--¿De manera que eres cristiano?—le preguntó su compañero de oficina. No respondió nada. Fingió no escuchar. Revolvió el café una y otra y otra vez.
--¿Me escuchas? Te pregunto si eres cristiano--. El tono insistente de la voz no le gustó nada.
--¿Por qué?—
--Hoy cuando abriste el escritorio, vi la Biblia en el primer cajón. Y por supuesto, ahora entiendo los cambios que has experimentado... ¡Te lo tenías bien guardado!—le dijo.
El miró a su alrededor con el sigilo de quien oculta algo o está inmerso en una actividad clandestina y acaba de ser descubierto. Bajó la voz y lo confesó: --Sí, estoy yendo con mi esposa a una iglesia próxima a nuestro apartamento, pero por favor, no se lo digas a nadie mas ¿De acuerdo?--. Con una mirada fulminante quiso enfatizarle qué significaba ese “¿De acuerdo?”.
--¿Qué tiene de malo que lo supieran?—Le interrogó su amigo.
--Te lo pido... es un favor—insistió.
No hablaron mas. Terminaron el refrigerio y regresaron a su lugar de trabajo. Se sentía incómodo. No quería que nadie más lo supiera... las horas se tornaron muy prolongadas en el reloj de pared. Quería irse cuanto antes...
¿A qué le tememos?
Con frecuencia apreciamos cristianos que profesan su fe “en lo secreto”. Es decir, no quieren que nadie más se entere. Pareciera que temen ser marginados o marcados quizá con un estigma por su condición de creyentes en Jesús. Aunque parezca insólito, hay quienes llevan su Biblia bien camuflada en bolsas plásticas o escondidas en el fondo de su portafolios, para que nadie más se entere de su condición de hijos de Dios. Y cuando van a entrar al templo, miran a todos los lados para asegurarse que “nadie conocido” los vio...
Quienes actúan así, olvidan las palabras de nuestro amado Señor Jesucristo: “A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos. Y a cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre que está en los cielos”(Mateo 10:32, 33).
Cristiano en medio de la crisis
Es interesante que mientras hay quienes se empeñan en negar al Señor Jesucristo, otros proclaman libremente su fe, sin importar el qué dirán. Tienen claro que antes que palabras bonitas, los cristianos debemos evidenciar nuestra fidelidad con hechos.
En la Biblia encontramos a un hombre que reafirmó su fe en Jesús, el Señor, por encima de la crisis que se desencadenó a su alrededor. Todos habían huido, incluso Pedro, que dijo estar dispuesto a morir por el Maestro y sin embargo en el momento culminante le negó tres veces. Los discípulos corrieron en busca de amparo. Nadie estuvo con El hasta último instante. Pero José, de Arimatea, rompió todos los esquemas... Fue fiel por encima de lo que pudieran pensar o decir quienes le rodeaban...
Nadando contra la corriente...
José, de Arimatea, defendió su fe. Tenía claridad en cuanto a sus convicciones. No dudaba. Eso le llevó a permanecer firme. Su condición de hombro probo, le llevó a ir contra la corriente. “Y había un hombre llamado José, miembro del concilio, varón bueno y justo (el cual no había asentido al plan y al proceder de los demás) que era de Arimatea, ciudad de los judíos, y que esperaba el reino de Dios” (Lucas 23:50, 51).
¡Cuánto hacen falta creyentes así, que no cambien si todo a su alrededor amenaza con desmoronarse!.
Guardando la esperanza
Al releer el versículo 51, nos encontramos a un hombre tan convencido de su esperanza en el reino de los cielos, que no se sintió desilusionada ante la aparente “derrota” por la muerte de Jesús, el máximo líder de aquella corriente de fe que tomaba fuerza en Palestina. Por el contrario, tuvo la entereza de ir hasta el gobernador Pilato para pedir el cuerpo del Maestro, tal como lo leemos en el versículo 52.
Igual usted: debe permanecer firme así parezca que nada ocurre a su alrededor, que todo sigue igual. Espere en Dios. No importan las circunstancias. Es necesario avanzar siempre hasta la meta del supremo llamamiento que es Cristo Jesús.
Fidelidad a Jesús siempre
José, de Arimatea, pudo huir como los demás. Estaba frente a un aparente “fracasado”. Su cuerpo yacía inerte en la cruz. Sin embargo, él fue fiel en todo momento porque relata el evangelista: ” ... y bajándole, le envolvió en un lienzo de lino, y le puso en un sepulcro excavado en la roca donde nadie había sido puesto todavía. Era el día de la preparación, y estaba para comenzar el día de reposo.”(vv.52, 53).
Imagine por un instante la emoción que embargó el corazón de este buen hombre cuando, dos días después, recibió la noticia sobre la resurrección del Señor Jesús... Fue un instante memorable que transformó definitivamente su existencia... ¡Había valido la pena tener fe!...
Tal vez quiere vivir esa experiencia
Al leer sobre un hombre de profundas convicciones, que tenía una razón para vivir y para luchar, reflexione que en su vida no ocurre lo mismo. Y desea vivir la experiencia transformadora de la fe. ¡Pues hágalo ahora mismo!. Es sencillo. Basta que haga una oración corta, incluso frente al computador. Dígale: “Señor Jesucristo, reconozco que he pecado pero también, que gracias a tu sacrificio en la cruz, perdonaste todas mis deudas. Entra en mi corazón. Transfórmame, y haz de mi la persona que tú quieres que yo sea. Amén”
Felicitaciones. Es el mejor paso que ha podido dar. Ahora le recomiendo tres cosas. La primera, que adopte el hábito de hablar con Dios mediante la oración. Diríjase a Él como un amigo. Segunda, que lea su Palabra diariamente. En la Biblia encontrará principios de vida cristiana que le ayudarán a crecer espiritualmente y como persona. Tercera, que comience a congregarse en una iglesia cristiana.
Si tiene alguna inquietud, no dude en escribirme ahora mismo.
Ps. Fernando Alexis Jiménez
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Páginas en Internet http://www.heraldosdelapalabra.com y meditaciones diarias en http://www.adorador.com/meditaciones
--¿Me escuchas? Te pregunto si eres cristiano--. El tono insistente de la voz no le gustó nada.
--¿Por qué?—
--Hoy cuando abriste el escritorio, vi la Biblia en el primer cajón. Y por supuesto, ahora entiendo los cambios que has experimentado... ¡Te lo tenías bien guardado!—le dijo.
El miró a su alrededor con el sigilo de quien oculta algo o está inmerso en una actividad clandestina y acaba de ser descubierto. Bajó la voz y lo confesó: --Sí, estoy yendo con mi esposa a una iglesia próxima a nuestro apartamento, pero por favor, no se lo digas a nadie mas ¿De acuerdo?--. Con una mirada fulminante quiso enfatizarle qué significaba ese “¿De acuerdo?”.
--¿Qué tiene de malo que lo supieran?—Le interrogó su amigo.
--Te lo pido... es un favor—insistió.
No hablaron mas. Terminaron el refrigerio y regresaron a su lugar de trabajo. Se sentía incómodo. No quería que nadie más lo supiera... las horas se tornaron muy prolongadas en el reloj de pared. Quería irse cuanto antes...
¿A qué le tememos?
Con frecuencia apreciamos cristianos que profesan su fe “en lo secreto”. Es decir, no quieren que nadie más se entere. Pareciera que temen ser marginados o marcados quizá con un estigma por su condición de creyentes en Jesús. Aunque parezca insólito, hay quienes llevan su Biblia bien camuflada en bolsas plásticas o escondidas en el fondo de su portafolios, para que nadie más se entere de su condición de hijos de Dios. Y cuando van a entrar al templo, miran a todos los lados para asegurarse que “nadie conocido” los vio...
Quienes actúan así, olvidan las palabras de nuestro amado Señor Jesucristo: “A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos. Y a cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre que está en los cielos”(Mateo 10:32, 33).
Cristiano en medio de la crisis
Es interesante que mientras hay quienes se empeñan en negar al Señor Jesucristo, otros proclaman libremente su fe, sin importar el qué dirán. Tienen claro que antes que palabras bonitas, los cristianos debemos evidenciar nuestra fidelidad con hechos.
En la Biblia encontramos a un hombre que reafirmó su fe en Jesús, el Señor, por encima de la crisis que se desencadenó a su alrededor. Todos habían huido, incluso Pedro, que dijo estar dispuesto a morir por el Maestro y sin embargo en el momento culminante le negó tres veces. Los discípulos corrieron en busca de amparo. Nadie estuvo con El hasta último instante. Pero José, de Arimatea, rompió todos los esquemas... Fue fiel por encima de lo que pudieran pensar o decir quienes le rodeaban...
Nadando contra la corriente...
José, de Arimatea, defendió su fe. Tenía claridad en cuanto a sus convicciones. No dudaba. Eso le llevó a permanecer firme. Su condición de hombro probo, le llevó a ir contra la corriente. “Y había un hombre llamado José, miembro del concilio, varón bueno y justo (el cual no había asentido al plan y al proceder de los demás) que era de Arimatea, ciudad de los judíos, y que esperaba el reino de Dios” (Lucas 23:50, 51).
¡Cuánto hacen falta creyentes así, que no cambien si todo a su alrededor amenaza con desmoronarse!.
Guardando la esperanza
Al releer el versículo 51, nos encontramos a un hombre tan convencido de su esperanza en el reino de los cielos, que no se sintió desilusionada ante la aparente “derrota” por la muerte de Jesús, el máximo líder de aquella corriente de fe que tomaba fuerza en Palestina. Por el contrario, tuvo la entereza de ir hasta el gobernador Pilato para pedir el cuerpo del Maestro, tal como lo leemos en el versículo 52.
Igual usted: debe permanecer firme así parezca que nada ocurre a su alrededor, que todo sigue igual. Espere en Dios. No importan las circunstancias. Es necesario avanzar siempre hasta la meta del supremo llamamiento que es Cristo Jesús.
Fidelidad a Jesús siempre
José, de Arimatea, pudo huir como los demás. Estaba frente a un aparente “fracasado”. Su cuerpo yacía inerte en la cruz. Sin embargo, él fue fiel en todo momento porque relata el evangelista: ” ... y bajándole, le envolvió en un lienzo de lino, y le puso en un sepulcro excavado en la roca donde nadie había sido puesto todavía. Era el día de la preparación, y estaba para comenzar el día de reposo.”(vv.52, 53).
Imagine por un instante la emoción que embargó el corazón de este buen hombre cuando, dos días después, recibió la noticia sobre la resurrección del Señor Jesús... Fue un instante memorable que transformó definitivamente su existencia... ¡Había valido la pena tener fe!...
Tal vez quiere vivir esa experiencia
Al leer sobre un hombre de profundas convicciones, que tenía una razón para vivir y para luchar, reflexione que en su vida no ocurre lo mismo. Y desea vivir la experiencia transformadora de la fe. ¡Pues hágalo ahora mismo!. Es sencillo. Basta que haga una oración corta, incluso frente al computador. Dígale: “Señor Jesucristo, reconozco que he pecado pero también, que gracias a tu sacrificio en la cruz, perdonaste todas mis deudas. Entra en mi corazón. Transfórmame, y haz de mi la persona que tú quieres que yo sea. Amén”
Felicitaciones. Es el mejor paso que ha podido dar. Ahora le recomiendo tres cosas. La primera, que adopte el hábito de hablar con Dios mediante la oración. Diríjase a Él como un amigo. Segunda, que lea su Palabra diariamente. En la Biblia encontrará principios de vida cristiana que le ayudarán a crecer espiritualmente y como persona. Tercera, que comience a congregarse en una iglesia cristiana.
Si tiene alguna inquietud, no dude en escribirme ahora mismo.
Ps. Fernando Alexis Jiménez
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