Esa partícula, “como”, te introduce en el camino de las analogías. Mira por ejemplo estos casos: «y bajó sobre él el Espíritu Santo en forma corporal, como una paloma» (Lc 3,22); «Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial» (Mt 5,48); «Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo» (Lc 6,36); «venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el Cielo» (Mt 6,10); «y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores» (Mt 6,12); «Y dijo Jesús al centurión: “Anda; que te suceda como has creído.” Y en aquella hora sanó el criado» (Mt 8,13); «Entonces Jesús le respondió: «Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas.» Y desde aquel momento quedó curada su hija» (Mt 15,28); «y dijo: “Yo os aseguro: si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos.” » (Mt 18,3; Mc 10,15; Lc 18,16.17); «Y el que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe» (Mt 18,5; Mc 9,37; 10,14); «amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 19,19; 22,39; Mc 12,31; Lc 10,27); «en la resurrección, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, sino que serán como Ángeles en el Cielo» (Mt 22,30; Mc 12,25; Lc 20,36); «Porque como el relámpago sale por oriente y brilla hasta occidente, así será la venida del Hijo del hombre» (Mt 24,27; Lc 17,24; cf. 21,35); «Porque, así como Jonás fue señal para los ninivitas, así lo será el Hijo del hombre para esta generación» (Lc 11,30); «Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú» (Mt 26,39); «El aspecto del Ángel era como el relámpago y su vestido blanco como la nieve» (Mt 28,3); «ha resucitado, como lo había dicho» (Mt 28,6); «id a decir a sus discípulos y a Pedro que irá delante de vosotros a Galilea; allí le veréis, como os dijo» (Mc 16,7); «como había anunciado a nuestros padres» (Lc 1,55); «como había prometido desde tiempos antiguos, por boca de sus santos profetas» (Lc 1,70); «como está escrito en la Ley del Señor» (Lc 2,23; cf. Lc 5,14); «Él les dijo: “Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo.”» (Lc 10,18); «Señor, enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos» (Lc 11,1); «el mayor entre vosotros sea como el más joven y el que gobierna como el que sirve» (Lc 22,26.27); «Yo, por mi parte, dispongo un Reino para vosotros, como mi Padre lo dispuso para mí» (Lc 22,29).
He tomado todos estos ejemplos de los Evangelios, sin incluir por ahora el de Juan. La constancia del modo comparativo y analógico de hablar te indica tres cosas, cuando menos: primera, que hay una especie de inadecuación entre la capacidad significativa del lenguaje humano y la realidad trascendente significada. Este es el caso no sólo de la partícula “como”, sino de todo el estilo parabólico de Nuestro Señor: «Y les anunciaba la Palabra con muchas parábolas como éstas, según podían entenderle» (Mc 4,33).
Segunda, que hay una analogía profunda entre los hechos mismos por los que Dios se revela, de modo que la mente humana, si atiende al sentido de los hechos y se educa en el “sentido de Dios” puede, cada vez mejor, reconocer su paso. Por eso exclamaba Isaías, en nombre del Dios Altísimo: «como hice con Samaría y sus ídolos, ¿no haré asimismo con Jerusalén y sus simulacros?» (Is 10,11). A una comprensión parecida invitaba Amós, abrasado en el Fuego Divino: «¿No sois vosotros para mí como hijos de kusitas, oh hijos de Israel? -oráculo de Yahveh- ¿No hice yo subir a Israel del país de Egipto, como a los filisteos de Kaftor y a los arameos de Quir?» (Am 9,7). Este punto es muy importante, porque es el que puede alentarte a buscar las señales de Dios con la santa audacia de Gedeón: «Perdón, señor mío. Si Yahveh está con nosotros ¿por qué nos ocurre todo esto? ¿Dónde están todos esos prodigios que nos cuentan nuestros padres cuando dicen: “¿No nos hizo subir Yahveh de Egipto?” Pero ahora Yahveh nos ha abandonado, nos ha entregado en manos de Madián...» (Jue 6,13), o como oró Salomón: «Que Yahveh, nuestro Dios, esté con nosotros como estuvo con nuestros padres, que no nos abandone ni nos rechace» (1 Re 8,57). En efecto, los mejores argumentos ante Dios son las obras que el mismo Dios ya ha realizado. Bien sabía esto el que dijo: «Oh Dios, con nuestros propios oídos lo oímos, nos lo contaron nuestros padres, la obra que tú hiciste en sus días en los días antiguos» (Sal 44,3).
Tercera, que en estas analogías descubres la profunda unidad de la profesión de fe, pues teniendo lo esencial de la fe se tiene potencialmente todo cuanto puede decirse o enseñarse sobre la fe. Por esto el Nuevo Testamento llega a fórmulas tan pasmosamente simples en las que afirma estar todo el tesoro de la salvación. Dos ejemplos notables son la respuesta de Pedro el día de Pentecostés: «Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo» (Hch 2,38), y la expresión de Pablo en su Carta a los Romanos: «Porque, si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo» (Rom 10,19). Estas expresiones no hay que entenderlas como absolutas, esto es, desmembradas de la vida entera de la Iglesia, ni tampoco como recetas mágicas, sino, según te he dicho, como condensaciones bellísimas, fruto de la analogía que hallas en la Palabra.
Deleita tu corazón en los ejemplos que te he dado, que tienen poder para elevar tu mente y la de quienes los reverencien con amor. Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.
Por Ángel.
Viernes, 7 de enero del 2000
He tomado todos estos ejemplos de los Evangelios, sin incluir por ahora el de Juan. La constancia del modo comparativo y analógico de hablar te indica tres cosas, cuando menos: primera, que hay una especie de inadecuación entre la capacidad significativa del lenguaje humano y la realidad trascendente significada. Este es el caso no sólo de la partícula “como”, sino de todo el estilo parabólico de Nuestro Señor: «Y les anunciaba la Palabra con muchas parábolas como éstas, según podían entenderle» (Mc 4,33).
Segunda, que hay una analogía profunda entre los hechos mismos por los que Dios se revela, de modo que la mente humana, si atiende al sentido de los hechos y se educa en el “sentido de Dios” puede, cada vez mejor, reconocer su paso. Por eso exclamaba Isaías, en nombre del Dios Altísimo: «como hice con Samaría y sus ídolos, ¿no haré asimismo con Jerusalén y sus simulacros?» (Is 10,11). A una comprensión parecida invitaba Amós, abrasado en el Fuego Divino: «¿No sois vosotros para mí como hijos de kusitas, oh hijos de Israel? -oráculo de Yahveh- ¿No hice yo subir a Israel del país de Egipto, como a los filisteos de Kaftor y a los arameos de Quir?» (Am 9,7). Este punto es muy importante, porque es el que puede alentarte a buscar las señales de Dios con la santa audacia de Gedeón: «Perdón, señor mío. Si Yahveh está con nosotros ¿por qué nos ocurre todo esto? ¿Dónde están todos esos prodigios que nos cuentan nuestros padres cuando dicen: “¿No nos hizo subir Yahveh de Egipto?” Pero ahora Yahveh nos ha abandonado, nos ha entregado en manos de Madián...» (Jue 6,13), o como oró Salomón: «Que Yahveh, nuestro Dios, esté con nosotros como estuvo con nuestros padres, que no nos abandone ni nos rechace» (1 Re 8,57). En efecto, los mejores argumentos ante Dios son las obras que el mismo Dios ya ha realizado. Bien sabía esto el que dijo: «Oh Dios, con nuestros propios oídos lo oímos, nos lo contaron nuestros padres, la obra que tú hiciste en sus días en los días antiguos» (Sal 44,3).
Tercera, que en estas analogías descubres la profunda unidad de la profesión de fe, pues teniendo lo esencial de la fe se tiene potencialmente todo cuanto puede decirse o enseñarse sobre la fe. Por esto el Nuevo Testamento llega a fórmulas tan pasmosamente simples en las que afirma estar todo el tesoro de la salvación. Dos ejemplos notables son la respuesta de Pedro el día de Pentecostés: «Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo» (Hch 2,38), y la expresión de Pablo en su Carta a los Romanos: «Porque, si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo» (Rom 10,19). Estas expresiones no hay que entenderlas como absolutas, esto es, desmembradas de la vida entera de la Iglesia, ni tampoco como recetas mágicas, sino, según te he dicho, como condensaciones bellísimas, fruto de la analogía que hallas en la Palabra.
Deleita tu corazón en los ejemplos que te he dado, que tienen poder para elevar tu mente y la de quienes los reverencien con amor. Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.
Por Ángel.
Viernes, 7 de enero del 2000