Cuando somos nuevos en el evangelio y se nos habla de alturas, de inmediato levantamos nuestros ojos a lo que automáticamente llamamos "cielo". Pero no pasamos de esa capa de color celeste que, en todo caso, es la atmósfera visible. Las verdaderas alturas del cielo de Dios no son visibles desde lo natural, no pueden ser visitadas por extraños y sólo aguardan ser mostradas en visiones a aquellos que Dios ha designado como profetas mensajeros de sus hechos.