El jurado promulgó su veredicto: condena a cadena perpetua. Todos guardaron silencio. El abogado defensor se dejó caer sobre la silla, doblegado por el peso de la derrota. No tenía ánimo ni siquiera para guardar los documentos que tenía regados en la mesa. “Lo siento” dijo, sin dirigir siquiera la mirada a su cliente, una profesional acusada de dar muerte a su esposo bajo violentas circunstancias. Los hechos ocurrieron cuando lo sorprendió en infidelidad.

 
A partir de ese momento los días se tornaron eternos. Las mismas cuatro paredes, sucias y desconchadas, pobladas con garabatos e inscripciones de todo género. Caminar los cuatro metros de lado y lado, en una celda que pronto se convirtió en un infierno.

Nada tenía sentido. No había propósito para existir. Nada podía cambiar la pena por un sonado incidente que por varios días ocupó las primeras páginas de los diarios. Y no era para menos, porque tocó las fibras más sensibles en la sociedad de su país.

¿Hay perdón para mi vida? ” preguntó al ministro evangélico que la visitó en la penitenciaría de alta seguridad. “¿Acaso Dios puede perdonar a quien –cegado por la ira—provocó una muerte así?”. La intensidad de sus preguntas era tanta, que no podía entender que –si se arrepentía y aceptaba el perdón de Cristo en la cruz—podría comenzar una nueva vida, cargada de esperanza...

¡Todavía hay una oportunidad!

Un joven pandillero me abordó cierto día para expresarme su escepticismo: “He hecho tantas cosas malas, que difícilmente Dios podría prodigarme una mirada de misericordia”, dijo.

Igual una mujer que cayó en adulterio: “Ni con la muerte puedo quitarme la carga de conciencia que me acompaña a todos lados”, argumentó.

Como ellos, decenas de personas en todo el mundo. Reconocen la magnitud de sus errores, pero no admiten la luz de esperanza que se encuentra en el Señor Jesucristo. Consideran que los dados del mañana giraron en el aire para caer estruendosamente, y evidenciaron que habían perdido la partida. Tienen la idea que jugaron el juego de la vida, y fracasaron...

Comprensible. Pero ignoran la misericordia de Dios. El dijo: “Porque no quiero la muerte del que muere, dice Jehová el Señor; convertios, pues, y viviréis.” (Ezequiel 18:32).

El paso necesario entonces es reconocer nuestros pecados, arrepentirnos y abrir el corazón para que Dios opere una profunda transformación en nuestras vidas. El lo prometió: “Apartándose el impío de su impiedad que hizo, y haciendo según el derecho y la justicia, hará vivir su alma.” (Ezequiel 18:27).

¿Y si los pecados fueren muchos? Dios los perdona gracias a la obra redentora del Señor Jesús en la cruz. Ahora El nos mira como quien apenas comienza a vivir, con las páginas limpias de una existencia renovada: “Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrá, vendrán a ser como blanca lana.” (Isaías 1:18).

¿Cómo hacerlo?

Dar el paso a una existencia renovada comienza con una oración sencilla que usted puede realizar, incluso allí, frente al computador. Dígale: “Señor Jesucristo, reconozco que moriste en la cruz por mis pecados y gracias a tu sacrificio, recibí el perdón. Entra en mi corazón y haz de mi la persona que tú quieres que yo sea”. Amén.

Si hizo esta sencilla oración, felicitaciones. Se abren ante usted las puertas de un nuevo amanecer. Hay tres pasos más. El primero, dialogar diariamente con Dios mediante la oración; la segunda, edificarse a través de su palabra, y tercera, comenzar a congregarse en una comunidad cristiana.

Viva para Cristo, viva a Cristo y ponga su mirada sólo en Cristo. Tenga siempre presente la recomendación que hizo el Señor Jesús a una mujer sorprendida en el acto mismo de adulterio y a quien la multitud quería linchar: “... ni yo te condeno; vete, no peques más.” (Juan 8:11).

Si terne alguna inquietud, no dude en escribirme ahora mismo:

Ps. Fernando Alexis Jiménez
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