El oftalmólogo retiró el aparato. El consultorio estaba casi en penumbra. Guardó silencio unos instantes. Encendió una pequeña lámpara y comenzó a escribir en el recetario. Revisó algo en el equipo que había utilizado. Y siguió escribiendo.
--Me temo que tiene glaucoma. Los síntomas son inequívocos—dijo
--¿Es grave?¿Hay alguna alternativa?—preguntó con ansiedad, temiendo lo peor. El dolor de cabeza era constante e intenso, lapsos recurrentes de distorsión en los colores y la visión nublada, no parecían ofrecer las mejores posibilidades.
--Lo lamento, Ignacio. Pero el glaucoma es irreversible. No tiene curación. Y en este caso, lamento decirte que está muy avanzado. Ha causado daños en el nervio óptico, y por esta razón tu campo visual se ha disminuido. Voy a prescribirte unas gotas. A la salida, reclamas la orden de intervención quirúrgica. Temo que no hay mucho que hacer—sentenció con voz inamovible, casi insensible, de alguien acostumbrado a tratar muchos casos similares a diario.
Ignacio sintió que el mundo se hundía bajo sus pies. Pensó que eso no podría estar ocurriéndole a alguien como él, que no solo amaba la vida sino que se extasiaba con la gama de colores de un hermoso amanecer, y en las preciosas e indescriptibles degradaciones del azul celeste y el amarillo intenso, al morir el sol en la tarde.
Sin muchas alternativas, sólo le quedó volcarse a Dios. Clamar intensamente por un milagro de sanidad. No quería quedar ciego. Ni siquiera podía concebirlo. Y el milagro ocurrió: contrario a todo lo que le anticipaba la ciencia...
Los milagros sí ocurren
La fe no se opone a la ciencia. Simplemente, va más allá de cualquier diagnóstico que considera imposible un milagro. Deposita toda su confianza en Dios, el Creador. La fe considera viable que el Señor, que creó al ser humano, puede restablecer órganos y hacer nuevas todas las cosas.
Hay casos en los que una operación clínica ha testimoniado el amor y la misericordia de Dios. Pero en otras circunstancias, sin la intervención de un facultativo, hechos maravillosos han ocurrido, incluso aquellas que escapan a toda lógica humana.
En esencia: los milagros sí ocurren. Y hoy tanto como ayer. El, nuestro amado Dios, responde a nuestro clamor como lo ha hecho a lo largo de la historia del hombre.
Dios es nuestro sanador
Orar y creer constituye la combinación que abre las puertas a los milagros. Basta que tengamos claro que Dios tiene el poder para obrar maravillas.
Así lo dejó planteado el Señor cuando el pueblo de Israel, una vez cruzó el mar rojo y atravesaron al desierto de Sur, llegó a Mara. El Todopoderoso sanó las aguas que eran amargas. Pero fue allí también que hizo una gloriosa proclamación: “Y dijo: Si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios, é hiciereis lo recto delante de sus ojos, y dieres oído á sus mandamientos, y guardares todos sus estatutos, ninguna enfermedad de las que envié a los Egipcios te enviaré a ti; porque yo soy Jehová tu sanador”(Éxodo 15:26. Versión Antigua Reina-Valera, 1909).
¡Es una promesa maravillosa!. Y está ahí para que nos apropiemos de ella.
Mi bisabuelo Maximiliano vendió en cierta ocasión unos terrenos de su propiedad. En su época bastaba la palabra empeñada. No hizo Escritura Pública en Notaría. El comprador murió días después. Los hijos vinieron a reclamar la propiedad. Le dijeron: “Estos terrenos ahora son nuestros. Usted se comprometió con mi padre”. Y en efecto, mi bisabuelo hizo el traspaso correspondiente.
Así es esta promesa bíblica. Dios ha dado su Palabra. Él se identificó como nuestro Sanador. Si creemos, en fe, veremos Su gloria y los milagros. Él es quien sana. No hay enfermedad que el Señor no pueda curar. Tampoco problema, por grande que parezca, que no pueda resolver.
Lo invito para que, en este momento de profunda crisis por el que atraviesa, deposite su esperanza en Aquél que todo lo puede.
¡Dios hará un milagro en su vida!...
Quizá está orando por un milagro y quiere que le acompañemos a interceder. Sólo basta que nos escriba ahora mismo y comparte su motivo de oración:
Ps. Fernando Alexis Jiménez
Página de Internet: [url=http://www.adorador.com/heraldosdelapalabra]http://www.adorador.com/heraldosdelapalabra[/url]
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--Me temo que tiene glaucoma. Los síntomas son inequívocos—dijo
--¿Es grave?¿Hay alguna alternativa?—preguntó con ansiedad, temiendo lo peor. El dolor de cabeza era constante e intenso, lapsos recurrentes de distorsión en los colores y la visión nublada, no parecían ofrecer las mejores posibilidades.
--Lo lamento, Ignacio. Pero el glaucoma es irreversible. No tiene curación. Y en este caso, lamento decirte que está muy avanzado. Ha causado daños en el nervio óptico, y por esta razón tu campo visual se ha disminuido. Voy a prescribirte unas gotas. A la salida, reclamas la orden de intervención quirúrgica. Temo que no hay mucho que hacer—sentenció con voz inamovible, casi insensible, de alguien acostumbrado a tratar muchos casos similares a diario.
Ignacio sintió que el mundo se hundía bajo sus pies. Pensó que eso no podría estar ocurriéndole a alguien como él, que no solo amaba la vida sino que se extasiaba con la gama de colores de un hermoso amanecer, y en las preciosas e indescriptibles degradaciones del azul celeste y el amarillo intenso, al morir el sol en la tarde.
Sin muchas alternativas, sólo le quedó volcarse a Dios. Clamar intensamente por un milagro de sanidad. No quería quedar ciego. Ni siquiera podía concebirlo. Y el milagro ocurrió: contrario a todo lo que le anticipaba la ciencia...
Los milagros sí ocurren
La fe no se opone a la ciencia. Simplemente, va más allá de cualquier diagnóstico que considera imposible un milagro. Deposita toda su confianza en Dios, el Creador. La fe considera viable que el Señor, que creó al ser humano, puede restablecer órganos y hacer nuevas todas las cosas.
Hay casos en los que una operación clínica ha testimoniado el amor y la misericordia de Dios. Pero en otras circunstancias, sin la intervención de un facultativo, hechos maravillosos han ocurrido, incluso aquellas que escapan a toda lógica humana.
En esencia: los milagros sí ocurren. Y hoy tanto como ayer. El, nuestro amado Dios, responde a nuestro clamor como lo ha hecho a lo largo de la historia del hombre.
Dios es nuestro sanador
Orar y creer constituye la combinación que abre las puertas a los milagros. Basta que tengamos claro que Dios tiene el poder para obrar maravillas.
Así lo dejó planteado el Señor cuando el pueblo de Israel, una vez cruzó el mar rojo y atravesaron al desierto de Sur, llegó a Mara. El Todopoderoso sanó las aguas que eran amargas. Pero fue allí también que hizo una gloriosa proclamación: “Y dijo: Si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios, é hiciereis lo recto delante de sus ojos, y dieres oído á sus mandamientos, y guardares todos sus estatutos, ninguna enfermedad de las que envié a los Egipcios te enviaré a ti; porque yo soy Jehová tu sanador”(Éxodo 15:26. Versión Antigua Reina-Valera, 1909).
¡Es una promesa maravillosa!. Y está ahí para que nos apropiemos de ella.
Mi bisabuelo Maximiliano vendió en cierta ocasión unos terrenos de su propiedad. En su época bastaba la palabra empeñada. No hizo Escritura Pública en Notaría. El comprador murió días después. Los hijos vinieron a reclamar la propiedad. Le dijeron: “Estos terrenos ahora son nuestros. Usted se comprometió con mi padre”. Y en efecto, mi bisabuelo hizo el traspaso correspondiente.
Así es esta promesa bíblica. Dios ha dado su Palabra. Él se identificó como nuestro Sanador. Si creemos, en fe, veremos Su gloria y los milagros. Él es quien sana. No hay enfermedad que el Señor no pueda curar. Tampoco problema, por grande que parezca, que no pueda resolver.
Lo invito para que, en este momento de profunda crisis por el que atraviesa, deposite su esperanza en Aquél que todo lo puede.
¡Dios hará un milagro en su vida!...
Quizá está orando por un milagro y quiere que le acompañemos a interceder. Sólo basta que nos escriba ahora mismo y comparte su motivo de oración:
Ps. Fernando Alexis Jiménez
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