Su celda era como tantas otras. A decir verdad, no se diferencian de otras, sea cual fuere el país en que se encuentren, ni el idioma que se hable allí. Lo que tornaba diferente su pena era que no tenía quien le visitara los fines de semana, ni se acordara de llevarle tan siquiera un detalle en los días de cumpleaños, navidad o año nuevo. Estaba solo. Absolutamente solo. Ansiaba las cartas, que siempre traían noticias de las tierras colombianas, que tantos recuerdos le traían.
Durante ese tiempo, Silvia no dejó de clamar. Día y noche, mañana y tarde. Sin cesar, con esperanza, guardando la fe de que Dios haría un milagro. Y lo hizo. El día que menos esperaba. Al caer la tarde. Recibió una llamada telefónica. Era su hijo. Le notificaba que estaba libre. Sin explicación aparente, la justicia había revisado su caso. Pronto estaría en casa...
Conocí a Silvia. Asistía a la iglesia de la que, por aquél entonces, era pastor asociado. Puedo testimoniar que durante todo este tiempo, más de cinco años, no declinó en la certeza de que Dios sacaría a su hijo del penal.
Un Dios que no tiene límites
Silvia entendió que para nuestro Dios no hay límites de tiempo, de distancia o de lugar. Igual ocurrió con un centurión romano. Su siervo estaba gravemente enfermo. En medio de su desesperación, pidió ayuda al Señor Jesús. El hecho ocurrió en Capernaum y la historia completa podrá leerla en el capítulo siete del evangelio de Lucas, versículos del uno al diez.
Cuando el Maestro iba camino a casa del militar, éste le dijo: “Señor, no te tomes tanta molestia, pues no merezco que entre en mi techo. Por eso ni siquiera me atreví a presentarme ante ti. Pero con una sola palabra que digas, quedará sano mi siervo” (vv. 6 y 7).
El hombre tenía claro que aún a esa distancia, podía ocurrir un hecho prodigioso.
Dios ama a los que tienen fe
El Señor expresó su admiración por la fe del centurión. “Al oírlo, Jesús se asombró de él y, volviéndose a la multitud que lo seguía, comentó:”—Les digo que ni siquiera en Israel he encontrada una fe tan grande”(v.9).
Dios ama a quienes tienen fe. Son ellos los que ven milagros. ¿La razón? Creen por encima de las circunstancias. Los obstáculos no diezman su esperanza.
Si creemos, los milagros ocurren
Si tan solo nos atrevemos a creer, a mirar con los ojos de la fe lo que los demás ven como imposible, grandes cosas ocurrirán en su existencia. Así lo corroboró el centurión porque “Al regresar a casa, los enviados encontraron sano al siervo”(v.10).
Fe es creer. Aferrarse a la mano del Señor Jesucristo. Tener claro que El, como lo anota el libro a los Hebreos, es el mismo ayer, hoy y por siempre. Pero se requiere depositar toda nuestra confianza en su poder.
Quizá está orando por algún milagro. No se desanime. Crea. Confíe que El responderá. Así parezca imposible. Su poder está por encima de las circunstancias.
Si quiere que le acompañemos a interceder, escríbanos ahora mismo:
Ps. Fernando Alexis Jiménez
Correo personal: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
Página en Internet:
http://www.adorador.com/heraldosdelapalabra
Durante ese tiempo, Silvia no dejó de clamar. Día y noche, mañana y tarde. Sin cesar, con esperanza, guardando la fe de que Dios haría un milagro. Y lo hizo. El día que menos esperaba. Al caer la tarde. Recibió una llamada telefónica. Era su hijo. Le notificaba que estaba libre. Sin explicación aparente, la justicia había revisado su caso. Pronto estaría en casa...
Conocí a Silvia. Asistía a la iglesia de la que, por aquél entonces, era pastor asociado. Puedo testimoniar que durante todo este tiempo, más de cinco años, no declinó en la certeza de que Dios sacaría a su hijo del penal.
Un Dios que no tiene límites
Silvia entendió que para nuestro Dios no hay límites de tiempo, de distancia o de lugar. Igual ocurrió con un centurión romano. Su siervo estaba gravemente enfermo. En medio de su desesperación, pidió ayuda al Señor Jesús. El hecho ocurrió en Capernaum y la historia completa podrá leerla en el capítulo siete del evangelio de Lucas, versículos del uno al diez.
Cuando el Maestro iba camino a casa del militar, éste le dijo: “Señor, no te tomes tanta molestia, pues no merezco que entre en mi techo. Por eso ni siquiera me atreví a presentarme ante ti. Pero con una sola palabra que digas, quedará sano mi siervo” (vv. 6 y 7).
El hombre tenía claro que aún a esa distancia, podía ocurrir un hecho prodigioso.
Dios ama a los que tienen fe
El Señor expresó su admiración por la fe del centurión. “Al oírlo, Jesús se asombró de él y, volviéndose a la multitud que lo seguía, comentó:”—Les digo que ni siquiera en Israel he encontrada una fe tan grande”(v.9).
Dios ama a quienes tienen fe. Son ellos los que ven milagros. ¿La razón? Creen por encima de las circunstancias. Los obstáculos no diezman su esperanza.
Si creemos, los milagros ocurren
Si tan solo nos atrevemos a creer, a mirar con los ojos de la fe lo que los demás ven como imposible, grandes cosas ocurrirán en su existencia. Así lo corroboró el centurión porque “Al regresar a casa, los enviados encontraron sano al siervo”(v.10).
Fe es creer. Aferrarse a la mano del Señor Jesucristo. Tener claro que El, como lo anota el libro a los Hebreos, es el mismo ayer, hoy y por siempre. Pero se requiere depositar toda nuestra confianza en su poder.
Quizá está orando por algún milagro. No se desanime. Crea. Confíe que El responderá. Así parezca imposible. Su poder está por encima de las circunstancias.
Si quiere que le acompañemos a interceder, escríbanos ahora mismo:
Ps. Fernando Alexis Jiménez
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