Esta traducción está dedicada al precioso nombre de Jesús, pues sólo esa Verdad nos hace verdaderamente libres.
MCMLXXXX
Impreso en España.
Publicado por Círculo Santo.
PREFACIO
Nos encontramos algún que otro problema con este libro en particular al escribirlo en inglés moderno. Hay una palabra que no existe en la lengua inglesa que debería existir, una palabra que podría significar tanto “ él” como “ ella.” Al tratar con Torrentes Espirituales, echamos mucho de menos a esta palabra. El inglés debería tener una palabra como “ él-la” o “ e-lla” o algo por el estilo.
A lo largo de esta revisión estuvimos trabajando con una texto en Inglés Antiguo que constantemente aludía a “ el alma...” El pronombre “ ello” solía aparecer veinte o más veces en una sola página. Sencillamente la mente no es capaz de seguir un pensamiento tan largo con tantos pronombres en un espacio tan corto.
Sustituimos “ alma” por palabras como “ devoto” , “ creyente” , o “ cristiano” – allí donde no se dañaba el significado original. Pero llega el momento cuando tienes que decidirte entre usar “ él” o “ ella” – el cristiano “ él” o “ ella” . Pobre Inglés, nuestra lengua no puede decir “ él-la” o “ e-lla” ; por tanto, nos arriesgamos a meternos en líos con uno de los dos géneros, una vez hecha la elección. Hicimos lo que escritores y editores y traductores han estado haciendo durante mil años ante la inconveniencia de esta lengua – escogimos decir el cristiano “ él” , una elección que es algo mejor que lo cristiano “ ello” . Pedimos disculpas a todas nuestras lectoras femeninas por este detalle, sabiendo demasiado bien que es el lenguaje inglés el que debe disculparse.
Una última cosa. De vez en cuando se nos pregunta de dónde sacamos las copias de los libros originales que modernizamos, a lo que sigue una pregunta insalvable, “ ¿Dónde consigo yo una copia?” Grande es el misterio. Haz lo que hacemos nosotros. ¡Vete a la biblioteca pública que te corresponda y empieza a mirarte las listas de libros catalogados en el listado nacional de bibliotecas! El bibliotecario te dará los detalles.
Y ahora, querido lector, vamos a Torrentes Espirituales, y vamos de la mano de una mujer que no se estremeció describiendo al sufrimiento como es en realidad.
INTRODUCCION
La clave para entender este libro es ver entre sus expresiones la biografía espiritual de la propia Jeanne Guyon. Ella es el “ torrente” de este libro, y esta es su historia de su viaje hacia Cristo. Este no es un libro que te marca los pasos que necesitas seguir para madurar en Cristo. El tratar de encajar este libro en tu propia vida es enfrentar el desastre. Guyon escribió en otra época, en la cual era necesario describir todo por pasos o por niveles. Lo que es más, era muy subjetiva, e incluso a veces caía en la melancolía. Lo que ella dice en Torrentes Espirituales no se puede encontrar en el Nuevo Testamento... no lo encontramos como “ la forma” de conocer a Cristo. Esta es, sencillamente, la historia de una mujer, desde su propio punto de vista, en cuanto a cómo Dios trató con ella. La gran fuerza de este libro es, sencillamente, esta: existen muy, muy pocos libros escritos sobre el tema de la cruz en relación con el caminar cristiano. Este es uno de esos pocos libros. Y es una afirmación radical, quizás en extremo radical, acerca de la cruz en la vida de un creyente.
Madame Guyon en persona se metió en problemas a causa de este libro. Aquí está la historia lo que mejor que he podido recomponerla.
Jeanne Guyon empezó a escribir su autobiografía cuando rondaba los treinta años. Pero el primer libro suyo publicado fue la titánica obra, Método de Oración, ahora titulada Experimentando las Profundidades de Jesucristo. Esta es una obra maestra y un clásico.
Su primer encarcelamiento (más bien fue un confinamiento en una abadía atendida por monjas en un lugar de París llamado San Antonio) se debió a cuatro causas: el complot de su medio hermano de sangre para quitarle sus inmuebles y su riqueza... y los tres libros que hasta entonces había escrito.
Fue liberada gracias a los esfuerzos de amigos suyos dentro de la corte de Luis XIV. Tras su liberación entró en un periodo de máxima popularidad e influencia – en Versalles, nada menos, la corte de la monarquía más poderosa de toda la historia Europea.
De forma gradual, Guyon cayó en desgracia en la corte de Luis. El Rey en persona solicitó al Obispo Bossuet, el más grande y famoso clérigo de toda Francia, que la examinara. Este “ examen” vino a ser una inquisición mental. Bossuet, la mente más poderosa de Francia, pensaba que se las estaba viendo con una mujer un tanto estúpida. Se propuso
aplastarla como se aplasta a una mosca. Pero en vez de ello, se encontró con su igual, por no decir su superior. Estaba enfurecido. (La historia, más tarde, no ha sido magnánima con Bossuet, sobre todo a causa del trato tan absurdo que ejerció sobre esta mujer.) Las conclusiones de Bossuet acerca de esta “ peligrosa” mujer hicieron que Luis XIV encarcelara a Jeanne Guyon sin juicio y sin cargos.
En su “ vista oral” ante Bossuet y otros dos Obispos, Jeanne Guyon presentó su biografía a Bossuet. (Ya había leído Método de Oración y estaba bastante en contra de éste.) En aquella época ella le presentó tres obras más. No podría haber actuado peor. De entre sus comentarios sobre la Biblia eligió entregarle su obra Cantar de los Cantares. También le entregó un manuscrito recientemente acabado de un libro sin publicar titulado Torrentes Espirituales.
Imagináos a un super pedante y super piadoso solterón ya entrado en años leyendo la íntima y apasionada interpretación de Cantar de los Cantares. ¡A Bossuet se le pusieron los pelos de punta! El sexo, después de todo, era un mundo desconocido para él – démosle ese margen de duda –, y con toda seguridad tampoco debía tener lugar en libro religioso alguno, aunque tratara del Cantar de los Cantares.
Su reacción ante Torrentes Espirituales fue peor. En este libro Jeanne Guyon ataca de soslayo a la intelectualidad y a los intelectuales... ¡y eso era todo lo que era Bousset! Lo que es más, la subjetividad de Torrentes Espirituales no le hacía mucha gracia que digamos a una de las mentes más objetivas que Francia llegó a engendrar.
Otro suceso, en otra nación, también influyó profundamente en lo que le habría de acontecer a Jeanne Guyon. Había en Italia un hombre llamado Miguel de Molinos, que por aquel tiempo sufría prisión por similares escritos.
Molinos hacía poco que había puesto a toda Italia patas arriba, originando una de las mayores revueltas que jamás haya sufrido el Vaticano, el Papa y Roma.
Las enseñanzas de estas dos personas no eran una novedad, sino que ya habían sido enseñadas en siglos pasados por santos canonizados de la Iglesia Católica. Ni a Molinos ni a Guyon se les hubiera pasado nunca por la mente que lo que escribían y enseñaban podría meterles en problemas. Y lo hizo.
A Molinos lo sellaron literalmente tras los portones de una mazmorra. Guyon se vería en breve fugitiva de la justicia. Cuando por fin dieron con ella, fue encarcelada en Vincennes, y después en la infame Bastilla.
Guyon dice que es muy raro conseguir un avanzado estado de espiritualidad. Algo que atañe a muy pocos, e incluso entonces, un estado que únicamente se alcanza – por lo general – a una edad bastante madura, casi siempre poco antes de la muerte. Bien, ella era casi una cincuentona cuando escribió este libro. Asumo, pues, que ella misma teorizaba con ciertas partes de lo escrito aquí.
Hasta donde mi lógica alcanza, Torrentes Espirituales no fue publicado hasta después de su muerte. Una cosa es segura: siempre que este libro se vuelve a llevar a una imprenta molesta, enoja y confunde a mucha gente.
¿A qué se debe, pues, esta nueva edición?
Como ya dije anteriormente, es tan simple como el hecho de que no existen muchas obras en la literatura cristiana que hablen del trato interno de la cruz en la vida diaria del creyente. Y hoy en día la iglesia parece alejarse más y más del tema del sufrimiento... casi cada hora que pasa.
La mayoría de los cristianos, tras leer este libro, lo único que hacen es agitar sus manos con aire de desespero e intentar olvidar que alguna vez lo hayan leído. Puede que eso mismo sea lo más saludable que puedas hacer con él, si crees que todos los cristianos deben pasar por los niveles que ella describe. Pero, de hecho, no es eso lo que ella dice. Para comprender este libro en particular tienes que entender la tradición católica. Puede que Guyon fuera la católica romana más evangélica que hubiera escrito un libro en su época, pero era católica.
Ahora bien, un católico que escribiera de un tema como el que ella escribió aquí, para ser considerada una buena católica, debía seguir una larga y bien establecida tradición. Esta tradición fue establecida allá en los tiempos de Agustín y Dionysius Exiguus. Estos dos hombres pusieron la vida cristiana por “ etapas” . Todos los escritores posteriores estaban encadenados por la tradición a establecer una serie de etapas por las que, creían ellos, el alma debía atravesar con vistas a llegar a la “ perfección” . La perfección, para la mente católica, no quiere decir ausencia de pecado o perfección... sino un estado de “ estar en Dios” .
El propósito de Guyon con este libro es contarle al lector su propia experiencia. Probablemente ella sentía que al menos había acariciado todas estas etapas que tan vívidamente describe.
Si no eres un católico romano, inevitablemente se te quedará la impresión de que estas son las etapas por las que todos los creyentes deben pasar. Esto sencillamente no es cierto. El Nuevo Testamento no establece tales normas. No hay fórmulas en la transformación. El Señor, al igual que podemos ver en el Aslan de C.S.Lewis, no es un tullido – Él no es un Dios de fórmulas. Él es un Dios viviente y una experiencia vital y viviente; a diario se le experimenta de distintas maneras. No un “ algo” por ahí que es revelado al pasar a través de una serie de pasos preestablecidos. Torrentes Espirituales es la experiencia personal de una mujer en su camino hacia Dios.
A mi juicio, su detalle del sufrimiento cristiano es la gran fuerza de Guyon y al mismo tiempo la mayor de sus debilidades. Un amigo mío, comentando un capítulo titulado “ Noche Oscura del Espíritu” en mi libro, El Viaje Hacia Adentro, probablemente resumió esta paradoja. Dijo, “Gene, la gente que nunca ha pasado por lo que aquí has descrito no tienen ni idea de lo que estás hablando; y aquellos de nosotros que tiene idea, no quiere leerlo ni por asomo.”
Ahí está.
El leer las vívidas, algunas veces taciturnas, descripciones de sus experiencias – si no estás familiarizado con su vida y escritos – te dejarán sin saber cómo reaccionar.
Hay tres tipos de personas a los que desearía que nunca se encontrasen ante un libro como este. (Aquí hablo particularmente de gente profundamente dañada. Te recuerdo que este libro no les dañará. Los libros no hacen rara a la gente; la gente rara se expresa mejor demostrando lo rara que es, justo después de leer un libro como este.)
Primero, está el hermano soltero religioso. No debería leer este libro.
¡Todos los hermanos solteros super religiosos deberían casarse! ¡Tras diez años de matrimonio este libro no sería capaz de hacerles ningún daño! Hermano joven y soltero, si tienes tendencia a ser “ religioso” , entonces este libro te hará totalmente insoportable. Por favor, recuerda que, cuando te has hecho un lío con las comas porque has fracasado de cabo a rabo en vivir ajustado a tu propio estándar, obviamente no estás haciendo progreso espiritual. Y si, cuando disciernas que estás haciendo progresos, te estiras la corbata y sacas el “ tratado para ser muy
espiritual” , y empiezas a poner a todo el mundo en vereda, ¡aún sigues sin hacer progreso espiritual! Hay un elemento con una alta carga redentora en este libro: los estados espirituales – que algunos cristianos planean visitar en un fin de semana – ¡Guyon asegura que llevarán de veinte a treinta años!
El segundo tipo de persona que no debería leer esta clase de libro es el chiflado de verdadero manicomio. Las personas religiosas que también son chaladas a menudo parece que están entre los treinta y cuarenta años. ¿Qué más puedo decir? Este tipo de persona hace que todo aquel que haya escrito alguna vez un libro cristiano, da igual cuán blando sea el libro o suave sea el tema tratado, se plantee seriamente si el autor debiera volver a escribir alguna vez otro libro. Hay gente un tanto trastornada que se dañan con cualquier literatura cristiana que puedan leer.
En último lugar viene el pedante, ciego, e iluso cristiano que vive inmerso en vanos sueños de grandeza, que se ve a sí mismo (o a sí misma) como una segunda Madame Guyon: “ He leído este libro; he pasado todas estas etapas, y hoy yo soy...” Bien, no todas estas gentes captan el mensaje que encierra este libro con un oído tan atento y entendido, pero irradian un mensaje similar por cada poro de su cuerpo: “He llegado” .
Quizá no debiera limitarme a desintoxicar un poco este libro, sino también a desintoxicar un tanto a unos cuantos cristianos.
Propondré, primero de todo, que cualquier acechanza espiritual debiera hacerse dentro de una experiencia de vida de iglesia, nunca por tu cuenta y en privado. La iglesia es el lugar al que las acechanzas espirituales pertenecen.
En segundo lugar me gustaría compartir contigo que vivo entre personas que buscan un caminar más profundo con el Señor. (Yo mismo me pongo entre las filas de estos buscadores de la verdad.) De un extremo al otro de este ancho mundo, siempre que he viajado, si se disponía del tiempo suficiente, he ido en pos de hombres y mujeres piadosos. Pero sólo he conocido a dos personas en toda mi vida que yo llamaría espiritualmente maduras. Dos, repito, ¡dos! Ambos se estremecerían ante la idea de que alguien les clasificara como tales. Uno era una mujer, se llamaba Beta Shyrick. Ella tuvo una gran influencia en mi vida. (Por cierto, ella nunca llegó al punto que Jeanne Guyon describe como “ indiferencia” .) Beta murió a los 76 años de un corazón enfermizo...y quebrantado.
¿Adónde quiero llegar? No pongo la interpretación espiritual que te des a ti mismo por las nubes. Con casi toda seguridad que no eres tan espiritual. De cierto que no te recomendaría que trates de imaginarte el “ estado” en el que te encuentras. Con bastante franqueza, en cuanto a mí mismo, sólo estoy seguro de una cosa: he sido redimido por Cristo. Más allá de ese punto lo veo todo un poco borroso. A cambio de esos dos cristianos con los que me encontré, y que me mostraron algún elemento de madurez cristiana, ¡me he topado con toda una cancha de baloncesto llena de cristianos que pensaban que eran espirituales! Tengo que admitir que, si soy realista, este libro es ideal para ellos. O bien va exponer a tal grado su burda ineptitud espiritual que les dejará sin habla, o les hará aún más ilusos.
Es a ese respecto que Torrentes Espirituales es un libro muy bueno. Debería dejarnos a todos un poquito más humildes de lo que en realidad puede suponer el proceso de transformación.
Eso me lleva a otra de las razones por las que volver a editar Torrentes Espirituales. He estado ministrando sobre los aspectos más profundos de la fe cristiana durante... bueno, mucho tiempo. Lo suficiente para haber descubierto patrones de comportamiento en aquellos que se han embarcado, en su juventud, en esta gran aventura.
He observado a cristianos siendo atraídos muy de cerca por Cristo en una relación viva con Él, más cerca de lo que nunca hubieran soñado. Les he ido observando mientras se deleitaban al descubrir las profundas, las indescriptibles riquezas que están en Cristo. Durante todo aquel tiempo aquellos cristianos, con estas riquezas, eran a diario informados acerca de la cruz, del sufrimiento, y de la duplicidad del corazón humano
– pero sobre todo, de la cruz. Cada uno fue advertido que esos días de opulencia e intimidad no durarían – no podían durar – para siempre. También habría de conocerse rachas de sequía. No obstante, he visto a pocos cristianos, una vez que esas maravillosas aguas retrocedieron, dejar de seguir al Señor. La mayoría de cristianos claro que continúa a través de los periodos de sequía, pero hay muchos, una vez que al fin se las vieron con la cruz con todo su destructivo poder, que dejaron de seguirle. Casi todos, eso parece, jurarán y declararán que ¡nunca oyeron a nadie advertirles de pruebas tales, o de una cruz tan grande!
Bien, queridos lectores, conozcan a Jeanne Guyon en Torrentes Espirituales. He aquí un maestro (¡no!, un maestro consumado) describiendo a la cruz. Este libro te ahogará en los detalles del sufrimiento.
La primera parte de este libro puede que te deje deprimido; puede dejarte con una idea distorsionada de Dios... y de toda la vida cristiana. Pero nunca te dejará desprevenido.
1
En el momento que Dios toca a una persona que busca la verdad, Él otorga un instinto a este nuevo creyente de volver a Él con mayor perfección y ser unido con Él. Hay algo dentro del creyente que sabe que no ha sido creado para las diversiones o las trivialidades del mundo, sino que tiene una finalidad que está centrada en su Señor. Algo dentro del creyente trata por todos los medios de hacer que éste vuelva a un profundo lugar que está adentro, a un lugar de descanso. Es algo instintivo, este empujón para volver a Dios. Algunos lo reciben en una gran porción, por designio de Dios. Otros en un grado menor, por designio de Dios. Pero cada creyente posee esa preciosa impaciencia de regresar a su fuente original.
Por tanto un cristiano pudiera compararse a un río. El río parte de su fuente y fluye hacia el mar. Un río fluye de forma majestuosa, despacio. Otro fluye más rápido. También hay ríos que fluyen como un torrente, deslizándose con impetuosidad, tal que pareciera que no existe nada que los pudiese detener. Se pueden levantar diques, se pueden hallar impedimentos en el curso de aquel, pero esto sólo aumenta por dos la determinación del río de abocarse al mar.
Nosotros los creyentes somos como ríos. Hay ríos que fluyen despacio, llegando tarde a su destino. Otros se mueven más rápido. El tercer tipo se mueve tan rápido que nadie se atreve a navegar por él. Es un torrente alocado, desenfrenado.
Es el propósito de este pequeño escrito que podamos observar a estas tres figuras y aprender de cada una de ellas.
2
Aquí está el cristiano que, después de ser convertido, ofrece algún tiempo para estar en la presencia del Señor. Mide sus propias palabras y busca purificarse, apartarse de pecados externos y preeminentes. Ha dispuesto su curso con el fin de avanzar poco a poco.
Una sequía puede estancar en gran medida a este creyente. De hecho, hay veces que el lecho del río está totalmente seco. A veces da la impresión de que este río ya no fluye de la fuente de la que brotó. No se puede poner un medio de transporte en este río porque el río es lento y porque algunas veces se encuentra casi vacío.
Mas existe una ayuda grande para tal río. Un río así puede siempre unirse al curso de otra pequeña surgencia y juntos, ayudándose mutuamente, prosiguen hacia su destino.
¿A qué se debe la lentitud? ¿Se debe a que este creyente no está ocupado en un caminar interno? Su labor se encuentra en el exterior y en raras ocasiones va más allá de la oración más objetiva. De seguro que tal creyente es santificado tanto como otros. Dios les da luz para adaptarse al estado que han escogido. Un creyente así puede ser en ocasiones algo muy precioso y, a menudo, se gana la admiración de otros.
Algunas veces tal creyente recibirá una luz que de repente le mete prisas; no obstante, la gran mayoría nunca salen de sí mismos. Este cristiano a menudo tiene cientos de santas intenciones para buscar al Señor. La mayoría, sin embargo, realiza su búsqueda de Dios según su propio esfuerzo.
Si alguna persona busca ayudar a este cristiano para introducirle a una relación más profunda con el Señor, probablemente no obtendrá éxito. Hay varias razones para esto. Primero, que el cristiano que trata de provocar el avance de este creyente no tiene nada sobrenatural que ofrecer; y, estad seguros, a menudo es una absorción mediante cosas sobrenaturales lo que conduce a este débil creyente adelante.
En segundo lugar, si observas, este creyente tiene una gran capacidad para razonar. Por lo general es fuerte en esta área. Puede tratarse, y a menudo lo es, de un carácter con una voluntad muy recia... aun en su determinación de perseguir al Señor. Pero es una persecución objetiva. El cristiano más maduro puede que se encuentre con que, en su intento de ayudar a este creyente, está tratando con uno que se balancea de un extremo al otro en su experiencia espiritual. Acoge muchos lugares altos y muchos lugares bajos. A veces es todo un portento en su progreso y otras veces es muy débil. Cuando esté en un lugar bajo, sucumbirá bajo un gran desaliento. No posee paz o calma profunda alguna en la presencia de distracciones. También te encontrarás con que está dispuesto a combatir todo lo que se le ponga por medio, y también se queja de cuanto le acontece.
Es más seguro que este creyente no aprenda de una forma rápida el caminar interno. ¿Por qué? Porque le quitas los medios que él ha elegido para dirigirse hacia su Señor. Si te llevas esas cosas en las que se apoya, puede que no dejes a ese creyente nada a lo que aferrarse en su camino hacia Dios. Quizá encontremos en este hecho la explicación a las disputas entre cristianos en cuanto al camino correcto para andar con el Señor. Aquellos que han hallado un elemento más profundo en su relación con Dios reconocen el bien que han extraído de ello y, por lo tanto, quisieran que todo el mundo caminase de esta manera. Por otro lado, el creyente que es más objetivo ha visto que su forma de caminar con el Señor es holgadamente suficiente y tratará de hacer que todo el mundo acate su senda. ¿Cuál es la solución? La solución es discernir con qué clase de cristiano estás tratando. Sea la clase que sea, ayúdale de forma afín al camino que él ha escogido. Después de todo, esta es la forma que mejor se acopla a la disposición con la que ha sido engendrado.
Sólo tienes que observar. Hay muchos creyentes que sencillamente no pueden venir a la presencia del Señor, acallarse ante Él, y mantenerse así durante un largo periodo de tiempo.
Hay otros que tienen un gran don para ocultar sus faltas, no sólo de la vista de otros, sino también de sí mismos. Verás que esos creyentes, por lo general, están completamente envueltos bajo emociones y sentimientos humanos. Tanto la persona racional como la emocional está muy apegada a su razonamiento.
¿Han de seguir siempre así? ¿Se les puede ayudar a pasar a otro nivel? Sí, pero conlleva a una persona sabia el rendir tal ayuda. Para mostrar al creyente cómo caminar conforme a todo lo que abarca la voluntad divina, no debes correr delante de la gracia ni rehusar ir tras ella. A nosotros nos ocupa el corresponder con la gracia de Dios. Por desgracia, muchos cristianos, al tratar de ayudar a otro cristiano a conocer mejor a su Señor, se encuentran con que han alcanzado el tope de sus habilidades, y en vez de ayudarle a alcanzar un nivel más alto o, quizás por misericordia, dejarle sólo, deciden traerle a su propio círculo y hacerle su seguidor – no el seguidor del Señor.
Cada uno de nosotros como creyentes necesitamos que nos muestren cómo poder razonar menos y amar más. Algunas veces esto ha de hacerse muy, muy despacio, pues nuestra tendencia a razonar alcanza cotas muy altas. Si un creyente ha de responder positivamente al hecho de aprender a cómo amar a su Señor, entonces es muy seguro que pueda avanzar hacia su Señor. Allí se encuentra su socorro.
Por otro lado, el creyente puede empezar literalmente a secarse cuando deja a un lado su razonamiento. Si esto sucede, no puede asirse a un amor más apasionado, más profundo por su Señor. En tal caso es sabio animar a este creyente hacia un caminar más activo y objetivo con su Señor. Si no puede alcanzar a su Señor en un profundo entendimiento espiritual, al menos puede servirle con su voluntad.
Como ves, existen dos formas en que respondemos a la sequía. Una es perder todo ánimo y esperanza. La otra es saber de una manera instintiva que la sequía proviene del Señor y, por tanto, seguir tras Él, incluso a los lugares secos. El creyente que no puede responder de esta forma a un intervalo de sequía debería ser animado a correr la carrera con toda su fuerza hasta que a Dios le agrade aliviarle de sus labores – esto es, hasta que este pequeño arroyuelo encuentra el río principal y es acogido en su seno y llevado hasta el mar.
A menudo me he preguntado por qué se levanta una protesta general contra los libros espirituales y una oposición tal contra cristianos que escriben y hablan sobre un caminar interno en el Señor. A mi juicio creo que un escritor o interlocutor así no puede hacer daño alguno. La única persona que será dañada es alguien que se busca a sí mismo en primer lugar. Pero el alma humilde que desea conocer mejor a su Señor y se da cuenta que no va a recibir este don por su cuenta y debe recibir ayuda de alguna otra fuente... ¿se le ha de prohibir oír o escuchar?
¿Y qué del cristiano que lee un libro y se engaña a sí mismo hablando y actuando como si hubiera obtenido algún nivel espiritual, haciendo uso de un vocabulario “ espiritual” , aparentando haber entrado en cierto lugar espiritual?
Bien, aun un cristiano con un discernimiento normal puede decir cuando un estado así no es una realidad.
Tengo otra razón para creer que los libros que tratan del caminar interno no son dañinos. Los libros animan al lector a separarse del mundo, a entender el significado de la muerte. Por medio de tal lectura, un creyente gana una visión de las cosas que necesitan ser conquistadas, cosas que necesitan ser destruidas. Al leer estos libros el cristiano se empieza a dar cuenta de que él no tiene la fuerza suficiente para tales empresas, y, por tanto, empezará a volverse al Cristo que anida en el interior y a extraer de Él la fuerza para tal aventura.
Ningún cristiano debería nunca de asumir el papel de ser su propio líder espiritual, sobre todo cuando tiene una naturaleza muy religiosa. Necesita darse cuenta que requiere la ayuda de alguien más para guiarle en su camino hacia el espíritu de Dios. Hay, por supuesto, peligros al dirigirse a otro en busca de una guía espiritual. Un creyente podría acercarse a alguien que busca agenciarse seguidores para sí. Una persona así, por supuesto, pondrá límites a la gracia de Dios y fijará barreras que impidan avanzar al creyente. A menudo este líder cristiano cree que sólo hay un camino... ¡su camino! De buen grado haría que todo el planeta caminara sólo de esa manera. Esto encierra un gran mal. El líder que fija todas las cosas en la vida más alta y, sin embargo, establece una dirección en específico, evita que Dios se comunique con aquel que busca la verdad.
A lo mejor tendríamos que hacer con la vida espiritual lo que hacemos en las escuelas. El estudiante no permanece siempre en la misma clase, sino que cada año le traspasan a una clase superior. El profesor de sexto grado no enseña lo que ha sido expuesto en el quinto. La educación humana es de poco valor, y sin embargo se le presta una gran atención. La ciencia divina es mucho más importante y necesaria, pero es descuidada. ¿Habrá alguna vez una escuela de oración?* Pero,
¡ay! Aquellos que buscan el estudio de la oración lo que hacen es estropearla. Enseñan oración y después establecen normas y toman medidas al Espíritu de Dios. Mas el Espíritu no tiene medidas, ni está confinado a normas.
Os empujaría a observar que no existe tal cosa como un creyente que sea incapaz de conocer a su Señor, hasta cierta medida, de una manera más profunda. Ninguno de nosotros tiene razón alguna, sea cual sea nuestra disposición o nuestro pasado, para no aplicarse en conocer al Señor de una forma más personal e íntima. La persona más torpe es
capaz de algo así. Lo sé porque lo he visto. Ha habido personas que han pedido mi consejo y que parecían casi incapaces de tener luz espiritual y que también parecían poco propensas a seguir aventura espiritual alguna, y también ha habido aquellos que, una vez embarcados en una empresa espiritual, tras un tiempo decidieron abandonar el barco totalmente. A pesar de esto, y de su natural repugnancia a los tratos del Señor, los primeros continuaron y lograron cierto avance. He visto a estas personas, en el transcurso de varios años, alcanzar un nivel alto en la senda espiritual. A menudo estos con los que he tratado me han dicho que se habrían rendido si no hubiesen obtenido mi ayuda. Entonces,
¿qué hubiera ocurrido si alguien, habiéndoles observado durante cuatro o cinco años sin hacer progresos, les hubiese dicho que simplemente no podían ser abrazados por el calor del Amor de Dios? O puede que les hubieran dicho, “ Sencillamente no has sido llamado a esta clase de relación con Cristo.”
* Guyón no estaba hablando de seminarios, escuelas bíblicas, ni cosas por el estilo, sino de apóstoles de Cristo con un llamado celestial que enseñan de una forma divina lo que ellos ya han experimentado en su Señor tras años de personal caminar.
Me dirijo a ti, creyente: tú, tanto como el que más, eres adecuado para conocer el designio de Dios para tu vida. Si eres fiel puedes llegar a conocerle mejor que aquellos con gran intelecto y razonamiento... esos que antes estudiarían la oración y los asuntos espirituales en vez de experimentarlos. No importa lo pobre que sientas que puedas ser. Estás bien adaptado para conocer al Señor si haces sólo una cosa: no te hartes; espera con humildad en Su presencia hasta que la puerta se abra.
Por otro lado, aquellos con gran razonamiento y entendimiento parecen incapaces de mantener siquiera un instante de silencio ante Dios. Tal cristiano posee una facilidad admirable de sacar una retahíla de palabras, sabe orar, se sabe todas las partes de la oración, es capaz de hablar con claridad y exactitud de todos los temas espirituales y parece estar muy a gusto consigo mismo por hacer estas cosas. Y, sin embargo, diez o veinte años después esa persona se encuentra en el mismo sitio que hoy en su vida espiritual.
¿Cuál de los dos está más cualificado para seguir el camino al interior?
¿No es verdad, aun en el nivel humano, que la criatura más miserable que se dispone a amar lo hace sin un plan o un método? El más ignorante en el tema del amor a menudo es el más diestro. Lo mismo es cierto, excepto a un nivel considerablemente superior, cuando tratamos con el tema del amor divino.
¡Me dirijo a vosotros que guiáis a otros cristianos en su caminar con Cristo! Si se allega a vosotros una persona que sabe poco de las cosas más profundas de Cristo, sólo tienes que hacer una cosa: enséñale a amar a Dios. Enséñale cómo zambullirse en ese amor. Pronto aquel será un conquistador. Y si da la impresión de ser alguien bien predispuesto a amar, ¡permítele que lo haga todo lo mejor que pueda, y que espere pacientemente hasta que el Amor mismo le transforme en amor! Y deja que ame a su Señor a su manera y no a tu manera.
Oh, mi Dios, cuándo entenderán los hombres a enseñar a otros a testificar en amor.
3
Ahora nos fijamos en el segundo río. He aquí un gran río que se mueve a un ritmo constante, que fluye con pompa y magnificencia. Uno puede ver claramente el curso del río. Allí hay orden. El río acoge gran número de barcos y comerciantes que transportan su mercancía sobre aquel. Algunos de estos ríos logran alcanzar el mar, abocándose, casi desde el principio, a un río más grande, o acabando en un afluente que va a parar al mar. Trágicamente, muchos de estos ríos sólo sirven para transportar mercancía y bienes.
Se puede frenar el curso de este río; se le puede apaciguar mediante una presa o un dique; se le puede desviar a ciertos sitios.
La fuente de origen de este río es muy abundante; hay mucho don aquí, mucha gracia y muchos talentos celestiales. Hay muchos santos en la iglesia de Dios que brillan con el fulgor de una estrella y que, no obstante, nunca superan el nivel de este río.
De hecho, hay dos tipos de ríos que son así, dos tipos de cristianos que caen en esta categoría. Están aquellos de los que el Señor se apiada a causa de su labor por Él, a pesar del hecho de que están secos y áridos. Poco a poco Él atrae a tal cristiano a través de Su bondad y por medio de la riqueza de Su vida.
El segundo grupo de cristianos es arrebatado por los impulsos de su corazón casi desde el punto de partida. Sienten que le aman, mas nunca conocen de manera íntima el objeto de su amor. El amor humano supone tener un conocimiento del objeto de su amor. Esto es, en el amor humano conocemos a aquel que amamos. Privados de ese íntimo conocimiento, el amor humano sencillamente no tiene lugar, porque lo que el ojo ve, el corazón puede conocer. Esta no es la senda del amor divino. El Señor tiene un control sobre nuestros corazones; por tanto, el Señor no está obligado a dejarnos conocerle bien. De hecho, ¡hay tiempos en los que Él hace que el corazón le ame cuando el corazón a duras penas sabe algo de Él!
Si estás ayudando a otros cristianos a encontrar su camino hacia el Señor, un día te encontrarás con un creyente que parece estar enamorado con pasión de su Señor y que, no obstante, poco sabe de Él. Este tipo de cristiano consigue un tremendo progreso en su caminar hacia el Señor. Parece tener una maravillosa relación con Él y estar en perfecta armonía con Su voluntad. Y, sin embargo, parece que hay algo por dentro que nunca es tratado, nunca es aniquilado.
Parece que Dios por lo general no saca a éste de la fortaleza de su yo con el fin de que pudiese estar totalmente perdido en Dios. Sencillamente hay un amor ferviente, y como resultado, un creyente así despierta la admiración y la sorpresa de otros. Dios le otorga gracias sobre gracias y dones sobre dones, luz sobre luz. Hay visiones y revelaciones. Este es uno que a menudo escucha la voz del Señor. Tiene tanto, que incluso da la impresión de que el Señor no tiene más preocupación que enriquecer y embellecer a esta persona y comunicar a ésta Sus secretos. Toda la luz parece confluir en este creyente.
Este creyente sufre tentaciones, mas la tentación es repelida con rigor. La cruz es llevada con fuerza. ¡Un cristiano así aun desea que hubiera más cruces! Aquel es todo fuego, todo llama y todo amor. He aquí un creyente con un gran corazón, preparado para sobrellevar cualquier cosa. Es, de hecho, un prodigio de la época en que vive. El Señor usa personas así para hacer milagros. Parece que lo único que necesitan hacer es desear algo y Dios lo concede – que Él no se deleita en otra cosa que en concederles y acatar su voluntad. Lo que es más, se encuentran en un nivel elevado de sacrificio. No parece que pertenezcan a este mundo, y practican la austeridad.
Si un cristiano así, en su juventud, se allega a ti buscando al Señor, puedes prestarle gran ayuda o puedes dañarle en gran medida. Una cosa que puedes hacer para dañarle es mostrarle cuánto le admiras. Al hacer tal cosa desvías su mente hacia sí mismo. Tal cristiano vendrá a reposar en los dones de Dios en vez de hacerle que vaya en pos del Mismo Señor.
Como ves, la tremenda gracia que el Señor ha otorgado a estos santos ha sido entregada con el fin de atraerlos a Él. Este cristiano corre un riesgo muy palpable de descansar en los dones, reflexionando sobre sus dones, observándolos y después, trágicamente, apropiándoselos para sí mismo. De aquí surge vanidad y autocomplacencia, preferencia a uno mismo antes que a otro y, a menudo, la ruina de nuestra propia vida espiritual.
Cuando un cristiano de este temperamento ha alcanzado un plano superior con el Señor, a veces puede ser de gran ayuda para el cristiano menos maduro (pero ya no tanto para el cristiano que observamos en el próximo capítulo). La causa reside en que ese primer cristiano es muy fuerte en Dios. Y a veces no es capaz de entender la debilidad de otros. Por ejemplo, una Madre Superiora puede ser un cristiano de esta clase y, por tanto, serle difícil tener compasión materna para con el débil. Un cristiano así puede quedarse bastante perplejo ante la confesión oída por boca de creyentes más débiles.
Una persona con esta disposición a menudo espera de otros un alto nivel de perfección y no puede guiar a un creyente en la senda de lo “ poco a poco.” Tal persona es sencillamente encontrada falta al trabajar con aquellos que son terriblemente imperfectos. A menudo alguien así trabaja mejor en solitario, y obtiene gran avance en su tarea por esta caridad que tiene hacia Dios.
Si un cristiano así te hablara, puede que llegues a creer que es alguien muy por delante en la conquista del sendero espiritual, incluso alguien que ha obtenido la conquista total. El vocabulario está ahí – la cruz, la muerte, la pérdida, el amor –, y lo que habla es cierto y, a su propia manera, ha experimentado cada uno de éstos. Se ha perdido en Dios. Sus deseos son nobles y elevados. Mas puede que haya aquí algo que falte y que sólo el ojo divino de Dios puede descubrir. Un buen número de cristianos que han sido admirados a lo largo de los tiempos son aquellos que han caminado en el Señor de esta forma. Empero, este creyente ha sido cargado con tanta mercancía que su desplazamiento sobre el río es extremadamente lento. ¿Qué se puede hacer con tal cristiano? ¿Habrán de seguir por siempre así?
Así seguirán a menos que se produzca algún milagro de la providencia, a menos que sean guiados por alguien con una profunda luz en el camino interno del Señor, alguien que les muestre que no han de resistirse ni fijarse en sus dones, sino que tienen que ir más allá de ellos.
El cristiano cargado de mercancía se parece mucho a algo así como una presa que impide al agua seguir su camino, por la sencilla razón de que hay excesivas miradas, conscientes o inconscientes, dirigidas a sí mismo.
Si estás ayudando a un nuevo cristiano hacia un caminar más profundo con su Dios, no afiles su habilidad para razonar, ni tampoco apeles a ella; sino busca guiarle de allí hacia otros asuntos que sean
percibidos espiritualmente. Llévale a la fe, a la muy profunda e incierta oscuridad de depender por completo de su fe en el Señor. No le pidas que escriba todo lo que sabe, pues no debería construir cosa alguna en el conocimiento, sino en la providencia.
De seguro que es bueno conocer los caminos de Dios, pero sólo el Señor debería empedrar las sendas. Parece que hubiera muchos caminos que llevan al Señor, especialmente para aquellos que parecen que no han recibido mucha instrucción en cuanto al camino interno. Tienen las manos llenas de caminos que llevan a Dios y de manuales que se ajustan a cualquier propósito que desean alcanzar.
Están aquellos que no se vuelven al Señor en una seria reflexión hasta después de que haya tomado lugar en ellos una profunda experiencia interna en la cual la muerte toca sus elementos interiores. Con frecuencia una persona así tiene casi un entendimiento instintivo del Señor, pero es una luz del Señor que necesita de mucho aprendizaje. Perciben mucho, pero la profundidad está más limitada de lo que ellos perciben. Yo le diría esto a la persona que está ayudando a tal creyente; si tiene abundancia de dones, no lo lamentes cuando hayas visto que sus dones y gracias se desmoronan, porque tales cosas están ocultas en la providencia de Dios mismo.
4
El tercer cristiano es uno que fluye montañas abajo como un torrente. Este cristiano tiene su fuente de origen en el Señor. Nada le detiene. Se desplaza con una valentía que infunde temor al cristiano más temerario. La persona que estoy describiendo en este nivel parece tener una relación fuera de lo común con la providencia. Los hechos que toman lugar en su vida son extremos y violentos. Es inestable en su senda. A veces se pierde en los profundos cauces subterráneos, y no se le ve a lo largo de distancias considerables. Entonces puede que emerja a la superficie por un breve instante, para ser deglutido una vez más por otra caverna subterránea. Pero al fin llega al mar, y allí se encuentra en su estado más feliz porque es tragado por el mar, para nunca más hallarse a sí mismo. Pasa a formar parte del mismísimo mar y, en tanto que el otro río podía llevar gran número de mercancías en su cauce, aquí, como parte del mar que es, este torrente ayuda ahora a mantener a flote los navíos más grandes que surcan el océano. Su capacidad no tiene límites, pues forma parte del propio mar.
Anteriormente los comerciantes no podían utilizar el río mientras era un torrente. Y ahora, en el mar, es invisible al ojo.
Ahora me gustaría trazar el recorrido y la experiencia de este río desde el momento de su conversión hasta el momento en el que el río se pierde en el mar. ¿Qué proceso sigue tal cristiano y a través de qué estadíos se mueve hacia su Señor? ¿Cuáles son los aspectos que encierran su aventura hacia el mar?
Si tú eres este cristiano, tu manantial de origen es Dios. También Él es tu fin. Al principio eres refrenado por el pecado. Tu corazón se encuentra en un incesante movimiento y no puede hallar descanso, pues su descanso sólo está en Dios. Si estás buscando descanso en esta vida, nunca lo encontrarás excepto en el interior de tu Señor. Por tanto, tu búsqueda ha de terminar en Dios. Te darás cuenta de que una llama es muy activa en los límites exteriores, pero su fuente de origen es luz.
En el momento que el pecado deja de restringirte puedes correr a buscar a tu Señor. Si pudieras estar exento de pecado, aunque no puedes estarlo, ¡con qué ligereza alcanzarías tu destino! Cuanto más cerca te aproximaras al centro de Dios, tanto más se incrementaría tu velocidad, y tanto más pacífica sería tu carrera.
Tienes un fuego pequeño y le vas echando continuamente madera encima para evitar que se extinga. Pero hay obstáculos que han de ser removidos. Por naturaleza, estás inclinado a tu Señor. Si no fuera por los impedimentos, correrías sin cesar en pos de Él. Si estás pecando sin necesidad, restringes el progreso hacia tu meta. Avanzarías poco o mucho según los obstáculos que tú mismo te pongas en tu camino.
Mas aquellos creyentes que se consideran buenos porque no han conocido muchas debilidades, también tienen muchos problemas. Tomo, por ejemplo, al que es virgen, o alguien que ha tomado voto de castidad. Ten cuidado de no hacer de tu pureza un ídolo. Recuerda, tu Señor abunda en Sus misericordias donde el pecado abunda. Ten cuidado con amar tu propia rectitud. Es un obstáculo mucho más difícil de sortear que el mayor de los pecados.
Nunca conocerás el centro de Dios mediante una elevada visión de ti mismo.
La barrera es sencillamente demasiado ancha como para poder rodearla. No has de tener un fuerte apego al pecado ni a tu propia rectitud. El Señor nunca te permitirá que tomes un placer real en una visión tal de ti mismo.
Una de las primeras cosas que el Señor te hará es hacerte sentir que estás distanciado del Señor. Esto te hace rebuscar en las partes más recónditas de tu ser el pecado en tu vida y llorar estas debilidades con una gran porción de angustia y dolor. Puedes vislumbrar ese alejado lugar de descanso, mas lo único que hace es aumentar tu inquietud; no obstante, también aumenta tu deseo de perseguir ese reposo.
Puede que te encuentres con que, en este punto, estás empezando a buscar una manera de tocar al Señor internamente. Esto te puede hacer volver a un tipo de oración muy objetiva, a la meditación, o a muchas otras adaptaciones humanas de lo divino y ejercicios cristianos. Probablemente verás que todos éstos escasean, y esta empresa sólo servirá para aumentar aún más tu deseo de conocerle mejor. Y si resulta que tienes éxito en lo que sea que has intentado, has de darte cuenta de que lo único que has hecho es calmar la enfermedad, no sanarla. Si tratas de luchar en contra de la situación, sólo multiplicarás tu impaciencia.
Si un cristiano en este estado no encuentra a alguien que pueda ayudarle a seguir adelante, perderá bastante tiempo. Mas ten por seguro que el Señor en Su providencia dejará que este tiempo sea transitorio. Pasará. De una forma u otra Él llena esta necesidad del cristiano. Y normalmente lo hace, no de una forma sobrenatural, sino de una manera bastante natural.
Algunas veces, la persona que trata de guiar a este cristiano a conocer mejor a su Señor es alguien bastante falto en la habilidad de llevar a cabo esta tarea. Con frecuencia este cristiano que busca la verdad, descubrirá por sí mismo, maravillado, en grata sorpresa y deleite, que tiene dentro de su propio yo aquel codiciado tesoro que estaba buscando. El cristiano descubre ahora que la oración no tiene porqué ser algo costoso y aburrido, y se regocija en su recién descubierta libertad. Se sumerge a lo profundo y allí encuentra al Señor. Encuentra un indescriptible deleite que le extasía. Desea permanecer en este estado (el estado de amor y de descanso en una morada interior) por siempre.
Haría un inciso aquí de que, por muy delicioso que parezca este estado, no obstante, el cristiano está tratando con algo con lo que no está muy familiarizado. Rebosa de ardor y amor. Siente que está en el paraíso. Ha hallado dentro de él algo más dulce que todos los placeres de la tierra, y abandonará al mundo para disfrutar sus más íntimas experiencias. Su oración se hace casi ininterrumpida. Su amor aumenta día a día. Todo aquello que le cargaba se desprende. Si por él fuera, aceptaría el amor del Señor perpetuamente y no permitiría interrupciones. Esto, por sí mismo, evidencia su propia debilidad. Tiene mucho miedo de la conversación. Teme cualquier tipo de intercambio con otra gente. Posee una frágil relación con el Señor que teme pudiera disiparse con relativa facilidad. Si es que cae en pecado, siempre lo ha de considerar como un pecado muy serio. Se echa sobre sí la mayor de las reprimendas y se recriminará por una sola palabra o pensamiento desordenado. Lo único que diremos es esto: que sólo depende del Señor continuar su obra en esta alma y purificarla.
Si el Señor parece dejar a este pobre creyente, entonces ese creyente es consumido por la confusión. Una vez que su comunión es restaurada, querrá exhortar a todo el mundo a que ame a Dios.
Algunos cerrarían sus ojos y estarían ciegos y sordos en este estado, para que no hubiesen de obstaculizar el gozo que están experimentando.
Son como personas poseídas por el vino. Leer una sola línea ya es suficiente revelación; tomará todo un día leer una página. Una sola palabra del Señor despierta un instinto hacia Él que inflama el corazón.
En este punto, la oración vocal y objetiva es algo que sencillamente el creyente verá imposible de articular. Algunos se confunden ante el hecho de por qué ya no pueden orar más. Sencillamente este sabe que no puede orar con su boca. Algo dulce y cariñoso le mantiene en silencio. El tratar de ser objetivo en la oración, ahora originaría la pérdida de esta paz celestial espiritual, e introduciría un sentimiento de sequedad espiritual.
Si estás trabajando con alguien que está atravesando este estado (esta zambullida torrencial en Dios) no le obstaculices aconsejando oración vocal y objetiva. El cristiano se vuelve extremadamente sensible al pecado; y cuando el sufrimiento llega a su vida, no surge una oración dentro de él que solicite un adelanto del fin de ese sufrimiento.
Si le preguntaras a este creyente acerca de su actual experiencia, seguro que te dirá que ha alcanzado el mismísimo centro de Dios y que está tan tranquilo y encantado con su Señor que de seguro ha alcanzado una cúspide final. No ve que haya de hacerse nada más que disfrutar el estado en que se encuentra.
Muchos, muchos cristianos creen en verdad que esta es la meta última que Dios tiene para nosotros, y proclaman el evangelio de esta manera.
¿Y cuánto dura un estado (o nivel) así en la vida de un cristiano? Quizá por un largo período. Hay cristianos que nunca van más allá de esta experiencia en su vida... a veces son objeto de admiración de toda la humanidad, ¡e incluso algunos son beatificados!
Cierto es que el cristiano en esta etapa conocerá breves intervalos de aridez, pero un evento tal no le hace dar marcha atrás, sino que sólo le hace moverse de arriba abajo.
No obstante, el cristiano está contento, y disfruta a su Señor, y se deleita en esas cosas que cree son el Señor. Pero date cuenta de esto: si hubieras de arrebatarle a ese creyente este estado, aquel sentiría que ha caído en una desgracia irreparable.
Miremos un poco más allá en la imperfección inherente a esta condición.
5
Mientras este río – este cristiano – estaba aún en la montaña, estaba tranquilo, disfrutaba de descanso, y nunca tenía pensamiento alguno de caer. No obstante, a través de la misma intensidad de su experiencia, este río tiene un instinto de volverse más y más al Señor en el interior de su propio centro. Este es un don de fe. Pero a medida que busca expresar su fe puede que inconscientemente empiece a provocar el filtrado de parte de su descanso y confianza. El agua todavía se desplaza, mas no se desplaza hacia el mar. Hay algo entre medias. Se dirige hacia su inevitable destrucción.
Es posible que desee regresar a la montaña en la que había estado, pero esto ya no es posible.
Habrá bajíos más adelante; el río encontrará descanso allí. Mas, ten por seguro, hay un embravecimiento de las aguas río abajo. Una y otra vez el cristiano confundirá estas áreas de descanso como épocas en las que ha sido capaz de reclamar aquello que en una ocasión tuvo. Tendrá la seguridad de que las traicioneras cascadas por las que hace poco ha pasado le han purificado. Mas las imperfecciones aún están ahí. Lo que es más, hay mucho más que ha de hacerse en la vida de este creyente. Debe advertirte que el cristiano puede llegar a creer de verdad que su sufrimiento ha terminado en estas prórrogas.
Pobre torrente, crees que has hallado descanso. Empiezas a deleitarte en tus propias aguas. Te contemplas en el espejo que forman estas aguas y te consideras muy hermoso. Cuál es tu sorpresa, cuando fluyendo suavemente sobre la arena, te encuentras de repente ante una cascada aún más abrupta y alta y más peligrosa que las que acabas de experimentar.
El río no puede ahora siquiera encontrar su lecho; cae de una roca a otra. No hay orden ni razón. Otros escuchan el ruido e incluso tienen miedo de acercarse.
Oh, torrente, ¿qué vas a hacer? Ves la gran catarata por la que estás cayendo y te crees perdido. No temas, no estás perdido.
Este y otros saltos que quedan por delante están ahí para que tu redención prospere.
Finalmente, el cristiano – el río – empieza a sentir que ha alcanzado la parte más baja de la montaña y que está en una región llana. De nuevo hay calma. El cristiano ha entrado en otra etapa en su experiencia espiritual. Quizá encuentra descanso una vez más y puede que dure muchos años. Poco a poco, sin embargo, el creyente se percata de que está experimentando otra vez inclinaciones por cosas que pensaba había dejado atrás hace tiempo. ¡Se queda perplejo! La paz parece escurrírsele entre los dedos, en tanto que las distracciones llegan como hordas. Vienen estaciones de sequía y aridez. En vez de pan sólo hay piedras. En el mejor de los casos la oración se hace algo desagradable. La pasión, que pensaba él estaba muerta, revive.
El cristiano está maravillado. Habrá de volver a ese lugar del que ha caído o al menos quedarse donde está y no seguir cuesta abajo. Mas se ha alcanzado el final de la montaña. ¡No habrá ya más experiencias de alta montaña! El alma ahora debe prepararse para una buena zambullida. El cristiano retrocede, aferrándose a alguna de las hermosas devociones pasadas. Triplica su arrepentimiento, se engancha a todo aquello que le hayan enseñado alguna vez para poder mantener la fe y volver al Señor. Todo lo que trata de hacer se vuelve trabajoso. En todo esto siente que falla en alguna parte. “ Algo se echa en falta en mi vida que está siendo la causa de todo esto. Si sólo pudiera enderezarlo.”
El creyente ahora encara lo que para él parece ser un hecho obvio: que no va a recibir ayuda por parte del Señor. La infidelidad de Dios le aterroriza. Lamenta la pérdida de la presencia (sentida) de su Señor. Pero para sorpresa del cristiano, el Señor regresa.
En este punto el cristiano incurre en el error de creer que los negros días son historia, que el Señor ha traído nuevas bendiciones, y que una nueva pureza ha sido, y será, establecida. Cree que ha llegado en verdad a desconfiar de la vida de su propio yo.
Esta nueva relación que el cristiano tiene con su Señor es algo muy valorado y se considera cosa frágil. Ya no se desplaza tempestuosamente como antaño. No quiere perder el tesoro que una vez pensó había perdido. Es más sensible ante la posibilidad de desagradar a su Señor, no sea que el Señor se apartare de él. Trata de ser más fiel que nunca.
Aparte de este caminar más cauto, el estar en tal relación con el Señor una vez más provoca que el cristiano crea que este estado actual ha sido concedido. Los deleites que disfruta son aún mayores, a juicio suyo, que los precedentes, porque han llegado de la mano de mucho sufrimiento. Se ve a sí mismo en un nuevo caminar con el Señor; un nuevo descanso ha llegado.
Ay, el cristiano está a punto de contemplar un descenso todavía mayor. Uno aún más largo y escarpado que el anterior.
La paz se ha ido. Lo que antaño daba vida ahora trae muerte. Un desasosiego acucia con mayor brío; descubre que a duras penas es capaz de establecer alguna relación con la cruz. El cristiano multiplica su entrega a la paciencia. Se lamenta y gime. Es echado abajo. Se queja a su Señor de que ha sido abandonado. Sus quejas se ignoran. Cuantos más problemas hay, mayor es la queja. Todo esfuerzo dirigido a “ ser bueno” es ahora difícil. Se presenta una tendencia hacia otro tipo de cosas.
El temor de volver a lo mundano hace que el cristiano triplique sus esfuerzos para tratar de caminar como cristiano que es. La paloma ha salido del arca, mas no halla tierra firme para sus pies. Parece que cuando la paloma regresa, Noé ha cerrado las puertas y ventanas. Sólo le queda revolotear en círculos; busca descanso, pero es incapaz de encontrarlo. De forma gradual el Señor, en su misericordia, abre esa puerta y acepta al creyente con brazos abiertos una vez más.
¿No ves que todo esto es amorosa y divina bondad? Sencillamente es la forma en la que el Señor trata con el alma. Lo hace para que el río pueda moverse con mayor rapidez hacia Él. Huye, se esconde, para hacer que el creyente vaya en pos de Él. Deja que se caiga (aparentemente) para que Él y sólo Él pueda tener el privilegio de levantarle. Está tratando de mostrar que sólo Él es la fuerza indiscutible del cristiano.
Si eres uno de esos que son fuertes y vigorosos, y nunca has conocido estas experiencias (estos mecanismos de amor, estos procedimientos que a otros parecen tan tiernos al observarlos pero parecen tan terribles al que los experimenta), a ti te diría, “ Nunca has experimentado tu propia debilidad al límite, ni sabes la gran necesidad que tienes de Su socorro.”
La pobre alma que atraviesa estas experiencias empieza a ya no apoyarse en sí misma, sino en su Amado. La severidad con que el Señor trata a veces con Su niño sólo hace que el propio Señor sea más deseado.
Pero el cristiano, cuando se da cuenta de que su Señor se ha retirado, cree que ha sido por su falta. Trata de enmendar su caminar con toda criatura y con todo lo que le rodea. Pero cuanto más corre el cristiano, tanto más se queda como está.
Oh, querido Señor, que las potencias de estas almas puedan reducirse, un estado que es mucho mejor que miles de estados de arrepentimiento dirigidos a reparar el daño que creen te han hecho.
Si el Señor reaparece y lleva a término este agitado estado, es sólo para que el creyente pueda tener un poco de descanso. Ignorante de ello, el cristiano está avanzando, y esos breves momentos de descanso y respiro cada vez duran menos y son más frágiles.
Por fin, algo empieza a perfilarse. El cristiano se da cuenta que hay algo dentro de él que necesita morir. Oración, devoción, conversación, todo tiene la marca de la muerte impresa sobre sí. Si el cristiano tiene de verás un corazón para el Señor, puede entonces que se vea a sí mismo en un lugar donde todo parece haber perdido su significado.
Tras haber luchado por tanto tiempo y con tanta dureza llega ahora una sucesión de tristeza y descanso, de morir y después vivir. El cristiano empieza a ver algo de lo que realmente está pasando en su vida. Se da cuenta de que esos periodos de muerte obran para él; pues en esos breves instantes cuando el Señor está con él, hay una pureza mayor en la relación. Y el descanso es un descanso más hondo. Puede que más cortito, cierto, pero también más puro y profundo. El cristiano empieza a entender que algo que viene del Señor está trayendo muerte a su ser... y que esto está por completo en las manos de Dios, y que es algo bueno.
El cristiano está empezando a aprender a dejar al Señor ir y venir como a Él le plazca, y a aprender que no es necesario estar poseído de la presencia del Señor.
¡Y ahora comentemos el porqué de todos estos descubrimientos! El creyente está siendo preparado lentamente para un poquito más de progreso en su vida. El cristiano a lo mejor no se da cuenta de ello, pero se dirige precisamente hacia aquel gran mar. Sus descansos son más cortos y más sencillos. El goce no es tan grande, pero es puro. El sendero parece rebosar de agonías, pero hasta cierto punto hay una especie de gozo al saber que el Señor ha apartado del camino ciertas distracciones, y que quizás las etapas de antaño nunca volverán.
6
Te sorprenderás de lo que sigue a continuación.
En el momento en que, en su trayecto como un torrente, el creyente parece estar muriéndose y está a punto de dar su último aliento, de repente se restablece y se aferra a nuevas fuerzas. Es como una lámpara que haya agotado su aceite. Justo antes de que la luz se vaya del todo, una llama se despereza. Habrá un restablecimiento, pero puede que no dure mucho.
En este momento el río se ha helado. Es todo hielo. Parece no haber movimiento alguno. Aun una pizca de calor hará pensar a este río que sus aguas están en llamas.
Lo que vemos aquí es un amor que es afable aunque parece frío.
¿Nos has amado sólo para tener que dejarnos? Hieres al alma y luego le haces ir en pos del Autor de la herida. Nos haces ir tras tus pisadas. Te nos muestras tal y cómo Tú Eres. Y cuando te hemos poseído, sales corriendo. Y, cuando nos ves en las últimas, perdido todo aliento para poder correr, te muestras, por un breve instante, para que podamos venir a vida. Te marchas otra vez, y el morir se hace algo aún más riguroso. Oh inhumano Amor, oh inocente Destructor, ¿por qué no nos has de inmolar de una sola vez?
¡Ofreces vino al alma moribunda! El vino imparte una vida nueva, y luego nos la arrancas de un tirón. ¿A esto te dedicas? Pareces sanar la herida y luego provocas otra. En la muerte normal, el hombre muere de una vez y el dolor es historia. Cuando muere el criminal, todos están satisfechos de que lo han destruido de una vez por todas. Tú, oh Señor, con menos lástima, te nos llevas la vida mil veces, y después la devuelves en novedad.
Oh vida, vida que no podemos perder a menos que hayan de haber muchas muertes – Oh muerte, muerte preciosa y única, que no podemos obtener a menos que perdamos tantas vidas.
Señor, acabarás con esta vida; mas, ¿cuál es el bien que encierra esto? Cuando el cuerpo muere pierde toda sensación. No es así con el alma. Sigue sufriendo aun tras la muerte. Existe un vacío que es infinitamente más doloroso de lo que la muerte nunca habrá de ser.
He aquí una situación que ha maravillado a muchos cristianos: ver a un amigo que ha vivido una vida santa, incluso como los mismos ángeles, y verle entonces pasar por una angustia interminable. El hombre no tiene herramientas en su mano para comprenderlo, pues algo así no tiene lugar en su teología ni en su entendimiento de Dios.
Este periodo en la vida de aquel que busca la verdad puede durar mucho tiempo. En consecuencia, cuando me veo ante alguien que habla de conseguir un presto avance, no estoy diciendo nada fuera de lo común si digo que esa persona es ingenua. Cierto, personas así pueden parecer perfectas. Su relación interna con el Señor es impoluta. Pero para ellos es una equivocación pensar que aquel primero ha pasado, o está pasando, por este periodo. Puede que un día se despierten y se maravillen al descubrir caminos en Dios que nunca habían soñado que existieran.
Me gustaría detenerme aquí para decir que, cuando eres un joven cristiano empezando en tu aventura con Cristo y estás consiguiendo avanzar mucho, ¡podrías estar sintiendo que has conseguido llegar más allá de donde estás en realidad! Cuídate de no ponerte en una etapa del crecimiento cristiano que en realidad no te corresponda, ni tampoco achacarle a tu experiencia más de lo que en verdad hay allí. Este es un hoyo en el que caen demasiados cristianos.
Por ejemplo, no trates de arrancarle a tu alma todo lo que no sea del Señor. Eso sólo ha de dejarse a Dios que lo haga. Es peligroso intentar hacerlo por tu cuenta. Pero esta es una lección bastante difícil de aprender. El Señor te arrebatará precisamente aquello que Él quiera llevarse. Y lo hará de una forma perfecta. El buscar hacer esto por tu cuenta mancilla el trabajo divino.
Hay tantos cristianos que están empezando a entender algo en cuanto al caminar interior con el Señor, que cuando llega a sus oídos algo así como que “ el alma es desnudada de todo” , entonces se ponen a hacer esto mismo por su cuenta. Incluso entonces dicen que le están dejando al Señor que lo haga. No hay progreso alguno aquí. Él no nos permite que nos desnudemos ni que nos vistamos. Él es el que nos empobrece, y lo hace de esta manera para enriquecernos. La persona que trata de buscar esto por su cuenta no obtiene ninguna ganancia.
El mismo hecho de tratar de vaciarnos, de empobrecernos, y de matarnos a nosotros mismos, preserva la vida. Sí, lo que estás haciendo precisamente es resguardar una porción de tu vida que habría de ser entregada. Eres tú quien lo está haciendo. ¡Es este un error monstruoso que habla de la presencia de mucha vida propia y mucha ceguera!
Te darás cuenta de que si deseas apagar una lámpara, hay dos cosas que puedes hacer: apagarla o simplemente dejar de echarle aceite. De esta forma se apaga sola. Mas si, en tu decisión de dejar que la lámpara se extinga, le sigues metiendo aceite de cuando en cuando, la lámpara nunca se apagará.
Deja al Señor que se encargue de estas cosas. Si, cuando llegue a ti el tiempo del Señor para despojarte, tratas de introducir un poquito de aceite para que el sufrimiento sea más llevadero, estás perdiendo el tiempo, y pierdes la obra de Dios en tu vida. Lo único que haces es posponer una muerte anunciada. Cancelas un funeral inevitable. Si no combates la muerte que el Señor ha escogido para ciertas partes de tu naturaleza, entonces esa muerte acabará en vida.
Algunos, al hundirse, tratan de alcanzar la superficie. Una persona así intentará agarrarse a todo lo que pille. Cuando esté exhausto, se hundirá.
¿Eres de esos que luchan hasta las últimas para no perecer? ¡Morirás porque te fallarán las fuerzas! A veces el Señor entumece manos y brazos, e incluso los llega a arrancar, obligándote así a que te vayas al fondo. Gritas con todas tus fuerzas, pero en vano. Te las estás viendo con un Dios sin corazón, pero es Su gran misericordia la que evita socorrer a la agónica naturaleza del yo al hundirse.
Y aquí, de nuevo me dirigiría a aquellos que tratan de guiar a otros cristianos. No aconsejaría que se prestase ayuda a los que llegan a este estado. No puedes contribuir a la obra de la muerte en sus corazones. Ni tampoco puedes rescatarlos con éxito de las poderosas manos del Señor.
Si esta persona es alguien que busca de verdad al Señor y está de verdad comprometido con Él, ni siquiera el amor dará entierro al moribundo.
Si el cristiano sigue su camino, se topará una y otra vez con la cruz. Parece que la cruz incluso se multiplica. Si sigues a este cristiano de cerca lo suficiente mientras se va hundiendo, te darás cuenta de que se vuelve casi insensible a ese delicado sentir de las cosas espirituales. De hecho, el cristiano se acomoda y se acostumbra a su dolor, su impotencia
y su inutilidad. Es la desesperación personificada. Consiente la pérdida del favor de Dios. Puede que incluso piense que Dios se ha llevado justamente el favor divino a causa de su propia maldad. No hay pensamiento o esperanza de volver a ver alguna vez el resplandor del gozo. Toparse ahora con algún que otro cristiano victorioso o lleno de gracia supone un dolor añadido. El creyente cae como una piedra hacia las mayores profundidades de la nada.
El temor que me espantaba ha venido, y me ha acontecido lo que yo temía – Job.
“¿Qué es – se lamenta – perder a Dios para siempre, sin esperanza de volverle a encontrar; estar privado de todo amor por todo tiempo y eternidad; no ser ya capaz de amar a Aquel que es tan precioso?”
Ah, este es el gemir del alma, el salmo del cristiano (aparentemente) abandonado.
En verdad el cristiano cree que esto es lo que le ha acaecido. No se da cuenta que nunca había amado con esta fuerza; ni que alguna vez había amado con tanta pureza. Puede que haya perdido el sentir de amar, y el poder de amar; mas no ha perdido al propio amor.
De cierto que nunca ha amado así.
Naturalmente, la desdichada alma no puede llegar a creerse todo esto. No obstante, es un hecho. ¿No lo ves?; este creyente no puede existir sin amor. Si no amara a Dios, iría y amaría alguna otra cosa. ¡Pero he aquí a uno que no tiene placer en ninguna otra cosa, sea lo que sea! Date cuenta de esto, no ha abandonado la carrera... como muchos otros han hecho. Cree que se está muriendo sin Dios; pero Dios es su gemir... su sólo y único pensamiento. Sin embargo, no puede ver este hecho.
Cierto, aún hay problemas con el pecado y con el mundo, pero esto le causa gran tristeza. Se revuelve ante su lujuria y sus faltas involuntarias y las ve como cosas espantosas. No acaba de lavarse cuando vuelve a caer en aquello que siente es una especie de cloaca.
El cristiano sencillamente ya no sabe qué hacer. Antes confiaba en sí mismo. Se había apropiado de los dones de Dios. (Mas sólo había caído en el amor propio). Si hubiera tratado de correr más adelante y con mayor constancia, al estar tan cargado, la carga le hubiera estorbado. De hecho, si no lo hubiera perdido todo (todas las riquezas adquiridas en su relación con su Señor), el temor mismo a perder esas riquezas le hubiese impedido recorrer su trayecto. ¡Pero esto se ha acabado, pues ahora todo está perdido!
Este cristiano es como una preciosa novia antaño bella en la que se deleitaba su prometido. Ahora está medio desnuda, harapienta y andrajosa. ¿Qué ha sido de ella?
Aquí está la explicación. El Señor vio la belleza de ésta, pero también vio que se entretenía con sus atavíos, deleitándose en ellos. Pensaba que le miraba a Él, pero no lo hacía. Él se llevó su belleza. Las riquezas se evaporaron ante los mismísimos ojos de la novia.
Ten esto por seguro: En la abundancia del bien y los dones que Dios nos da, nos complacemos en mirarnos a nosotros mismos.
Pero ha de llegar el tiempo cuando la novia se da cuenta de que sólo es bella cuando es la belleza de su Novio. Debe aprender que una vez que la belleza la cual es Cristo se ha ido, cualquier belleza que le quede es en verdad horrible.
En su temprana relación la muchacha no hubiera seguido a su amante al desierto o adónde fuera que él marchara. Habría tenido miedo de estropear su hermosura y extraviar sus joyas. Oh, Él no quiere su belleza, sus dones, sus talentos para poder echarla a perder. Se lleva esa belleza. ¿Por qué? Por una belleza más gloriosa – la belleza del Novio. Él no se preocupa de la apariencia con que ella se queda cuando su propio encanto se ha ido.
En esta estación el Señor se está llevando los adornos, los dones y los favores, esto es, amor que podía sentirse y que podía perseguirse. Sí, estos fueron los primeros en partir. Lo que Él otorgó de repente o por niveles, ahora se lo lleva – de repente o por niveles.
Quizás en este punto el creyente no esté tan preocupado por las pérdidas o las riquezas, sino por el favor de su Señor. Tan consternado por un sentimiento de bajeza, el creyente no pronunciará la oración, “Señor, devuélveme lo que antes me diste.” Este creyente sabe que no merece una respuesta positiva a esta oración. Todo cuanto puede hacer el cristiano es mirar a su Señor y sufrir. El silencio es sólo interrumpido por lágrimas, y el cristiano siente que aun sus lágrimas pueden ofender al Señor. Puede que algunos de estos cristianos adopten miles de posturas para aplacar a su Dios, sólo para que un día se levante y se dé cuenta de que esto, también desagrada.
Cuando al final el Señor regresa de verdad, después de que el cristiano esté tan sensibilizado por su debilidad, su pecado y su bajo estado, a duras penas puede creerse que el Señor ha vuelto.
Empero ten por seguro que, cuando el Señor regrese, Él no va a devolver todas las riquezas pasadas. ¡Ahora, no obstante, el cristiano no se preocupa ni lo más mínimo por esto! Sencillamente está contento de acariciar este lapso de tiempo junto a su buen amado.
Sin embargo, hay aquí una extraña paradoja. Si la presencia del Señor permanece por una larga temporada con el querido creyente, volverá a deslizarse al terreno del olvido; esto es, se olvidará de los tiempos difíciles. Su sentido de su propia estrechez desaparecerá; se alimentará una vez más de los cuidados y del amor de su Señor. Las probabilidades están, por tanto, a favor de que si el Señor ha regresado cargado de riquezas, y se queda durante un buen lapso de tiempo... ¡con toda seguridad volverá a marcharse!
Si te preguntas si deberías ser un cristiano débil o un cristiano fuerte, la respuesta es, que ninguna de las dos opciones te hará bien. Si eres un cristiano débil, lo último de lo que te has de desprender te resulta tarea difícil, y el proceso de desnudez lleva un largo tiempo. Si eres un cristiano fuerte, te verás a ti mismo luchando sin parar, aunque pudiera ser que murieras antes porque vas a tardar menos en acabar exhausto.
Un día echarás un vistazo atrás para ver el proceso de desnudez en tu vida de todas las cosas, y te quedarás perplejo ante Su gran amor y lo ingenioso de la obra. El alma está tan llena de sí misma, el cristiano está tan arrebatado de sí mismo, que si el Señor no tratara así con nosotros, nunca habría un progreso real y verdadero.
A lo mejor preguntas, “ Si los dones de Dios nos distraen tanto, ¿por qué son otorgados?”
En su excelente bondad Él nos hace entrega de dones, pues con ellos aparta al alma del pecado, aparta al creyente del apego hacia otras cosas creadas, y los usa para que el creyente vuelva a Él. Si no nos diera Sus dones, Sus riquezas, y Sus bendiciones, el alma sería – y así se quedaría – como el mayor de los criminales.
Pero, habiendo sido ganados por Sus dones, que con tanta gracia Él otorga, no nos damos cuenta que somos cosas miserables, ni vemos que estamos enfundados en nuestra propia admiración. Apartamos nuestra atención de nuestro Señor para fijarnos en los dones. Se cierra el
trayecto dador-don, y es aquí donde nos bajamos. El amor propio es algo que tiene raíces muy profundas en cada uno de nosotros. Los dones del Señor sólo sirven para incrementar este amor propio. Quizá se lleven de nosotros el amor al mundo y el amor hacia otras cosas, e incluso nos traigan a un amor a Dios; pero no afectan, en lo más mínimo, el amor y el apego hacia nosotros mismos.
El creyente se apropia de los dones de Dios y se los entrega al amor propio. Quizá esté llegando a familiarizarse demasiado con el Señor, olvidándose de la esclavitud de la que fue rescatado, y miles de cosas más.
Entonces, ¿por qué no nos libera el Señor de una vez por todas? Esa respuesta reside solamente en las entrañas del mismo Señor, y si haces esa pregunta y te ofendes de no recibir una respuesta, igualmente podrías abandonar aquí tu viaje. Nunca lo terminarás, pues este es un viaje de incógnitas – de preguntas sin respuesta, enigmas, incomprensiones, y sobre todo, de cosas injustas.
Ahora el cristiano se encuentra en un lugar donde los dones de Dios han sido arrancados. Vemos que reconoce su amor propio, y que se empieza a percatar de que no es tan rico como antes pensaba que era. Se da cuenta de que se ha preocupado de sí mismo más de lo que nunca se había preocupado, y que esa riqueza sólo pertenece al Novio, no a la novia. Se percata de que ha hecho un uso incorrecto de esas cosas que el Señor le ha dado y le dice al Señor que ¡estaría encantado si nunca se los devolviera! Lo único que pide es que si ha de ser rico, que sea con las riquezas de Cristo.
Para algunos cristianos puede que haya gozo ante la pérdida de los dones de Dios.
¿Por qué? Porque el cristiano siente que ha sido aliviado de gran parte de aquello que le agobiaba y cargaba. Ahora tiene el peso idóneo para el progreso espiritual.
Poco a poco vemos que van desnudando a este cristiano. Es algo gradual. No se preocupa de sus pérdidas porque servir al Señor ya no es una de sus mayores prioridades. Tratará de agradar al Señor sin adornos, sin dones, y sin estar a su servicio.
El cristiano lo único que ahora espera es que las cosas se calmen. Es mi deber decirte que esta calma puede no durar mucho. El Señor puede que venga otra vez a llevarse más prendas. Aun la túnica. Y si es que hay una mayor desnudez, la pobre alma no sabe muy bien qué hacer.
“Ay – gime el creyente –, he perdido todas las riquezas que me diste, tus dones, e incluso tu dulce amor. Pero al menos era capaz de hacer algún que otro acto externo de virtud, algún que otro acto de caridad.
¿Me vas a dejar desnudo? Si pierdo mi ropa y me ven desnudo, incluso a ti esto te será motivo de reproche, oh Señor. ¿Vas a consentir una pérdida tal?”
¡Y vaya que si lo consiente!
Aún no conoces a tu propio yo. Te crees que las ropas que llevas son tuyas y que puedes usarlas como te plazca. Pero el Señor te diría, “ Lo que en verdad estás diciendo es: ‘Señor, me gané estas ropas con muchos sudores por las cosas que por ti he hecho, por las labores por las que me has recompensado.’”
Piérdelas, querida alma.
El alma lo hará todo para conservar las ropas, pero más prendas serán quitadas; y este proceso de desnudez, así mismo, vendrá poco a poco.
Puede que ahora el cristiano se vea desinteresado hacia todo. Ya no hay un interés hacia las obras de caridad, y en verdad no hay poder para realizarlas. Antes puede que haya habido disgusto. Y puede que haya habido dolor. Mas ahora sólo hay impotencia.
El cristiano empieza a perder sus recuerdos de días mejores y más justos. De nuevo el cristiano, contemplando una vez más que su pérdida no hace amagos de detenerse, llega a creer que ésta es el resultado de una seria falta dentro de él. En verdad que no sabe qué decir en presencia de su Dios. Poco a poco se da cuenta que nada tiene por sí mismo – nada en absoluto – y que todo le pertenece al Novio. Poco a poco empieza a llegar esa desconfianza total de sí mismo, y poco a poco, de escalón en escalón, el amor hacia el yo se va muriendo.
Ah, pero una cosa es dejar de amarse a sí mismo, y otra cosa es odiarte a ti mismo. El cristiano se acuerda de cuando pensaba que esto de ser desprendido de todas las cosas era cosa pequeña. Pero hoy se ve a sí mismo como uno que nunca fue digno (ni antes, ni ahora, ni nunca). Ve que nunca ha sido, ni lo será en el futuro, digno de llevar puesto el glorioso y blanquecino traje de novia. Al fin el cristiano es expuesto como lo que es – algo desnudo. Avergonzado ante este hecho, está asolado. A duras penas se atreve a entrar en la presencia del Señor.
“Al menos – piensa –, mi desnudez podría ser privada, y no algo público.” La admiración que despertaba ha desaparecido. El mundo no sólo deja de prestarle atención a este creyente (o se queda perplejo ante su impotencia) sino que el mundo está olvidándose de él.
¡Qué caída tan espectacular ha experimentado éste! El cristiano está doblemente confuso porque sabe que merece todo lo que le ha acontecido. Tiene alguna esperanza de que vuelvan a vestirle, pero no sabe qué hacer para que esto suceda.
Aquí, pues, está el cristiano que una vez se creía estar bien avanzado en las cosas espirituales, incluso a punto de llegar a la perfección en el tema de servir al Señor. Ahora apenas se puede poner a recordar el día en que tales pensamientos ocupaban su mente. Pero en aquellos días era cuando sus vestimentas ocultaban a la verdadera persona. Ahora no hay nada.
Por lo tanto, ¿qué vemos aquí? Un Señor que se ha llevado todo lo habido y por haber, y que aun cambiará la belleza en fealdad... para luego destruir la fealdad. ¡Seguro que este es el fin! Pero no, no lo es.
En este punto, el cristiano se ha sometido a la quema de dones, gracias, favores, las ganas de servir, la capacidad de hacer el bien, ayunar, ayudar a su prójimo. Lo ha perdido todo excepto lo divino. ¿Será reclamado esto también?
Es algo de temer verse en un estado en el que uno está desnudo sin los dones y las gracias de Dios. Nadie que no lo haya experimentado llegaría a creérselo.
¿Qué es lo que quiero decir? El cristiano pierde virtud, pero la pierde como virtud. Sólo la volverá a encontrar en Jesucristo, y la recuperará como Jesucristo. Parece que ahora el alma lo ha perdido todo – todo excepto la belleza del Señor.
Es difícil de explicar; el creyente que hasta ahora ha sufrido todas estas cosas y ha dejado que se pierdan, ha estado, no obstante, muy consciente de que ha sido él quien ha permitido que sucedan estas cosas. Se ha enfrentado a la rebelión cuando surgió la ocasión, mas no se ha rebelado. Ha perdido todo el sentir del Señor, mas no se ha rebelado contra el Señor. Puede hacer suyas las palabras del Cantar de los Cantares,
Me hallaron los guardias que rondan la ciudad; me golpearon, me hirieron.
Este cristiano ha visto la corrupción en sí mismo de la misma forma en que Job la vio. Ha sentido algo parecido al gemir de Job, “Oh, que pueda esconderme en el infierno hasta que se apacigüe la ira de Dios.” El alma se ha sobrecogido ante la pureza de Dios. Ha visto la más minúscula mota de imperfección como un enorme pecado. Y, sin embargo, es un sentir general de sus imperfecciones. No son faltas en particular las que le están oprimiendo; es un sentir de su absoluta falta de dignidad. Simplemente puede que haya una posibilidad de que a pesar de todas las faltas que sea capaz de enumerar, sus motivos y su corazón nunca fueron tan puros.
Entonces, ¿qué falta hay aquí? Sólo esta: la relación del cristiano con su Señor se enfoca hacia su propio bienestar.
¿Ha llegado a una especie de etapa de perfección? Para nada. ¿Cuál es su relación con el pecado? A menudo, lo que hace, sólo lo reconoce como pecado después de haberlo hecho; y en el momento clama al Señor por ayuda y perdón.
Mas ahora llega a la experiencia del creyente un sentir de odiar a su propia alma. Empieza a odiarla porque empieza a conocerla. Todo el conocimiento del mundo que un hombre pudiera tener y todo lo que pudiera leer y toda la información que pudiera adquirir nunca le harán odiar a su propia alma. Odiarse a sí mismo es la única experiencia que le otorga al alma un conocimiento de la infinita profundidad de la miseria. Y en ese conocimiento, ese conocimiento espiritual, se halla la única senda de la verdadera pureza. Las impurezas que se presionan por cualquier otro medio no se van, sólo se esconden.
El Señor empieza ahora a buscar el rastro de esas impurezas radicales. Va tras la pista de cosas que están allí por causa de un profundo e invisible amor propio.
Ilustrémoslo de esta forma. He aquí una esponja llena de toda clase de impurezas, y tú la lavas. No hay manera de limpiarla por dentro a menos que la exprimas. El lavado no se lo lleva todo. Sólo al estrujarla es cuando sale la carga interior de corrupción e impureza. Y ahora es esto lo que el Señor le está haciendo al creyente. Dios va detrás de las cosas más íntimamente ocultas.
El cristiano piensa que ha encontrado nuevos pecados en su vida, pero más bien es todo lo contrario. Lo que se va descubriendo es algo invisible que siempre ha estado ahí. Se descubre y ahora se ve, ¡sólo por el hecho de que se lo están llevando!
No obstante, el cristiano creerá a ciencia cierta que ha caído en nuevos niveles de carnalidad y pecaminosidad. Cuando aquello que ha sido tan impuro y ha permanecido por tanto tiempo tan oculto, y ha estado tan profundamente enterrado, por fin alcanza la superficie, el cristiano piensa sin lugar a dudas que acaba de agarrar estos pecados e impurezas.
Al Señor no le preocupa las inconveniencias que soportas al observar cómo estas cosas salen a flote. Él sabe, por muy repugnantes que sean, que no hay otra manera de tratar con el amor propio. Hasta ahora, el oculto y profundo amor propio se había tapado bajo preciosas ropas. Cuanto más hondo se haya ido ese amor propio al interior de tu ser – está más oculto – tanta mayor destrucción origina. ¿Por qué? Porque se desconocen sus chanzas, y porque tu exterior aparenta ser muy noble.
¡El propio descubrimiento de estas cosas ocultas es en sí mismo una experiencia purificadora! El alma necesita descubrir lo que está por dentro. La naturaleza del yo necesita ver lo que hay en realidad – y qué aspecto tiene, tal y como es.
Deberíamos saber también que muchos te mirarán con sorpresa porque lo que tú consideras ahora ser graves faltas, ¡siempre se habían visto como la gran fuerza y virtud de la vida cristiana! Estarán también muy seguros de que al perderlas estás perdiendo la propia virtud.
Los demás puede que sepan de tus faltas externas y superficiales. Pero esas faltas a las que Dios sigue la pista por las partes más recónditas del alma son cosas que pasan por perfecciones a los ojos de los hombres. Prudencia, sabiduría, y miles de otras cosas, que ellos te dirían fomentases con fervor.
Muchas buenas almas tienen muchas buenas virtudes. Pero el cristiano del que ahora estoy hablando no tiene ninguna de ellas. Todo de lo que dispone es de debilidad tras debilidad, impotencia tras impotencia. Otro creyente puede seguir adelante gracias a que puede ver, y se sustenta en cosas que son buenas. Pero este cristiano se mueve, no por lo que tiene, internamente... sino por lo que le ha sido arrebatado, internamente.
Lo ha perdido todo.
Lo que otros cristianos hacen es admirado; lo que este creyente hace es... un fracaso. Todo cuanto hace este creyente se frustra. Todo cuanto toca lo estropea. En nada tiene éxito y en nada se le da la razón.
¿Adónde le lleva el Señor? A ver toda la felicidad en el Novio y nada en sí mismo.
Nunca te podrías creer, a menos que lo experimentaras, de lo que es capaz la naturaleza humana cuando se la deja a su aire. A veces siento que nuestra propia naturaleza, por su cuenta, es peor que todos los males y malignos.
Pero no quiero dejar aquí la idea de que este cristiano, en este estado miserable, es olvidado por Dios. Ni mucho menos. Nunca antes había sido tan bien sostenido por su Señor.
No obstante, el cristiano se encuentra en una situación un tanto miserable, ¡y lo mejor que le pudiera ocurrir es que Dios no tuviera piedad! Cuando el Señor quiere ayudar al progreso de un creyente, deja que el creyente se dirija aun hacia la muerte. Y cuando hay un respiro, y de nuevo el cristiano se regocija en esta vida, ese respiro – y la vida que ha sido suministrada – se otorga a causa de la debilidad del creyente, para que no pierda todo ánimo.
Igual que un atleta que persigue su meta, el creyente nunca dejará de correr, a menos que haya tiempos en los que deba descansar y recibir alimento. Pero ambas necesidades se deben a su debilidad innata. Llega la hora en que algo dentro del creyente se muere. Esto sucede al final o al aproximarse al final del recorrido. Hay una especie de muerte misteriosa que toma lugar por dentro. Es como si el sol hubiera desaparecido de nuestro hemisferio. Ya no es visible, sino que está oculto en el mar (veremos en breve este estado). Es este un tiempo en el que el cristiano padece aun otra clase de muerte... un tiempo en el que se empieza a dar cuenta del bullicio que lleva por dentro.
Es interesante hacer notar el estado de este cristiano en relación con otros creyentes – esto es, con cristianos que son (o aparentan ser) muy avanzados en su caminar interno con el Señor.
El desdichado ve a otros creyentes engalanados con tantos trofeos de victoria... Es obvio que el Señor, el Novio, ha extendido muchos adornos sobre estos creyentes. El cristiano desolado admira mucho estas cosas, y se ve a sí mismo en un abismo vacío. Sin embargo, no tiene ganas de obtener todas las maravillas que sus ojos contemplan. Por una razón, y es que se siente demasiado indigno de ellas. Se regocija, no obstante, al ver que otros hallan favor con el Señor.
Cuando el creyente se embarcó en este largo viaje, tenía un celo de la presencia de Dios y deseaba mantener al Señor siempre con él. Ahora está agradecido cuando siente que el Señor no le está mirando, porque no le gustaría que el Señor contemplara un espectáculo así. El cristiano ha alcanzado el punto donde no halla bien alguno en su desnudez, su muerte, o en esta putrefacción... que recientemente ha descubierto acerca de sí mismo.
El Señor ha dejado a éste desnudo, con el fin de que el Señor Mismo pueda ser su ropa.
“ Revestíos del Señor Jesucristo.”
Mata para que Él Mismo pueda ser la vida del creyente.
“Si hemos muerto con Cristo, resucitaremos juntamente con él.” El Señor aniquila al cristiano sólo para transformarle en Él.
La pérdida de la virtud personal sólo toma lugar por niveles, al igual que el resto de las pérdidas. El final es algo así como una total desesperación; este creyente no sólo ha perdido la esperanza depositada en sus virtudes externas, sino que aun el amor propio ha perdido su poder.
En esta estación en particular, la oración es muy dolorosa. De hecho, no es sorprendente que un cristiano llegue a ser incapaz de aferrarse a la oración. Había un tiempo en el que se percibía una profunda calma en la oración, y esa calma sostenía la oración. Pero Dios ha apartado esto. La oración parece que se ha perdido. El cristiano se ve igual que otros creyentes que nunca antes han practicado la oración. Empero, hay una diferencia: siente el dolor de la pérdida.
El cristiano, en esta etapa del viaje, puede que de cuando en cuando se extravíe, pero normalmente es algo momentáneo, una especie de ímpetu. No hay satisfacción en ello, sino que lo único que hay es amargura, y se retira tan pronto como le sea posible.
Pero, ¡todavía queda algo!
Hay algo que el mismo niño de Dios tiene por dentro. Se trata de cierto secreto, algo como tranquilo dentro de él, que le consuela aun en su muerte e impotencia. Sea lo que sea este elemento, es algo muy metido en lo profundo de las cuevas más recónditas del creyente, sutil pero poderoso. He aquí algo tan puro, tan cristiano, que parecería ser el fin último del propósito de toda la religión cristiana y la recompensa a todas las labores del creyente. Qué otra cosa no desea el discípulo del Señor que tener este testimonio en el rincón más recóndito de su ser: el testimonio de que es un hijo de Dios. Toda espiritualidad se centra en esta sencilla experiencia. Ah, pero aun esto debe ser rendido. Al igual que se han solicitado todas las demás cosas, esto, ¡también!
¡Al fin llegamos a aquello que en verdad produce muerte en el creyente! Ya lo ves, no importa la estrechez que el alma experimente, si ese algo en particular todavía está ahí. De hecho, aquello que tenga la necesidad más acuciante de morir, no morirá mientras que ese profundo, casi imperceptible sentir, esté presente.
Este es un tiempo de temer. Puede haber agonía en el corazón. De hecho, parece que la única vida que le queda al corazón se emplea para hablar de la muerte en la que se encuentra.
Este apoyo imperceptible y la experiencia de la estrechez que sigue a estas dos cosas, será lo que causará la muerte.
Por encima de todo hay algo que es necesario en este tiempo, y esto es que el creyente sea fiel. Este es un tiempo duro y un tiempo de desnudez. El cristiano se irá a cualquier sitio para obtener alivio y refrigerio. Es incapaz de realizar casi ninguna acción cristiana, y está en gran necesidad de recibir consuelo.
Y si eres tú un cristiano que se topa con alguien así y está buscando consuelo o guía, ¿qué puedes hacer? Cuídate de no hacer nada que aplaque o se lleve el nuevo descubrimiento del cristiano de su gran imperfección. Cálmale con amor, con caridad, y con cosas inocentes. Ten presente en tu mente que esta persona con la que estás tratando siente que tiene poco control sobre sus circunstancias exteriores. Intentar hacerle volver a una situación más normal pudiera muy bien arruinarle su salud, su mente, y su vida interior. No seas severo, sino trátale como si trataras a un niño.*
No obstante, por favor date cuenta de que lo que estoy diciendo aquí sólo es aplicable a aquellos que se encuentran en esta etapa en particular, y sólo en esta etapa.
Ahora, ¿por qué se ha llevado el Señor aun el elemento del sentido interior? Ha sido con el propósito de extirpar este sentir, esta intuición espiritual, de unas manos imperfectas e introducirla en un interior aún más profundo. ¿Y cómo está haciendo el Señor a esta persona más perfecta en este interior más profundo? Destetándo de confianza, e incluso de percepción, a sus sentidos exteriores. Ahora atrae al creyente al interior de una forma tan tierna que apenas se nota el esfuerzo ejercido para moverse en esa dirección, aun cuando implique que ha de perder todas las cosas.
En esta época, a veces el Señor hace algo bastante paradójico. Algunas veces reanimará los sentidos externos. Pero todas las cosas obran en conjunto para los que aman a Dios y son llamados a Su propósito. Una vez más el cristiano aprende a desconfiar en gran manera de sí mismo, sea cual sea su estado. Y si los amigos no entienden lo que está pasando, el alma sencillamente responde,
“ No reparéis en que soy morena, porque el sol me miró.”
* Nota del editor: el consejo de Guyón aquí es muy sabio. En todos mis años de ministerio sólo me he encontrado con dos cristianos en esta disyuntiva. El único consejo que he sido capaz de darles, además de tratar de ayudarles a entender la situación en la que estaban, fue sugerirles: (1) que lloren mucho y (2) ¡que escuchen mucha música cristiana placentera!
Y, por tanto, llegamos a la siguiente etapa en el camino que sigue este río hasta su desembocadura en el mar, la cual es su entierro.
7
El torrente ha atravesado todo inimaginable estruendo y violentos rápidos. Ha sido estampado contra las rocas. Se ha revolcado de una roca a otra, de un nivel a otro. Pero siempre ha estado a la luz; nunca se había escabullido de la vista. En este punto empieza a zambullirse hacia profundas cavernas subterráneas. Permanece invisible por largo tiempo. Quizá veamos a este río durante un breve lapso, para luego verle desaparecer otra vez tras una profundo abismo. En su oscuro e invisible trayecto, vuelve a caer de un abismo a otro.
(Con el tiempo caerá en el abismo del mar, y allí, perdiéndose a sí mismo, para nunca volverse a encontrar, se habrá vuelto parte del propio mar.)
Tras muchas muertes y tras cada vez peores aflicciones, al final el creyente expira en los brazos del Amor, mas sin llegar nunca a percibir que descansa entre estos brazos.
¿Y de qué estamos hablando aquí? Esta persona, personificada en la experiencia del río, sencilla y muy sutilmente ahora pierde todo deseo, tendencia y preferencias. Cuanto más se aproxima este torrente a la muerte, más débil se hace. Aunque la muerte era inevitable, mientras allí hubiera vida, había alguna esperanza; pero ahora se acabó la esperanza. El torrente se precipita bajo tierra y no se le vuelve a ver.
El creyente ha conocido grandes precipicios por los que se ha despeñado; mas ahora se desploma, no desde un precipicio, sino en algún misterioso y oculta sima. He aquí que ha llegado a una miseria para la que no hay día de salvación. Al entrar en un principio por la boca del abismo éste no parece ser muy grande. Pero, cuanto más se zambulle el creyente en él, tanto más terrorífico comprueba que es.
Ves que, después de que un hombre expira, aún está entre los vivos. Está muerto, pero no se lo han llevado. Así que nos encontramos aquí con una alma que todavía conserva un hito de vida en su semblante. Es una leve chispa de calor corporal que aún conserva el cadáver.
¿Qué estoy tratando de decir?
El alma aún trata de alabar y rezar. Pero según profundiza en el abismo, aquellos pronto se dejan atrás. Debe perder a Dios, o al menos así le parece a él. Para él casi hay una certeza de que ha perdido al Señor, no por un periodo de unos meses o unos años, sino que ha perdido a su Señor, a quien ha estado conociendo a lo largo de toda su vida... ¡para siempre!
Una vez le tenía miedo al mundo; ¡ahora el mundo le tiene miedo a él! En cuanto a sus compañeros creyentes, hay cierto respeto que los vivos mantienen hacia los que están a punto de ser enterrados. Después de todo, están a punto de meter a este desdichado bajo tierra, para una vez allí no volver a ser recordado jamás.
Si el creyente humano pudiera ver el momento en el que le entierran, sentiría un agobio tremendo. Bien, el alma puede ver todo esto, y a veces se aterroriza. Pero no hay nada que pueda hacer.
El creyente se resigna a ser enterrado y cubierto de tierra. En este punto este devoto empieza a horrorizarse de sí mismo, y la razón reside en que, obviamente, Dios le ha echado tan lejos que parece como si el Señor en verdad le hubiera abandonado para siempre. ¿Qué puede entonces hacer éste? Debe tener paciencia y simplemente ha de yacer en el sepulcro.
Ahora el alma se encuentra allí y ve que hay pocos atisbos de que vaya a salir alguna vez; debe permanecer para siempre en este estado. Y lo que es más, este devoto cree de verdad que este lugar es el apropiado para él. El mundo ya no habla más acerca de éste y sólo lo considera un cadáver que ha perdido la vida de la gracia y que no es adecuado para nada. El alma soporta este estado con paciencia. Pero ay, este estado es dulce cuando se compara con lo que ha de venir.
Ahora el alma debe pudrirse.
Anteriormente, el creyente estaba siendo probado mediante debilidad y extremo cansancio. Mas ahora el creyente ha visto lo profundo de su corrupción. Este creyente ha alcanzado un estado en el que puede ver en forma de abanico todo lo que le ha acontecido. Los problemas, vituperios, contradicciones, todo deja de afectarle. Aun pensar en la pasión de los sufrimientos del Hijo de Dios deja de conmoverle.
No hay un remedio para este estado. Sencillamente se ha de pasar por él.
Quizá diga ahora el creyente, “ podría sobrellevar esta gradual vuelta al polvo si Dios no me mirara. ¡Qué tristeza debe causarle mi estado!” Su deleite estriba en que quizás ha hallado tan poco favor a los ojos del Señor que puede que al menos sea perdonado mientras Aquel observa su caída.
¿Y durará poco este estado de desplome? Ay, más bien es todo lo contrario. Durará varios años y seguirá adelante, siempre aumentando, hasta que (hacia el final) el proceso de descomposición termina y empieza el proceso de hacerse tierra. Y la tierra en cenizas, y las cenizas en polvo.
El desdichado río, ahora zambullido en un abismo, cae como una piedra a cada vez mayor profundidad, hasta que haya un fin a todas las buenas intenciones y austeridades.
Compara ahora la diferencia entre el estado de este río torrencial cuando fluía de su fuente de origen, fluyendo armoniosamente por las llanuras y riachuelos que eran dejados atrás. Y ahora mira su horrible inmersión.
Y aun así, éste era su destino.
Ocurre algo muy interesante en esta época. El alma empieza a acostumbrarse a esta situación. Permanece sin esperanza de ninguna clase y sin ningún pensamiento de escapar. Es totalmente incapaz de aliviar la situación. Los motivos ocultos del corazón están siendo aniquilados y se vuelven polvo. Al menos, la aniquilación de las cosas oscuras del yo ha empezado.
Ahora el cadáver no es más que polvo; el alma ya no sufre por lo que le rodea. Se ha hecho a este extraño y casi indescriptible paisaje.
El creyente deja de mirar a todo, y es como una persona que ya no es, y que nunca más será. Previamente este cristiano se horrorizaba de su naturaleza. Ahora no hay reacción. Anteriormente, venía temblando a tener comunión con Él, con temor a deshonrar a Dios. Ahora parece aproximarse a esa comunión como algo innato a su curso. Ya no hay más sentir, ni de lo que acarrea dolor, ni de lo que acarrea placer. Las cenizas descansan en una especie de paz, pero una paz sin esperanza; las cenizas no tienen esperanza. Incluso cuando el alma percibía que se estaba descomponiendo, aún había eso: un darse cuenta. Ahora ha caminado por todo ese estado, y nada, ni por dentro ni por fuera, le afecta ya.
Con el tiempo, en este cristiano que está siendo reducido a la nada, se halla entre sus cenizas un germen de inmortalidad. Protegido bajo todo ese montículo existe, como si fuera una semilla, algo que, a su debido tiempo, vivirá. Pero, ten por seguro, el devoto no se da cuenta de esto. Ni siquiera se le pasa por la cabeza que alguna vez sea reavivado o resucitado.
¿Hay fidelidad en esta alma? Lo único que se deja enterrar, aplastar, es la fidelidad; ¡la única fidelidad que ha quedado es una persona muerta!
Si te perfumas para que tu cuerpo corrupto no apeste, no lo hagas, alma desdichada. Quédate tal y como estás. Sométete. El haber llegado tan lejos y el tratar ahora de salir de este estado aplicándote un suave bálsamo es lastimarte a ti mismo. El Señor te está sobrellevando; ¿por qué no habrías tú de sobrellevarte a ti mismo?
Y si otro cristiano está tratando de ayudar al creyente que se encuentra en esta situación, ¿qué camino debe tomar? Mi opinión es que poco deberías hacer para aliviar a una persona así. Apóyale sólo en guardar la salud de su mente, pues de otra manera pudiera ser destruido a causa de su propia aflicción. Aquí hay un dolor que llega al tuétano de los huesos. Otros dolores eran más externos; éste ha penetrado bien adentro. No le muestres compasión a esta persona. Déjale en el estado en el que siente que aparentemente se encuentra, porque – aunque lo crea así – para Dios es un estado de lo más grato. De esas cenizas surgirá una nueva vida.
El que ha sido reducido a la nada no debería intentar salir de este estado o vivir como previamente lo había hecho. Habría de seguir mirando a este estado como algo que ya ha dejado de ser.
Y ahora, al fin, la presta corriente se zambulle en el mar y allí se pierde, para no volverse a encontrar nunca más. Se ha hecho una sola cosa con el mar.
Ahora sucederá algo. Poco a poco esta cosa muerta empieza a sentir, aunque lo que experimenta no se siente. Por niveles las cenizas están reviviendo y revistiéndose de una vida nueva. No obstante, este proceso es muy gradual. Para aquel en cuya vida está sucediendo, es más algo como un sueño o una deliciosa visión. También lo podrías poner así: hay cenizas y las cenizas están formando una lombriz; y esa lombriz empieza a adquirir vida paulatinamente.
Nos allegamos ahora a la última etapa, pero es sólo el comienzo de esa última etapa. El principio, y sólo el principio, de la verdadera vida interior. Los estratos dentro de esta última etapa son innumerables. Y el punto hasta el que puede avanzar el alma no tiene límite. El arremolinado río puede adentrarse más y más en el mar y tomar más y más las cualidades del mar, sencillamente por el hecho de que está cada vez más tiempo en el seno de ese mar.
8
Deja que un grano de trigo ilustre algunos elementos de tu vida espiritual.
Primero, la paja se separa del grano. Es un ejemplo de tu conversión y separación del pecado. Después de que el grano ha sido separado, debe ser molido por medio de las pruebas y por medio de la cruz. El grano se muele hasta que queda reducido a harina. El proceso, no obstante, dista mucho de su conclusión. La harina es gruesa y se ha de quitar de ella toda partícula extraña.
La harina es amasada y es transformada en una pasta. La harina parece negra mientras es amasada, pero el amasamiento es esencial para que la harina se vuelva pasta. Esta pasta resultante, a su vez, ha de ponerse al fuego. Después de que la masa se hornea, se destina al deleite del rey. El rey no sólo mira a la masa con deleite, participa de ella.
Esta comparación te muestra algunos de los diferentes aspectos de tu viaje espiritual. Te muestra la diferencia entre la unión con Dios y la transformación.
Para ser transformado, debes perder todas tus propiedades, con el fin de que puedas participar en mayor profundidad de la naturaleza de Dios. No hay mucha gente que llegue a este lugar. Por esta razón, la gente no habla mucho acerca de la cruz y de la transformación. No podemos hablar mucho de temas de los que sabemos poco.
Cuando uno se pierde en Dios, parecerá ser algo muy ordinario. No hay nada que distinga externamente a éste de otros... excepto, claro está, su libertad.
Esta libertad a menudo escandaliza a personas que no ven otra cosa más que lo que ellos mismos han experimentado. Suponen que cualquier otra cosa que ellos mismos no hayan experimentado debe ser malo.
¡Pero la libertad que ellos condenan (una libertad sencilla e inocente) es una mayor santidad de lo que normalmente se considera santo! Una pequeña acción, llevada a cabo a través de la naturaleza de Dios obrando en un creyente, es más aceptable para Dios que gran cantidad de heroicas acciones hechas con la propia fuerza del hombre.
La actividad que proviene de Dios en vez de la fuerza del hombre es algo inusual y precioso. Los creyentes que llegan a este lugar en su vida espiritual están satisfechos con lo que hacen en cada momento y no necesitan ir en pos de lo que el mundo considera ser grandes cosas.
Dios escoge esconder a las personas que le conocen bien. Los esconde bajo la cortina de una vida normal. Estos son Sus muy estimados y sólo Él les conoce. Dios fluye a través de estos individuos porque han llegado a conocer a su Señor por dentro.
El tesoro no es revelado hasta que el tesoro se necesita. Sin embargo, al obrar Dios a través de una persona tal, a menudo hay otros que lo captan.
No todos son desconocidos, y no todas las personas que hacen cosas de las que todo el mundo se da cuenta están siempre haciendo tales obras en sus propias fuerzas.
Tu Señor atrae personas a estos creyentes, y a menudo son capaces de comunicarle vida a otros. Ganan a otros para Cristo de una forma natural.
Algunos, no obstante, aunque puedan ser angelicales en apariencia, están muy lejos de este estado. Este es un caminar en el que por lo general lleva mucho tiempo entrar por completo (Dios en su soberanía puede acelerar el proceso, pero tales casos son muy raros). Su obra en nosotros se diseña para que dure toda una vida.
Parte de lo que conlleva estar totalmente abandonado a Él, significa que uno no evalúa en qué manera está siendo utilizado por Dios. A medida que Cristo arraiga con mayor profundidad en un creyente, éste es menos consciente de su relación con Dios.
Sigue creciendo. Deja que tu espíritu se agrande a un nivel cada vez mayor. Dios puede expander a diario tu espíritu. Serás expandido en Él al igual que el torrente. Déjate ser transportado más y más a alta mar. Tu entendimiento de cómo moras en Dios y cómo Dios mora en ti nunca se agotará.
El proceso de perderse a uno mismo en Dios toma lugar en niveles diferentes en personas diferentes. Cualquier persona puede ser totalmente llena. Pero algunas tienen mayor capacidad que otras. Una taza y una jarra pueden estar llenas de agua, pero cada cual acoge cantidades diferentes. Cada persona tiene su propia capacidad para recibir la plenitud de Dios. Lo maravilloso es que Dios es capaz de aumentar esta capacidad día a día.
Cuanto más vivas en base a la gracia interior, tanto más crecerá tu espíritu, sin esfuerzo por parte tuya. Permite que Su naturaleza more en mayor medida en tu interior. En el mismo nivel que Él te ensancha, te llena. Es igual que lo que ocurre con el aire. Una pequeña habitación está llena de aire, pero una habitación más grande aún tiene más. Agranda la habitación y hay más aire todavía. De la misma forma (sin percatarse de cambio alguno) tu espíritu se expande y aumenta. ¿Cómo ocurre esto? Aprendiendo a morir diariamente. Lo duro es que el bagaje y la experiencia de cada uno se resiste de forma natural a la muerte.
¿Cómo crece y muere uno al mismo tiempo? Esto no es una contradicción. Tu personalidad característica, tu alma, es pequeña y está limitada. Dios necesita purificarte y alterarte para que puedas recibir Sus dones.
Tu espíritu, no obstante, es eterno y puede expandirse de continuo. Puedes experimentar a Dios de una forma cada vez mayor. Los deseos de tu propia alma, tan buenos como puedan ser, se ponen en medio de la consecución de esta experiencia. La parte que se pone en medio del camino es la parte que debe morir – no tu personalidad individual. Debes desprenderte de tu vieja naturaleza para que te puedas perder en Dios más profundamente. Tu habilidad de crecer en Él no tiene límite.
9
A medida que un torrente se vacía en el mar, sus aguas se pueden distinguir del propio mar durante un buen trecho, pero de forma gradual las aguas de este río se entremezclan por completo con el mar. De igual forma, tu transformación no tomará lugar de la noche a la mañana; sino poco a poco, de escalón en escalón es que pierdes tu propia vida.
Lo único que queda de un cuerpo que ha sido totalmente descompuesto es polvo y cenizas. No obstante, a medida que alguien muere a sus viejos caminos, no pierde todas las características singulares que hacen de él lo que es. Precisamente, es todo lo contrario. Sólo a través de este proceso de muerte serás en verdad liberado para ser quien eres en realidad.
Todo lo que ha tomado lugar en la vida de uno hasta ahora ha sido el despojamiento y limpieza de la naturaleza del alma. Todos nosotros necesitamos este despojar con el fin de recibir la obra de Dios en nuestro interior.
A medida que el torrente desemboca en el mar, su propia forma se pierde. De manera similar, has de desprenderte de algún elemento de tu disposición natural para que la naturaleza de Dios pueda vivir con mayor plenitud en tu interior. Cuando vives por Su naturaleza, Su vida, Su vida es la que te sostiene.
El torrente, una vez que es vaciado en el mar, ahora obtiene todo tesoro del mar. Cuanto más se vacía el torrente en el mar, tanto más pleno y glorioso se vuelve.
En esta experiencia de muerte, el creyente empieza a volver a la vida. Explora esta nueva vida, pues no se parece a nada que anteriormente hayas conocido alguna vez.
Si hubieras de descubrir esta vida, en verdad que dirás:
“El pueblo que andaba en tinieblas vio gran luz; los que moraban en tierra de sombra de muerte, luz resplandeció sobre ellos.”
(Isaías 9:2)
Ezequiel anuncia esta resurrección cuando ve a los huesos secos mientras poco a poco se van volviendo en carne.
Sorpréndete de encontrarte una fuerza secreta que empieza a poseerte. Tus cenizas empezarán a avivarse. Un nuevo país te da la bienvenida con ademanes de que te adentres en él. Cuando estabas en la tumba lo único que podías hacer era quedarte allá tranquilo. Mas ahora puedes experimentar una sorpresa de lo más placentera. No tengas miedo de creer lo que está ocurriendo.
En este punto, puede que digas, “Quizá el sol se ha abierto paso a través de un pequeño agujero en la tumba para hacer brillar uno de sus rayos, pero sin duda que la noche caerá de nuevo.”
Querido creyente, deléitate en sentir un fuerte y misterioso poder que toma posesión de ti. Habrás recibido una vida nueva. Créelo.
¿Puedes perder este estado? Naturalmente. Pero tendrás que levantar una rebelión de órdago para conseguirlo.
Esta vida nueva no es como la vieja. Aquí hay “ vida en Dios” (Colosenses 3:3). Aquí está Su vida. Ya no vives tú, sino que Cristo vive y actúa y obra dentro de ti (Gálatas 2:20).
La vida de resurrección se expande paso tras paso de tal forma que crecerás en el crecimiento de Dios. Las riquezas fluyen de Sus riquezas en tu interior. Él es el amor por medio del cual ahora tú amarás.
En este punto empezarás a ver que todo lo que hiciste antes, no importa lo grande que fuera, era tu propio hacer. Ya no estarás haciendo nada que parte de ti mismo. Serás poseído de una vida nueva. Toma esta vida nueva y piérdela en Dios. Vive con la vida de Dios. Y ya que Él Mismo es Vida, no puedes buscar nada más.
¡Qué ganancia se ha hecho en comparación a lo poco que se ha perdido! Habrás perdido a la “ criatura” con vistas a ganar al “ Creador” . Habrás perdido tu nada con vistas a ganar todas las cosas. ¡No tendrás fronteras, pues habrás heredado a Dios! Tu capacidad para experimentar Su vida se acrecentará sólo un poco más. Todo aquello que una vez tuviste, y perdiste, volverá a ti en Dios.
Por favor, date cuenta de que a medida que alguien es despojado, de un nivel a otro, así es ahora enriquecido y alzado de nuevo a vida, de un nivel a otro. Cuanto más perdió, tanto más ganará. Sé como el torrente que se deshace en el mar. El torrente se expande para explorar las fronteras sin límites de su nuevo hogar.
No intentes alcanzar esta experiencia. Deja que esta unicidad brote de Su naturaleza, la cual obra dentro de ti. A medida que Él obra en ti, te harás flexible y asentirás a cualesquiera circunstancias que Dios permita en tu vida. Ten por bueno cualquier cosa que Dios te traiga. Los tiempos de fiesta y los tiempos de hambruna te serán por igual. Todas las circunstancias son por igual; el creyente ve a Dios detrás de todas las cosas.
La vida divina dentro de ti te será algo natural a medida que te vayas acostumbrando a ella. Aprende a rendirte a los caminos de esta nueva vida. Que no haya lucha.
Una infidelidad momentánea te hará actuar alejado de Dios. Esto no significa que te has “ caído” de tu posición en Dios. Sencillamente, has errado el tierno mover de Dios en tu espíritu que te hace que estés en completa unidad con el Señor.
No tienes que pensar cómo encontrar a Dios o preocuparte de que tus pensamientos divaguen y se alejen de Él; moras dentro de Dios. No hay necesidad de malgastar tiempo tratando de localizar a tu Dios, pues Él es tu morada y tus circunstancias. Anteriormente, era necesario practicar virtud con vistas a hacer buenas obras. Ahora tus acciones tienen su origen en Dios.
Si una persona estuviera totalmente rodeada por mar, un lugar del mar no sería más adecuado o beneficioso que otra parte del mar... con el propósito de experimentar al mar. Así será contigo y tu Señor. Deja que la vida dentro de ti te lleve. Con eso basta.
¿Hay algo que tengas que hacer? Simplemente haz lo que te anime a hacer un Señor que mora dentro. Abraza las circunstancias que se te ponen por delante con el único fin de que las experimentes. Una paz constante e inmutable puede ser tuya, a pesar de las circunstancias.
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¿En qué difiere tu vida, una vez que has entrado en este caminar, de la vida que llevabas cuando era vivida totalmente en la carne? Antes, era tu naturaleza humana la que te impulsaba. Ahora deberías vivir tu vida de una forma pacífica y satisfecha y hacer las cosas que se requieren de ti.
Sólo Dios debería ser tu guía. Cuando parezca que hay “ algo” que has de entregar, entrega entonces tu voluntad a Dios; tu voluntad, pues, ya no te gobernará más, ya que la habrás rendido a Él. Los deseos que no broten de Su voluntad no tienen por qué ejercer poder sobre ti. Deja que se desvanezcan. A medida que vas viviendo por tu espíritu, deberías empezar a perder las inclinaciones y tendencias y sentimientos opuestos que te hacen descarriar. El torrente ya no va por su propio cauce.
¿Qué maravilloso contentamiento es este que llena al corazón? Dios Mismo. Nada más te satisface con tal plenitud. Echa a un lado todo lo que provenga de ti – da igual lo profundo y perspicaz que sea.
Nada debería nublar la obra de Dios en tu interior, sea conocimiento, sea inteligencia, sea siquiera amor humano. Hay algo que ha muerto dentro de ti. Parte de tus caminos pasados ha desaparecido. Ahora experimentas “ una falta de sentir” , pero será muy diferente a lo que conociste en la tumba. Allí fuiste privado de vida, separado del mundo con toda la indiferencia de una persona que está muerta. Mas tu Señor te traerá por encima de esa condición. No te sentirás privado. ¿Cómo puede uno sentirse privado de lo que no echa en falta? La muerte es algo que rehuyes con temor y disgusto. La vida, en cambio, es gloriosa. El creyente es resucitado y vida le es otorgada. Esta vida no se mantiene a través de los sentidos, sino que fluye del manantial de vida eterna. Esta vida eterna es Cristo dentro de ti.
Compara la vida con la muerte. Cuando mueres, sientes la separación de tu propio cuerpo. Después de que el alma se separa del cuerpo ya no sientes ninguna sensación física; estás muerto y separado de tu medio ambiente.
Cuando eres levantado, tienes vida nueva en tu interior. Cuando Dios te resucita de entre los muertos, experimentarás a Dios como el Espíritu de tu espíritu y la Vida de tu vida. Él se vuelve el centro mismo y la fuente de tu vida. Por tanto, deberías vivir, actuar y caminar en base a la vida de Dios dentro de ti.
Cuando experimentas algún deleite aparte de Dios, o cuando trates de retirarte con el fin de encontrar a Dios, o cuando te enfoques en las pruebas y el dolor, no estarás caminando en Su vida. Tu espíritu debería estar tan emparejado con el Espíritu de Dios, que no le experimentarás como alguien separado y ajeno, sino sólo como alguien que está profundamente entrelazado contigo. Él puede hacerse más activo en tu interior de lo que tú mismo eres.
Si una persona pudiera vivir sin comer, probablemente comería. El comer así como el no comer sería lo mismo porque, comiera o no, todavía se sentiría lleno. Esta experiencia es como la muerte. Pero hay alguna diferencia. Cuando estás enfermo o cercano a la muerte, tu falta de apetito proviene de la enfermedad. En este caso, no obstante, provendrá de tener el estómago demasiado lleno. Si una persona se alimentara de aire, se llenaría sin siquiera saber cómo se llenó. El simple respirar le dejaría satisfecho. No estaría vacío o sería incapaz de comer – sencillamente no le sería necesario comer. El aire que respirara le alimentaría de forma natural.
Date cuenta de que cuando estás tan envuelto y sostenido por Dios, estás en el que en verdad es tu ambiente natural. Respiras en la atmósfera para la que fuiste creado. Una nueva clase de paz vendrá a ti. En la tumba tu paz era sosegada, tranquila – apropiada al estado de enterramiento y descanso en el que estabas. Es la clase de paz que un hombre muerto sentiría en medio de una gran tormenta en el mar.
Hay un lugar muy por encima de las olas del embravecido mar desde el cual eres capaz de contemplar la furia de la tormenta. Tu privilegiada posición se encuentra allá arriba en la montaña. En la montaña nada podrá tocarte.
Esta experiencia puede compararse a vivir en el fondo del mar donde, durante las turbulentas tormentas, sólo la superficie del mar experimenta el embravecido temporal. Allá abajo en lo profundo hay calma. Los sentidos externos puede que sufran dolor, pero las más recónditas partes del espíritu moran en un descanso ininterrumpido.
Date cuenta de que no siempre serás fiel. Habrá veces que regresarás a tus viejos caminos de hacer las cosas. No obstante, existe la posibilidad de que hagas grandes avances en Dios. Una persona que va cayendo al fondo de un mar sin fondo podría estar bajando sin fin para sólo descubrir más profundos y bellos tesoros. Así es con la zambullida de uno en Dios.
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¿Qué debes hacer para ser fiel a Dios? Nada. Menos que nada: ¡deja que sólo Dios sea tu vida! Permítele sólo a Dios que te mueva. No te resistas. Continúa viviendo por medio del flujo natural de Su vida en tu interior. Vive en el momento presente y deja que cada suceso se desenvuelva sin añadir o sustraer de él. Aprende a ser guiado por las impresiones instintivas de la vida de Dios dentro de ti. Tu Señor caminará por ti. Déjale también a Él llevar a cabo todo aquello que pide de ti. Tu tarea sólo consiste sencillamente en morar en este estado.
Cuando empieces a actuar en base a tu propia fuerza, serás infiel a la vida divina en tu interior. No permitas que la dependencia en tu fuerza se vuelva un hábito. Déjate morir sin buscar rescate.
Una persona que se muere, desea que terminen con él de una vez por todas como sea, con tal de no prolongar su agonía. Nada que pudiera aliviarle le sirve; está resignado a su muerte. Después de morir, nada tiene ningún efecto sobre él.
Cuando el tiempo adecuado de ser despojado de tu vida llegue a ti, sométete a él.
Serás capaz de poseer todas las cosas sin poseerlas. Todo lo que queda por hacer es fácil: haz lo que a Dios le plazca, a la manera de Dios, mediante la fuerza de Dios.
La fidelidad no es simplemente “ hacer nada” . La fidelidad es actuar sólo a partir de Su vida. En este estado uno no tiene una tendencia a que las cosas vayan a su manera, sino que sólo desea la manera de Dios. Las acciones brotarán de un manantial diferente.
No pienses que a estas alturas del camino no cometerás faltas. Las cometerás. Y las verás más claro que nunca. Las faltas que cometas probablemente no sean pecados grandes, sino sutiles cosas en las que te dejes llevar. Serás capaz de ver con mayor claridad tus más pequeñas flaquezas. No permitas que estas imperfecciones te lleven a un sentir de culpa. Y no hagas nada para desprenderte de estas faltas.
Sentirás una nube de polvo, como una película, que te rodea cuando cometas una falta. No hagas nada para tratar de quitar esta nube de en medio. Tales esfuerzos son inútiles. Tales esfuerzos sólo harán que tardes más en ser restablecido a la normalidad. El estar en exceso preocupado por tus faltas es peor para tu condición espiritual que la propia falta.
En estos tiempos no deberías sentir que necesitas “ volver a Dios.” Porque si dices que debes volver, sugiere que te has hecho un extraño para el Señor. No es así. Tú moras en Dios. Sencillamente permanece en Él. Algunas veces habrá nubarrones en esta experiencia: pero no deberías intentar mover las nubes por tu cuenta. Deja que el sol lo haga.
El mirarte demasiado a ti mismo retrasa tu viaje. Cuanto más tiempo te pases contemplándote a ti mismo, tanto más perderás. No te puedes ver a ti mismo igual que Dios te ve. Cuando vengan pensamientos centrados en ti, déjalos que pasen sin aferrarte a ellos. Poco a poco se irán yendo.
A medida que el cristiano va dejando atrás la tumba de la muerte, experimentará deseos que provienen en mayor número de Jesucristo que de sí mismo. Ya no vivirá más por un conjunto prescrito de acciones que le han dicho se supone que ha de seguir.
¡Déjale a Él ser las normas por las que vives! Verás que la naturaleza de Cristo surge de lo profundo de ti sin esfuerzo. La naturaleza del cristiano crece de forma natural a partir del Espíritu del Señor en su espíritu.
Tu tesoro es sólo Dios. Extrae tu vida de Su vida porque Él es eterno. Revístete de Jesucristo. Déjale actuar y hablar dentro de ti. Déjale a Él iniciar todas tus acciones. ¡Ríndete a Él y no tomes acción ninguna! Descansa según Él te indique.
¿Ves el inmensurable progreso que puedes hacer? Cuanto más experiencia tienes, tanto más eres capaz de discernir Su vida dentro de ti.
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El rendirse por completo a Cristo lleva más tiempo de lo que uno pudiera pensar. Y no es fácil. El creyente no debería engañarse pensando que ha llegado o que se puede llegar rápidamente. Incluso el más maduro espiritualmente ha caído en este error.
La razón por la que muchos de aquellos que siguen al Señor no avanzan mucho es porque al principio no dejaron que les desnudaran. O, igual de equivocados, han intentado llevar a cabo este proceso de desnudez por sí mismos. No puedes desnudarte a ti mismo. Cuanto más quieras seguir al Señor, y cuanto más quieras ser despojado, tus propios esfuerzos para hacerlo sólo te harán religioso, te endurecerán, y te confundirán en extremo. Dios vendrá y te desnudará.
¿Qué lugar le corresponde a la oración en este punto en la vida del peregrino? Si se disfruta cualquier clase de oración, sigue con ella. Pero si no se disfruta nada, estate dispuesto a entregar la oración. No entregues nada que espiritualmente te haya sido de ayuda. Hazlo sólo cuando se vuelve algo totalmente insípido, trabajoso, e improductivo.
Debes entender que el camino de la cruz – este camino de dejarte ser vaciado por completo – es un camino repleto de áridos desiertos dirigidos especialmente para ti. Hay dificultad, hay dolor y hay fatiga. El principio de tu viaje espiritual es glorioso, bello y opulento. No confundas el principio con el final o el medio. A menudo tienen poco en común y no se parecen en nada el uno al otro. Hay partes del viaje que son espirituales, pero también pueden ser tan estériles y tan difíciles que la palabra “ espiritual” parece que ni siquiera pertenece al vocabulario.
Qué afortunado, qué bendecido es el creyente que puede encontrar a alguien por el camino que le ayuda a entender estas cosas y le muestra que lo “ espiritual” incluye lo árido, lo desolado, e incluso el sentir de ser abandonado.
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¿Cuáles serán las huellas que el Señor dejará impresas sobre este torrente en su precipitado abocamiento al vasto océano?
El proceso que conlleva la transformación de la vida del creyente empieza en el mismo momento que se rinde al Señor. A medida que este proceso sigue adelante, cometerá muchos errores e incurrirá en muchas faltas. Según va madurando el creyente, dejará de mirar a sus faltas para sencillamente empezar a tener un profundo conocimiento dentro de él de que su deseo es ser conformado a la imagen de su Señor. El creyente deseará la obra de la cruz dentro de él.
No obstante, más adelante, aun este deseo de conocer la cruz aparentemente puede desaparecer. En realidad, no es que este deseo de conocer la cruz desaparezca, sino que más bien se adentra en las partes profundas y subterráneas de su ser. Hay un anhelo secreto y oculto. Este anhelo es casi imperceptible, y profundiza más y más en el ser del creyente. Deja que la cruz obre en ti, y especialmente permítele obrar en los lugares más secretos y recónditos de tu ser. Deja a la cruz obrar su sencillez de propósito en los motivos más ocultos de tu alma.
***
Cuando se habla de “ impresiones” del espíritu o “ tendencias” de un Señor que mora en el interior, por favor entiende: estos no vienen del exterior. Vienen de adentro. En el interior es donde se originan. Tales impulsos del espíritu se abren camino desde el interior... hacia el exterior; desde lo profundo de tu interior, por último vienen a tu mente. Este es el Señor que se comunica en ti; esto se vuelve la senda natural del curso espiritual del creyente. Aquí está el verdadero manantial de tu ser espiritual. Jesucristo siempre se revela a Sí Mismo desde tu interior. Vivirás de Él. Búscale en el exterior, y nunca lo encontrarás.
El cuerpo humano hace todas las acciones vitales más importantes de una forma natural y automática. No tienes que pensar cómo respiras. Igual habrá de ser en cuanto al desarrollo del creyente, de tal forma que
los empujoncitos del espíritu dentro de ti se hacen algo natural y algo (casi) imperceptible.
A medida que Cristo crece dentro de ti, serás transformado a su semejanza. Quizá reconocerás que esta es exactamente la forma en que el propio Señor se entendía con Su Padre.
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En este punto, ¿qué papel desempeña la cruz en la vida del creyente que busca la verdad? A medida que se fortalece con la fuerza de su Señor, el creyente descubre que éste le otorga una cruz cada vez más pesada. Va aprendiendo a llevar esta cruz con la fuerza del Señor, no con la suya.
Hasta ahora ha habido algo así como un deleite en la cruz, pero ya no más. El alma que busca la verdad dejará que la cruz venga por una razón: porque le agrada a Dios. Como con todo lo demás, la cruz se vuelve un medio para encontrarse con el propio Señor.
La cruz se hará para ti una forma profunda de experimentar a tu Señor. Con el tiempo llegará el punto en el que la cruz no será siquiera vista como la “ cruz” . Sencillamente se transforma en otro medio de conocer a Cristo.
La naturaleza de Dios se hace más manifiesta en el creyente a través de la cruz, y el cristiano viene a tener un conocimiento más íntimo de Su Señor al toparse con esa cruz. Quizá en este punto seas capaz de mirar atrás y rememorar tu temprano caminar con el Señor. ¿Recuerdas? Al principio ser un cristiano era algo gozoso. Después aprendiste acerca de la cruz. Y entonces la cruz se hizo muy importante para ti.
La cruz obrará la obra de Dios en ti. Pero ahora la obra de Dios te traerá la cruz, y la cruz te traerá al Mismo Señor.
El creyente siempre ha de ser capaz de ver a Dios en todas sus circunstancias. Debe ver esto: que la cruz es algo que en realidad llega de la mano del Señor. Ni del hombre, ni de las circunstancias, sino de Él. Cada momento en la vida, no importa lo que conlleve ese momento, será un momento en el que más de tu Señor se te está otorgando.
Hay esos que hablan de visiones, éxtasis, embelesos y revelaciones. Hablan de que están sucediendo muchas cosas en su interior. Pero el creyente que ha conocido la cruz hasta el punto de que la cruz se ha vuelto el Mismo Cristo, no habla de visiones o éxtasis o revelaciones.
Caminan mediante una fe simple y pura. Contempla a Dios y sólo a Dios. Y cuando este viajero echa una mirada con sus propios ojos, ve cosas como si estuviese mirando a través de los ojos de Dios. Ve su propia vida, ve las circunstancias que le rodean, ve otros creyentes, ve amigos y enemigos, ve principados y potestades, ve todo el curso de la fastuosa historia a través de los ojos de Dios... y está contento.
Cuanto más haya obrado el Señor Su cruz en la vida de un creyente, por muy raro que llegue a ser, tanto más ordinario y normal parece que se vuelve. Las expresiones espirituales exteriores no son sus puntos fuertes. Es sólo cuando empiezas a conocerle mejor, o según Dios te vaya dando ojos para ver, que te das cuenta que esta persona es en verdad extraordinaria.
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Estos tratos de Dios en tu vida te guían a una verdadera libertad. Esta libertad, no obstante, no te guía a irresponsabilidad. Aún habrás de cumplir con tus obligaciones. Esta libertad te hará hacer cosas que Dios desea de ti. Después de todo, has descubierto que estás en Dios.
Aquel que ha sido levantado de los muertos es alguien cuyas acciones y energías dan vida. Si alguno ha sido resucitado pero sigue sin vida, entonces, ¿dónde está su resurrección? Un creyente que en verdad ha probado muerte y ha sido restaurado, debería tener, como uno de los elementos que forman parte de su nueva vida, la habilidad de hacer lo que era capaz de hacer antes de morir. Naturalmente, hay un elemento diferenciador. Ahora hará esas cosas en Dios y a través de Dios, no por medio de su propia fuerza. Esto no es algo que pueda explicarse; no es algo que un libro pueda explicar. Esto es algo que tiene que ser experimentado bajo el crisol de la cruz; es algo que sólo proviene de la experiencia de la muerte.
Lázaro regresó a su vida cotidiana después de haber sido levantado de entre los muertos. E incluso el Señor Jesucristo tras su resurrección se complació en comer, beber y hablar con los hombres. Si uno aún está atado y no puede orar, y si aún existen profundos temores, profundas luchas de culpabilidad, y tantas otras cosas que acompañan a nuestra naturaleza, entonces esa persona todavía no ha sido levantada de la muerte. Cuando eres restaurado, no sólo eres restaurado, sino que – espiritualmente hablando – eres restaurado al ciento por uno.
Un precioso ejemplo de esto se encuentra en el libro de Job. Job es un espejo de todo el viaje espiritual del creyente. Dios le despojó de todos sus bienes terrenales, y después Dios le despojó de sus hijos. Sus bienes terrenales representan los dones de Job; sus hijos representan las buenas obras de Job. Después Dios tomó la salud de Job, la cual es un símbolo de las virtudes externas de Job.
Job fue acusado de pecar. Fue acusado de no resignarse a la voluntad de Dios. Sus amigos le dijeron que estaba siendo castigado justamente. Ante sus ojos era obvio que seguramente había algo terrible
que Job había hecho, algún pecado que causó toda esta desgracia. Pero después de que Job había sufrido casi hasta la muerte, Dios le restauró. No obstante, Job no era el mismo que antaño.
Así será también la resurrección del creyente. Todo le es en mayor o menor medida devuelto, y, sin embargo, hay muchas cosas que han cambiado. El creyente ya no está apegado a las cosas como antes lo estaba. No hace uso de las cosas como una vez lo hizo. Todo se hace en Dios. Las cosas se usan según se van necesitando. No las poseerá como antaño las poseyó, y ese es un gran lugar para vivir porque allí hay libertad.
“Porque así como hemos sido identificados con él en la semejanza de su muerte, también lo seremos en la semejanza de su resurrección.” (Romanos 6:5)
¿Te confinará y te pondrá bajo esclavitud tal libertad? Claro que no, pues “ si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres.” (Juan 8:36)
¿Y de dónde vino tal libertad? Esta maravillosa libertad, ¿cuál es su origen? ¡Eres libre porque tienes Su propia libertad!
Es en este punto que el verdadero vivir da comienzo. Nada de lo que Dios traiga al creyente en este punto le dañará gravemente. Lo que Él le pide al creyente será mucho más fácil de realizar que en épocas pasadas. Esto es, hay mucha menos lucha interior, o ninguna en absoluto.
Por ejemplo, en el pasado el creyente puede haber pasado largas horas preparándose para decir algo o para enseñar algo. Con el tiempo llegará al punto donde no habrá otra preparación que aquella que se hace ante el Señor. Su corazón y su espíritu estarán tan llenos que no es necesaria tanta preparación. Y la revelación es mucho mayor. El creyente habrá entrado en aquello que el Señor dijo a Sus discípulos: “ os será otorgada sabiduría en el momento que tengáis que hablar.”
Sólo puedes llegar a un lugar así tras soportar una gran carga de debilidad y experimentar una gran falta de habilidad. Cuanto mayor es la pérdida, mayor es la libertad.
Recuerda que un Hijo de Dios sencillamente no puede ponerse a sí mismo en este lugar por sus propios esfuerzos. Si Dios no prepara las circunstancias y le dota con riquezas de Su propia vida, el creyente de ninguna manera podría llevar a cabo estos propósitos. Si no fuera a través de Él, ¡ni siquiera los desearía!
A medida que vienes a vivir en esta experiencia de libertad y en esta muerte y resurrección, encontrarás muy difícil hacer muchas obras que antes hacías; y aquellas que haces tendrán que hacerse de una forma diferente. Esto no es algo que ha de intentar razonarse. Te basta con que sencillamente sepas que tu Señor ha comenzado a hacer su obra en ti. Su obra será la expresión natural de lo que sale de ti. No sólo será diferente el manantial, sino que también cambiará la visión de lo que es “la obra de Dios” . Lo que el hombre ve como la obra de Dios, a través de sus propios ojos, y lo que uno ve como la obra de Dios al mirar a través de los ojos de Dios, son cosas muy diferentes.
En cuanto a las buenas obras, estas se vuelven una especie de “ segunda naturaleza” – la naturaleza de Dios – en ti. Cuando oyes a alguien hablar muchas palabras de humildad, te das cuenta de que tú no eres humilde. Tú no puedes hacerte a ti mismo humilde. Si lo intentaras, en tus propias fuerzas, serías reprendido por tu falta de fe. Date cuenta de que estar muerto es un lugar más bajo que ser humilde. Con el fin de ser humilde, antes has tenido que ser algo. No hay nada más bajo que la muerte; lo que ya está muerto es nada, y no hay nada más bajo que la nada.
El peregrino que ha llegado a este lugar en su vida, por lo general, es alguien desconocido, pues muy pocos de ellos han obtenido notoriedad en su comunidad o en su nación o en el mundo. A esta persona le ayuda el permanecer en el anonimato pues esto le permite preservar su descanso en Cristo. Permanecer en el anonimato le ayuda a uno a vivir en paz. Esto no quiere decir que todos los que conocen al Señor de esta forma permanecen en el anonimato – no es así – pero la gran mayoría sí.
En esta vida hay un anonimato, y hay un gozo. El gozo está ahí casi de manera imperceptible. El gozo está ahí, sobre todo, porque no hay temor, los deseos que nos encaminan no están ahí, y el ansia por cosas hace tiempo que marchó.
El Señor ensanchará la capacidad espiritual de una persona así, más allá de cualquier límite impuesto.
A lo largo de tu vida, oirás o te encontrarás con personas que son estimadas por su estado espiritual a causa de grandes éxtasis, desvanecimientos, arrebatamientos, o a causa de sus poderes y sus dones.
Pero miremos a éste que desfallece porque está siendo espiritualmente invadido y abrumado. ¿Es eso fuerza, o debilidad? ¿Dios atrae a esa persona para que se pierda en Él, y, sin embargo, esa persona flaquea?* No es lo suficientemente fuerte para encarar y soportar este acercamiento a Dios.
Así que, cuando hablamos de gran gozo, hablamos de cosas que van más allá de arrebatamientos y visiones. Este es un gozo que es constante como un estado en vez de como una experiencia.
¡Qué glorioso fin!
¿Podría haberse dado cuenta el creyente alguna vez, cuando yacía en el polvo de la tierra y en los horrores de la experiencia de morir, que una vida así le esperaba allá afuera? Si, mientras estabas en el estado de morir o ser olvidado o aparentemente olvidado, alguien te hubiera dicho que un día tan glorioso llegaría, no hubieses creído sus palabras. Aprende pues esta lección: Es bueno confiar en Dios.
“Ciertamente ninguno de los que confían en ti será avergonzado.”
¿Ves, pequeñuelo, cuán importante es abandonarte a Dios? Piensa cuánto sufrimiento evitarías si sencillamente de continuo te rindieras a Él.
* Hay una llamada “ bendición de Toronto” de “ caerse” al suelo bajo una poderosa unción del Espíritu. Obviamente, todos estos cristianos deben ser muy debiluchos...
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La mayoría de las personas que conocen al Señor Jesucristo no pondrán sus vidas por completo en Sus manos y no confiarán sólo en Él. Y muchos de los que dicen que se están entregando, sólo se entregan de boca. Quizá la mayor parte de los creyentes en verdad desean ponerse en las manos de Dios, pero sólo en un área. Se reservan el derecho de tener otras áreas para ellos sólitos. Aún hay otros que quieren hacer un trato con Dios, marcar unos límites hasta donde se dejarán en Sus manos. Por último, están aquellos que están dispuestos a entregarse por completo a Dios... pero sólo bajo sus propias reglas.
Por tanto, debes formular esta pregunta: ¿es esto abandono? El verdadero abandono no retiene nada. Ni la vida, ni la muerte, ni la salvación, ni el cielo, ni el infierno. Nada. Después, lánzate a las manos de Dios. Sólo lo bueno puede venir de ellas. Camina confiado por este mar tormentoso con las palabras de Cristo para sostenerte. Tu Señor ha prometido cuidar de todos aquellos que se olvidan de sí mismos y se abandonan sólo a Él.
Y si por el camino te hundes, como Pedro se hundió, date cuenta de que es debido a tu poca fe. Zambúllete con coraje hacia adelante; enfrenta todos los peligros que se alzan ante ti, no por esfuerzo, sino por fe. ¿De qué tienes miedo, temeroso corazón? ¿Tienes miedo de perderte a ti mismo? Considera lo poco que eres en comparación con tu presente condición de desnudez (no hay mucha diferencia, ¿verdad?). Considera esto: la pérdida que sufres ¿es realmente tan grave? Te perderás a ti mismo; esto es, te perderás a ti mismo si eres lo suficientemente valiente para abandonarte a Dios. Pero recuerda que tu vida estará perdida en Él.
¡Qué maravillosa pérdida es esa!
¿Cómo es que no oímos que esto se predique? ¿Cómo es que se predica de cualquier otra cosa menos de esto? Muchos de los que se llaman a sí mismos cristianos consideran locura las cosas que aquí hemos discutido. O dirán que no está equilibrado. Para las grandes mentes de le fe cristiana, estos asuntos simplemente están a un nivel demasiado bajo. Personas así deben sentirse siempre estables; deben sentir que están en control y que son seres humanos muy equilibrados. Sí, hay algo extravagante en el abandono. Es algo que no experimentarán porque se ven a sí mismos demasiado sabios y maduros.
Cuando te sometes a ser aniquilado, al final una gran recompensa te será revelada; pero debes estar dispuesto a ser esparcido por tu Señor como hojas al viento. En momentos así no ofrezcas resistencia. No temas a lo que dice el mundo. Para entrar en este lugar, tienes que perder tu reputación de ser una persona que está en control y tu reputación de ser un individuo equilibrado. Estate dispuesto a que se mofen de ti. Estate dispuesto a ser rechazado por aquellos que establecen el patrón de lo que debería ser un miembro de iglesia y un cristiano.
Hay muchos que dicen que desean tener un buen testimonio a los ojos de los hombres de este mundo. Dicen, “ De esta forma Dios será glorificado.” Pero por lo general no es esto lo que quieren decir. Lo que están diciendo es que desean que la gloria venga a ellos.
Estar dispuesto de verdad a ser nada a los ojos de Dios (y también nada a los ojos de los hombres) y continuar teniendo ese deseo en ti cuando haces equilibrios al borde del abismo de la desesperación... esto es algo poco corriente.
¿Nos atrevemos a seguir más adelante? ¿Podemos hablar de alguien que haya madurado en su caminar de entrega a Dios? Será alguien a quien las pruebas no le conmuevan con facilidad. Habrá aquellos que le harán flaquear, aun aquellos a los que Dios Mismo escoge para ponerlos en su camino con el fin de zarandearle. Y cuando se ponga a pensar en aquellos tiempos en los que no se estaba rindiendo a su Dios, aquellos momentos le traerán remordimientos, y un sentir de un profundo dolor interior. Pero ahora, resistir al Señor será algo mucho más difícil. Y aunque resista al Señor, probablemente no será capaz de seguir así mucho tiempo. ¿Por qué? Porque hay una fuerza que obra en él. Lo que es esa fuerza, no puede decirlo ni entenderlo; sencillamente está ahí.
La naturaleza de los tratos de Dios con cualquier creyente no es algo que pueda entenderse fácilmente. Sus tratos son perfectos, y tu Señor no dejará una sola piedra sin volver cuando empieza a llevar a cabo Su propósito en tu vida. Prepara y utiliza cada situación que llega a tu vida de manera que seas Suyo y de manera que, con el tiempo, Su obra en ti será completada.
Su meta final en el proceso de madurez de un creyente es llevarle al punto donde lo ha perdido todo – hasta que no haya nada ni en los cielos ni en la tierra (excepto Dios solamente) que pueda destruirle. No existe algo así como una cadena para retener a ese creyente; está perdido en Dios.
Todavía ve su desnudez espiritual, y no obstante está vestido de pureza. Cuando un creyente ha saboreado una muerte tan profunda, ya no tiene el deseo de ir por su cuenta. La muerte que ha experimentado era de cierto la muerte.
Cuando uno está muerto, ya no se pertenece a sí mismo. Pero ten esto claro: un creyente que es maduro en la experiencia del abandono no está más allá de su capacidad de poder hacer lo que es incorrecto. Está más al tanto que otros en cuanto a las debilidades exteriores. No obstante, tiene un conocimiento de la fuerza de Dios dentro de él aún mayor del conocimiento que tiene de sus debilidades. Y este profundo entendimiento pone ante él una firmeza inquebrantable. Esa firmeza no puede ser zarandeada por el mundo o el infierno o cualquier otra cosa.
Imagina que dos personas están viviendo bajo el mismo techo y, sin embargo, son extraños entre sí. Están cerca uno del otro, pero no se conocen. Hay algo de esta verdad en la vida de aquel que ha madurado a lo largo de un considerable periodo de tiempo. Está en el mundo, pero para éste es un extraño. Es como si viviera en algún otro lugar.
No obstante, no pienses que está más allá del sufrimiento. Para nada. Probablemente experimentará un mayor sufrimiento que otros. Su relación con ese sufrimiento será bastante diferente. Habrá dolor, habrá sufrimiento en la carne, y la cruz aún estará ahí. Empero, habrá gran gozo en el espíritu. Ese gozo no evitará el sufrimiento. Sencillamente allí hay un gozo sereno en medio del sufrimiento.
La pregunta ya no es, “ ¿Proviene esto de Dios?” Para tal alma todas las cosas (excepto el pecado) son de Dios.
Los elementos de la habitación no son nada por sí mismos. Pero si se saca todo el mobiliario de la habitación, lo que entonces vería el observador no sería más que la propia habitación. Ahora mira a tu Dios de igual manera. Todas las criaturas en el cielo y en la tierra parecen desaparecer y esfumarse. Sí, ahí están, es verdad. Pero están separadas del creyente. Y no son Dios. Ni tampoco son parte alguna de Dios Mismo. Pero cuando el creyente le busca, aunque las personas están presentes y las circunstancias están presentes, no ve el mobiliario, sino la habitación. A todo lugar al que mire el creyente sencillamente ve a su Señor. Su mano y las circunstancias que vienen de Su mano parecen fundirse en uno. Él ha quitado el mobiliario de la vida de éste, o al menos ha hecho que deje de tener importancia para él.
Según va andando este creyente en un continuo estado de vaciarse a sí mismo, entonces su propia experiencia se vuelve la experiencia de su Señor. Los problemas, las pruebas, la conciencia de su propia identidad y el sufrimiento parecen desaparecer en Dios. Separar las cosas buenas de las cosas malas que le están ocurriendo es sencillamente irrelevante. Esto es algo que no hará. Ha llegado al punto de descansar en las circunstancias de la vida porque ha visto a Dios en todas esas circunstancias.
Si todo el mundo se levanta contra tal y le dice que está equivocado, habrá una paz serena dentro de él que testifica lo contrario. Ahora eso podría ocasionar que otros le vieran como alguien cabezota y obstinado, pero no está siendo obstinado. La verdad radica aquí: ya no se preocupa más de sí mismo y de su reputación.
Pero, ¿qué es exactamente este estado de abandono? Un lugar donde uno solamente ve a Dios. Está perdido en Dios junto a Jesucristo. Así es como lo expresó Pablo. Se había hecho uno con el Señor, al igual que el río se ha hecho uno con el mar. El río fluye y refluye con el mar, pues el río ya no puede escoger. El río no tiene fuerza para luchar contra el mar. Su voluntad y la voluntad del mar se han unido.
El inabarcable mar ha absorbido al río y a sus abarcables aguas. Ahora el río comparte de todo lo que tiene el mar. El mar desplaza al río; el río no puede desplazarse a sí mismo. El río se ha hecho uno con el mar. No, el río no tiene todas las cualidades del mar, pero está en el mar.
Esto no quiere decir que este creyente ha perdido su personalidad individual. No, ¡nunca! Simplemente quiere decir que está unido con su Señor. Sí, aún puede estar separado de su Señor, pero eso sería algo difícil de hacer a menos que fuera Dios quien así lo escogiera.
Antes hablamos de libertad. La libertad hecha por el hombre se marcha, pero la libertad hallada en Dios solamente persevera. Dios es libre. Su libertad no está limitada, ni está confinada en modo alguno. Este creyente se ha vuelto tan libre que apenas está atado a esta tierra. ¡Es libre aun de no hacer nada! Y prácticamente no hay condición a la que este creyente no se pueda adaptar.
¡Qué puede uno tener cuando se encuentra aquí! Ya ha experimentado la pérdida de todo y ya ha experimentado la muerte. Pablo lo resumió:
“¿Quién nos separará del amor de Cristo? Estamos confiados en que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades nos podrán separar del Amor de Dios.” (Romanos 35:39; versión que Guyón usaba)
¿Has experimentado alguna vez un sentir de confianza hacia algo? Podrás hacer memoria de que toda duda estaba excluida. Entonces, pequeñuelo, ¿dónde está ahora tu confianza? ¿No puedes plantar tu confianza en la infalibilidad de Dios Mismo?
Las cartas de Pablo describían todo el proceso del viaje espiritual interno de uno mismo. El comienzo del viaje, el progreso del viaje, y el fin del viaje. El mundo no entiende estas cosas. Pero el creyente, aquel que
ha empezado ha experimentar estas cosas, empieza a entenderlas. Si eres alguien a quien le cuesta mucho entregarlo todo a Dios... ¡ojalá experimentases un instante de esta profunda vida interior en Dios! Descubrirás que la senda que conduce allí es en extremo difícil. Pero un día en este lugar de descanso vale por años de sufrimientos.
¿Y cómo puede guiarte tu Dios a este lugar? Cualesquiera que sean Sus caminos, serán casi todo lo contrario a lo que te imaginabas. Como ves, tu Señor edifica echando abajo, y da vida llevándosela*.
Ni el espacio ni el tiempo importa cuando vislumbras la esfera eterna. Todo lo que te rodea es como debería ser; todos los lugares son buenos. Si Dios hubiese de guiar a éste a las más remotas partes de la tierra, sería como si estuviese en el patio de su propia casa. Cuando el creyente ha experimentado la plenitud para la cual fue creado, en realidad ya no hay nada más que buscar. Todo es Dios y todo lo demás es echado a un lado.
Tu vida de oración es Dios Mismo. Él es esta “ oración” dentro de ti, incesante e ininterrumpida. Y en cuanto a sentir la presencia de Dios, es un sentir tan profundo que es como si no hubiera ningún sentir en absoluto. En lo profundo de ti, no obstante, habrá una constancia de espíritu. El sentir de Su presencia o la falta del sentir de Su presencia ahora es irrelevante para tu vida.
Sea que vivas o que mueras, para el Señor es. Nunca estés preocupado de si vives en la tierra o te vas a estar con tu Señor. Déjate a ti mismo ser transformado en la imagen de Aquel que tú más amas.
* “ Él destruye para poder edificar; pues cuando está a punto de poner los cimientos de Su sagrado templo en nosotros, primero arrasa por completo ese vano y pomposo edificio que las artes y esfuerzos humanos han erigido, y de sus horribles ruinas una nueva estructura es formada, sólo por su poder.” (Biografía de Madame Guyón, Editorial Círculo Santo).
17
No hagas nada. Quédate en calma. Sigue, sin resistencia, la señal que Dios imprime sobre ti. Procura acordarte de que, como no eres perfecto, seguro que cometerás errores. Incluso cuando comienzas a regresar de nuevo a tu espíritu, y allí aprendes a ser guiado por Dios, no eres infalible. Así que ten cuidado (y humíllate ante Dios) para que no hayas de desviarte.
Aparta de ti toda reflexión, pues verás que te resulta difícil razonar cómo Dios te guía. Si te has empeñado en perseguir a la razón, puedes llegar a ser todo un experto en ello, y puedes llegar a convencerte a ti mismo de seguir tu propio camino. O peor, razonarás que estás siguiendo a Dios.
Si te vuelves hacia ti mismo y pones toda tu confianza en ti mismo, experimentarás el infierno que le acaeció a Lucifer. Se amó a sí mismo y se convirtió en un demonio. Si una vez viste la gloria de Dios, entonces apartarse de Él es algo tanto más terrible. No te enamores de ti mismo, sino ama a Dios.
Dios te transforma un poco cada vez. Hace que tu espíritu se ensanche de continuo. No es de extrañar que David dijera:
“ ¡Dios, cuán grande es tu bondad, que tú has guardado para los que te temen y te aman!” (Salmos 31:19)
Aunque David había llegado a conocer su propia pecaminosidad, había llegado también a conocer aún más la increíble gracia de Dios. Vosotros, los que llegáis a un lugar así, también sois aquellos que con sumo gozo dan sus vidas para glorificar a Dios. Nuestro único deseo es ver a Dios glorificado. Esto es porque Dios ha transformado vuestra naturaleza, y habéis llegado a compartir Sus inquietudes.