Algunos enfermos habían pasado al frente. Pedían oración por sanidad. Les imponían las manos. Sintió inquietud. ¿Qué ocurriría si salía al frente y finalmente no recibiera sanidad?, razonaba, Prefirió quedarse en el mismo sitio.
Segundos después le embargó una sensación de calor, no externo sino en su cuerpo. Justo en donde por años había sufrido un dolor que se tornaba insoportable, especialmente en las noches. Pensó primero que se trataba de una sugestión. Luego, que podía ser un milagro. Cerró los ojos y atinó a decir: “Señor Jesús, sáname...” La calidez fue más intensa. Luego lo invadió una paz que no podía describir. Temió caer al sueño en ese mismo instante.
--Regresen a sus sillas, por favor—la instrucción del pastor lo devolvió a la realidad del momento.
Se sentó pero descubrió algo que todavía no logra comprender: ¡No sentía dolor!. Había desaparecido. Dios y nadie más que él lo había sanado.
El caso ocurrió en el barrio Las Américas, al oriente de Cali. En aquél entonces yo era uno de los pastores asociados. Sentí un escalofrío, mezcla de admiración y respeto por el poder de Dios. En ocasiones como esa fue cuando comencé a pensar en la grandeza que le acompaña, la cual es ilimitada. Otro hecho que entendí: no es el pastor ni el líder, es el Señor quien responde a las oraciones de su pueblo.
Estar en la presencia de Dios
Igual ocurrió en Palestina, más exactamente en Jerusalén. La mujer –de quien el autor sagrado no ofrece mayores detalles—estaba allí, en la sinagoga. “..desde hacía dieciocho años tenía espíritu de enfermedad, y andaba encorvada, y en ninguna manera se podía enderezar. Cuando Jesús la vio, la llamó, y le dijo: Mujer, eres libre de la enfermedad”(Lucas 13:10, 11).
Un caso que rompe todos los esquemas. Ella solo acudió donde estaba el Hijo de Dios. No forzó las cosas, pero acudió a Su poder. Simplemente confió. Esa es la palabra clave: confiar.
A la mujer no le importó el qué dirán. Simplemente creyó.
Ahora imagine por un instante el momento en que los ojos del Señor Jesús se encontraron con los de la mujer. Percibió su dolor y el anhelo que tenía de ser sanada. Esa mirada le reveló mucho al maestro. Puso en evidencia que ella tenía fe para ser sanada: “Y puso las manos sobre ella; y ella se enderezó luego, y glorificaba a Dios”(v.13)
¿Qué significa glorificar a Dios?
Glorificar a Dios es reconocer su poder y santidad, admitir nuestras limitaciones, exaltar a Dios por su manifestación poderosa en nosotros, y tener siempre en nuestro corazón una convicción inamovible: que hemos creído en un Dios de poder... esa es la razón por la que el salmista escribió: “Buscad a Jehová y su poder; buscad siempre su rostro. Acordaos de las maravillas que él ha hecho, de sus prodigios y de los juicios de su boca.” (Salmo 105: 4, 5).
Usted también debe ir a Él
Probablemente enfrenta un problema sin aparente solución. Una enfermedad, una dificultad con su familia, una deuda o quizá, una crisis personal. Ha experimentado todo y nada, absolutamente bada ha sido eficaz. Está desesperado...
Piensa que por casualidad leyó estas líneas. Siente que Dios le habló... ¡Pues levántese de donde está! Usted también puede recibir milagros...
No lo piense dos veces. Creer en el poder de Aquél que todo lo puede, no cuesta nada. Es sencillo. Basta despojarse de tanto racionalismo que le embarga, y sencillamente disponerse a creer. No tiene tanto misterio. De depende de usted y de su actitud.
Quizá quiere que le ayudemos a interceder. Lo haremos con gusto. Escríbanos. Y no lo olvide... ¡Hoy puede ser el día su milagro...! Y por favor, cuando se produzca la respuesta, cuéntenos su testimonio... será una bendición para otros creyentes...
Ps. Fernando Alexis Jiménez
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Página en Internet
http://www.adorador.com/heraldosdelapalabra
Segundos después le embargó una sensación de calor, no externo sino en su cuerpo. Justo en donde por años había sufrido un dolor que se tornaba insoportable, especialmente en las noches. Pensó primero que se trataba de una sugestión. Luego, que podía ser un milagro. Cerró los ojos y atinó a decir: “Señor Jesús, sáname...” La calidez fue más intensa. Luego lo invadió una paz que no podía describir. Temió caer al sueño en ese mismo instante.
--Regresen a sus sillas, por favor—la instrucción del pastor lo devolvió a la realidad del momento.
Se sentó pero descubrió algo que todavía no logra comprender: ¡No sentía dolor!. Había desaparecido. Dios y nadie más que él lo había sanado.
El caso ocurrió en el barrio Las Américas, al oriente de Cali. En aquél entonces yo era uno de los pastores asociados. Sentí un escalofrío, mezcla de admiración y respeto por el poder de Dios. En ocasiones como esa fue cuando comencé a pensar en la grandeza que le acompaña, la cual es ilimitada. Otro hecho que entendí: no es el pastor ni el líder, es el Señor quien responde a las oraciones de su pueblo.
Estar en la presencia de Dios
Igual ocurrió en Palestina, más exactamente en Jerusalén. La mujer –de quien el autor sagrado no ofrece mayores detalles—estaba allí, en la sinagoga. “..desde hacía dieciocho años tenía espíritu de enfermedad, y andaba encorvada, y en ninguna manera se podía enderezar. Cuando Jesús la vio, la llamó, y le dijo: Mujer, eres libre de la enfermedad”(Lucas 13:10, 11).
Un caso que rompe todos los esquemas. Ella solo acudió donde estaba el Hijo de Dios. No forzó las cosas, pero acudió a Su poder. Simplemente confió. Esa es la palabra clave: confiar.
A la mujer no le importó el qué dirán. Simplemente creyó.
Ahora imagine por un instante el momento en que los ojos del Señor Jesús se encontraron con los de la mujer. Percibió su dolor y el anhelo que tenía de ser sanada. Esa mirada le reveló mucho al maestro. Puso en evidencia que ella tenía fe para ser sanada: “Y puso las manos sobre ella; y ella se enderezó luego, y glorificaba a Dios”(v.13)
¿Qué significa glorificar a Dios?
Glorificar a Dios es reconocer su poder y santidad, admitir nuestras limitaciones, exaltar a Dios por su manifestación poderosa en nosotros, y tener siempre en nuestro corazón una convicción inamovible: que hemos creído en un Dios de poder... esa es la razón por la que el salmista escribió: “Buscad a Jehová y su poder; buscad siempre su rostro. Acordaos de las maravillas que él ha hecho, de sus prodigios y de los juicios de su boca.” (Salmo 105: 4, 5).
Usted también debe ir a Él
Probablemente enfrenta un problema sin aparente solución. Una enfermedad, una dificultad con su familia, una deuda o quizá, una crisis personal. Ha experimentado todo y nada, absolutamente bada ha sido eficaz. Está desesperado...
Piensa que por casualidad leyó estas líneas. Siente que Dios le habló... ¡Pues levántese de donde está! Usted también puede recibir milagros...
No lo piense dos veces. Creer en el poder de Aquél que todo lo puede, no cuesta nada. Es sencillo. Basta despojarse de tanto racionalismo que le embarga, y sencillamente disponerse a creer. No tiene tanto misterio. De depende de usted y de su actitud.
Quizá quiere que le ayudemos a interceder. Lo haremos con gusto. Escríbanos. Y no lo olvide... ¡Hoy puede ser el día su milagro...! Y por favor, cuando se produzca la respuesta, cuéntenos su testimonio... será una bendición para otros creyentes...
Ps. Fernando Alexis Jiménez
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