El asunto del perdón quedó liquidado en la cruz hace dos mil años. No hay necesidad de implorar o suplicar el perdón de Dios. En el momento en que confesamos nuestros pecados, Dios es fiel para perdonarlos. Sin embargo, muchos consideran que esto es difícil de aceptar, sosteniendo que es demasiado sencillo o que el pecado debe ser pagado con recursos humanos. El Señor Jesús pagó en el Calvario el precio expiatorio por nuestros pecados. Si nuestra iniciativa pudiera quitar el pecado, no necesitaríamos un Salvador. Por esto es que Dios nos manda venir a Él por medio de su Hijo para recibir la limpieza necesaria de nuestros pecados.
En el libro “La sensación de ser alguien”, Mauricio Wagner escribe: “Dios es soberano en su autoridad sobre todos los demás. Él es Dios, también es honesto y no esconde de nosotros la verdad acerca de nosotros mismos. Él comienza con el hecho de que somos pecadores. ¡Tenemos razón de sentir que no somos nadie! Somos culpables delante de Él, pero Él no se detiene allí. Él ha establecido un medio de perdón y restauración. Nosotros no podemos hacernos aceptables; debemos aceptar su gracia para sentirnos que verdaderamente somos alguien, que valemos la pena. Al hacerlo, descubrimos que para Dios siempre hemos sido alguien que valga la pena y su gracia pone al descubierto toda una nueva premisa para tener un auto-concepto adecuado”.
Un paso importante hacia la verdadera libertad se logra en el momento en que aprendemos a perdonarnos a nosotros mismos. Hay personas que pasan años tratando de sepultar y cubrir las heridas emocionales del pasado. Quizá obtengan alguna satisfacción al perdonar a otros, pero cuando se trata de perdonarse a sí mismos, el proceso se torna en algo fatal y tenebroso. El perdón es la base de la vida cristiana. Si hemos de perdonar a otros y seguir adelante en la vida, debemos considerarnos perdonados y amados incondicionalmente por Dios.
Si usted se siente obsesionado por pecados pasados sabrá lo difícil que es gozar de la vida al máximo. Mucha de la depresión que asedia a nuestra sociedad proviene de estar afanándose bajo la enorme carga de la culpa. Una vez que confesamos nuestro pecado a Dios Él nos perdona y restablece nuestra comunión con Él. Persistir en una actitud que se niega a perdonar es contraproducente. Dios ha borrado el pecado; ya no lo recuerda más (Jeremías 31:34). Nosotros somos los que resucitamos la memoria del pecado perdonado; por consiguiente, nosotros somos los que sufrimos.
Una de las mejores formas que he descubierto para poner fin a pensamientos del pasado es la de escribir una confesión a Dios, firmarla y ponerle fecha. Luego repaso las Escrituras en relación con el perdón de Dios y junto a mi confesión escribo cada versículo en su totalidad. Al terminar el proyecto leo lo que he escrito y lo que Dios tiene que decir acerca de mí y de cualquier pecado. Luego escribo en toda la página, con letras GRANDES Y CLARAS: “perdonado por Dios”, gracias al amor y a la muerte de su Hijo en el Calvario.
Cada ocasión que el enemigo intente sacar a la luz cosas ya viejas, tome una hoja de papel y dígale: “Satanás, me niego a aceptar tus mentiras. El Señor Jesús dijo que tú eras mentiroso y padre de mentira. Basándome en su muerte por mis pecados, afirmo que estoy perdonado por toda la eternidad delante de Dios. Rehúso y rechazo cualquier intento que pongas en mi camino para lograr que yo dude de lo que Cristo ha hecho por mí. Su muerte es suficiente para pagar por mi trasgresión y ahora sé que soy aceptado y amado por Dios”.
Declaraciones como ésta afirman nuestra fe en Dios ya que cuando Él ve nuestro deseo de confiar en Él, se apresura a auxiliarnos con ánimo y protección. El consejero cristiano y autor David Seamands escribe lo siguiente en su libro “La sanidad de los recuerdos”: “Este es otro lugar más en el cual, parados bajo la cruz de Cristo, necesitamos tomar una decisión definitiva de perdonarnos a nosotros mismos y pedirle a Dios que cambie nuestros sentimientos para con nosotros mismos. Tal y como (en Génesis) José lloró porque sus hermanos continuaban auto-flagelándose, Dios está triste porque nosotros no podemos perdonarnos a nosotros mismos”.
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