Era un sacerdote relativamente joven: treinta y cinco años. Alto, delgado y con una sonrisa a flor de labios que despertaba confianza. Llegaba a reemplazar un clérigo que, sobrepasando los sesenta años, se retiraba a los cuarteles de invierno.
Tras la romería de personas que querían darle la bienvenida y estrecharle la mano, ocurrieron los primeros cambios. Asignó una secretaria para el despacho parroquial, pintó de blanco la casa cural... y sacó todas las imágenes de los santos y vírgenes que adornaban el templo.
¡Tremenda sorpresa se llevaron todos los feligreses el domingo siguiente! No podían dar crédito a lo que veían sus ojos: los altares lucían vacíos.
Pero el escándalo fue mayor cuando jóvenes, adultos y ancianos se enteraron que todas las imágenes reposaban en el último rincón del patio de atrás.
--Insensato—gritó una anciana.
--Hereje...—repuso indignado el notario del pueblo.
--Protestante sectario, seguidor de Lutero, evangélico irredento...—sentenció la católica más recalcitrante de la congregación.
Tres semanas después partió el joven cura hacia la capital. Nadie salió a despedirlo. Se fue en el primer autobús que salía del pueblo. Las calles estaban solitarias y él llevaba, además de sus maletas, la enorme carga de haber perdido la batalla contra las tradiciones y el letargo religioso, y de ver morir desde sus propios orígenes, los sueños de cambio que por años le habían asistido...
El domingo siguiente las imágenes estaban en su sitio...
Los cambios traen opositores
Los cambios no son fáciles de aceptar. Y quienes promueven esas modificaciones, naturalmente enfrentan la oposición. Aquellos que, sumidos en la rutina no quieren cambiar, que le temen a las cosas nuevas, que rehuyen los retos, son los primeros en encabezar una cruzada contra el cambio...
Quizá usted se sienta retratado con este cuadro. Está enfrentando oposición, en su trabajo en su familia o en la congregación a la que asiste. Quienes le rodean no comparten sus propuestas innovadoras. ¡No se desanime!. Por el contrario, sin rayar en los límites de la insensatez o la arbitrariedad, asuma una posición radical y avance...
Un promotor de cambios...
El rey Josías fue un hombre radical. Gobernó Judá en el siglo quinto antes de Jesucristo. Rompió todos los esquemas. A pesar de que su padre Amón y su abuelo Manasés habían sido disolutos, idólatras, desordenados, apartados de Dios, tiranos y sometidos a las supersticiones, Josías decidió imprimir un cambio en su vida, en su relación con Dios, en la forma de gobernar e incluso, en el trato con los demás.
La Biblia declara que “...hizo lo recto ante los ojos de Jehová, y anduvo en todo camino de David, su padre, sin apartarse a derecha ni a izquierda” y también: “No hubo otro rey antes de él que se convirtiese a Jehová de todo su corazón, de toda su alma y de todas sus fuerzas conforme a toda la ley de Moisés; ni después de él nació otro igual” (2 Reyes 22:2; 23:25).
Josías reposó en el mausoleo de los triunfadores. Ocupa un lugar privilegiado en la historia de Israel porque llegó más lejos que el resto de sus congéneres y antecesores. No se conformó con seguir la corriente. Fue radical. Se propuso metas y cambios, y con ayuda de Dios, los alcanzó.
El relato acerca de su vida señala que una de sus primeras acciones de gobierno fue restaurar el templo de Jehová, abandonado durante el tiempo que su padre y su abuelo presidieron el reino (2 Reyes 22:3-7); se puso a cuentas con Dios y decidió aplicar los preceptos escriturales a su cotidianidad (vv.8-11).
Contrario a lo que se podía prever en alguien descendiente de dos monarcas idólatras, Josías consultó a Dios en procura de dirección (vv. 12-20). Hizo además pacto de fidelidad y consagración delante del Señor Todopoderoso (2 Reyes 23:1-3). Pero, y aquí viene lo relevante, sacó del templo de Jehová de los ejércitos, todo aquello que profanara la santidad que sólo se le debía a El, el Creador. Fue radical. No dejó ninguna atadura con el pasado, ni absolutamente nada que pudiera dar lugar a pecados futuros (2 Reyes 23:4-20).
Obviamente muchos quizá se opusieron, le criticaron y tal vez le hicieron blanco de las burlas. Pero las metas y propósitos del rey Josías estaban por encima de qué dirán. Siguió adelante, restando importancia a las opiniones ajenas, en su mayoría derroristas.
Usted debe asumir una actitud radical
El primer gran paso para el cambio es tomar la decisión de traer modificaciones a nuestra forma de pensar y de actuar. Sólo los radicales pueden lograrlo.
El segundo paso es comprender que en nuestras fuerzas, difícilmente alcanzaremos esos cambios que nos proponemos, bien sea porque carecemos de la fuerza de voluntad necesaria o porque renunciamos fácilmente a los propósitos de cambio, apenas surgen las primeras dificultades.
La solución estriba en someterse a Dios en procura de que nos fortalezca para salir airosos y vencer en nuestra meta de cambio.
¿Qué hacer entonces? Examinar nuestra vida, escribir un listado de los objetivos específicos que tiene a corto, mediano y largo plazo, tanto en el ámbito personal como laboral, profesional y eclesiástico. Una vez lo haga, someta a Dios esos propósitos.
La Biblia recomienda: “Encomienda a Jehová tu camino, y confía en él; y él hará” (Salmo 37:5).
Pero hay algo ineludible y fundamental: que acepte a Jesucristo como su único y suficiente Salvador. Es fácil. Puede hacerlo ahora, frente a su computador. Sólo basta que le diga: “Señor Jesucristo, reconozco que he pecado. Quiero cambiar. Ser una persona nueva. Acepto la obra de redención que hiciste por mi en la cruz. Te abro mi corazón, entra en él y has de mi la persona que tú quieres que yo sea. Amén”.
Le aseguro que acaba de dar el paso más importancia de su existencia. Desde ahora las cosas no serán las mismas. El poder transformador del evangelio producirá cambios en su vida. Sólo me resta recomendarle que asuma el hábito de hablar con Dios en oración, que lea la Biblia para conocer más acerca de su voluntad y que, en lo posible, asista a la congregación cristiana más cercana.
Si tiene alguna inquietud, no deje de escribirme:
Ps. Fernando Alexis Jiménez
Correo electrónico: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
Página en Internet: http://www.adorador.com/heraldosdelapalabra
¡Tremenda sorpresa se llevaron todos los feligreses el domingo siguiente! No podían dar crédito a lo que veían sus ojos: los altares lucían vacíos.
Pero el escándalo fue mayor cuando jóvenes, adultos y ancianos se enteraron que todas las imágenes reposaban en el último rincón del patio de atrás.
--Insensato—gritó una anciana.
--Hereje...—repuso indignado el notario del pueblo.
--Protestante sectario, seguidor de Lutero, evangélico irredento...—sentenció la católica más recalcitrante de la congregación.
Tres semanas después partió el joven cura hacia la capital. Nadie salió a despedirlo. Se fue en el primer autobús que salía del pueblo. Las calles estaban solitarias y él llevaba, además de sus maletas, la enorme carga de haber perdido la batalla contra las tradiciones y el letargo religioso, y de ver morir desde sus propios orígenes, los sueños de cambio que por años le habían asistido...
El domingo siguiente las imágenes estaban en su sitio...
Los cambios traen opositores
Los cambios no son fáciles de aceptar. Y quienes promueven esas modificaciones, naturalmente enfrentan la oposición. Aquellos que, sumidos en la rutina no quieren cambiar, que le temen a las cosas nuevas, que rehuyen los retos, son los primeros en encabezar una cruzada contra el cambio...
Quizá usted se sienta retratado con este cuadro. Está enfrentando oposición, en su trabajo en su familia o en la congregación a la que asiste. Quienes le rodean no comparten sus propuestas innovadoras. ¡No se desanime!. Por el contrario, sin rayar en los límites de la insensatez o la arbitrariedad, asuma una posición radical y avance...
Un promotor de cambios...
El rey Josías fue un hombre radical. Gobernó Judá en el siglo quinto antes de Jesucristo. Rompió todos los esquemas. A pesar de que su padre Amón y su abuelo Manasés habían sido disolutos, idólatras, desordenados, apartados de Dios, tiranos y sometidos a las supersticiones, Josías decidió imprimir un cambio en su vida, en su relación con Dios, en la forma de gobernar e incluso, en el trato con los demás.
La Biblia declara que “...hizo lo recto ante los ojos de Jehová, y anduvo en todo camino de David, su padre, sin apartarse a derecha ni a izquierda” y también: “No hubo otro rey antes de él que se convirtiese a Jehová de todo su corazón, de toda su alma y de todas sus fuerzas conforme a toda la ley de Moisés; ni después de él nació otro igual” (2 Reyes 22:2; 23:25).
Josías reposó en el mausoleo de los triunfadores. Ocupa un lugar privilegiado en la historia de Israel porque llegó más lejos que el resto de sus congéneres y antecesores. No se conformó con seguir la corriente. Fue radical. Se propuso metas y cambios, y con ayuda de Dios, los alcanzó.
El relato acerca de su vida señala que una de sus primeras acciones de gobierno fue restaurar el templo de Jehová, abandonado durante el tiempo que su padre y su abuelo presidieron el reino (2 Reyes 22:3-7); se puso a cuentas con Dios y decidió aplicar los preceptos escriturales a su cotidianidad (vv.8-11).
Contrario a lo que se podía prever en alguien descendiente de dos monarcas idólatras, Josías consultó a Dios en procura de dirección (vv. 12-20). Hizo además pacto de fidelidad y consagración delante del Señor Todopoderoso (2 Reyes 23:1-3). Pero, y aquí viene lo relevante, sacó del templo de Jehová de los ejércitos, todo aquello que profanara la santidad que sólo se le debía a El, el Creador. Fue radical. No dejó ninguna atadura con el pasado, ni absolutamente nada que pudiera dar lugar a pecados futuros (2 Reyes 23:4-20).
Obviamente muchos quizá se opusieron, le criticaron y tal vez le hicieron blanco de las burlas. Pero las metas y propósitos del rey Josías estaban por encima de qué dirán. Siguió adelante, restando importancia a las opiniones ajenas, en su mayoría derroristas.
Usted debe asumir una actitud radical
El primer gran paso para el cambio es tomar la decisión de traer modificaciones a nuestra forma de pensar y de actuar. Sólo los radicales pueden lograrlo.
El segundo paso es comprender que en nuestras fuerzas, difícilmente alcanzaremos esos cambios que nos proponemos, bien sea porque carecemos de la fuerza de voluntad necesaria o porque renunciamos fácilmente a los propósitos de cambio, apenas surgen las primeras dificultades.
La solución estriba en someterse a Dios en procura de que nos fortalezca para salir airosos y vencer en nuestra meta de cambio.
¿Qué hacer entonces? Examinar nuestra vida, escribir un listado de los objetivos específicos que tiene a corto, mediano y largo plazo, tanto en el ámbito personal como laboral, profesional y eclesiástico. Una vez lo haga, someta a Dios esos propósitos.
La Biblia recomienda: “Encomienda a Jehová tu camino, y confía en él; y él hará” (Salmo 37:5).
Pero hay algo ineludible y fundamental: que acepte a Jesucristo como su único y suficiente Salvador. Es fácil. Puede hacerlo ahora, frente a su computador. Sólo basta que le diga: “Señor Jesucristo, reconozco que he pecado. Quiero cambiar. Ser una persona nueva. Acepto la obra de redención que hiciste por mi en la cruz. Te abro mi corazón, entra en él y has de mi la persona que tú quieres que yo sea. Amén”.
Le aseguro que acaba de dar el paso más importancia de su existencia. Desde ahora las cosas no serán las mismas. El poder transformador del evangelio producirá cambios en su vida. Sólo me resta recomendarle que asuma el hábito de hablar con Dios en oración, que lea la Biblia para conocer más acerca de su voluntad y que, en lo posible, asista a la congregación cristiana más cercana.
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