Un querido hermano me contó: “Estuve de visita en una asamblea en otra ciudad. Ningún hermano me brindó hospitalidad en su hogar, me sentí muy solo y tuve que buscar abrigo en la pieza fría de una posada.”
Quizá alguien puede pensar que lo anterior es un detalle que no tiene tanta importancia. Yo, sí me quedé pensando que en la esfera del servicio cristiano, todo detalle cuenta ante Dios y los hombres. Pienso sobre el contenido, valor y significado de tan maravilloso vocablo: EL AMOR; el cual es el que da sentido real a nuestra vida cristiana.
Como “linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido… para anunciar las virtudes del que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable.” (I de Pedro 2:9) Fuera de esa relación vital con el Señor Jesucristo que se expresa en el amor, el mundo no podrá ver en nosotros el origen celestial que nos distingue del otro pueblo que anda sin Dios y sin esperanza.
Escrito está: “practicando la hospitalidad…” (Romanos 12:13), y “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis AMOR los unos con los otros.” (Juan 13:35).
Es común hablar sobre el amor cristiano y, gracias al Señor por ese amor que yo he visto y sentido en nuestro medio, mas es necesario que todos los creyentes vivenciemos ese amor a TODOS, así nuestra vida será rica en frutos y haremos que la vida de los demás sea bendecida. Es bueno comprender que amor cristiano es comunicación con entrega. Porque el apóstol Pablo estaba lleno de ese bendito amor, podría exclamar: “Sin cesar me acuerdo de ti en mis oraciones noche y día, deseando verte para llenarme de gozo.” ¡Qué maravilloso ejemplo para nosotros en estos tiempos tan difíciles!
Es que el mundo que nos rodea, las personas con las cuales nos comunicamos, el hermano, amigo y vecino no pertenecen al mundo fantástico, son personas reales como yo. Y es en este mundo real donde yo vivo, que Cristo me enseña y manda a amar de verdad, no al hombre genérico de la filosofía marxista, sino al Pedro y Juan, a la Mercedes y Lola que pasan a mi lado, con quienes yo me relaciono todos los días, que como yo, tienen problemas grandes o pequeños, ilusiones, tristezas y alegrías. No el “amor” del bohemio que llora el desengaño en la mesa de una cantina, ni el amor platónico que inspira al poeta al pulir el verso. A primeras, es hacer todo el bien que esté en mi mano hacer, dando en todo y a todos, según el Señor me haya dado:
“O si de servicio, en servir; o el que enseña, en la enseñanza; 8el que exhorta, en la exhortación; el que reparte, con liberalidad; el que preside, con solicitud; el que hace misericordia, con alegría. 9El amor sea sin fingimiento. Aborreced lo malo, seguid lo bueno. 10Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros.” (Romanos 7-10)
El amor de Cristo en cada creyente debe ser un amor que se manifiesta no sólo en hechos sobresalientes como ayudar a los hermanos en una catástrofe, sino también en esos detalles que parecen pequeños y sin mucho valor, pero que por eso mismo le dan sabor y sentido a la vida, que hacen como “el poquito de sal a la comida”. Que la caballerosidad y delicadeza del ser cristiano, no nos dejen caer en la tosquedad, reconsideración y falta de sensibilidad, que debe caracterizar a todos los que andamos con Jesús, cada momento y en todas las circunstancias: trabajo, recreación, en la asamblea, calle y hogar, tenemos el privilegio y responsabilidad de hacer brillar nuestra luz (Mateo 5:16).
La profundidad de nuestra fe sólo podrá ser apreciada a la luz de la ternura, comprensión y solicitud que mostremos sinceramente a los demás (Romanos 12:9).
Amor es no hacer acepción de personas, consolar al triste, alentar al débil, orientar al extraviado, visitar al hermano. Amor es escribir al ausente, ceder mi puesto al que esté de pie, sea en la asamblea o vehículo de transporte. Amor es perdonar setenta veces siete y postergar la ofrenda por la conciliación. Amor es dar nuestra amistad franca, abierta, limpia y sincera, así como la brindó el Señor a todas las gentes de su tiempo, sin distinción de edad, sexo, cultura o condición social.
Hermano, no tenemos otro modelo sino Él, porque no hay nadie como Él. En la parábola del buen samaritano nos ordenó: “haz esto y vivirás” (Lucas 10:28).
Amor es mi hogar, mesa y corazón abiertos, según mis posibilidades y con discernimiento, para el pueblo de Dios y aún donde el no creyente se sienta bendecido. Amor es no creerme superior a mi hermano (a) y como tal, relegarlo a un segundo plano en relación conmigo y con otros. Escrito está: “antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo.” (Filipenses 2:3). Amor es alegrarnos por el progreso, fortuna y comodidad de nuestro hermano, sin sentir que el Señor, por nuestra pobreza material no nos ama, y no pensar con corazón malo que “Dios le da pan a quien no tiene dientes”, como es el decir de muchos.
Amor es cumplir nuestras promesas, por pequeñas que sean, ante Dios y los hombres. Amor es no cansarnos nunca de servir, pues “a su tiempo segaremos”. Como discípulos de Cristo no podemos sustraernos a su amor y proyectarlo a otros sin caer en el campo de una mera profesión de fe sin raíz y frutos.
Solo a los pies de nuestro adorable y precioso Salvador, contemplando sus glorias, sintiendo su infinito amor, es que podemos ver y sentir lo pobre que somos para amar por nuestra propia fuerza aún a pesar de nuestros propósitos y loables resoluciones, de amar incluso a los que nos son antipáticos, mezquinos, orgullosos y desamorados.
Comprendemos que librados a nuestro propio valer somos siervos inútiles. Para amar así no tenemos otro camino que negarnos a nosotros mismos, tomar su cruz e ir en pos de Él (Marcos 8:34). Solo Cristo en nosotros pude llenarnos de ese amor que no podrá morir, así las circunstancias y las personas nos sean adversas. Por eso Pablo podía exclamar: “no vivo yo, mas vive Cristo en mí…” (Gálatas 2:20).
Así, “arraigados y cimentados en amor”, estaremos capacitados para comprender y conocer el amor de Cristo, “que excede a todo conocimiento” y ser “llenos de Su Plenitud”. (Efesios 3:17-19).
El amor tiene otro nombre: JESUCRISTO.
El hermano Tulio Gómez, es un hombre anciano, que ha dedicado su vida al servicio del Señor. Trabajó en la Obra del Señor 17 años como predicador de medio tiempo, sosteniéndose económicamente con sus propias manos en las labores del campo tales como la agricultura y la construcción. En la actualidad reside en la ciudad de Santa Rosa, Risaralda, Colombia, América del Sur, dedicado a escribir para el Servicio del Señor Jesucristo y la edificación del pueblo de Dios.
COMENTARIOS Y CORRESPONDENCIA:
TULIO GÓMEZ
CALLE 25 Nº 24 – 02
HOGAR “BET- SEAN”, CIUDADELA FERMÍN LÓPEZ
SANTA ROSA, RISARALDA,
COLOMBIA, S.A.
TELÉFONO: 57-6-3643856
Quizá alguien puede pensar que lo anterior es un detalle que no tiene tanta importancia. Yo, sí me quedé pensando que en la esfera del servicio cristiano, todo detalle cuenta ante Dios y los hombres. Pienso sobre el contenido, valor y significado de tan maravilloso vocablo: EL AMOR; el cual es el que da sentido real a nuestra vida cristiana.
Como “linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido… para anunciar las virtudes del que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable.” (I de Pedro 2:9) Fuera de esa relación vital con el Señor Jesucristo que se expresa en el amor, el mundo no podrá ver en nosotros el origen celestial que nos distingue del otro pueblo que anda sin Dios y sin esperanza.
Escrito está: “practicando la hospitalidad…” (Romanos 12:13), y “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis AMOR los unos con los otros.” (Juan 13:35).
Es común hablar sobre el amor cristiano y, gracias al Señor por ese amor que yo he visto y sentido en nuestro medio, mas es necesario que todos los creyentes vivenciemos ese amor a TODOS, así nuestra vida será rica en frutos y haremos que la vida de los demás sea bendecida. Es bueno comprender que amor cristiano es comunicación con entrega. Porque el apóstol Pablo estaba lleno de ese bendito amor, podría exclamar: “Sin cesar me acuerdo de ti en mis oraciones noche y día, deseando verte para llenarme de gozo.” ¡Qué maravilloso ejemplo para nosotros en estos tiempos tan difíciles!
Es que el mundo que nos rodea, las personas con las cuales nos comunicamos, el hermano, amigo y vecino no pertenecen al mundo fantástico, son personas reales como yo. Y es en este mundo real donde yo vivo, que Cristo me enseña y manda a amar de verdad, no al hombre genérico de la filosofía marxista, sino al Pedro y Juan, a la Mercedes y Lola que pasan a mi lado, con quienes yo me relaciono todos los días, que como yo, tienen problemas grandes o pequeños, ilusiones, tristezas y alegrías. No el “amor” del bohemio que llora el desengaño en la mesa de una cantina, ni el amor platónico que inspira al poeta al pulir el verso. A primeras, es hacer todo el bien que esté en mi mano hacer, dando en todo y a todos, según el Señor me haya dado:
“O si de servicio, en servir; o el que enseña, en la enseñanza; 8el que exhorta, en la exhortación; el que reparte, con liberalidad; el que preside, con solicitud; el que hace misericordia, con alegría. 9El amor sea sin fingimiento. Aborreced lo malo, seguid lo bueno. 10Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros.” (Romanos 7-10)
El amor de Cristo en cada creyente debe ser un amor que se manifiesta no sólo en hechos sobresalientes como ayudar a los hermanos en una catástrofe, sino también en esos detalles que parecen pequeños y sin mucho valor, pero que por eso mismo le dan sabor y sentido a la vida, que hacen como “el poquito de sal a la comida”. Que la caballerosidad y delicadeza del ser cristiano, no nos dejen caer en la tosquedad, reconsideración y falta de sensibilidad, que debe caracterizar a todos los que andamos con Jesús, cada momento y en todas las circunstancias: trabajo, recreación, en la asamblea, calle y hogar, tenemos el privilegio y responsabilidad de hacer brillar nuestra luz (Mateo 5:16).
La profundidad de nuestra fe sólo podrá ser apreciada a la luz de la ternura, comprensión y solicitud que mostremos sinceramente a los demás (Romanos 12:9).
Amor es no hacer acepción de personas, consolar al triste, alentar al débil, orientar al extraviado, visitar al hermano. Amor es escribir al ausente, ceder mi puesto al que esté de pie, sea en la asamblea o vehículo de transporte. Amor es perdonar setenta veces siete y postergar la ofrenda por la conciliación. Amor es dar nuestra amistad franca, abierta, limpia y sincera, así como la brindó el Señor a todas las gentes de su tiempo, sin distinción de edad, sexo, cultura o condición social.
Hermano, no tenemos otro modelo sino Él, porque no hay nadie como Él. En la parábola del buen samaritano nos ordenó: “haz esto y vivirás” (Lucas 10:28).
Amor es mi hogar, mesa y corazón abiertos, según mis posibilidades y con discernimiento, para el pueblo de Dios y aún donde el no creyente se sienta bendecido. Amor es no creerme superior a mi hermano (a) y como tal, relegarlo a un segundo plano en relación conmigo y con otros. Escrito está: “antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo.” (Filipenses 2:3). Amor es alegrarnos por el progreso, fortuna y comodidad de nuestro hermano, sin sentir que el Señor, por nuestra pobreza material no nos ama, y no pensar con corazón malo que “Dios le da pan a quien no tiene dientes”, como es el decir de muchos.
Amor es cumplir nuestras promesas, por pequeñas que sean, ante Dios y los hombres. Amor es no cansarnos nunca de servir, pues “a su tiempo segaremos”. Como discípulos de Cristo no podemos sustraernos a su amor y proyectarlo a otros sin caer en el campo de una mera profesión de fe sin raíz y frutos.
Solo a los pies de nuestro adorable y precioso Salvador, contemplando sus glorias, sintiendo su infinito amor, es que podemos ver y sentir lo pobre que somos para amar por nuestra propia fuerza aún a pesar de nuestros propósitos y loables resoluciones, de amar incluso a los que nos son antipáticos, mezquinos, orgullosos y desamorados.
Comprendemos que librados a nuestro propio valer somos siervos inútiles. Para amar así no tenemos otro camino que negarnos a nosotros mismos, tomar su cruz e ir en pos de Él (Marcos 8:34). Solo Cristo en nosotros pude llenarnos de ese amor que no podrá morir, así las circunstancias y las personas nos sean adversas. Por eso Pablo podía exclamar: “no vivo yo, mas vive Cristo en mí…” (Gálatas 2:20).
Así, “arraigados y cimentados en amor”, estaremos capacitados para comprender y conocer el amor de Cristo, “que excede a todo conocimiento” y ser “llenos de Su Plenitud”. (Efesios 3:17-19).
El amor tiene otro nombre: JESUCRISTO.
El hermano Tulio Gómez, es un hombre anciano, que ha dedicado su vida al servicio del Señor. Trabajó en la Obra del Señor 17 años como predicador de medio tiempo, sosteniéndose económicamente con sus propias manos en las labores del campo tales como la agricultura y la construcción. En la actualidad reside en la ciudad de Santa Rosa, Risaralda, Colombia, América del Sur, dedicado a escribir para el Servicio del Señor Jesucristo y la edificación del pueblo de Dios.
COMENTARIOS Y CORRESPONDENCIA:
TULIO GÓMEZ
CALLE 25 Nº 24 – 02
HOGAR “BET- SEAN”, CIUDADELA FERMÍN LÓPEZ
SANTA ROSA, RISARALDA,
COLOMBIA, S.A.
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