La vida del creyente no es un suave manto de pétalos de rosa. Las contiene, porque eso es la presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas. Pero también están las espinas, esas que de pronto se clavan en nuestra piel espiritual y lastiman, hieren, molestan. De eso se habla en este trabajo, de un flagelo que, por antiguo y conocido, no ha dejad de perturbar la vida de muchos hermanos y su bienestar en esta tierra.