Ha calado tan hondo en tanta buena gente aquella antigua doctrina oficial de un Cristo lejano, indiferente, sufriente y todavía colgado de una cruz con rostro lastimoso, que decir que debemos ser parecidos a Cristo, es poco menos que proponer algo negativo. ¡Y es eso lo que está escrito! ¿Nadie le prestará atención? Sólo habrá que decidirse a sacar al Cristo de la cruz y colocarlo donde realmente está: a la diestra del Padre. Y su cuerpo en la tierra, similar a Él.