Sabemos por los escritos Apostólicos, y por algunos escritores de los primeros siglos de la era cristiana, que la iglesia primitiva era una iglesia sufrida, odiada, perseguida que carecía de bienes materiales, y que sufrió en muchos de sus miembros, el martirio.

 
Una iglesia que experimentó que el mensaje de la cruz, no era popular para la sociedad de su tiempo, sino tropiezo y locura (I de Corintios 1:23.) Una iglesia que tuvo los bosques y catacumbas romanas, como sitios de reunión, que fue sometida por judíos y paganos al ostracismo social, que no disponía de institutos bíblicos, seminarios y universidades cristianas, no disponía de imprentas, librerías, material didáctico, escuelas dominicales, tratados, literatura especializada, sociedades bíblicas, medios de comunicaciones, etc., y que a pesar de tales carencias, llevó con éxito el estandarte del evangelio a Europa, parte del Asia y se extendió más allá de la Palestina alcanzando pueblos del África.

Una iglesia que pagó a precio de sangre el honor de ser la portadora de las Buenas Noticias de Cristo el Señor (Marcos 1:1, Mateo 28:19, Hechos 1:14). Maravilla que una iglesia en condiciones tan desventajosas y precarias, en un entorno hostil y adverso, se multiplicara y creciera en estatura espiritual y con espíritu misionero inigualable hubiera alcanzado para Cristo no solo al pueblo, sino a la alta sociedad del pueblo romano, y que cautivó con su testimonio a muchos exponentes de la sabiduría de su tiempo: los griegos.

Fue, la iglesia primitiva, con algunas excepciones, una organización profundamente espiritual, poderosa en fe, amor, solidaridad, dinamismo, santidad, compasión y misericordia. Fue una iglesia Cristocéntrica en la cual el poder del Espíritu Santo se manifestaba transformando vidas y llenando los corazones de los nuevos creyentes de ese amor divino que los capacitaba para resistir la persecución y aún la muerte por espada o por las fieras en el circo romano (Hechos 8:1-3.)

¿Cuál era el secreto de tanta fortaleza? Hay varias opiniones sobre el particular entre los escritores cristianos, creo que todas son válidas. Para mí el secreto de tanta fortaleza espiritual radicaba:

1. El poder del Espíritu Santo para estos creyentes era más que una doctrina, era real.
2. Cristo era el centro y razón de sus vidas. Pablo sintetiza ese sentir y el de ellos en “Porque para mí el vivir es Cristo y el morir es ganancia.” (Filipenses 1:21.) “Habían estado con Jesús.” (Hechos 4:13.)
3. No tenían opiniones religiosas, en cambio convicciones.
4. La compasión y misericordia que fluía de sus corazones no era un bello ideal, ni un amor platónico como el de los poetas, solo para expresarlo en himnos en los días de reunión y para usarlo como tema de relleno en el sermón dominical, o en la clase de “catecúmenos”, era una realidad en sus vidas. La compasión y misericordia era en ese pueblo una vivencia, por lo mismo un sentimiento integrado a sus personalidades; por lo mismo, “tenían todas las cosas en común.” (Hechos 4:32-34.) Posteriormente, esta hermosa práctica desapareció por el abuso que muchos falsos cristianos hicieron de ella y porque, a través de los años, algunas iglesias perdieron “su primer amor” (Apocalipsis 2:4), mas ésa práctica es un indicativo de la sinceridad y desprendimiento del pueblo de Dios en ese tiempo.

“Y porque habían estado con Jesús… La multitud de los que habían creído era de un solo corazón y abundante gracias sobre todos ellos.” (Hechos 4:32-33.) Su paternidad y hermandad no era retórica, la sentían; por “las venas de sus almas corría la sangre de Cristo” que los hermanaba eternamente. No existía dicotomía entre su fe y la práctica.

El diccionario define la palabra compasión como un “sentimiento de conmiseración hacia el mal, dolor, angustia, desgracia que afecta a otras personas;” y la misericordia, “como un aspecto compasivo del amor”. Mas el significado bíblico es más amplio y profundo, porque va más allá de suplir necesidades físicas. Estas virtudes son sentimientos íntimamente ligados al amor “ágape” del cual tan hermosamente nos habla el apóstol Pablo en I de Corintios 13:1-13, en los versos 1 y 3, de la versión “Lo más importante es el amor”, son vertidos al castellano así: “Si yo tuviera el don de hablar en lenguas extrañas… y no siento amor hacia los demás, lo único que haría es ruido”, así hable muy bonito, “si entregase a los pobres hasta el último bien terrenal que poseo, si me quemaran vivo por predicar el evangelio y ni tengo amor, de nada me sirve.”

No fue la iglesia llamada a predicar un evangelio social, su prioridad es ganar almas para Cristo, pero a su vez, sí es un privilegio y responsabilidad sentir en el amor de Cristo al que padece necesidad. Proverbios 14:21, 21-23. La revelación de Dios tiene armonía, equilibrio y orden. Dios nos ve como personas con cuerpo, alma y espíritu. Así debe ser nuestra visión en relación con el hombre integral; un evangelio desfasado no honra a Dios.

Con otras palabras, el amor tiene que manifestarse a través de la compasión y misericordia, y aunque debe expresarse por medio del servicio, va más allá de dar bienes materiales y de una intensa actividad religiosa, es más que hacer obras de beneficencia y activismo religioso. Lo más importante es el “porqué”, la pregunta es: ¿Qué nos motiva a servir?, si es el amor de Cristo y al prójimo, estamos en camino correcto.

La compasión y misericordia nos muestran el sentimiento paternal de Dios (Deuteronomio 13:17), como la actitud del Cristo encarnado frente a las personas que sufren (Mateo 9:36, 14:14, 15:32.)

¿No somos exhortados por Las Escrituras a que “como… escogidos de Dios, santos y amados de entrañable misericordia” debemos sentir como el propio dolor ajeno? “Halla pues en vosotros ESTE SENTIR que hubo en Cristo Jesús.” (Colosenses 3:12, Romanos 14:14-15, 15:32.)

La compasión es una llave que abre puertas de luz y de oportunidades tanto para el que la da, como para el que la recibe, porque ella es la expresión de amor puro y generoso que se abre hacia los demás, es un arco iris de esperanza, bondad, paciencia, perdón, tolerancia y respeto para con los “heridos junto al camino”, de los cuales nos habla el Señor en la parábola del “Buen Samaritano”, porque en ella nos damos a los demás con espíritu sacrificial, somos compasivos cuando perdonamos de corazón, cuando consolamos, cuando aceptamos con corazón a las personas de carácter difícil y cuando devolvemos bien por mal, cuando ante la provocación injusta no perdemos el equilibrio emocional y la gentileza que Cristo y el mundo esperan de nosotros. Compasión es aceptar a las personas con sus flaquezas y no pretender cambiarlas con sermones y presiones psicológicas.

Ser compasivo y misericordiosos no son créditos de una carrera académica, ni monopolio de cristianos muy “inteligentes” que desempeñan ministerios importantes. Es una virtud que todo creyente debe tener y que el Señor desea que tengamos, y que se va manifestando en la medida que Cristo, por la obra del Espíritu Santo, es formado en nosotros (Gálatas 4:19.)

El amor que se manifiesta por medio de la compasión y misericordia nos lleva a derribar muros y capacita a abrir puertas y construir puentes de comprensión y llegar al corazón de los demás haciéndonos vulnerables y así “colocarnos en los zapatos de otros” y gozarnos con las alegrías de otros y sufrir con los que lloran (Romanos 12:15.)

¿Qué podemos aprender de la iglesia primitiva? Muchas cosas, pero una de vital importancia es que Dios honra la fe que se manifiesta a través de un amor dinámico que a su vez nos impulsa por su misma naturaleza divina a permitir que Cristo actúe en nosotros amando, perdonando y sirviendo como Él amó y sirvió… y como Él quiere seguir amando, perdonando y sirviendo por medio de nosotros. Un corazón compasivo y misericordioso sufre la injusticia, el maltrato y la indiferencia porque es benigno, en el no hay lugar para la jactancia ni el orgullo. Un corazón compasivo y misericordioso tiene el carácter de Cristo y es el fruto del Espíritu Santo. Un corazón compasivo misericordioso es una “cátedra” viviente del Espíritu que enseña más de Cristo que un buen predicador, maestro de la escritura o un curso de teología. Gracias Señor por los corazones compasivos que se han dado a ti en los demás, los que han dejado a sus seres queridos para servirle, los que con espíritu de sacrificio y muchas limitaciones trabajan en tu obra, los que sirven a enfermos, atienden niños y jóvenes de hogares destrozados, los que cuidan personas de la tercera edad, los que consuelan, animan, interceden, los que tienen espíritu perdonador, los que dan de sus bienes con desinterés y corazón generoso, los que no levantan barreras económicas, culturales, raciales y generacionales. Gracias por los de corazón compasivo y misericordiosos porque ellos, por estas virtudes, hablan bien de ti y te sirven a ti (Mateo 25:34-40.)


COMENTARIOS Y CORRESPONDENCIA:
TULIO GÓMEZ
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