De la misma manera en que existe un poder santo; también hay un poder nefasto, de la sombra, producto de la iniquidad, de la anomia, de la maldad; este poder que es el pecado sembrado en el mundo y que ha traído una funesta perdida de almas en todos los tiempos, es la marcha en la que esta enfrascado el mundo, en el pecado; y no es una subjetividad, es palpable, es una realidad “El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo. Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar; porque es nacido de Dios.” (1Jn. 3:8-9).
El pecado cosecha y siembra destrucción, egoísmos, celos, contiendas, discriminación, envidias, odios, crimen, despotismo, soberbia, injusticias. Todo aquello que hace retroceder la vida espiritual de la persona, de la familia y de la sociedad.
Muchas sociedades están siendo destruidas por el pecado, y lastimosamente, en estos tiempos modernos; el hombre hace oído sordo, hace ojo ciego, y hace corazón duro para identificar y señalar lo que es el pecado.
Las leyes jurídicas, y los sistemas de legalidad, así como el sistema de valores sociales; solo señalan faltas, delitos, y los daños y consecuencias físicas, emocionales, y materiales derivados de estos actos contra la vida social.
En muchas congregaciones e iglesias, nunca se habla o advierte del peligro que representa el pecado para la vida de los seres humanos, es mas, hay cierta convivencia o anuencia disimulada con el pecado, para evitar que las gentes se vayan, y mantenerlos en una tibieza espiritual, no definiendo responsabilidades y roles respecto a lo que manda Dios en la Biblia (Ap. 4:15-17).
Muchos se legalizan en (1Jn. 3:9) de que “Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado...”; sin embargo, los versículos 1:9 y 5:18 nos dan otro panorama, de que el nacido de nuevo no esta libre de pecar o no debiera pecar mas bien; entendiendo que la madurez y la perfección es un proceso, y que sin llenura del Espíritu Santo esto no es posible alcanzar, y que la salvación hay que sostenerla en santidad y temor de Dios.
Revísese (1Jn. 2:1), (Mr. 13:13), (1 Cor. 14:20), (Fil. 3:12).
El pecado social esta introducido en todos los sistemas de la sociedad, políticos, financieros, económicos, comerciales, educativos, industriales, religiosos. La sociedad no hace distinción, según su conveniencia entre lo bueno y lo malo; mas bien distingue alegría de tristeza, sufrimiento de felicidad, riqueza de pobreza, aflicción de placer, debilidad de solvencia. No hay un juicio o temperamento para señalar la cosa inmoral así de plano, como que el pecado convive en la sociedad y es aceptado, pero negado como tal; se le disfraza con expresiones tales como adicciones, intolerancias, hábitos, tendencias, preferencias, actitudes y conductas; que significan muchas veces transgresión a la palabra de Dios, rebeldía abierta a su majestad y poder, negación a su voluntad para que seamos santos; y en contraposición y negación a los principios bíblicos, la verdad y la presencia del Espíritu Santo en la vida de la humanidad “...y mayormente a aquellos que siguiendo la carne, andan en concupiscencia e inmundicia, y desprecian el señorío...” hablando mal de cosas que no entienden...perecerán en su propia perdición... ya que tienen por delicia el gozar de deleites cada día...” (2 Pe. 2:4-16).
El pecado es terrible y destructivo, y lo que sucede es que la sociedad no toma cuenta ni realidad de una verdadera conceptualización de lo que significa el pecado en sus vidas; no solo en el terreno filosófico, moral, y espiritual; sino además en el terreno practico de la vida, los hechos, y en las consecuencias del mismo.
El hombre es una composición de alma, mente, cuerpo, espíritu; que a través de su sistema sensorial: ojo, oído, olfato, gusto, tacto, tiene contacto con el mundo externo. Y que por consiguiente, esta a expensas de una influencia proveniente de dos frentes, su mundo interno, y el mundo externo que lo rodea. La palabra dice “que del corazón de los hombres salen los malos pensamientos”.
La sociedad debiera tomar realidad, conciencia, y comando de la situación pecaminosa en que se halla; las guerras, las discrepancias civiles, los sentimientos encontrados, las luchas por los territorios, las ambiciones por las riquezas naturales, pleitos por las economías; no son otra cosa que la siembra y la cosecha de semilla y productos pecaminosos de destrucción masiva. “...fuentes sin agua, y nubes empujadas por la tormenta; ...hablando palabras infladas y vanas, seducen con concupiscencia de la carne y disoluciones a los que verdaderamente habían huido de los que viven en error...” (2 Pe 2:17-22).
La modernidad, la tecnología, y todo avance en materia de comodidad y progreso material que tiene la sociedad a la mano, no alcanza los niveles de valoración y de comparación con el gozo inefable que tiene el hombre ante la presencia de Dios en sus corazones; no hay lugar a comparación, no hay lugar a parangonar lo que es la excelencia de la comodidad y del poseer riquezas; con aquella riqueza que proviene del Espíritu Santo, aun en la pobreza material, aun acostándose y levantándose con el estomago vacío.
No hay comparación con esa presencia inefable del Espíritu Santo, que nos fortalece, que nos levanta, que nos da visión para la vida presente, para la posteridad de lo que es la vida eterna en Cristo Jesús, y para el beneficio que se le puede otorgar de Dios hacia sus hijos, confrontando todas las adversidades y dificultades de este mundo. Evidentemente, no somos de este mundo espiritualmente, pero físicamente vivimos en este mundo, estamos matriculados en la vida de este mundo, y tenemos que salir adelante en esa evaluación y en esas pruebas que Dios permite, “porque Él disciplina a sus hijos”. En esa edificación diaria que nos acerca hacia la madurez espiritual, de la cual nos habla de manera excelsa la Palabra de Dios.
“...Despiértate, tú que duermes, Y levántate de los muertos.
Y te alumbrara Cristo... Sed llenos del Espíritu...” (Ef. 4:17-20).
Esta alegoría nos recuerda en (Ez. 11:3) “los cuales dicen: No será tan pronto; edifiquemos casas; esta será la olla, y nosotros la carne”. El pecado de la sociedad se convierte en esa relación de olla y de carne; de olla porque los hechos y acciones de la sociedad entran en un proceso de producir realidades y resultados pecaminosos dañinos a ella misma; y de carne porque cada individuo, en su carne, en su alma, y en su mente, al transgredir la palabra de Dios, hacen comisión de pecado; manifestándose así esta relación a que hace referencia Ezequiel; en que las ciudades y los pueblos se convierten en estas ollas, y son cocinados dentro de ese proceso de efervescencia pecaminosa con la manteca de la tentación, y los aderezos de sus naturalezas pecaminosas. Dando como resultado la manifestación del pecado en lacras sociales como el hambre, la injusticia, la pobreza, las enfermedades sociales, el desamparo, el crimen, el aborto, la drogadicción, los divorcios, la insatisfacción de necesidades básicas, y otras suertes de desgracias.
Hay pecados como el chisme o murmuración, la gula o glotonería, el hurto, envidia, celos, egoísmo, la arrogancia, la falta de respeto, explotación, el abuso; que pasan desapercibidos para el mundo, porque su percepción de lo malo esta como encallecida en sus almas y en su sensibilidad.
Aunque la palabra dice “que en donde hay pecado, sobreabunda la gracia de Dios”; porque sería imposible que las gentes pudieran salvarse sin el poder de la Sangre Preciosa de Jesucristo; en él hemos sido restaurados para vida eterna, y para bendición en el tiempo presente. Ya lo hemos señalado, que en la conceptualización y en la apreciación de los valores morales, la palabra pecado social, no tiene un lugar especifico, pero para las cosas de Dios es pertinente mantener disciplina, orden y respeto a todos los asuntos que conciernen a Él. Si una persona mantiene temor de Dios, como principio en su vida espiritual, sin duda alguna que será disciplinada y respetuosa de la Palabra de Dios, preocupándose por conocer lo que dice la Palabra sobre su comportamiento personal y en la sociedad; y con respecto a su comportamiento en la intimidad de su familia y de su persona “Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios.” (2 Co. 7:1).
La iglesia cristiana, así mismo, mantiene una posición expectante como agente modificador de su entorno social, en el mismo nivel, que los problemas sociales; en esa misma dimensión, los problemas del pecado social están vinculados con la importancia, responsabilidad, y función de la iglesia frente a su medio social, como agente de Cristo Jesús para modificar las raíces y los diversos estamentos de la vida social; ¿en que cosa?, en la Palabra de Dios, en los mismos valores morales, y en los principios espirituales fijados y derramados por el Santo Espíritu de Dios.
Es una necesidad para la sociedad, contar con una iglesia cristiana sólida; la solidez esta en la Palabra de Dios y su correcta interpretación y aplicación en la vida; pero una solidez también en su modo de operar, en la forma como es liderada, en la manera como es organizada y administrada, ofreciendo los servicios y sus derivaciones ministeriales de la más alta calidad, es decir, una excelencia en cuanto a oferta ministerial. (Ro. 6:22-23) “Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna. Porque la paga del pecado es muerte, mas la dadiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro”.
La esperanza moral espiritual de los pueblos esta en sus generaciones venideras de niños y de jóvenes, es una tarea de envergadura y de gran vitalidad la que debe cumplir nuestra amada iglesia cristiana en los roles de promotora, conductora, y modificadora en el cambio social hacia el bienestar encuadrado en los terrenos que señala la Palabra de Dios.
Dios desea que edifiquemos pueblos y sociedades que se ajusten a su voluntad, viables de adquirir esa unción de santidad en el Espíritu Santo, y que se demuestra en el amor al prójimo. Y amor al prójimo quiere decir, colaboración, soporte, afecto, perdón, afecto, amor, comprensión y tolerancia; mas no encubrimiento, no aceptación de pecado; un claro ejemplo, es que un alto porcentaje de homosexuales y lesbianas están envueltos en las creencias esotéricas y universalistas. ¿Por que?. Sencillamente, porque en esas ideas se acepta el pecado, no hay rechazo a la inmoralidad, mas bien hay una contemporización con esa falsa libertad que es el libertinaje; ahí se acepta de toda cosa ajena a Dios, envuelto en falsas etiquetas, y nombrecillos para engañar a los que andan en búsqueda.
Veamos en (Juan 4:21) alude que “el amor al prójimo debe ser como a ti mismo”. El amor de Dios se perfecciona en la compostura del cristiano, en el carácter que lo identifica como tal; no aceptando las cosas torcidas; en esa misma forma puede mejorar la condición espiritual de la sociedad.
No es a través de la tecnología, del modernismo, y de las facilidades infraestructurales que se alcanza el mejoramiento espiritual; la inversión y el costo social por efecto de la erosión moral del mundo, es tremendamente elevado. El amor al prójimo significa evitar todo egoísmo, envidia, mentira, calumnia, murmuración, celos, contiendas, en contra de los semejantes.
Amor al prójimo es entrega de bien, de bondad, de generosidad, es no aceptar la iniquidad y la injusticia; amor al prójimo es revelar y advertir cuando las cosas son torcidas, es decirle a la gente con valentía las faltas que cometen en contra de los demás, de sus errores, no siendo piedra de tropiezo para que sigan cayendo.
Las familias cristianas en cambio, por llevar conductas y caminos diferentes, en la guía del Espíritu Santo, en la fisonomía de una política de vida que encuadra estos tres aspectos:
1) Temor del Dios VIVO, en amor y respeto.
2) Conocimiento de Dios (la Biblia), difundiendo la verdad al mundo.
3) Amor y obediencia a Dios, haciendo de Su palabra un estilo de vida testimonial.
Esta es la opción de la familia cristiana, para estar cada vez mas cerca al Señor, manteniéndose al cuidado de la otra gran porción social que vive entrampada en su insensibilidad, iniquidad, injusticia y preferencia al pecado. Que definitivamente la mayoría demográfica no alcanzara la salvación en Jesucristo, porque lo niega y lo subestima.
¡Alabado sea Jesucristo, en quien esta la salvación verdadera!
nautilius
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El pecado cosecha y siembra destrucción, egoísmos, celos, contiendas, discriminación, envidias, odios, crimen, despotismo, soberbia, injusticias. Todo aquello que hace retroceder la vida espiritual de la persona, de la familia y de la sociedad.
Muchas sociedades están siendo destruidas por el pecado, y lastimosamente, en estos tiempos modernos; el hombre hace oído sordo, hace ojo ciego, y hace corazón duro para identificar y señalar lo que es el pecado.
Las leyes jurídicas, y los sistemas de legalidad, así como el sistema de valores sociales; solo señalan faltas, delitos, y los daños y consecuencias físicas, emocionales, y materiales derivados de estos actos contra la vida social.
En muchas congregaciones e iglesias, nunca se habla o advierte del peligro que representa el pecado para la vida de los seres humanos, es mas, hay cierta convivencia o anuencia disimulada con el pecado, para evitar que las gentes se vayan, y mantenerlos en una tibieza espiritual, no definiendo responsabilidades y roles respecto a lo que manda Dios en la Biblia (Ap. 4:15-17).
Muchos se legalizan en (1Jn. 3:9) de que “Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado...”; sin embargo, los versículos 1:9 y 5:18 nos dan otro panorama, de que el nacido de nuevo no esta libre de pecar o no debiera pecar mas bien; entendiendo que la madurez y la perfección es un proceso, y que sin llenura del Espíritu Santo esto no es posible alcanzar, y que la salvación hay que sostenerla en santidad y temor de Dios.
Revísese (1Jn. 2:1), (Mr. 13:13), (1 Cor. 14:20), (Fil. 3:12).
El pecado social esta introducido en todos los sistemas de la sociedad, políticos, financieros, económicos, comerciales, educativos, industriales, religiosos. La sociedad no hace distinción, según su conveniencia entre lo bueno y lo malo; mas bien distingue alegría de tristeza, sufrimiento de felicidad, riqueza de pobreza, aflicción de placer, debilidad de solvencia. No hay un juicio o temperamento para señalar la cosa inmoral así de plano, como que el pecado convive en la sociedad y es aceptado, pero negado como tal; se le disfraza con expresiones tales como adicciones, intolerancias, hábitos, tendencias, preferencias, actitudes y conductas; que significan muchas veces transgresión a la palabra de Dios, rebeldía abierta a su majestad y poder, negación a su voluntad para que seamos santos; y en contraposición y negación a los principios bíblicos, la verdad y la presencia del Espíritu Santo en la vida de la humanidad “...y mayormente a aquellos que siguiendo la carne, andan en concupiscencia e inmundicia, y desprecian el señorío...” hablando mal de cosas que no entienden...perecerán en su propia perdición... ya que tienen por delicia el gozar de deleites cada día...” (2 Pe. 2:4-16).
El pecado es terrible y destructivo, y lo que sucede es que la sociedad no toma cuenta ni realidad de una verdadera conceptualización de lo que significa el pecado en sus vidas; no solo en el terreno filosófico, moral, y espiritual; sino además en el terreno practico de la vida, los hechos, y en las consecuencias del mismo.
El hombre es una composición de alma, mente, cuerpo, espíritu; que a través de su sistema sensorial: ojo, oído, olfato, gusto, tacto, tiene contacto con el mundo externo. Y que por consiguiente, esta a expensas de una influencia proveniente de dos frentes, su mundo interno, y el mundo externo que lo rodea. La palabra dice “que del corazón de los hombres salen los malos pensamientos”.
La sociedad debiera tomar realidad, conciencia, y comando de la situación pecaminosa en que se halla; las guerras, las discrepancias civiles, los sentimientos encontrados, las luchas por los territorios, las ambiciones por las riquezas naturales, pleitos por las economías; no son otra cosa que la siembra y la cosecha de semilla y productos pecaminosos de destrucción masiva. “...fuentes sin agua, y nubes empujadas por la tormenta; ...hablando palabras infladas y vanas, seducen con concupiscencia de la carne y disoluciones a los que verdaderamente habían huido de los que viven en error...” (2 Pe 2:17-22).
La modernidad, la tecnología, y todo avance en materia de comodidad y progreso material que tiene la sociedad a la mano, no alcanza los niveles de valoración y de comparación con el gozo inefable que tiene el hombre ante la presencia de Dios en sus corazones; no hay lugar a comparación, no hay lugar a parangonar lo que es la excelencia de la comodidad y del poseer riquezas; con aquella riqueza que proviene del Espíritu Santo, aun en la pobreza material, aun acostándose y levantándose con el estomago vacío.
No hay comparación con esa presencia inefable del Espíritu Santo, que nos fortalece, que nos levanta, que nos da visión para la vida presente, para la posteridad de lo que es la vida eterna en Cristo Jesús, y para el beneficio que se le puede otorgar de Dios hacia sus hijos, confrontando todas las adversidades y dificultades de este mundo. Evidentemente, no somos de este mundo espiritualmente, pero físicamente vivimos en este mundo, estamos matriculados en la vida de este mundo, y tenemos que salir adelante en esa evaluación y en esas pruebas que Dios permite, “porque Él disciplina a sus hijos”. En esa edificación diaria que nos acerca hacia la madurez espiritual, de la cual nos habla de manera excelsa la Palabra de Dios.
“...Despiértate, tú que duermes, Y levántate de los muertos.
Y te alumbrara Cristo... Sed llenos del Espíritu...” (Ef. 4:17-20).
Esta alegoría nos recuerda en (Ez. 11:3) “los cuales dicen: No será tan pronto; edifiquemos casas; esta será la olla, y nosotros la carne”. El pecado de la sociedad se convierte en esa relación de olla y de carne; de olla porque los hechos y acciones de la sociedad entran en un proceso de producir realidades y resultados pecaminosos dañinos a ella misma; y de carne porque cada individuo, en su carne, en su alma, y en su mente, al transgredir la palabra de Dios, hacen comisión de pecado; manifestándose así esta relación a que hace referencia Ezequiel; en que las ciudades y los pueblos se convierten en estas ollas, y son cocinados dentro de ese proceso de efervescencia pecaminosa con la manteca de la tentación, y los aderezos de sus naturalezas pecaminosas. Dando como resultado la manifestación del pecado en lacras sociales como el hambre, la injusticia, la pobreza, las enfermedades sociales, el desamparo, el crimen, el aborto, la drogadicción, los divorcios, la insatisfacción de necesidades básicas, y otras suertes de desgracias.
Hay pecados como el chisme o murmuración, la gula o glotonería, el hurto, envidia, celos, egoísmo, la arrogancia, la falta de respeto, explotación, el abuso; que pasan desapercibidos para el mundo, porque su percepción de lo malo esta como encallecida en sus almas y en su sensibilidad.
Aunque la palabra dice “que en donde hay pecado, sobreabunda la gracia de Dios”; porque sería imposible que las gentes pudieran salvarse sin el poder de la Sangre Preciosa de Jesucristo; en él hemos sido restaurados para vida eterna, y para bendición en el tiempo presente. Ya lo hemos señalado, que en la conceptualización y en la apreciación de los valores morales, la palabra pecado social, no tiene un lugar especifico, pero para las cosas de Dios es pertinente mantener disciplina, orden y respeto a todos los asuntos que conciernen a Él. Si una persona mantiene temor de Dios, como principio en su vida espiritual, sin duda alguna que será disciplinada y respetuosa de la Palabra de Dios, preocupándose por conocer lo que dice la Palabra sobre su comportamiento personal y en la sociedad; y con respecto a su comportamiento en la intimidad de su familia y de su persona “Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios.” (2 Co. 7:1).
La iglesia cristiana, así mismo, mantiene una posición expectante como agente modificador de su entorno social, en el mismo nivel, que los problemas sociales; en esa misma dimensión, los problemas del pecado social están vinculados con la importancia, responsabilidad, y función de la iglesia frente a su medio social, como agente de Cristo Jesús para modificar las raíces y los diversos estamentos de la vida social; ¿en que cosa?, en la Palabra de Dios, en los mismos valores morales, y en los principios espirituales fijados y derramados por el Santo Espíritu de Dios.
Es una necesidad para la sociedad, contar con una iglesia cristiana sólida; la solidez esta en la Palabra de Dios y su correcta interpretación y aplicación en la vida; pero una solidez también en su modo de operar, en la forma como es liderada, en la manera como es organizada y administrada, ofreciendo los servicios y sus derivaciones ministeriales de la más alta calidad, es decir, una excelencia en cuanto a oferta ministerial. (Ro. 6:22-23) “Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna. Porque la paga del pecado es muerte, mas la dadiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro”.
La esperanza moral espiritual de los pueblos esta en sus generaciones venideras de niños y de jóvenes, es una tarea de envergadura y de gran vitalidad la que debe cumplir nuestra amada iglesia cristiana en los roles de promotora, conductora, y modificadora en el cambio social hacia el bienestar encuadrado en los terrenos que señala la Palabra de Dios.
Dios desea que edifiquemos pueblos y sociedades que se ajusten a su voluntad, viables de adquirir esa unción de santidad en el Espíritu Santo, y que se demuestra en el amor al prójimo. Y amor al prójimo quiere decir, colaboración, soporte, afecto, perdón, afecto, amor, comprensión y tolerancia; mas no encubrimiento, no aceptación de pecado; un claro ejemplo, es que un alto porcentaje de homosexuales y lesbianas están envueltos en las creencias esotéricas y universalistas. ¿Por que?. Sencillamente, porque en esas ideas se acepta el pecado, no hay rechazo a la inmoralidad, mas bien hay una contemporización con esa falsa libertad que es el libertinaje; ahí se acepta de toda cosa ajena a Dios, envuelto en falsas etiquetas, y nombrecillos para engañar a los que andan en búsqueda.
Veamos en (Juan 4:21) alude que “el amor al prójimo debe ser como a ti mismo”. El amor de Dios se perfecciona en la compostura del cristiano, en el carácter que lo identifica como tal; no aceptando las cosas torcidas; en esa misma forma puede mejorar la condición espiritual de la sociedad.
No es a través de la tecnología, del modernismo, y de las facilidades infraestructurales que se alcanza el mejoramiento espiritual; la inversión y el costo social por efecto de la erosión moral del mundo, es tremendamente elevado. El amor al prójimo significa evitar todo egoísmo, envidia, mentira, calumnia, murmuración, celos, contiendas, en contra de los semejantes.
Amor al prójimo es entrega de bien, de bondad, de generosidad, es no aceptar la iniquidad y la injusticia; amor al prójimo es revelar y advertir cuando las cosas son torcidas, es decirle a la gente con valentía las faltas que cometen en contra de los demás, de sus errores, no siendo piedra de tropiezo para que sigan cayendo.
Las familias cristianas en cambio, por llevar conductas y caminos diferentes, en la guía del Espíritu Santo, en la fisonomía de una política de vida que encuadra estos tres aspectos:
1) Temor del Dios VIVO, en amor y respeto.
2) Conocimiento de Dios (la Biblia), difundiendo la verdad al mundo.
3) Amor y obediencia a Dios, haciendo de Su palabra un estilo de vida testimonial.
Esta es la opción de la familia cristiana, para estar cada vez mas cerca al Señor, manteniéndose al cuidado de la otra gran porción social que vive entrampada en su insensibilidad, iniquidad, injusticia y preferencia al pecado. Que definitivamente la mayoría demográfica no alcanzara la salvación en Jesucristo, porque lo niega y lo subestima.
¡Alabado sea Jesucristo, en quien esta la salvación verdadera!
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