El día que Eisenhower contrajo matrimonio, creyó que sus problemas habían terminado y que, las frustraciones de la niñez, entraban a formar parte del pasado como las fotografías viejas refundidas en el álbum del Cuarto de San Alejo. Pero la ceremonia, la fiesta y el viaje de luna de miel --que parecían tomados de una película romántica-- dieron paso a un verdadero infierno que concluyó con la separación.
 
Para Jorge Iván, un latino que igual enfrentó la adversidad en la adolescencia e incluso, se crió en las calles, la historia fue diferente. Su matrimonio fue sencillo. No tenía dinero. Y su esposa se conformó con una recepción modesta para, un día después, estar de nuevo en sus labores cotidianas. Pese a la escasez económica --que pende de ellos como una espada de Damocles-- gozan de relativa paz y, en particular para Jorge Iván, cada nuevo amanecer está poblado de oportunidades.

¿De qué depende la felicidad en el matrimonio? De acuerdo con un estudio adelantado por la Asociación Americana de Sicología entre 24 mil personas por más de quince años, la felicidad en el hogar no depende de las circunstancias sino de la actitud del individuo.

Un soltero infeliz, seguirá siéndolo cuando contraiga matrimonio. Si es feliz de soltero, lo será cuando cambie su estado civil. Los especialistas coinciden en asegurar que cada quien determina si será feliz o presa de la amargura.

¿Y su vida? ¿Es feliz?

Interesante. Esta palabra sintetiza esa búsqueda científica sobre los secretos de la felicidad. Pero aún cuando haya disposición para encontrarle sentido a la existencia a cada instante, pueden asaltarnos las fluctuaciones. Y vendrá la depresión, el aburrimiento y tal vez la amargura.

¿Cómo asegurar permanencia en la predisposición a una vida placentera y con propósito? Cuando nace en el corazón. Y ¿De qué manera lo logramos? Cuando Dios toma control de nuestro ser.

El autor sagrado escribió hace más de 2.500 años: “Tú diste alegría a mi corazón Mayor que la de ellos cuando abundaba su grano y su mosto. En paz me acostaré, y asimismo dormiré; Porque solo tú, Jehová, me haces vivir confiado.” (Salmos 4:7, 8).

Es en nuestro Supremo Hacedor que encontramos la felicidad plena. Eso no significa que no surjan problemas, pero con Su divina ayuda, tendremos la fuerza para sobreponernos a cualquier adversidad.

¿Pero está completa su existencia?

Seguramente no lo estará hasta tanto tenga una íntima comunión con Dios. ¿De qué manera? Permitiendo que Jesucristo entre a su corazón. Basta una oración sencilla. Dígale: “Señor Jesucristo, reconozco que he pecado y que te necesito. Hoy deseo cambiar. Entra en mi corazón y haz de mi la persona que tú quieres que yo sea. Gracias por la salvación. Amén”.

Esta sencilla oración ha marcado el cambio en muchas vidas. Pero es necesario un paso más. Hacer de la oración, un diálogo permanente con Dios. Leer la Palabra para conocer Su voluntad y, comenzar a congregarse con otros creyentes.

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Ps. Fernando Alexis Jiménez
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