La siguiente declaración afirma nuevamente esta inerrabilidad de las Sagradas Escrituras, dejando en claro su comprensión y advirtiendo que se evite el caer en su negación. Estamos convencidos de que negarlas es echar a un lado el testimonio de Jesucristo y del Espíritu Santo y rechazar esa sumisión a las demandas de la Palabra misma de Dios que es la marca de la fe cristiana verdadera. Creemos que es misión nuestra en estos tiempos hacer esta afirmación, ante los embates contra la verdad de la inerrabilidad que tienen lugar entre nuestros hermanos cristianos, y la incomprensión de esta doctrina por el mundo.
Esta declaración consta de tres partes: una Declaración Sumaria, unos Artículos de Afirmación y Negación, y una Exposición Complementaria.
SUMARIO
A.- Dios, que es la Verdad y habla sólo verdad, ha inspirado las Sagradas Escrituras con el fin de revelarse a la humanidad perdida,a través de Jesucristo como Creador y Señor, Redentor y Juez. Las Sagradas Escrituras es el testimonio de Dios de sí mismo.
B.- Las Sagradas Escrituras, por ser la Palabra misma de Dios, escrita por los hombres preparados y guiados por su Espíritu, son de infalible autoridad divina en todo aquello a que se refiera; han de ser creídas, como instrucción de Dios, en todo lo que requiere; recibidas, como garantía de Dios, en todo lo que promete.
C.- El Espíritu Santo, divino Autor de las Sagradas Escrituras, las convalida para nosotros por su testimonio interior, a la vez que abre nuestras mentes a la comprensión de su significado.
D.- Como ha sido dada por Dios verbalmente y en su totalidad, las Sagradas Escrituras están exentas de error o falta en todo cuanto enseña, tanto en lo que declaran con respecto a la creación de Dios, a los acontecimientos de la historia, y a su propio origen literario bajo la inspiración de Dios, como en su testimonio de la gracia salvadora de Dios en cada vida individualmente.
E.- La autoridad de las Sagradas Escrituras sufre inevitablemente daño si esta divina y total infalibilidad se limita o descarta en cualquier sentido, o se hace depender de algún concepto de la verdad contrario al propio de la Biblia. Tales desvíos acarrean pérdidas muy serias tanto para el individuo como para la Iglesia.
ARTICULOS DE AFIRMACION Y NEGACION
Artículo I
Afirmamos que las Sagradas Escrituras han de ser recibidas como la Palabra autorizada de Dios.
Negamos que las Sagradas Escrituras reciban su autoridad de la Iglesia, la tradición, o cualquier otra fuente humana.
Artículo II
Afirmamos que las Sagradas Escrituras son la suprema norma escrita por medio de la cual Dios ata a la conciencia, y que la autoridad de la Iglesia se halla subordinada a la de las Sagradas Escrituras.
Negamos que los credos de la Iglesia, los concilios, o las declaraciones tengan una autoridad superior a la de la Biblia.
Artículo III
Afirmamos que la Palabra escrita es en su totalidad revelación dada por Dios.
Negamos que la Biblia sea solamente un testigo de la revelación, o sólo se convierta en revelación en el encuentro, o dependa de las respuestas de los hombres para ser válida.
Artículo IV
Afirmamos que Dios, quien hizo al hombre a su imagen, ha usado el lenguaje como medio de revelación.
Negamos que el lenguaje humano sea tan limitado por nuestra condición de criaturas que resulte inadecuado como vehículo para la revelación divina. Negamos, además, que la corrupción de la cultura y el lenguaje humano por medio del pecado haya frustrado la obra divina de inspiración.
Artículo V
Afirmamos que la revelación de Dios dentro de las Sagradas Escrituras fue progresiva.
Negamos que una revelación posterior, que pudiera cumplir otra anterior, la pueda corregir o contradecir. Negamos también que se haya dado alguna revelación normativa desde que los escritos del Nuevo Testamento fueron completados.
Artículo VI
Afirmamos que todas las Sagradas Escrituras, y todas sus partes, incluso las mismas palabras del original, fueron dadas por su inspiración divina.
Negamos que la inspiración de las Sagradas Escrituras pueda ser afirmada rectamente del todo sin las partes, o de algunas partes, pero no del todo.
Artículo VII
Afirmamos que la inspiración fue la obra en la cual Dios, por su Espíritu, a través de escritores humanos, nos dió su Palabra. El origen de las Sagradas Escrituras es divino. El modo de la inspiración divina permanece en gran parte en el misterio para nosotros.
Negamos que la inspiración pueda ser reducida a profundidad humana, o a estados elevados de conciencia de cualquier clase que sean.
Artículo VIII
Afirmamos que Dios, en su obra de inspiración, utilizó las personalidades distintivas y los estilos literarios de los escritores que El había escogido y preparado.
Negamos que Dios, al hacer que estos escritores usaran las mismas palabras que El había escogido, anulara sus personalidades.
Artículo IX
Afirmamos que la inspiración, aunque no confiriera omnisciencia, garantizaba una expresión verdadera y fidedigna en todos los asuntos sobre los que los autores bíblicos fueron impulsados a hablar y escribir.
Negamos que la condición finita o caída de estos escritores, por necesidad o en otras formas, introdujera distorsiones o falsedades dentro de la Palabra de Dios.
Artículo X
Afirmamos que la inspiración, hablando estrictamente, se aplica sólo al texto autográfico de las Sagradas Escrituras, el cual, por providencia de Dios, puede ser afirmado con gran exactitud partiendo de los manuscritos disponibles. Además afirmamos que las copias y las traducciones de las Sagradas Escrituras son la Palabra de Dios en tanto en cuanto representen fielmente el original.
Negamos que ningún elemento esencial de la fe cristiana sea afectado por la ausencia de los autógrafos. Negamos, además, que esta ausencia invalide o haga ociosa la afirmación de la inerrabilidad bíblica.
Artículo XI
Afirmamos que las Sagradas Escrituras, por haber sido dadas por inspiración divina, son infalibles, de forma que, lejos de desorientarnos, son veraces y de confiar en todos los asuntos a que hacen referencia.
Negamos que sea posible que la Biblia sea al mismo tiempo infalible y errada en sus afirmaciones. Se pueden distinguir la infabilidad y la inerrabilidad, pero no separarlas.
Artículo XII
Afirmamos que las Sagradas Escrituras en su totalidad son inerrantes, estando libres de toda falsedad, fraude, o engaño.
Negamos que la infalibilidad y la inerrabilidad bíblicas estén limitadas a los temas espirituales, religiosos, o relativos a la redención, excluyendo las afirmaciones en los campos de la historia y de la ciencia. Negamos también que las hipótesis científicas sobre la historia de la tierra puedan ser usadas correctamente para trastornar las enseñanzas de las Sagradas Escrituras sobre la creación y el diluvio.
Artículo XIII
Afirmamos que es correcto usar el término inerrabilidad como término teológico con referencia a la veracidad completa de las Sagradas Escrituras.
Negamos que sea correcto evaluar las Sagradas Escrituras según patrones de verdad y error ajenos a su uso o sus intenciones. Negamos también que la inerrabilidad sea negada por la presencia de fenómenos bíblicos tales como la falta de la precisión técnica moderna, irregularidades de gramática u ortografía, observaciones descriptivas de la naturaleza, denuncia de falsedades, uso de la hipérbole y de números redondos, ordenamiento tópico de los materiales, selecciones variadas del material en narraciones paralelas, o el uso de citas en forma libre.
Artículo XIV
Afirmamos la unidad y consistencia interna de las Sagradas Escrituras.
Negamos que los pretendidos errores o discrepancias que aún no han sido resueltos vicien las reclamaciones de veracidad de la Biblia.
Artículo XV
Afirmamos que la doctrina de la inerrabilidad se basa en la enseñanza de la Biblia sobre la inspiración.
Negamos que la enseñanza de Jesús sobre las Sagradas Escrituras pueda ser desechada a base de apelar a la acomodación, o a alguna limitación natural de su humanidad.
Artículo XVI
Afirmamos que la doctrina de la inerrabilidad ha sido parte integral de la fe de la Iglesia a través de toda su historia.
Negamos que la inerrabilidad sea una doctrina inventada por los doctores del protestantismo, o una posición reaccionaria postulada ante la negatividad de la alta crítica.
Artículo XVII
Afirmamos que el Espíritu Santo da testimonio de las Sagradas Escrituras, asegurándoles a los creyentes la veracidad de la Palabra escrita de Dios.
Negamos que este testimonio del Espíritu Santo opere aislado de las Sagradas Escrituras o en contra de ellas.
Artículo XVIII
Afirmamos que el texto de las Sagradas Escrituras ha de ser interpretado por la exégesis gramatical e histórica, teniendo en cuenta sus formas y recursos literarios, y que las Sagradas Escrituras han de ser interpretadas por las mismas Sagradas Escrituras.
Negamos la legitimidad de cualquier tratamiento del texto, o búsqueda de sus fuentes, que conduzca a hacer relativa o desechar su enseñanza, quitarle valor histórico, o rechazar sus exigencias con respecto a sus autores.
Artículo XIX
Afirmamos que es vital para una comprensión sólida de la totalidad de la fe cristiana la confesión de la autoridad total, la infabilidad, y la inerrabilidad de las Sagradas Escrituras. Afirmamos, además, que una confesión así deberá llevar a una creciente conformación a la imagen de Cristo.
No decimos que dicha confesión sea necesaria para la salvación. Sin embargo, negamos que la inerrabilidad pueda ser rechazada sin graves consecuencias, tanto para la persona como para la Iglesia.
EXPOSICION
Nuestra comprensión de la doctrina de la inerrabilidad debe situarse en el contexto de las enseñanzas más amplias de las Sagradas Escrituras con respecto a sí mismas. Esta exposición hace un recuento de las líneas generales de doctrina de las que se han extraído nuestra Declaración Sumaria y nuestros Artículos.
A.- CREACION, REVELACION E INSPIRACION
El Dios Trino y Uno, que formó todas las cosas con sus declaraciones creadoras y gobierna todas las cosas por medio de su Palabra de mandato, hizo a la humanidad a su propia imagen, para una vida de comunión con El mismo, siguiendo el modelo de la convivencia eterna de comunicación amorosa dentro de la Divinidad. Como portador de la imagen de Dios, el hombre deberá oír la Palabra de Dios dirigida a él y responder en el gozo de la obediencia adoradora. Por encima de la revelación de sí mismo hecha por Dios en el orden creado y la secuencia de los sucesos dentro del mismo, los seres humanos, desde Adán en adelante, han recibido mensajes verbales procedentes de Dios, ya sea directamente, como se establece en las Sagradas Escrituras, o indirectamente, en la forma de parte de las Sagradas Escrituras, o su totalidad.
Cuando Adán cayó, el Creador no abandonó a la humanidad a un juicio final, sino que prometió la salvación y comenzó a revelarse a sí mismo como Redentor en una secuencia de sucesos históricos alrededor de la familia de Abraham que culminaron en la vida, muerte, resurrección, ministerio celestial presente, y retorno prometido de Jesucristo. Dentro de este marco, Dios, de tiempo en tiempo, ha hablado palabras específicas de juicio y de misericordia, de promesa y de mandato a los seres humanos pecadores, llevándolos así a una relación pactada de compromiso mutuo entre El y ellos, en la cual El los bendice con los dones de su gracia y ellos lo bendicen con una adoración de respuesta. Moisés, a quien Dios usó como mediador para llevarle sus Palabras a su pueblo en la época del Exodo, está a la cabeza de una larga secuencia de profetas en cuyas bocas y escritos Dios puso sus Palabras para liberar a Israel. El propósito de Dios en esta sucesión de mensajes fue mantener su pacto haciendo que su pueblo conociera su Nombre -esto es, su Naturaleza- y su voluntad, tanto en los preceptos y propósitos para el presente, como para el futuro. Esta línea de voceros proféticos de Dios tuvo su plenitud en Jesucristo. Palabra encarnada de Dios, El también fue un profeta -más que un profeta-, y en los apóstoles y profetas de la primera generación cristiana. Cuando el mensaje final y climático de Dios, su Palabra al mundo con respecto a Jesucristo, hubo sido hablada y aclarada por los que pertenecían al círculo apostólico, la secuencia de los mensajes revelados cesó. Desde entonces, la Iglesia habría de vivir y conocer a Dios por lo que El ya había dicho, que fue para todas las épocas.
En el Sinaí Dios escribió los términos de su pacto en tablas de piedra, como su testimonio perdurable, y para que fueran accesibles y duraderos a través de todo el período de la revelación profética y apostólica, urgió a los hombres a escribir los mensajes que les daba para ellos y para los demás, junto con narraciones conmemorativas de sus relaciones con su pueblo, además de las reflexiones morales sobre la vida en el pacto y las formas de alabanza y de oración implorando misericordia del pacto. La realidad teológica de la inspiración al ser producidos los documentos bíblicos corresponde a la de las profecías habladas: aunque las personalidades de los escritores humanos fueran expresadas en lo que escribieron, las palabras fueron constituidas en forma divina. Así, los que dicen las Sagradas Escrituras, es lo que dice Dios; su autoridad es la autoridad de Dios, porque El es su Autor primario, que las dió a través de la mente y las palabras de hombres escogidos y preparados, los cuales "hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo" (II Pedro 1:21) con libertad y fidelidad. Las Sagradas Escrituras deben ser reconocidas como la Palabra de Dios en virtud de su origen divino.
B.- AUTORIDAD: CRISTO Y LA BIBLIA
Jesucristo, el Hijo de Dios que es la Palabra hecha carne, nuestro Profeta, Sacerdote, y Rey, es el Mediador definitivo de la comunicación de Dios con el hombre, ya que El es el mayor de los dones de la gracia de Dios. La revelación que El trajo fue más que verbal: reveló al Padre por medio de su presencia y también de sus obras. Sin embargo, sus palabras tienen una importancia crucial, porque El era Dios, hablaba en nombre del Padre, y sus palabras juzgarán a todos los hombres en el día postrero.
Como Mesías profetizado, Jesucristo es el tema central de las Sagradas Escrituras. El Antiguo Testamento esperaba su llegada; el Nuevo Testamento contempla su primera venida y espera la segunda. Las Sagradas Escrituras Canónicas son el testimonio de Cristo inspirado, y por lo tanto, normativo. Ninguna hermenéutica, por lo tanto, en la que el Cristo histórico no sea el punto focal es aceptable. Las Sagradas Escrituras deben ser tratadas como son en esencia: el testimonio del Padre con respecto al Hijo encarnado.
Sucede que el canon del Antiguo Testamento fue fijado en la época de Jesús. De la misma manera, el canon del Nuevo Testamento está cerrado ya, puesto que no puede ser dado ningún nuevo testimonio apostólico sobre el Cristo histórico. No nos será dada ninguna revelación nueva (distinta de una comprensión dada por el Espíritu sobre la revelación ya existente) hasta que Cristo venga de nuevo. El canon fue creado en principio por inspiración divina. A la Iglesia le tocaba discernir el canon que Dios había creado; no diseñar uno propio.
La palabra canon, que significa regla o patrón, es un índice de autoridad que conlleva el derecho a gobernar y controlar. En el cristianismo, la autoridad pertenece a Dios en su revelación, lo que significa que hablamos, por una parte, de Jesucristo, la Palabra viviente, y por otra, de las Sagradas Escrituras, la Palabra escrita. Pero la autoridad de Cristo y la de las Sagradas Escrituras es una sola. Como nuestro Profeta, Cristo testificó que las Sagradas Escrituras no pueden ser quebrantadas. Como nuestro Sacerdote y Rey, dedicó su vida terrenal al cumplimiento de la ley y los profetas, hasta morir en obediencia a las palabras de la profecía mesiánica. Así, mientras veía que las Sagradas Escrituras daban testimonio de El y de su autoridad, también por su propia sumisión a las Sagradas Escrituras, El daba testimonio de la autoridad de éstas. Así como se plegó a las instrucciones de su Padre dadas en la Biblia (nuestro Antiguo Testamento), de la misma manera les exige a sus discípulos que los hagan; sin embargo, no han de hacerlo aisladamente sino en conjunción con el testimonio apostólico de Sí mismo, que El se ocupó de inspirar por medio de su don del Espíritu Santo. De manera que los cristianos se presentan como fieles servidores de su Señor al plegarse a las instrucciones divinas dadas en los escritos proféticos y apostólicos que forman nuestra Biblia.
Al autenticarse mutuamente su autoridad, Cristo y las Sagradas Escrituras se unen formando una sola fuente de autoridad. Desde esta posición, el Cristo bíblicamente interpretado y la Biblia centrada en Cristo y que proclama a Cristo son una misma cosa. Así como de la realidad de la inspiración inferimos que lo que dicen las Sagradas Escrituras, Dios lo dice, también de la relación revelada entre Jesucristo y las Sagradas Escrituras podemos declarar igualmente que lo que las Sagradas Escrituras dicen, Cristo lo dice.
C.- INFALIBILIDAD, INERRABILIDAD, INTERPRETACION
Las Sagradas Escrituras, como Palabra inspirada de Dios que da testimonio autorizado de Jesucristo pueden ser llamadas adecuadamente infalibles e inerrantes. Estos términos negativos tienen un valor especial, puesto que salvaguardan en forma explícita cruciales verdades positivas.
Infalible significa la cualidad de no engañar ni ser engañado, y de esa manera, salvaguarda en términos categóricos la verdad de que las Sagradas Escrituras son una regla y una guía segura, cierta, y digna de confianza en todos los temas.
En forma similar, inerrante significa la cualidad de estar libre de toda falsedad o error, y de esta forma salvaguarda la verdad de que las Sagradas Escrituras son totalmente veraces y dignas de confianza en todas sus afirmaciones.
Podemos afirmar que las Sagradas Escrituras canónicas deberían ser interpretadas siempre teniendo en cuenta que son infalibles e inerrantes. Sin embargo, al tratar de determinar lo que el escritor, enseñado por Dios, está afirmando en cada pasaje, debemos prestar la más cuidadosa atención a sus pretensiones y a su carácter como producción humana. En la inspiración, Dios utilizó la cultura y las convenciones del medio de su escritor, un medio que Dios controla en su providencia soberana; imaginarlo de otra forma sería una mala interpretación.
De manera que la historia ha de ser tratada como historia, la poesía como poesía, la hipérbole y la metáfora como hipérbole y metáfora, la generalización y la aproximación como lo que son, y así sucesivamente. Las diferencias entre las formas literarias de los tiempos de la Biblia y los nuestros han de ser observadas también: por ejemplo, ya que la narración no cronológica y las citas imprecisas eran convencionales y aceptables, y no violaban las expectaciones de aquellos días, no debemos mirar estas cosas como faltas cuando las encontramos en los escritores de la Biblia. Cuando una precisión total de un tipo especial no era esperada ni pretendida, no hay error en no haberla alcanzado. Las Sagradas Escrituras son inerrantes, no en el sentido de que sean absolutamente precisas de acuerdo con los patrones modernos, sino en el de hacer buenas intenciones y de que alcanzan la medida de verdad pretendida, a la que querían llegar sus autores.
La veracidad de las Sagradas Escrituras no es negada por la aparición en ella de irregularidades de gramática o de ortografía, por las descripciones fenomenales de la naturaleza, o porque haga recuento de afirmaciones falsas (por ejemplo, las mentiras de Satanás), o por aparentes discrepancias entre un pasaje y otro. No es correcto poner los llamados "fenómenos" de las Sagradas Escrituras en contra de la enseñanza de las Sagradas Escrituras con respecto a sí mismas. Las inconsistencias aparentes no deberán ser ignoradas. El llegar a solucionarlas, donde esto pueda ser alcanzado en forma convincente, alentará nuestra fe, y donde por el momento no haya una solución satisfactoria a mano, deberemos honrar significativamente a Dios confiando en su afirmación de que su Palabra es verdadera, a pesar de estas apariencias, y manteniéndonos confiados en que un día se verá que sólo eran ilusorias.
Puesto que todas las Sagradas Escrituras son el producto de una sola mente divina, la interpretación debe permanecer dentro de los límites de la analogía de las Sagradas Escrituras y rehuir las hipótesis que quisieran corregir un pasaje bíblico a base de otro, ya sea en nombre de la revelación progresiva, o de la iluminación imperfecta de la mente inspirada del escritor.
Aunque las Sagradas Escrituras no están atadas a ninguna cultura en ningún lugar, en el sentido de que su enseñanza carezca de validez universal, a veces están culturalmente condicionadas por las costumbres y puntos de vista convencionales de un período particular, de tal forma que la aplicación de sus principios hoy exige una forma de acción diferente.
D.- ESCEPTICISMO Y CRITICISMO
Desde el Renacimiento, y más especialmente desde la Ilustración, se han desarrollado visiones del mundo que llevan en sí escepticismo con respecto a los principios cristianos. Tales son el agnosticismo, que niega que Dios sea cognoscible, el racionalismo, que niega que sea incomprensible, el idealismo, que niega que sea trascendente, y el existencialismo, que niega que exista racionalidad en su relación con nosotros. Cuando estos principios abíblicos y antibíblicos penetran la teología de los hombres a un nivel de suposiciones, como lo hacen con frecuencia hoy en día, se hace imposible interpretar fielmente las Sagradas Escrituras.
E.- TRANSMISION Y TRADUCCION
Como quiera que Dios no ha prometido en ninguna parte una transmisión inerrante de las Sagradas Escrituras, hay que afirmar que sólo el texto autógrafo de los documentos originales fue inspirado, y hay que mantener la necesidad de crítica textual como un medio de descubrir cualquier error que se haya deslizado en el texto durante el proceso de transmisión. Esta ciencia ha llegado a la conclusión, sin embargo, de que los textos hebreo y griego se han preservado de manera sorprendente, tanto que ello nos justifica para afirmar, junto con la Confesión de Westminster, que en esto ha habido una singular providencia de Dios, y para declarar que la autoridad de las Sagradas Escrituras no resulta en manera alguna menoscabada por el hecho de que las copias que hoy poseemos no estén del todo libres de errores.
De la misma manera, ninguna traducción es ni puede ser perfecta, y todas constituyen un paso más que se aleja del original autógrafo. Sin embargo, el veredicto de las ciencias lingüísticas es que, por lo menos los cristianos de habla inglesa, gozan en estos tiempos del privilegio de tener a su disposición un número de excelentes traducciones, por lo que no tienen causa alguna para vacilar en concluir resueltamente que tienen a su alcance la verdadera Palabra de Dios. En verdad, teniendo en cuenta la frecuencia con que en las Sagradas Escrituras se repiten los temas principales que presenta, así como el constante testimonio del Espíritu Santo en y a través de la Palabra, no es posible que una traducción de las Sagradas Escrituras pueda dañar su significado de tal manera que lo haga inepto para hacer al lector "sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús" (II Timoteo 3:15).
F.- INERRABILIDAD Y AUTORIDAD
En nuestra afirmación de que la autoridad de las Sagradas Escrituras conlleva su verdad total, nuestra posición consciente es con Cristo y sus apóstoles, y aun también con la Biblia entera y con la corriente central de la historia de la Iglesia desde sus primeros días hasta muy recientemente. Nos preocupa grandemente el descuido, desenfado, y aparente inconsciencia con una creencia de tan enorme alcance e importancia ha sido abandonada por tantos en nuestros días.
Estamos asimismo conscientes de la tremenda y grave confusión que se produce al cesar de mantener la total verdad de la Biblia, cuya autoridad se profesa reconocer. La consecuencia de este paso es la pérdida de autoridad de la Biblia que Dios ha dado. La autoridad descansa entonces en una Biblia reducida en su contenido de acuerdo con las demandas del razonamiento crítico, lo que establece el principio de que puede continuarse reduciendo una vez que se ha tomado ese camino. Esto significa que en el fondo la autoridad descansa ahora en la razón independiente, contra lo que enseñan las propias Sagradas Escrituras. Si esto no se advierte, al tiempo que se continúan manteniendo las doctrinas evangélicas básicas, puede darse el caso de que haya personas que, negando la verdad total de la Sagradas Escrituras, proclamen una identificación evangélica a la vez que metódicamente se han apartado del principio evangélico del conocimiento hacia un subjetivismo inestable. Una vez en este plano, les será muy difícil no seguir alejándose.
Nosotros afirmamos que lo que las Sagradas Escrituras dicen, Dios lo dice. Que a El sea la gloria. Amén y amén.
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Compilación :
HCCH, Santiago de Chile, Corresponde también a punto 14 de Base de Fe de Nuevo Pacto Iglesia y Ministerio.
Cortés Chappa Henry
Esta declaración consta de tres partes: una Declaración Sumaria, unos Artículos de Afirmación y Negación, y una Exposición Complementaria.
SUMARIO
A.- Dios, que es la Verdad y habla sólo verdad, ha inspirado las Sagradas Escrituras con el fin de revelarse a la humanidad perdida,a través de Jesucristo como Creador y Señor, Redentor y Juez. Las Sagradas Escrituras es el testimonio de Dios de sí mismo.
B.- Las Sagradas Escrituras, por ser la Palabra misma de Dios, escrita por los hombres preparados y guiados por su Espíritu, son de infalible autoridad divina en todo aquello a que se refiera; han de ser creídas, como instrucción de Dios, en todo lo que requiere; recibidas, como garantía de Dios, en todo lo que promete.
C.- El Espíritu Santo, divino Autor de las Sagradas Escrituras, las convalida para nosotros por su testimonio interior, a la vez que abre nuestras mentes a la comprensión de su significado.
D.- Como ha sido dada por Dios verbalmente y en su totalidad, las Sagradas Escrituras están exentas de error o falta en todo cuanto enseña, tanto en lo que declaran con respecto a la creación de Dios, a los acontecimientos de la historia, y a su propio origen literario bajo la inspiración de Dios, como en su testimonio de la gracia salvadora de Dios en cada vida individualmente.
E.- La autoridad de las Sagradas Escrituras sufre inevitablemente daño si esta divina y total infalibilidad se limita o descarta en cualquier sentido, o se hace depender de algún concepto de la verdad contrario al propio de la Biblia. Tales desvíos acarrean pérdidas muy serias tanto para el individuo como para la Iglesia.
ARTICULOS DE AFIRMACION Y NEGACION
Artículo I
Afirmamos que las Sagradas Escrituras han de ser recibidas como la Palabra autorizada de Dios.
Negamos que las Sagradas Escrituras reciban su autoridad de la Iglesia, la tradición, o cualquier otra fuente humana.
Artículo II
Afirmamos que las Sagradas Escrituras son la suprema norma escrita por medio de la cual Dios ata a la conciencia, y que la autoridad de la Iglesia se halla subordinada a la de las Sagradas Escrituras.
Negamos que los credos de la Iglesia, los concilios, o las declaraciones tengan una autoridad superior a la de la Biblia.
Artículo III
Afirmamos que la Palabra escrita es en su totalidad revelación dada por Dios.
Negamos que la Biblia sea solamente un testigo de la revelación, o sólo se convierta en revelación en el encuentro, o dependa de las respuestas de los hombres para ser válida.
Artículo IV
Afirmamos que Dios, quien hizo al hombre a su imagen, ha usado el lenguaje como medio de revelación.
Negamos que el lenguaje humano sea tan limitado por nuestra condición de criaturas que resulte inadecuado como vehículo para la revelación divina. Negamos, además, que la corrupción de la cultura y el lenguaje humano por medio del pecado haya frustrado la obra divina de inspiración.
Artículo V
Afirmamos que la revelación de Dios dentro de las Sagradas Escrituras fue progresiva.
Negamos que una revelación posterior, que pudiera cumplir otra anterior, la pueda corregir o contradecir. Negamos también que se haya dado alguna revelación normativa desde que los escritos del Nuevo Testamento fueron completados.
Artículo VI
Afirmamos que todas las Sagradas Escrituras, y todas sus partes, incluso las mismas palabras del original, fueron dadas por su inspiración divina.
Negamos que la inspiración de las Sagradas Escrituras pueda ser afirmada rectamente del todo sin las partes, o de algunas partes, pero no del todo.
Artículo VII
Afirmamos que la inspiración fue la obra en la cual Dios, por su Espíritu, a través de escritores humanos, nos dió su Palabra. El origen de las Sagradas Escrituras es divino. El modo de la inspiración divina permanece en gran parte en el misterio para nosotros.
Negamos que la inspiración pueda ser reducida a profundidad humana, o a estados elevados de conciencia de cualquier clase que sean.
Artículo VIII
Afirmamos que Dios, en su obra de inspiración, utilizó las personalidades distintivas y los estilos literarios de los escritores que El había escogido y preparado.
Negamos que Dios, al hacer que estos escritores usaran las mismas palabras que El había escogido, anulara sus personalidades.
Artículo IX
Afirmamos que la inspiración, aunque no confiriera omnisciencia, garantizaba una expresión verdadera y fidedigna en todos los asuntos sobre los que los autores bíblicos fueron impulsados a hablar y escribir.
Negamos que la condición finita o caída de estos escritores, por necesidad o en otras formas, introdujera distorsiones o falsedades dentro de la Palabra de Dios.
Artículo X
Afirmamos que la inspiración, hablando estrictamente, se aplica sólo al texto autográfico de las Sagradas Escrituras, el cual, por providencia de Dios, puede ser afirmado con gran exactitud partiendo de los manuscritos disponibles. Además afirmamos que las copias y las traducciones de las Sagradas Escrituras son la Palabra de Dios en tanto en cuanto representen fielmente el original.
Negamos que ningún elemento esencial de la fe cristiana sea afectado por la ausencia de los autógrafos. Negamos, además, que esta ausencia invalide o haga ociosa la afirmación de la inerrabilidad bíblica.
Artículo XI
Afirmamos que las Sagradas Escrituras, por haber sido dadas por inspiración divina, son infalibles, de forma que, lejos de desorientarnos, son veraces y de confiar en todos los asuntos a que hacen referencia.
Negamos que sea posible que la Biblia sea al mismo tiempo infalible y errada en sus afirmaciones. Se pueden distinguir la infabilidad y la inerrabilidad, pero no separarlas.
Artículo XII
Afirmamos que las Sagradas Escrituras en su totalidad son inerrantes, estando libres de toda falsedad, fraude, o engaño.
Negamos que la infalibilidad y la inerrabilidad bíblicas estén limitadas a los temas espirituales, religiosos, o relativos a la redención, excluyendo las afirmaciones en los campos de la historia y de la ciencia. Negamos también que las hipótesis científicas sobre la historia de la tierra puedan ser usadas correctamente para trastornar las enseñanzas de las Sagradas Escrituras sobre la creación y el diluvio.
Artículo XIII
Afirmamos que es correcto usar el término inerrabilidad como término teológico con referencia a la veracidad completa de las Sagradas Escrituras.
Negamos que sea correcto evaluar las Sagradas Escrituras según patrones de verdad y error ajenos a su uso o sus intenciones. Negamos también que la inerrabilidad sea negada por la presencia de fenómenos bíblicos tales como la falta de la precisión técnica moderna, irregularidades de gramática u ortografía, observaciones descriptivas de la naturaleza, denuncia de falsedades, uso de la hipérbole y de números redondos, ordenamiento tópico de los materiales, selecciones variadas del material en narraciones paralelas, o el uso de citas en forma libre.
Artículo XIV
Afirmamos la unidad y consistencia interna de las Sagradas Escrituras.
Negamos que los pretendidos errores o discrepancias que aún no han sido resueltos vicien las reclamaciones de veracidad de la Biblia.
Artículo XV
Afirmamos que la doctrina de la inerrabilidad se basa en la enseñanza de la Biblia sobre la inspiración.
Negamos que la enseñanza de Jesús sobre las Sagradas Escrituras pueda ser desechada a base de apelar a la acomodación, o a alguna limitación natural de su humanidad.
Artículo XVI
Afirmamos que la doctrina de la inerrabilidad ha sido parte integral de la fe de la Iglesia a través de toda su historia.
Negamos que la inerrabilidad sea una doctrina inventada por los doctores del protestantismo, o una posición reaccionaria postulada ante la negatividad de la alta crítica.
Artículo XVII
Afirmamos que el Espíritu Santo da testimonio de las Sagradas Escrituras, asegurándoles a los creyentes la veracidad de la Palabra escrita de Dios.
Negamos que este testimonio del Espíritu Santo opere aislado de las Sagradas Escrituras o en contra de ellas.
Artículo XVIII
Afirmamos que el texto de las Sagradas Escrituras ha de ser interpretado por la exégesis gramatical e histórica, teniendo en cuenta sus formas y recursos literarios, y que las Sagradas Escrituras han de ser interpretadas por las mismas Sagradas Escrituras.
Negamos la legitimidad de cualquier tratamiento del texto, o búsqueda de sus fuentes, que conduzca a hacer relativa o desechar su enseñanza, quitarle valor histórico, o rechazar sus exigencias con respecto a sus autores.
Artículo XIX
Afirmamos que es vital para una comprensión sólida de la totalidad de la fe cristiana la confesión de la autoridad total, la infabilidad, y la inerrabilidad de las Sagradas Escrituras. Afirmamos, además, que una confesión así deberá llevar a una creciente conformación a la imagen de Cristo.
No decimos que dicha confesión sea necesaria para la salvación. Sin embargo, negamos que la inerrabilidad pueda ser rechazada sin graves consecuencias, tanto para la persona como para la Iglesia.
EXPOSICION
Nuestra comprensión de la doctrina de la inerrabilidad debe situarse en el contexto de las enseñanzas más amplias de las Sagradas Escrituras con respecto a sí mismas. Esta exposición hace un recuento de las líneas generales de doctrina de las que se han extraído nuestra Declaración Sumaria y nuestros Artículos.
A.- CREACION, REVELACION E INSPIRACION
El Dios Trino y Uno, que formó todas las cosas con sus declaraciones creadoras y gobierna todas las cosas por medio de su Palabra de mandato, hizo a la humanidad a su propia imagen, para una vida de comunión con El mismo, siguiendo el modelo de la convivencia eterna de comunicación amorosa dentro de la Divinidad. Como portador de la imagen de Dios, el hombre deberá oír la Palabra de Dios dirigida a él y responder en el gozo de la obediencia adoradora. Por encima de la revelación de sí mismo hecha por Dios en el orden creado y la secuencia de los sucesos dentro del mismo, los seres humanos, desde Adán en adelante, han recibido mensajes verbales procedentes de Dios, ya sea directamente, como se establece en las Sagradas Escrituras, o indirectamente, en la forma de parte de las Sagradas Escrituras, o su totalidad.
Cuando Adán cayó, el Creador no abandonó a la humanidad a un juicio final, sino que prometió la salvación y comenzó a revelarse a sí mismo como Redentor en una secuencia de sucesos históricos alrededor de la familia de Abraham que culminaron en la vida, muerte, resurrección, ministerio celestial presente, y retorno prometido de Jesucristo. Dentro de este marco, Dios, de tiempo en tiempo, ha hablado palabras específicas de juicio y de misericordia, de promesa y de mandato a los seres humanos pecadores, llevándolos así a una relación pactada de compromiso mutuo entre El y ellos, en la cual El los bendice con los dones de su gracia y ellos lo bendicen con una adoración de respuesta. Moisés, a quien Dios usó como mediador para llevarle sus Palabras a su pueblo en la época del Exodo, está a la cabeza de una larga secuencia de profetas en cuyas bocas y escritos Dios puso sus Palabras para liberar a Israel. El propósito de Dios en esta sucesión de mensajes fue mantener su pacto haciendo que su pueblo conociera su Nombre -esto es, su Naturaleza- y su voluntad, tanto en los preceptos y propósitos para el presente, como para el futuro. Esta línea de voceros proféticos de Dios tuvo su plenitud en Jesucristo. Palabra encarnada de Dios, El también fue un profeta -más que un profeta-, y en los apóstoles y profetas de la primera generación cristiana. Cuando el mensaje final y climático de Dios, su Palabra al mundo con respecto a Jesucristo, hubo sido hablada y aclarada por los que pertenecían al círculo apostólico, la secuencia de los mensajes revelados cesó. Desde entonces, la Iglesia habría de vivir y conocer a Dios por lo que El ya había dicho, que fue para todas las épocas.
En el Sinaí Dios escribió los términos de su pacto en tablas de piedra, como su testimonio perdurable, y para que fueran accesibles y duraderos a través de todo el período de la revelación profética y apostólica, urgió a los hombres a escribir los mensajes que les daba para ellos y para los demás, junto con narraciones conmemorativas de sus relaciones con su pueblo, además de las reflexiones morales sobre la vida en el pacto y las formas de alabanza y de oración implorando misericordia del pacto. La realidad teológica de la inspiración al ser producidos los documentos bíblicos corresponde a la de las profecías habladas: aunque las personalidades de los escritores humanos fueran expresadas en lo que escribieron, las palabras fueron constituidas en forma divina. Así, los que dicen las Sagradas Escrituras, es lo que dice Dios; su autoridad es la autoridad de Dios, porque El es su Autor primario, que las dió a través de la mente y las palabras de hombres escogidos y preparados, los cuales "hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo" (II Pedro 1:21) con libertad y fidelidad. Las Sagradas Escrituras deben ser reconocidas como la Palabra de Dios en virtud de su origen divino.
B.- AUTORIDAD: CRISTO Y LA BIBLIA
Jesucristo, el Hijo de Dios que es la Palabra hecha carne, nuestro Profeta, Sacerdote, y Rey, es el Mediador definitivo de la comunicación de Dios con el hombre, ya que El es el mayor de los dones de la gracia de Dios. La revelación que El trajo fue más que verbal: reveló al Padre por medio de su presencia y también de sus obras. Sin embargo, sus palabras tienen una importancia crucial, porque El era Dios, hablaba en nombre del Padre, y sus palabras juzgarán a todos los hombres en el día postrero.
Como Mesías profetizado, Jesucristo es el tema central de las Sagradas Escrituras. El Antiguo Testamento esperaba su llegada; el Nuevo Testamento contempla su primera venida y espera la segunda. Las Sagradas Escrituras Canónicas son el testimonio de Cristo inspirado, y por lo tanto, normativo. Ninguna hermenéutica, por lo tanto, en la que el Cristo histórico no sea el punto focal es aceptable. Las Sagradas Escrituras deben ser tratadas como son en esencia: el testimonio del Padre con respecto al Hijo encarnado.
Sucede que el canon del Antiguo Testamento fue fijado en la época de Jesús. De la misma manera, el canon del Nuevo Testamento está cerrado ya, puesto que no puede ser dado ningún nuevo testimonio apostólico sobre el Cristo histórico. No nos será dada ninguna revelación nueva (distinta de una comprensión dada por el Espíritu sobre la revelación ya existente) hasta que Cristo venga de nuevo. El canon fue creado en principio por inspiración divina. A la Iglesia le tocaba discernir el canon que Dios había creado; no diseñar uno propio.
La palabra canon, que significa regla o patrón, es un índice de autoridad que conlleva el derecho a gobernar y controlar. En el cristianismo, la autoridad pertenece a Dios en su revelación, lo que significa que hablamos, por una parte, de Jesucristo, la Palabra viviente, y por otra, de las Sagradas Escrituras, la Palabra escrita. Pero la autoridad de Cristo y la de las Sagradas Escrituras es una sola. Como nuestro Profeta, Cristo testificó que las Sagradas Escrituras no pueden ser quebrantadas. Como nuestro Sacerdote y Rey, dedicó su vida terrenal al cumplimiento de la ley y los profetas, hasta morir en obediencia a las palabras de la profecía mesiánica. Así, mientras veía que las Sagradas Escrituras daban testimonio de El y de su autoridad, también por su propia sumisión a las Sagradas Escrituras, El daba testimonio de la autoridad de éstas. Así como se plegó a las instrucciones de su Padre dadas en la Biblia (nuestro Antiguo Testamento), de la misma manera les exige a sus discípulos que los hagan; sin embargo, no han de hacerlo aisladamente sino en conjunción con el testimonio apostólico de Sí mismo, que El se ocupó de inspirar por medio de su don del Espíritu Santo. De manera que los cristianos se presentan como fieles servidores de su Señor al plegarse a las instrucciones divinas dadas en los escritos proféticos y apostólicos que forman nuestra Biblia.
Al autenticarse mutuamente su autoridad, Cristo y las Sagradas Escrituras se unen formando una sola fuente de autoridad. Desde esta posición, el Cristo bíblicamente interpretado y la Biblia centrada en Cristo y que proclama a Cristo son una misma cosa. Así como de la realidad de la inspiración inferimos que lo que dicen las Sagradas Escrituras, Dios lo dice, también de la relación revelada entre Jesucristo y las Sagradas Escrituras podemos declarar igualmente que lo que las Sagradas Escrituras dicen, Cristo lo dice.
C.- INFALIBILIDAD, INERRABILIDAD, INTERPRETACION
Las Sagradas Escrituras, como Palabra inspirada de Dios que da testimonio autorizado de Jesucristo pueden ser llamadas adecuadamente infalibles e inerrantes. Estos términos negativos tienen un valor especial, puesto que salvaguardan en forma explícita cruciales verdades positivas.
Infalible significa la cualidad de no engañar ni ser engañado, y de esa manera, salvaguarda en términos categóricos la verdad de que las Sagradas Escrituras son una regla y una guía segura, cierta, y digna de confianza en todos los temas.
En forma similar, inerrante significa la cualidad de estar libre de toda falsedad o error, y de esta forma salvaguarda la verdad de que las Sagradas Escrituras son totalmente veraces y dignas de confianza en todas sus afirmaciones.
Podemos afirmar que las Sagradas Escrituras canónicas deberían ser interpretadas siempre teniendo en cuenta que son infalibles e inerrantes. Sin embargo, al tratar de determinar lo que el escritor, enseñado por Dios, está afirmando en cada pasaje, debemos prestar la más cuidadosa atención a sus pretensiones y a su carácter como producción humana. En la inspiración, Dios utilizó la cultura y las convenciones del medio de su escritor, un medio que Dios controla en su providencia soberana; imaginarlo de otra forma sería una mala interpretación.
De manera que la historia ha de ser tratada como historia, la poesía como poesía, la hipérbole y la metáfora como hipérbole y metáfora, la generalización y la aproximación como lo que son, y así sucesivamente. Las diferencias entre las formas literarias de los tiempos de la Biblia y los nuestros han de ser observadas también: por ejemplo, ya que la narración no cronológica y las citas imprecisas eran convencionales y aceptables, y no violaban las expectaciones de aquellos días, no debemos mirar estas cosas como faltas cuando las encontramos en los escritores de la Biblia. Cuando una precisión total de un tipo especial no era esperada ni pretendida, no hay error en no haberla alcanzado. Las Sagradas Escrituras son inerrantes, no en el sentido de que sean absolutamente precisas de acuerdo con los patrones modernos, sino en el de hacer buenas intenciones y de que alcanzan la medida de verdad pretendida, a la que querían llegar sus autores.
La veracidad de las Sagradas Escrituras no es negada por la aparición en ella de irregularidades de gramática o de ortografía, por las descripciones fenomenales de la naturaleza, o porque haga recuento de afirmaciones falsas (por ejemplo, las mentiras de Satanás), o por aparentes discrepancias entre un pasaje y otro. No es correcto poner los llamados "fenómenos" de las Sagradas Escrituras en contra de la enseñanza de las Sagradas Escrituras con respecto a sí mismas. Las inconsistencias aparentes no deberán ser ignoradas. El llegar a solucionarlas, donde esto pueda ser alcanzado en forma convincente, alentará nuestra fe, y donde por el momento no haya una solución satisfactoria a mano, deberemos honrar significativamente a Dios confiando en su afirmación de que su Palabra es verdadera, a pesar de estas apariencias, y manteniéndonos confiados en que un día se verá que sólo eran ilusorias.
Puesto que todas las Sagradas Escrituras son el producto de una sola mente divina, la interpretación debe permanecer dentro de los límites de la analogía de las Sagradas Escrituras y rehuir las hipótesis que quisieran corregir un pasaje bíblico a base de otro, ya sea en nombre de la revelación progresiva, o de la iluminación imperfecta de la mente inspirada del escritor.
Aunque las Sagradas Escrituras no están atadas a ninguna cultura en ningún lugar, en el sentido de que su enseñanza carezca de validez universal, a veces están culturalmente condicionadas por las costumbres y puntos de vista convencionales de un período particular, de tal forma que la aplicación de sus principios hoy exige una forma de acción diferente.
D.- ESCEPTICISMO Y CRITICISMO
Desde el Renacimiento, y más especialmente desde la Ilustración, se han desarrollado visiones del mundo que llevan en sí escepticismo con respecto a los principios cristianos. Tales son el agnosticismo, que niega que Dios sea cognoscible, el racionalismo, que niega que sea incomprensible, el idealismo, que niega que sea trascendente, y el existencialismo, que niega que exista racionalidad en su relación con nosotros. Cuando estos principios abíblicos y antibíblicos penetran la teología de los hombres a un nivel de suposiciones, como lo hacen con frecuencia hoy en día, se hace imposible interpretar fielmente las Sagradas Escrituras.
E.- TRANSMISION Y TRADUCCION
Como quiera que Dios no ha prometido en ninguna parte una transmisión inerrante de las Sagradas Escrituras, hay que afirmar que sólo el texto autógrafo de los documentos originales fue inspirado, y hay que mantener la necesidad de crítica textual como un medio de descubrir cualquier error que se haya deslizado en el texto durante el proceso de transmisión. Esta ciencia ha llegado a la conclusión, sin embargo, de que los textos hebreo y griego se han preservado de manera sorprendente, tanto que ello nos justifica para afirmar, junto con la Confesión de Westminster, que en esto ha habido una singular providencia de Dios, y para declarar que la autoridad de las Sagradas Escrituras no resulta en manera alguna menoscabada por el hecho de que las copias que hoy poseemos no estén del todo libres de errores.
De la misma manera, ninguna traducción es ni puede ser perfecta, y todas constituyen un paso más que se aleja del original autógrafo. Sin embargo, el veredicto de las ciencias lingüísticas es que, por lo menos los cristianos de habla inglesa, gozan en estos tiempos del privilegio de tener a su disposición un número de excelentes traducciones, por lo que no tienen causa alguna para vacilar en concluir resueltamente que tienen a su alcance la verdadera Palabra de Dios. En verdad, teniendo en cuenta la frecuencia con que en las Sagradas Escrituras se repiten los temas principales que presenta, así como el constante testimonio del Espíritu Santo en y a través de la Palabra, no es posible que una traducción de las Sagradas Escrituras pueda dañar su significado de tal manera que lo haga inepto para hacer al lector "sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús" (II Timoteo 3:15).
F.- INERRABILIDAD Y AUTORIDAD
En nuestra afirmación de que la autoridad de las Sagradas Escrituras conlleva su verdad total, nuestra posición consciente es con Cristo y sus apóstoles, y aun también con la Biblia entera y con la corriente central de la historia de la Iglesia desde sus primeros días hasta muy recientemente. Nos preocupa grandemente el descuido, desenfado, y aparente inconsciencia con una creencia de tan enorme alcance e importancia ha sido abandonada por tantos en nuestros días.
Estamos asimismo conscientes de la tremenda y grave confusión que se produce al cesar de mantener la total verdad de la Biblia, cuya autoridad se profesa reconocer. La consecuencia de este paso es la pérdida de autoridad de la Biblia que Dios ha dado. La autoridad descansa entonces en una Biblia reducida en su contenido de acuerdo con las demandas del razonamiento crítico, lo que establece el principio de que puede continuarse reduciendo una vez que se ha tomado ese camino. Esto significa que en el fondo la autoridad descansa ahora en la razón independiente, contra lo que enseñan las propias Sagradas Escrituras. Si esto no se advierte, al tiempo que se continúan manteniendo las doctrinas evangélicas básicas, puede darse el caso de que haya personas que, negando la verdad total de la Sagradas Escrituras, proclamen una identificación evangélica a la vez que metódicamente se han apartado del principio evangélico del conocimiento hacia un subjetivismo inestable. Una vez en este plano, les será muy difícil no seguir alejándose.
Nosotros afirmamos que lo que las Sagradas Escrituras dicen, Dios lo dice. Que a El sea la gloria. Amén y amén.
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Compilación :
HCCH, Santiago de Chile, Corresponde también a punto 14 de Base de Fe de Nuevo Pacto Iglesia y Ministerio.
Cortés Chappa Henry