En los tiempos de Jesús no se conseguía la sal tan fácilmente. Era tan valiosa que se usaba para pagar el sueldo de los soldados romanos. De esa antigua costumbre proviene la palabra “salario”. Se utilizaba también como pago en la compra y venta de esclavos. Los discípulos comprendían el valor que se le daba a la sal, por eso entendieron cuando Jesús les dijo: “Vosotros sois la sal de la Tierra” (Mateo 5:13).

Este mineral tiene muchas cualidades que debemos, como sal de la tierra, imitar.

Preserva de corrupción, da sabor, da sed, es pura, o sea, es un medio en el cual no pueden vivir los microbios; es antiséptica, y cura heridas. Y aunque tiene esas cualidades, también tiene un peligro: ¡Puede desvanecerse!. Las minas de sal tienen miles de años y sin embargo, este mineral conserva su sabor. Sólo se desvanece cuando reacciona químicamente con otra sustancia; es decir, cuando es contaminada por alguna influencia externa.

Los cristianos estamos en el mundo, pero no somos del mundo. Así como la semilla sembrada en nosotros puede hacerse infructuosa, podemos también como la sal, perder el sabor. No dejemos que la influencia mundana nos contamine, pues correremos el peligro de desvanecernos y no serviremos para nada.

M. Ev. María Rosa Arias.

(Publicado en el foro de la Web Cristiana.)
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