La relación de Ana Rosario y Eduardo se convirtió en un infierno el día que descubrió la carta que le dirigía su esposa a un viejo conocido. En la misiva le expresaba, no solo su admiración, sino lo que calificaba de sentimiento oculto que no podía definir como amor pero que iba más allá de la atracción.
--Sentí que el mundo se hundía bajo mis pies porque a mi esposa siempre la consideré transparente en todo, salvo la faceta oculta que descubrí aquél día—confesó Eduardo tres años después, mientras nos tomábamos un café en el centro de Cali.
En medio de actitudes de rechazo, resentimiento, dolor y una extraña mezcla de tristeza y rabia contenida, rememoró las escenas que a partir de entonces se sucedieron en su hogar, signadas por frecuentes discusiones, al término de las cuales cada uno terminaba con más heridas sentimentales que antes.
--Cada vez que la veo, pienso, no solo que me engaña sino que lo haría de nuevo. Y creo que no puedo seguir en estas circunstancias--, admitió con impotencia porque comprobaba, día a día, que su matrimonio se desmoronaba progresivamente, sin aparente salida al laberinto.
Concluyendo la conversación, frustrante por demás ya que Eduardo se negaba a la posibilidad de perdonarla y darle una nueva oportunidad, me extendió una hoja cuidadosamente doblada.
--Léala... –me dijo—esa es la carta de que la hablo. No solo la descubrí, sino que la he guardado desde entonces. Léala. Y compruebe por usted mismo de todo lo que es capaz mi esposa. La carta desde hoy es suya--.
--¿Segura que es mía?—respondí.
--Totalmente—dijo con determinación, para, acto seguido, gritar horrorizado:” ¿Qué está haciendo?¿Cómo se le ocurre romper la carta? La conservé todos estos años para que usted, sin leerla, decida sin más ni más romperla... ¡Usted está loco!”. Y salió de la cafetería, airado, murmurando y con visible molestia que se reflejaba en su rostro y en sus ademanes.
Dos días después llamó a mi oficina: “Quiero que hablemos. He reconsiderado las cosas. Si perdonar a mi esposa es la solución, quiero intentarlo”.
No fue fácil. Las heridas estaban abiertas, pero con ayuda de Dios, tanto Eduardo como Ana Rosario lograron superar esa situación.
“¿Qué hago frente a la infidelidad de mi cónyuge?”
Tras escribir el artículo: “Infidelidad: origen, evolución y consecuencias”, llovieron sobre mi correo electrónico infinidad de cartas de todas partes, con una pregunta recurrente: “¿Qué hago frente a la infidelidad de mi cónyuge?” y otra que me llamó mucho la atención porque se repetía una y otra vez: “Usted escribe sobre la infidelidad del hombre... ¿Y cuando es la mujer quien incurre en infidelidad?¿Qué hacer?¿Pasar por alto el error?¡No podría hacerlo!”.
La infidelidad tiene iguales dimensiones, tanto en el hombre como en la mujer. Lamentablemente en una sociedad machista como la latinoamericana, el que una mujer le falte a su esposo, reviste mayor escándalo que cuando se trata del hombre quien pasa por encima de la lealtad que le debe a su cónyuge.
Si el esposo considera que debe ser perdonado y recibir una nueva oportunidad, la esposa igualmente debe tener la posibilidad, no solo del perdón, sino de una nueva oportunidad. Puede sonar a un juego de palabras, pero encierra un significado que se vierte en un principio claro: si bien es cierto que la infidelidad no tiene justificación, tampoco tiene justificación que se vea admisible en el hombre mientras que a la mujer se le condena.
El perdón va más allá de las palabras
En cierta ocasión el apóstol Pedro se acercó a Jesús y le dijo: “Señor, ¿Cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mi?¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino hasta setenta veces siete” (Mateo 18: 21, 22).
¿Entendió el significado de esta respuesta de Jesucristo? Si no es así, léala de nuevo. Sin importar si usted es católico o protestante o si quizá profesa otros principios religiosos, entiendo que el perdón, a la luz de las Escrituras e incluso de los libros que rigen filosofías de oriente, es perdón y no tiene carácter limitado.
Setenta veces siete significa justamente eso: de manera ilimitada. Ahora, lo más fácil es decir: “Me causó tanto daño, que no puedo perdonarle”. Pero al hacerlo, nos negamos la posibilidad de comenzar de nuevo, y por años arrastraremos la carta del odio, el rencor o el resentimiento.
Viene a mi mente el pasaje de la Biblia en el que una mujer es llevada a Jesús para conocer su opinión. Había sido sorprendida en el acto mismo de adulterio, y los judíos pretendían lapidarla, es decir, darle muerte con piedras. (Entre otras cosas, es curioso que llevaran a juicio a la adúltera pero no al adúltero, cuando el adulterio lo cometen dos y no solo una persona).
Después que Jesús exhorta a los presentes para que, quien estuviese libre de pecado, arrojara la primera piedra, nadie quedó en el lugar. Sólo la adúltera. “ Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban?¿Ninguno te condenó?. Ella dijo: Ninguno, Señor, Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más” (Juan 8:10, 11).
Respeto lo que opinen pastores, líderes y cristianos comprometidos al leer este estudio, pero tengo claro como debe tenerlo usted, que si Dios le brindó a través de su Hijo, una segunda oportunidad a una adúltera, y no solo eso, sino que le instó a cambiar su vida ¿Cómo podríamos nosotros negar el perdón?¿Cómo cerrarle las puertas a una segunda oportunidad?.
Abandonando el pasado
Sólo cuando rompí esa carta, sin leerla por supuesto, Eduardo comprendió que había perdido tres años de su vida en discusiones con su esposa, con la que quería vivir pero a quien no le perdonaba su presunta infidelidad. Cuando ya no pudo torturarse esa tarde leyendo el contenido, entendió que era necesario perdonar.
¿Difícil? No lo dudo. Pero cuando involucramos a Dios para que nos ayude en ese proceso, estoy convencido que no es imposible, como pudiéramos pensar.
¿Y si fuera usted? Imagine por un instante que esa infidelidad que descubrió en su cónyuge, la hubiese cometido usted. ¿Esperaría perdón? Entonces ¿Por qué se niega a perdonar?.
En las fuerzas de Dios
Admito que no es fácil comenzar de nuevo, pero es necesario, más cuando los dos tienen claro que no quieren romper su relación matrimonial y al menos uno de los dos está dispuesto a aprovechar una segunda oportunidad, si se la ofrecen.
A partir de ese momento, todo se circunscribe a comenzar de cero. Es decir, avanzar en el proceso de sobreponerse a la situación y consecuencias que se derivaron de la infidelidad.
Alguien me dijo, y reconozco que es comprensible su posición: “No es fácil perdonar y, más aún, volver a confiar”. Pero creo que si sometemos a Dios nuestros sentimientos y le pedimos su fortaleza, lo lograremos. Me fundamento en un principio que trazó el apóstol Pablo al escribir: “Todo lo puedo en Cristo que me fortaleza” (Filipenses 4:13).
En nuestras fuerzas no es posible, pero sí con ayuda de Dios. No olvide que El nos creó, conoce nuestras áreas débiles y puede transformar, no solo las circunstancias, sino también nuestros sentimientos.
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Ps. Fernando Alexis Jiménez
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