Marcos 6:34


Podemos ver en este pasaje bíblico, que en Jesucristo se personifica la compasión de Dios.
Compadecerse, para Jesús, no significa meramente apenarse o afligirse por la condición o situación del prójimo.

El significado cristiano de ser compasivo, comprende mucho más que sentir pena por el caído, por el desvalido.

Tal como Jehová lo hizo con el caído pueblo de Israel.

Haciendo uso de su soberanía sobre el mundo, de su misericordia y compasión por su máxima creación, buscó, instó y preparó a Moisés, para que sacara de Egipto al pueblo que amaba, para liberarlos de la esclavitud a que estaban sometidos.

(Deut. 7:8) “Es porque Jehová os ama y guarda el juramento que hizo a vuestros padres, que os ha sacado de Egipto con mano poderosa y os ha rescatado de la casa de esclavitud, de mano del faraón, rey de Egipto”.

Aquel pueblo de Israel, que Jehová libra de la esclavitud y cuida en su peregrinar por el desierto en camino a la tierra prometida, que clamaba en momentos de necesidad y era escuchado, continuaba volviéndose a la adoración y vicios, que no agradaban y eran abominación para Dios.

¡Cuántos hoy en día están sometidos a la esclavitud a que los someten los placeres del mundo secular! Algunos muy visibles: alcoholismo, drogas, homosexualidad, prostitución, juego; otros un poco más sofisticados: amor desmedido al trabajo, al automóvil, la casa, el consumismo, y actualmente, ¡las computadoras!

La compasión (amor funcional, le llamaría) de Dios es infinita, grande, constante, eterna, manifiesta e inalienable.

El se acerca y como una madre con su bebé al hombro, nos acaricia y, porque no decirlo así, nos mima.

(Óseas 11:4) “Con cuerdas humanas los atraje, con vínculos de amor. Fui como los que ponen un bebé contra las mejillas, y me inclinaba hacia ellos para alimentarlos”.

Esas cuerdas de amor con las cuales Jehová atrajo a aquel pueblo suyo, del cual se compadeció, nunca han sido cortadas por Él. Fuimos nosotros, usted y yo, quienes nos alejamos y nos pusimos a distancia de Dios. Sí, nosotros, quienes aún cuando reconocemos la necesidad que tenemos de Él, le miramos de lejos.

De esa manera, solamente vemos su sombra a una distancia que hace imposible que nos cobije y proteja.

No nos protegemos del frío si no nos ponemos el abrigo o nos acercamos a la hoguera, donde arde el fuego.

¡Jesucristo es ese abrigo que debe nos cubrirnos… Jesucristo es ese fuego, que debe arder en la hoguera que es nuestro corazón!

Esa misma compasión, no correspondida, hizo que Jehová decidiera hacer holocausto en la cruz y derramara la sangre de su amado Hijo, Jesucristo, por salvarte a ti y a mí del pecado del mundo. Tu salvación y la mía corresponden a ese amor manifiesto de Dios.

(Juan 3:16) “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él creé, no se pierda, más tenga vida eterna”.

El evangelista Alberto Mottesi, analiza este texto de la siguiente manera:

“Dios, el ser más grande, amó, con el sentimiento más grande, al mundo, que es la multitud más grande, que dió, que es la acción más grande, a su Hijo unigénito Jesucristo, que es el don más grande, para que todo aquel, que es la oportunidad más grande, que en El creé, la sencillez más grande, no se pierda, que es la salvación más grande, sino que tenga vida eterna, que es la bendición más grande.”

Mediante ese sacrificio rompió Jehová el velo que nos separaba de Él, eliminando aquel misterio que nos separaba, poniendo al alcance de nuestras manos la salvación; el poder acercarnos y hablar con El directamente.

Demos Gloria a Dios porque nos ha alcanzado su misericordia.

(Jeremías 31:3.) “Con amor eterno te he amado; por tanto te he prolongado mi misericordia”.

La compasión, como hemos visto, no puede quedarse en un mero reflejo de tristeza, si no que tiene causa y efecto. Mueve al Espíritu.

(Juan 15:12) “…Que su mandamiento es: Que nos amemos los unos a los otros, como yo os he amado.”

La compasión, tiene que convertirse en amor hacia el prójimo - en especial para el caído y el desvalido; que son quienes más necesitados están de nuestro amor y apoyo. Somos llamados a ayudarles a levantarse y tomar fuerzas para retomar el camino que Jesucristo ya nos ha señalado Cristo conmina a enseñarles, como testimonio, las huellas con que nos ha marcado la semilla de Su Evangelio, y ha compartir el mismo, repartiendo a su vez a los no convertidos y apartados, el fruto que ha cosechado el Espíritu Santo en nuestros corazones.

(1 Pedro 2:21). “Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas.”



La pena no va acompañada de acción. Es solo un sentir, una emoción. Mientras que la compasión, en profundo sentido cristiano, se refleja en servir a aquel por sentimos pena. Tal acción surge como fruto del Espíritu.

(Efesios 2:10.) “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas”.

Lo que el Señor ha hecho en nosotros es testimoniado mediante ese acto de amor al prójimo, el compadecerse del necesitado, del desvalido.

Jehová dice que tenemos que proclamar a Jesús como nuestro Señor y Salvador. Dar testimonio de Su grandeza, para que otros le conozcan, tengan la oportunidad de ser rescatados de las circunstancias adversas en que los problemas de este mundo les han sumido y puedan salvarse y alcanzar la vida eterna en Cristo.

Sí, el Señor Jesucristo te dice en esta hora, que puedes ser salvo y tener vida en abundancia; si tomas la mano que El te estrecha y te aferras a ella para enfrentar al mundo. Si sigues sus huellas reflejadas en la arena que te marcan el camino en la vida… En esta vida, en la cual continuamos hasta el llamado final; solo que con su guía espiritual, con su liviano yugo a cuestas, que nos lleva por la heredad que va abriendo el surco donde sembramos la semilla de la vid, que luego dará el fruto del espíritu que anhela Jehová.

Recuerda aquella ocasión en que Jesús se alejó al desierto con sus discípulos, y fueron seguidos por varios miles, que me atrevo a llamar inconversos. Jesús se dio cuenta de que estaban hambrientos y sintió compasión por ellos. Pidió a los discípulos que los alimentaran. Ellos no sabían como hacerlo. Se lamentaron de que solo tenían un puñado de panes y unos pocos peces. Él alimentó aquellos miles multiplicando aquellos panes y peces.

Esto significa que es Él quien conoce cuando tenemos hambre espiritual y que es Él quien posee ese alimento espiritual que necesitamos para enfrentar los problemas que nos depara la vida, y de los cuales nadie está exento. Como nos ha sucedido a muchos de nosotros en ocasiones, aquellos discípulos se desesperaron y se sintieron indefensos ante la falta de alimento. Su poca fe no les permitía ver que estaban ante el Cristo, el Enviado de Dios, el Salvador, el Proveedor del alimento espiritual que salva y conduce a la vida eterna.

Ese Jesucristo es el mismo que nos sigue proveyendo el alimento espiritual que nos permite levantar y enfrentar con confianza y nuevos bríos los retos que la vida diaria depara. Solo tenemos que aceptarle y reconocerle como Señor y Salvador y Él señalará el camino. Porque Él es “el camino, la verdad y la vida” y no rechaza a nadie que le busque, sino que le dará la vida eterna.

Él es el pan de vida. (Juan 6:51) “Yo soy el pan vivo que desciende del cielo, si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre…”

Nadie ha tenido más compasión que la que ha tenido Dios por el hombre, su máxima creación. Esa compasión, reflejada en amor, como hemos dicho, le llevó a sacrificar a su Hijo, por la salvación de la humanidad.

Dios no envió entonces a su Hijo, Jesucristo, ni ahora a los que hemos sido recatados por Él, para condenar o señalar a nadie, porque todos somos pecadores, El vino para salvar al mundo del pecado.

Él envía a sus rescatados para que el mensaje de su Evangelio llegue a otros que serán salvados.

Si alguno quiere salvar su alma ahora, Jesucristo le espera, tome su cruz y sígale, dé un paso al frente hacia la salvación de su alma.

Él le espera con Sus brazos extendidos para abrazarle.

Si alguno no le ha conocido o se ha apartado, Jesús no le condena. Él es compasivo, tierno, solo quiere restaurarte.

Levanta tu mano en señal de que le aceptas, que, como nosotros, reconoces que eres pecado y quieres aspirar a la esperanza de vida eternal, que Él representa. Haz como aquellos miles de no convertidos que le siguieron al desierto, de los cuales El se compadeció porque tenían hambre, física y espiritual… y bendijo aquellos panes, el pan de vida que Él representa, y los peces, que se desarrollan en el agua de vida que representa, y les alimentó, saciando su hambre.

Te aseguro que aquellos, al tomar aquellos alimentos, nunca volvieron a ser los mismos.

Da tú ese paso adelante ahora y te aseguro que tampoco tu volverás a ser el mismo.

Él es el autor de la compasión. Porque nos ama, Él está presto brindarnos su alimentación espiritual, y luego tomarnos de la mano y recorrer con nosotros el camino que ha trazado para nuestra salvación y vida eterna.

Oración

Reflexión


–Cruz Roqué-Vicens

10 Diciembre 2000

Iglesia del Nazareno de Bayamón

 

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