hombres tratar de hacer todo lo que ellos podían --en el inevitable día de la división y del fuego-- para impedir que su obra se quemara. Invariablemente, sus esfuerzos para prevenir la división y la crisis parecían tan sólo añadir a la magnitud del problema.
Entonces me fije esta meta: Durante un año entero me esforzaría en edificar entre aquellos jóvenes cristianos con un material que fuera incombustible. Procuraría edificar con nada más que Cristo. Quería saber si, al cabo de ese año, ese grupo de jóvenes cristianos podía sobrevivir y permanecer en buena forma durante un año, del todo solos y completamente sin ninguna protección.
Eso no era nada fácil de lograr, como lo veremos.
Allí, durante el período de mi Vida que transcurrió entre el día que abandoné el ministerio y cuando empecé a trabajar con esos jóvenes creyentes en Isla Vista, yo había pasado mucho tiempo considerando el ministerio de Pablo de Tarso. Me sentía abrumado al ver cuán cristocéntrico había sido su ministerio. No sólo en la palabra, sino experimentalmente. Ese hombre, al igual que su gente, estaban realmente centrados en Cristo. ¡Y qué increíblemente profunda era su experiencia, qué tremenda su fortaleza! Y toda esa hondura y fortaleza de fundamento era impartida, experimentada y hecha real en un tiempo tan, pero tan breve.
Y después, contra las peores acometidas de las tinieblas, cada iglesia se las ingeniaba para sobrevivir.
Francamente, me pareció que semejante ministerio cristocéntrico, semejante impartición de realidad espiritual, debían ser la meta y el patrón de todo obrero cristiano. Entonces determiné que serian los míos también.
Pablo tenía algunos conversos bastante vulgares --paganos gentiles-- para su 'laboratorio', donde él podía comprobar su teoría de Cristo como todo. En una forma muy real, yo también tenía eso. ¡Esa hipótesis tenia el lugar adecuado y las personas adecuadas y las circunstancias adecuadas para un genuino terreno de prueba!
Allí estaban unos 20 jóvenes; todos ellos tenían alrededor de 21 años; todos eran conversos muy recientes, prácticamente sin ningunos antecedentes cristianos. Muchos de ellos, si no la mayor parte, habían salido de la cultura de drogas o de los movimientos revolucionarios de aquellos tiempos. ¡Sí, eran verdaderos gentiles certificados! Lo que sabían acerca de las profundidades de Cristo podría haberse escrito fácilmente en el borde de un pedacito de papel. A más de eso, vivían en una comunidad de unos dos kilómetros y medio cuadrados, que muy probablemente era uno de los territorios en que eran mas orientados hacia las drogas en toda Norteamérica. Probablemente era asimismo uno de los más inmorales (o amorales) también. Y la universidad ubicada allí, era el brazo de filosofía del sistema universitario del estado. Con el paso de los años, la universidad, así como la comunidad, habían asumido una actitud anticristiana muy agresiva.
¡Está de mas decir, que vivir corporativamente para Cristo en ese ambiente, estaba destinado a causar una conmoción!
Con frecuencia interrumpían nuestras reuniones o las invadían. Nos rompían los vidrios de las ventanas, nos cortaban las llantas de los automóviles, se robaban las bicicletas y... oh... bueno, probablemente usted no lo creería si le contáramos el resto.
Como quiera que sea, pasé aproximadamente unos 100 días de los subsiguientes 365 con aquellos jóvenes creyentes. Durante ese tiempo nos reunimos muchísimas veces, pasamos largos años sentados, hablando, cantamos más de lo que se puede imaginar, y oramos mucho.
Ese primer año que pasamos juntos fue precioso y maravilloso. Fue una experiencia gloriosa y memorable. El Señor hizo mucho para ganar nuestro corazón.
Con el ministerio hablado no toqué ninguna de las doctrinas periféricas de la fe cristiana. Y me temo que en mi prisa omití algunas de las básicas también. Procuré poner énfasis en Cristo, en experimentarlo a Él, y en su cruz.
Una noche empezamos a analizar el avivamiento que estaba recorriendo a Norteamérica. Compartí con ellos algunas de las cosas que yo creía que serian los resultados de ese avivamiento. Finalicé con un comentario a ese efecto: "Dejemos pasar este avivamiento. El mismo es una gran oportunidad para crecer y extenderse, etc. Pero yo creo que debemos dejar pasar no sólo este avivamiento, ¡sino toda la próxima década también! Que todos los demás tengan esta década. Simplemente mantengámonos escondidos. Y crezcamos juntos. ¡Tal vez entonces tengamos la sabiduría y la experiencia necesarias para atender bien a la década de 1.990! Ciertamente para entonces ustedes tendrán algo de Cristo que impartir."
Bueno, finalmente aquel primer año dorado terminó y llegó el momento de marcharme.
Yo estaba bastante temeroso (asustado es un término mucho mejor), y esperanzado. Deliberadamente los dejé con muy pocas (sí acaso algunas) pautas para la supervivencia. No tenían ni la más vaga idea de tener ancianos y líderes. Me imaginé que Pablo de Tarso, al marcharse precipitadamente de una población tan sólo unos pasos delante de una turbamulta, habrá aconsejado bien poco a sus conversos --y nombrado a ningún líder. Deliberadamente, yo haría igual.
Para fines de ese año habíamos crecido en número hasta llegar a alrededor de 70. Todos eran aún terriblemente jóvenes y totalmente candorosos. Cualquiera que mostrase una amplia sonrisa y les predicase cinco buenos sermones, habría podido venderles fácilmente la Meca, Roma, Nueva Delhi o el puente de Brooklyn.
Yo había prometido marcharme, permanecer ausente, no regresar y no interferir en forma alguna durante un año entero. ¿Podrían subsistir todos ellos? ¿Estarían allí un año más tarde cuando yo regresase? En caso afirmativo, ¿en qué clase de forma estarían?
Bueno, como son casi siempre los caminos de Dios, sucedió algo totalmente inesperado. Para decir lo menos, mis deseos se cumplieron. Aquel oscuro grupito de cristianos de Isla Vista tenía más o menos tanto fuego, como era posible poder imaginarse. (La única cosa era que simplemente eso no ocurrió cuando yo había pensado que ocurriría.)
Contaré una parte muy pequeña de la historia. Y, estimado lector, recuerde usted que han pasado cerca de 14 años desde que todo esto tuvo lugar. Es una historia no conocida ni contada hasta ahora. Ni siquiera esos jóvenes cristianos, tomados en la vorágine de la misma, la han contado nunca ni la han oído contar nunca. Como ya lo he expresado, ese acontecimiento se registra aquí porque, de otra manera, el libro "Nuestra misión" sería mucho menos de lo que debe ser como un libro.
Pasemos ahora a un lado, a otra ciudad y otra gente. El lugar es las oficinas centrales de una de las mayores organizaciones cristianas de los Estados Unidos. Una división --un terrible cisma-- está teniendo lugar. Hay puntos en disputa declarados, pero de acuerdo a como la psicología humana y las divisiones funcionan, en realidad era más una lucha de poder entre dos hombres. Las acusaciones del que encabezaba la división eran que la organización era demasiado legalista, demasiado estructurada, demasiado autoritaria.
En breve lanzaron un movimiento propio, constituido por líderes y estudiantes que habían abandonado esa organización. Por supuesto, el nuevo movimiento no estaba estructurado. Ese movimiento elaboró un mensaje que era un extremo criterio de la gracia. Sus doctrinas y conceptos habían de pasar por muchas etapas. Y conforme pasaban, cada etapa se tornaba más y más radical. En un determinado punto, su concepto de la iglesia probablemente podría haberse resumido en el comentario siguiente: "Si Dios quiere que los creyentes se congreguen, Él se los dirá, y Él les dirá dónde deben hacerlo y a qué horas ha de comenzar la reunión."
Por último, el movimiento y su mensaje empezaron a desintegrarse. Su mensaje de gracia estaba produciendo, en un grado extremo, juramentos, maldiciones, embriaguez e inmoralidad. El movimiento se precipitó vertiginosamente en el caos y se derrumbó, dejando a centenares de cristianos --así líderes como seguidores-- desilusionados, confundidos, amargados, con la capacidad de expresar su hostilidad, por lo general hacia el liderazgo del movimiento.
Ahora bien ¿qué tiene que ver todo esto con unos 70 jóvenes cristianos de Isla Vista?
Justo antes de que yo me apartara de esos jóvenes creyentes universitarios, vino uno de los cristianos procedentes de aquel extraño movimiento de 'gracia' y comenzó a reunirse con ellos. Era una sola persona, pero él resultó haber sido un importante factor en ese ahora difunto movimiento de gracia. En el curso de los 12 meses siguientes, muchos de sus amigos y seguidores se pasaron allí también. Con el tiempo, su número llegó a cerca de 100.
(¡Yo me estaba yendo precisamente cuando las cosas estaban a punto de ponerse interesantes!)
Durante la primera parte de ese año en que estuve ausente las cosas marcharon suavemente. Pero a medida que llegaron más y más de esos cristianos, hubo un definido cambio de actitud. Algunos de ellos eran líderes altamente dotados y bien conocidos en toda la nación. Muchos de ellos eran de voluntad recia. Todos estaban heridos. Algunos estaban increíblemente amargados. Y en todo ese ambiente estaba aún presente esa naturaleza divisiva, esa propensión hacia la controversia, ese preciarse en osadas obras del pasado... y, todavía bajo la superficie --una predilección por la violencia, el libertinaje moral y, en algunos, un lenguaje increíblemente vulgar.
Y, como se descubrió más tarde, tampoco habían perdido el don de sembrar discordias y de crear divisiones en el cuerpo de Jesucristo. Al principio algunos de ellos llegaron allí con el propósito de ser sanados. Algunos más vinieron por pura curiosidad. Otros vinieron con ánimo de desafiar. La mayor parte de esa gente, como había llegado mientras yo estaba ausente, nunca me había conocido y ni siquiera había oído hablar de mí. Ni yo de ellos. Yo era tan sólo un nombre. Pero para ellos ese nombre representaba alguna clase de liderazgo, aunque fuera muy benigno. Entonces, gradualmente comencé a percibir un mensaje, al principio tan sólo un hilillo, luego fuerte y claro:
"No sabemos quién es usted, pero quienquiera que sea, su regreso aquí no es bienvenido."
En ese punto había, muy definidamente, dos grupos separados que casualmente se reunían bajo el mismo techo. Los de uno de los grupos eran como de 20 a 23 años de edad. La edad de los del otro oscilaba entre los 24 y los 40 años. Los que formaban uno de los grupos eran increíblemente cándidos. Los del otro, mayores, se estaban tornando poco a poco una vez más en un grupo intranquilo y cohesivo. Mayores, más sabios, pero tan propensos a ser divisivos como siempre.
Era a esa situación a la que yo habría de regresar.
Tremenda escena, ¿eh?
Mis limitaciones son innumerables, pero no estoy completamente muerto. Y cualquiera de mi edad tendría que estar tan muerto para no ver lo que iba a pasar. El grupito original de muchachos inocentes estaba a punto de ser lanzado en una fiera y severa prueba de primera magnitud.
Por ese tiempo yo tenía dos o tres opiniones hondamente reservadas respecto de las divisiones que ocurren en el cuerpo de Cristo y de cuál debía ser mi papel en medio de una tal división, caso que ocurriese una.
Creencia número uno: La división es inevitable. La misma es una prueba de nuestro corazón. Creencia número dos: Cuando una división amenaza una obra, el obrero no debe interferir. Debe dejar que ocurra... porque, después de todo, ocurrirá. El obrero puede diferiría, y hasta puede pensar erróneamente que la ha detenido, ¡pero la división habrá de venir! Creencia número tres: El obrero debe edificar de tal manera que el fuego no pueda quemar la obra. Y si se quema, allí mismo, en el inevitable holocausto, ciertamente el obrero debe ser el primero en saber, en querer saber, y en admitir, que ha edificado con madera, heno y hojarasca.
He sostenido y sostengo, que el obrero debe desear saber la respuesta a esta pregunta: ¿He edificado con combustibles o con incombustibles? No hay forma de saberlo, excepto en las crisis. El proteger siempre una obra, el estar siempre lanzando cruzadas contra los disidentes; es no llegar a saber nunca de qué composición es su material de construcción.
Jesucristo, o heno --¿de cual de éstos hemos edificado? Sólo el fuego lo puede decir. Yo he creído --y aún creo-- que cuando una obra (esto es, una iglesia) que está experimentando vida de iglesia, está a punto de ser precipitada en una crisis, ¡el obrero debe marcharse! (Este no solamente es el paso más honorable que se puede dar --el único paso lleno de fe que se puede dar-- sino que es el único paso que el obrero puede dar a fin de minimizar el daño. ¡Trate no más de quedarse por allí, y vera lo que ocurre!)
¡Regrese cuando la fiera prueba haya terminado! Rebusque en las cenizas y vea si puede encontrar, ahí en los escombros, un pedacito de metal precioso que no se haya quemado.
De acuerdo, ésta puede no ser la opinión que usted tiene comúnmente acerca de lo que debe hacer un obrero cristiano durante una crisis en el reino de Dios. Pero yo creí entonces, y creo ahora, que el mejor camino, el más elevado, y muy posiblemente el más bíblico que un obrero puede seguir, es irse de la ciudad.
Si los creyentes que se dejan en el caos de una división han aprendido la cruz, y si han visto al Señor, para ellos la división no habrá de ser ninguna cosa arriesgada ni peligrosa por la que hayan de pasar. Cierto, una división puede ser una experiencia brutal, perniciosa y dañina, cuando hay dos lados. Pero tan sólo si hay dos lados. Yo había mostrado, o al menos esperaba haber mostrado, a un grupo de jóvenes cómo tomar la cruz en todas las cosas. Si mi presentimiento en cuanto a una inminente división era correcto, en breve yo sabría cuán bien ellos se hallaban agarrados de Cristo frente a la disensión y el caos. ¿Irían ellos a la cruz... para allí morir?
Estos eran los pensamientos que predominaban en mi mente al contemplar yo el regreso a una confraternidad de creyentes cristianos, la mitad de los cuales yo no había conocido nunca y quienes no querían que yo regresase.
Bueno, finalmente llegó el día en que mi esposa y yo habíamos de regresar a Isla Vista. Volvimos allá por vía aérea. No me avergüenza en lo más mínimo decir que vine sentado en mi asiento llorando durante todo el vuelo. Me embargaba un terror sin limites con respecto a lo que nos esperaba cuando saliésemos del avión.
El siguiente fin de semana se celebró una reunión, un retiro para hombres, en las montañas que se levantan por encima de Isla Vista. El lugar era un establecimiento presbiteriano para conferencias llamado Rancho La Sherpa. Había allí 40 hombres presentes. Más o menos la mitad de ellos eran nuevos para mí. La otra mitad eran esos jóvenes a quienes yo había llegado a amar el año anterior.
De modo que, estimado lector, ahora usted sabe los antecedentes de los mensajes que está por leer. Los di allá arriba en una montaña, a un grupo de hombres jóvenes que, muy probablemente estaban a punto de ser precipitados en un infierno. Para ellos fue un llamado a que se elevaran a una nueva norma de conducta frente a una división devastadora. Yo tenía cierta esperanza de que el cisma no llegara a ocurrir; que estos mensajes llegaran a desviar el curso de una división; pero desde un punto de vista realista, era más probable que ésa viniera a ser mi última oportunidad de dirigirme a esos jóvenes corazones... porque yo estaba comprometido a marcharme si, y cuando, una división comenzara a formarse.
¡Estos mensajes eran posiblemente mis pláticas de despedida!
"¿Y tuvo lugar la división?"
Sí. Un poco después.
"¿Y se marchó usted cuando aquello comenzó?"
Me fui --otra vez-- justamente antes de que la división comenzara.
"¿Y resultó muy malo eso?"
La palabra brutal pudiera ser más descriptiva.
"¿Y aquellos jóvenes? ¿Y aquellas jóvenes? ¿Cuál fue su conducta? ¿Cumplieron la norma? ¿Avanzó el estandarte?
El estandarte avanzó.
De pocas cosas estoy seguro. Pero de esto estoy seguro:
Ese estandarte avanzó. Ellos afrontaron aquella horrible hora sin ayuda ni consejo terrenales y sin ninguna experiencia anterior con que planear su curso. Y sobrevivieron por la gracia de Dios. Convirtieron en realidad los mensajes que usted está a punto de leer.
¡Y sobrevivieron!
Tal vez yo debiera compartir un breve relato que viene al caso, para, que usted pueda tener una vislumbre de cómo un grupo de jóvenes cristianos, hombres y mujeres, manejaron una situación sumamente volátil... en forma espontánea e instintiva. ¡Y completamente solos!
Recientemente estuve hablando con una de las apreciadas hermanas en el Señor que pasaron aquella hora destructora. Tenía 23 años entonces. Ahora tiene 36. Aquí está, en esencia, lo que ella me dijo acerca de aquella experiencia conforme la recordaba:
"Usted sabe, todos nosotros éramos muchachos, no sabíamos nada acerca de situaciones como ésa; sin embargo ninguno de nosotros se refirió ni una sola vez en todo ese tiempo a lo que estaba pasando. Yo nunca lo mencione a nadie, ni siquiera a mis compañeras de habitación; ni ellas me dijeron nunca nada. Ni tampoco ninguno de los hermanos --ni tan siquiera los que recibieron los embates más fuertes de aquello. Hasta donde yo sé, ninguno de entre nosotros dijo nunca ni siquiera una palabra uno al otro acerca de lo que estaba ocurriendo. Y en todos estos años desde entonces nunca he oído a ninguno referirse a eso, y yo no creo que ninguno de los demás lo haya hecho nunca. Hasta donde sé, nunca se ha mencionado aquello."
Aquello fue una catástrofe violenta; no obstante, en unos pocos meses todo ese asunto quedó atrás. Al cabo de un año había quedado prácticamente olvidado.
Hay mejores formas que las que ahora están en boga en el país y por medio de las cuales los cristianos pueden manejar las crisis de la iglesia.
Alrededor de cuatro años después que estos mensajes fueron dados, los mismos fueron publicados en forma de folletos. Recuerdo una carta que recibí de un lector que dijo, en esencia:
"Usted está presentando un ideal que es demasiado etéreo; no funcionará en la realidad." Bueno, ya lo han vivido en la realidad los integrantes de un grupo de alrededor de 70 jóvenes cristianos. Fueron ellos, no yo, quienes probaron que no es necesario pasar por un cisma con toda esa reciprocidad de palabras rencorosas que producen tantas heridas y tanto daño.
Hay una alternativa:
¡Usted puede perder!
Usted puede dejar que las cosas sean destruidas.
Usted puede morir.
¡Que el Señor apresure el día en que más cristianos escojan una conducta semejante en presencia de una división!
Y ahora confío en que, con esta introducción, usted encuentre estos mensajes un poco más significativos. Espero que los acepte de un modo muy personal para su propia vida. Confío asimismo en que mientras los vaya leyendo, usted tome alguna decisión personal en su propio corazón, en lo que respecta a su propio comportamiento en esa futura hora de crisis extrema que habrá de encarar algún día en el cuerpo de Cristo. Con toda seguridad, la crisis se encuentra allá afuera. Seguramente, usted la habrá de encarar. Seguramente, su corazón será probado, y su corazón se manifestará.
Y por su proceder en esa hora, los ángeles sabrán (según palabras de Pablo) de qué estaba edificada su obra.
Y si sobre este fundamento (Jesucristo) alguno edificare oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca, la obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará.
1 Corintios 3:12, 13
El Señor habrá de enviar esa hora a la vida de usted. Los motivos secretos de su corazón serán probados. ¿Cuál será su conducta?
*****
Catorce años son un largo tiempo. Si yo fuera a dar hoy otra vez los mensajes que usted está por leer, el contenido de los mismos sería un poco alterado. Ponderaría con más cuidado algunas aseveraciones. Dejaría fuera algunas cosas. Hasta podría añadir un poco. Volvería a redactar bastante. Modificaría muy definidamente muchas afirmaciones relativas a la cristiandad estructurada. Usted encuentra aquí los mensajes tal y como se los di entonces, no como los daría hoy, puesto que tal vez estoy un poco más suavizado por la edad.
Una palabra final. Algunos libros dan el punto principal al comienzo y después lentamente pierden fuerza. Otros libros van edificando, cobrando vitalidad, siendo su parte final la más valiosa. La Parte III de este libro constituye muy definidamente la porción más importante.
Y ahora, estimado lector, si por casualidad un día nos llegamos a encontrar, confío en que en esa hora usted también tendrá un estandarte en la mano y un destello en los ojos... ya que hay muchas montañas más que es necesario escalar.
Gene Edwards
Quebec, Canadá
PARTE PRIMERA
CAPITULO 1
Tres grupos en la historia de la Iglesia
¿A cuál de ellos pertenecemos?
ónganse ustedes a hojear las páginas de un libro de historia de la Iglesia y quedarán pasmados por un hecho: desde el año 325 de nuestra era hasta alrededor de 1.500 d. de C., todo lo que ustedes leen, es acerca del catolicismo romano. Comenzando alrededor de 1.500 d. de C. encontramos una segunda corriente: el protestantismo. ¿Pero eso es todo lo que hay en lo que se refiere a la historia de la Iglesia? ¿No hay nada más? ¿Es que estamos tan mal parados, que toda la historia de la fe cristiana no tiene nada más de que hablar, sino solamente del catolicismo romano y del protestantismo? (No necesito decirles que hoy en día el protestantismo no se parece mucho a lo que era la iglesia durante el primer siglo.)
Pues, sí; hay una tercera línea, un tercer grupo de personas. Vuelvan atrás y agarren otra vez ese libro de historia de la Iglesia, y esta vez lean las notas que vienen al pie de la página. Allí es donde ustedes encontrarán la tercera línea. La constituyen los creyentes cristianos que permanecieron fuera de la religión organizada.
¿Y quiénes son ellos? ¿Cuál es su historia?
Considérenlos muy atentamente porque predicen... ¡nuestra misión! (Cuando aprendemos acerca de ellos, empezamos a ver nuestro lugar en la historia, nuestra razón de existir. Esta es la razón por la cual voy a comenzar estos mensajes sobre nuestra misión, echándole primero un vistazo a la historia.)
La de ellos es la más bella epopeya de la historia de la Iglesia --¡los cristianos ocultos a lo largo de los siglos! Su historia es la rica y apremiante historia de hombres que vivieron una fe primitiva. Esa epopeya no tiene paralelo en los anales del género humano.
No busquen ustedes un determinado grupo, ni una línea ininterrumpida. Tampoco busquen la mítica 'sucesión apostólica', porque no la van a encontrar. Esos cristianos han existido en cada siglo desde el año 325 d. de C., pero en cada siglo su historia es un poco diferente. El primer grupo apareció en escena alrededor del año 350 d. de C. en España, entre todos los lugares. Odiado, despreciado y perseguido, ese grupo en particular sobrevivió por unos 100 años. El siguiente grupo surgió en la isla de Iona, ubicada cerca de la costa de Escocia, durante el siglo sexto. Hubo otros grupos después de ellos. Uno estuvo en los Bálticos; en una época posterior, estuvieron los de los Alpes suizos e italianos; y en otra época más, los del sur de Francia. Esos pequeños grupos han existido en toda época de la historia de la Iglesia. Se los ha llamado con docenas de diferentes nombres. Figuran como testimonio de la simplicidad de la fe en Jesucristo.
¿Y qué estaba haciendo Dios con cada uno de esos pueblos? Simplemente esto: Estaba manteniendo vivo su propio testimonio. Un testimonio de la centralidad de Cristo en el universo --su preeminencia. Esa es la razón por la cual Dios los levantó. Esa era la misión de ellos. Así, al percibir el propósito que Dios tuvo con esos distintos pueblos, nosotros también empezamos a percibir nuestro lugar. Nuestra misión.
Los hombres tuvieron una tarea en cada época, pero Dios mismo también trabajó. En cada época existió siempre su obra muy propia en alguna parte de esta tierra. Por lo regular, su obra era pequeña, y su pueblo, por lo general, anónimo. Se Podría decir que su obra con cada grupo tenía poca duración. Por un breve y glorioso momento vivían, y Él tenía una obra en la tierra. Era como una maravillosa explosión de luz. Dios usaba ese grupo a lo largo de cuarenta a ochenta años, tal vez cien años. Durante ese tiempo Él tenía su pueblo... y cuando la luz palidecía y se extinguía en ese grupo, Dios proseguía a fin de trabajar de nuevo, en alguna otra parte.
En las tempranas épocas de la historia de la Iglesia, del año 325 a 1.517 d. de C., podemos leer la historia de unas pocas personas que, durante la era del oscurantismo, mantuvieron brillando una tenue luz. Después de 1.517, se aceleró el paso y se alteró el curso. Ahora bien, esa tercera fuerza en los anales de la Iglesia fue llamada para ser no sólo una luz, sino también un pueblo restaurador: un pueblo que redescubría, restauraba y reexperimentaba los caminos de Dios. Para restaurar la experiencia del primer siglo, esto es, para redescubrir la plena experiencia de conocer a Cristo y restaurar la experiencia de la iglesia.
Hubo restauración antes del siglo XVI, pero la mayoría de los registros de esa restauración fueron destruidos; de modo que las cosas restauradas en aquellos tiempos se han perdido para nosotros. La persecución, la espada y la quema de libros se encargaron de ello. Por tanto, aquellas cosas tuvieron que ser restauradas otra vez y restituidas al pueblo de Dios como un testimonio permanente. Esa tarea le ha tocado a todos los pequeños grupos en los cuales Dios ha trabajado desde 1.517. De hecho, la misión de ellos ha sido la restauración. Y, en general, las verdades de las cosas restauradas desde 1.517 todavía se hallan disponibles para nosotros.
Esta tercera corriente de la historia de la Iglesia siempre ha sido pequeña. En algunos siglos los que la formaban no eran más que un puñado. Pero noten esto: su contribución siempre ha sido inmensurable. Su luz siempre ha sido grande. Con frecuencia, si no siempre, tenían más luz que las otras dos líneas combinadas. Algunas de las verdades más puras y algunos de los atisbos más claros y más profundos a lo íntimo de Cristo se encuentran entre esta gente. Así ha sido, desde el año 325 directamente hasta la fecha.
Y ahora venimos a este tiempo presente. Cómo pueblo, ¿en cuál de estos grupos encajamos? Podríamos estar con los católicos romanos, o podríamos unirnos a los protestantes.
En realidad, no formamos parte de ninguno de los dos. Somos parte de la línea de los que están afuera. Formamos parte de las notas puestas al pie de la página. Constituimos parte de los que han venido abogando por la centralidad y la supremacía de Cristo... en su vida, en sus reuniones. Así pues, estos mensajes les darán a ustedes una idea de nuestra propia perspectiva, conforme salimos de no se sabe donde y entramos en esa procesión de la historia de la iglesia. Tomamos nuestro lugar al lado de aquellos que estaban determinados a conocer solamente a Cristo; para marchar con esos pequeños grupos que estaban buscando tener una plena experiencia del cuerpo de Cristo... ¡la experiencia de la iglesia!
¡Vuélvanse y miren hacia atrás! Sí, por todos los medios posibles miren hacia atrás. Sean estudiantes de la historia de la iglesia. Consideren esos pequeños grupos que vinieron antes de nosotros. Beban a grandes sorbos de su experiencia. Sepan ustedes por todo lo que ellos pasaron. Lean sus mensajes. Lean su historia. Descubran qué fue lo que aprendieron. Necesitamos saber todo lo que ellos aprendieron. ¡Nunca llegaremos a ninguna parte a menos que sepamos de antemano lo que ellos ya han descubierto! No hemos de empezar en cero. Más bien debemos empezar allí donde ellos se detuvieron.
Debemos ser estudiantes de la historia de la iglesia. Debemos saber lo que Dios ya ha hecho. ¡Averigüen qué es lo que Dios ya ha restaurado! Hallen los asuntos que Dios ya ha revelado. Necesitamos familiarizarnos con la obra que Dios hizo en el pasado. ¿Por qué? Porque necesitamos tener alguna idea de lo que aún no se ha hecho. Saber lo que se ha hecho. Lo que no se ha hecho. Qué gloria se ha logrado. Qué errores se han cometido. Tenemos que saber estas cosas.
Hoy nos incorporamos a esta innumerable multitud y ocupamos nuestro lugar. Al hacerlo, echamos una mirada hacia atrás y, sin avergonzarnos, sacamos de la sabiduría, de la experiencia y de los errores de los que han venido antes de nosotros.
Cómo conocer nuestra herencia
Imagínense conmigo una gran montaña. La cima de esa montaña es importante. Esa cima ya ha sido alcanzada. Una vez. Desde entonces otros han tratado de conquistar esa cumbre. Y en cada era esa cumbre queda más cerca de nuestro alcance. ¡Y ahora! Ahora ustedes forman parte de los que han sido llamados a conquistar sus alturas.
Cuando, estando parados al pie de la montaña, ustedes miran hacia arriba, deben comprender que en realidad no empiezan en ese punto. Otros antes de ustedes han hecho posible ir directamente a alguna elevada avanzada... un lugar a donde otros ya llegaron en el pasado reciente. Hasta allí ellos abrieron camino. Ahora han dejado su equipo de escalar; el campamento está inanimado. Los ángeles esperan que otro grupo de hombres emprenda la tarea.
Ustedes pueden ir directamente a ese campamento. ¡No les llevará mucho tiempo, si ustedes conocen el camino! Si saben qué es lo que se ha hecho antes. Otros han abierto ya un camino hacia arriba por esa montaña para ustedes. Gracias a Dios, ya se ha retomado gran parte de esa montaña. No, aún no se ha vuelto a llegar a la cima; pero algunos ya han ido por un largo trecho hacia arriba por la cuesta, tal vez más lejos de lo que ustedes pudieran comprender. Y a un precio cruento. ¡Seguro que cualquiera que trate de comenzar de nuevo, nunca va a llegar a ninguna parte! Ustedes deben avanzar hasta la experiencia de aquellos que ya han tratado de conquistar aquellas alturas, y comenzar desde allí.
Convénzanse: debemos saber lo que Dios ya ha hecho. Tenemos que saber mucho en lo que respecta a esos pequeños grupos que han venido antes. Debemos conocer a fondo nuestra herencia. Ahora, al comenzar a escalar la empinada cuesta, ustedes notan una serie de estandartes que se ven a lo largo del camino. Esos estandartes fueron clavados en la tierra hace mucho tiempo por esos grupos que vinieron antes de ustedes.
Miren hacia arriba por la falda de la montaña. ¿Pueden ver un estandarte que flamea allá arriba en lo alto --lejos, lejos por encima de todos los demás? Alguien ya ha alcanzado un punto lejano. ¡Aquélla es la última avanzada! De hecho, ese punto fue alcanzado no hace mucho. ¡En este siglo! Miren bien el suelo. Se pueden ver aún las pisadas de aquellos que vinieron antes de ustedes.
A lo largo del camino pueden llegar a pensar que han alcanzado un lugar adonde nadie pudo haber llegado antes. Tengan cuidado. Ustedes alcanzarán lugares que parecerán imposibles de forjar. ¡Pero, miren! Aunque parezca increíble, vean, allá en la distancia, otro estandarte ondeando alto y orgulloso. Después de un tiempo ustedes empezarán a apreciar hondamente lo que Dios ya ha hecho; toda la enormidad de sufrimiento, de sacrificio; la experiencia que ya ha sido derramada por hombres que se esforzaron por alcanzar las alturas.
Con el tiempo, una sensación de humildad los invadirá a ustedes. A veces incluso se sentarán y se preguntarán, sí, se preguntarán muy seriamente, si algún grupo de personas (de modo especial aquellos de nosotros que nos hemos criado en esta sociedad moderna) puede igualar jamás la devoción de aquellos santos que vinieron antes de nosotros. ¿Puede alguno de esta edad moderna avanzar el estandarte más arriba? Al ver los sitios que ellos han escalado, ustedes se preguntarán si tenemos el coraje de ir más allá de donde ellos pararon. En realidad, debo confesar que ¡esta pregunta aún está por contestarse plenamente! Esperemos que el veredicto sea: "¡Sí!" Y si ésta va a ser la respuesta, entonces esta era va a necesitar una nueva generación de hombres. Aquellos que vinieron antes de nosotros renunciaron a tantas cosas; amaron tanto al Señor, con semejante entrega. La idea de que podríamos alcanzar su devoción, ¡nos deja pasmados!
Avancen hacia arriba en la montaña. ¡Vean! La distancia que hay entre un estandarte y otro se acorta cada vez más, y las cuestas se hacen cada vez más empinadas. Pero, aun cuando no hay mucha distancia entre los estandartes, se necesitó tanta gracia (y devoción) para salvar esas pequeñas distancias, como se necesitaba para las mayores.
Por último, ustedes llegan a un estandarte que ondea tan alto. El mismo se encuentra en un sitio tan remoto, un lugar tan espectacularmente difícil de alcanzar, ¡que apenas pueden creer que un hombre haya llegado jamás tan lejos! Ustedes saben, saben instintivamente que "allí es donde nuestra misión comienza". (Francamente, no puedo decir siquiera cuántos años podrá tomar tan sólo llegar a esa avanzada, pero yo creo que a cada uno de ustedes le quedarán por lo menos de 20 a 30 años de vida cuando alcancen ese último campamento, ese último estandarte.) Ahora den la vuelta y miren hacia atrás. Y ahora vuélvanse de nuevo y miren hacia arriba. ¿Dónde se encuentra la cima? ¿Está cerca o está muy lejos?
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