Reflexiones personales sobre “La Bendición de Toronto”

Hace menos de un año que la "Bendición de Toronto" hizo por primera vez su aparición en Europa. Esto fenómeno, cuyo nombre estuvo inspirado en la iglesia de Vineyard (cerca del aeropuerto) de la más cosmopolita de las ciudades canadienses, se ha propagado por las islas Británicas y Europa manifestando una destacada propensión a hacerse aceptar por una gran diversidad de grupos eclesiásticos. Ha recibido una acogida positiva, si no general, en los medios carismáticos de todas las tendencias, encontrando también defensores y adeptos en las iglesias más tradicionales no carismáticas. Dos iglesias, en particular, parecen haber sido los centros de difusión y desarrollo en Gran Bretaña; una es anglicana: la Iglesia de la Santa Trinidad, en Brompton; la otra es bautista, en Wimbledon.

Cualquiera que sea la primera reacción que se pueda tener al escuchar los ecos de lo que sucede en estas iglesias y en otros lugares, sería imprudente ignorarlos y suponer que, así como un buen número de fenómenos religiosos venidos del otro lado del Atlántico no perdurará mucho. En lo que a mí concierne, tras oír a un amigo (cuyo discernimiento teológico tengo buenas razones para respetar) ponderar los beneficios personales obtenidos de su participación en este movimiento, acogí con alegría la ocasión de visitar las dos iglesias antedichas para comprobar por mí mismo lo que sucedía. Además de estas visitas he visto, por un lado, los videos de Ellie Mumford (esposa del pastor de la iglesia de Vineyard en Putney, Londres) que, al parecer, sería el instrumento humano mediante el cual la "bendición" habría llegado a Europa, y, por otro lado, dos emisiones que le fueron dedicadas por la televisión galesa. También asistí, acompañado de otros pastores, a una reunión que tuvo lugar al sur del país de Gales, para presentar todas las actividades asociadas al movimiento. Además me documenté lo más posible leyendo una amplia gama de textos de numerosas obras escritas por adeptos entusiastas, artículos publicados en la prensa escrita, religiosa y secular, favorables o desfavorables. Por todo ello creo poder pronunciarme sobre el asunto.

Ciertamente no existe duda de que este ejercicio es una simple pérdida de tiempo, ya que el menor discernimiento teológico es suficiente para comprender, desde el principio, que "la bendición de Toronto" no tiene su origen en el cielo. Sin embargo, me atrevo a adelantar que en ciertas épocas se producen fenómenos extraños en la historia espiritual del pueblo de Dios. Es igualmente cierto que han sucedido hechos extraordinarios, finalmente imputables con claridad a Satanás, que comenzaron a intrigar y engañar a hombres de Dios, a pesar de su clarividencia. Por otra parte, la historia de lo que Ronald Knox llamaba "el entusiasmo" está sembrada con ejemplos de personas y de movimientos que parecían prevalecer, pero que acabaron por hundirse dejando tras sí seres destrozados que tuvieron la seguridad de ser guiados por la mano de Dios en todo lo que hacían. Las palabras del apóstol Pablo a los Tesalonicenses son siempre apropiadas: "No apaguéis al Espíritu. No menospreciéis las profecías. Examinadlo todo; retened lo bueno" (1ª Tesalonicenses 5:19-21).

He tratado de dirigir mi investigación sin ingenuidad, pero con un espíritu lo más bíblicamente abierto que me fuera posible, haciendo una evaluación honesta de lo que ha sucedido, por cuanto se trata de un movimiento ampliamente extendido en la actualidad. ¿Quién osaría negar que nuestros países necesitan urgentemente una visitación del cielo? Los motivos para el ánimo son tan poco numerosos que sería causa de alegría saber que está a punto de ocurrir una inversión en la tendencia. Desconfío, sobre todo, de las reacciones (a favor o en contra) que parecen caracterizar ciertas declaraciones sobre "la bendición de Toronto". Igualmente, mi anhelo ha sido no adoptar una actitud a la manera de Gamaliel; esperando el juicio del tiempo venidero para evitar adoptar una postura en el plano teológico.

Ahora bien, se asegura que el origen de lo que sucedió en Toronto hay que buscarlo en personas un tanto insólitas pertenecientes a medios hiper-carismático-pentecostales de Norteamérica: Rodney Howard-Browse y Kenneth Copeland. Para algunos no es necesario ir más allá; esto es ya suficientemente elocuente. Con todo, no se puede cortar la discusión de esta manera. Actuando así algunos pusieron en tela de juicio la autenticidad del Avivamiento de 1.859 en el país de Gales, porque Humphrey Jones, el hombre mediante quien vino el Avivamiento desde los Estados Unidos, había profetizado que el Espíritu Santo descendería, en forma corpórea, sobre una colina cercana a Aberystwyth (ciudad costera en el país de Gales). Lo que necesitamos es discernimiento, no una evaluación demasiado precipitada basada en la presencia, o la no presencia, de personajes más o menos vinculados a los responsables del movimiento. No sería difícil demostrar, a partir de ejemplos extraídos de la historia, que nuestro Dios a veces elige leer antes en el corazón que en la cabeza de aquellos hombres que él se digna utilizar y bendecir.

I. ¿Qué sucede realmente?

La reunión típica comienza por un periodo de 45 a 60 minutos de lo que se llama "la adoración". Consiste invariablemente en una sucesión de cantos, coritos que, con frecuencia, suelen ser de corta duración y, por consiguiente, repetidos muchas veces. El canto está dirigido por músicos o coristas. La mayoría de los asistentes permanece en pie y muchos de ellos con los brazos levantados. La oración está, casi siempre, acompañada de una música dulce y suave. A veces se expresa mediante el "cantar en lenguas" sobre un fondo de acordes armoniosos interpretados al piano o a la guitarra. En las reuniones a las que he asistido seguía una predicación (en una ocasión duró cuarenta minutos). Después llega el momento esperado por todos: la invocación al Espíritu Santo, que se hace, sencillamente, mediante las palabras: "Ven, Espíritu Santo", con una frase como: "Te invitamos a venir" o por una oración más larga y por la indicación dada a la asamblea en el sentido de que, sin duda, va a ser testigo de cosas extraordinarias. Se exhorta a no tener temor a las respuestas o a las manifestaciones físicas y, con frecuencia, se lee una serie de citas bíblicas que validan lo que va a suceder.

Durante este tiempo se deja libre un espacio para que los miembros de la asistencia puedan reunir a las personas designadas que forman parte de los "equipos ministeriales" (Ministry Teams) identificados mediante un distintivo; sabia precaución para impedir que personas no autorizadas se infiltren en sus filas.

A partir de ese momento algunas personas comienzan a adelantarse "para recibir los beneficios del ministerio", lo cual se pone en práctica en todos los centros en donde he estado; esto me ha parecido fascinante. No se trata propiamente dicho de una imposición de manos tal y como es practicada por los pentecostales clásicos. Se trata de una serie de curiosos gestos, efectuados por un miembro del equipo, a cierta distancia de la cabeza, de la cara, de la espalda y del torso del destinatario. En algunos casos tan sólo la frente, la nuca o la espalda es tocada con un solo dedo. Jamás hay la menor presión de la mano para empujar hacia atrás al sujeto intentando que caiga. Lo que sucede con más frecuencia es que la gente se derrumba más o menos rápidamente. Sin embargo hay personas que no se caen, se interrumpe entonces el proceso y estas regresan a su sitio. La palabra "derrumbamiento" no es en realidad apropiada para describir lo que sucede; el movimiento descendente hacia el suelo es muy suave, cayéndose el sujeto poco a poco.

Hay momentos más violentos. Algunas personas comienzan por una especie de carrera inmóvil que puede durar largo rato. Un día tuve la ocasión de entrar a la iglesia de Vineyard en Putney, Londres, algún tiempo después de finalizado el culto matutino. La sala estaba ya medio vacía, los músicos habían dejado de tocar y la mayoría de los presentes charlaban mientras tomaban un café. Sólo una mujer seguía corriendo, sin moverse del sitio, mientras otra la vigilaba, sin duda para sujetarla cuando sucumbiese a la fatiga. Además he visto gente con fuertes temblores en todos sus miembros, o bien dando fuertes y violentos saltos sin moverse de su sitio. La mayoría de las veces estos ejercicios han acabado por agotar a quienes los practicaban. Parece que las manifestaciones físicas varían según los lugares, teniendo cada uno características propias.

En general la risa comienza cuando la gente ha caído al suelo. Esta risa puede variar en naturaleza e intensidad. Algunos se carcajean discretamente, otros ríen a mandíbula batiente, mientras que otros se ríen con gritos tan estentóreos que incluso causarían la envidia de las brujas de Mcbeth. Los animadores de la reunión, en la iglesia de la Santa Trinidad en Londres, no paraban de animar a la gente a adelantarse para recibir los beneficios del "ministerio" o a levantar la mano para que un compañero pudiera ir hacia ellos. En un momento dado lanzó la siguiente exhortación: "No seáis británicos", sin duda quería decir: abandonad vuestra sangre fría y la flema característica del temperamento británico - qué se podría esperar encontrar en los empingorotados habitantes del barrio de Knightsbridge - y dejaos llevar, si queréis que la bendición de Dios descienda sobre vosotros.

Las personas que se adelantaron pertenecían a todos los estamentos sociales y a todas las edades. Fue en Wimbledon donde vi a la más joven: una niñita de unos cuatro años, más o menos, que recibió los beneficios del "ministerio" por medio de dos mujeres que incluso estando de rodillas eran más altas que ella. Debo confesar que la participación de muchos otros niños, allí y en otros lugares, es lo que más me ha afectado.

Creo haber oído, en la iglesia de la Santa Trinidad, dos "rugidos de león", sin estar, no obstante, seguro de sí se trataba más bien de ruidos producidos por el sistema de sonorización. Fuera lo que fuesen, estos rugidos y los gritos de otros animales forman parte integrante de las manifestaciones típicas de "la bendición de Toronto".

Es interesante escuchar los testimonios de quienes han experimentado "la bendición". Ninguno dijo estar inconsciente mientras permanecía postrado en el suelo. Por el contrario, todos describieron esta situación como muy agradable. Algunos afirmaron haber tenido la visión de un personaje bello y luminoso, a quien tomaron por Cristo. Numerosos son quienes han testimoniado que siguiendo a tales experiencias experimentaron un mayor amor hacia Dios y un renovado interés por las cosas espirituales. También se argumenta: si tal es el fruto ¿por qué esta paranoia a propósito de sus raíces?

Mientras que algunos consideran al conjunto del movimiento como un avivamiento espiritual, los adeptos más cercanos no lo denominan así. Hablan más bien de un pre-avivamiento, de una especie de pre-dispensación, sugiriendo que resistirse viene a ser resistir la acción del Espíritu Santo. Uno de los aspectos más sorprendentes del movimiento es el minucioso examen al que sus adherentes han sometido a la historia de la Iglesia a fin de encontrar ejemplos de movimientos, análogos a "la bendición de Toronto", que se hayan producido en contextos diferentes y que hayan sido irreprochables en el plano teológico. En el fondo este procedimiento no difiere en nada de las tentativas, más bien ingenuas, llevadas a cabo para probar que todas las grandes figuras de la historia de la Iglesia hablaron en lenguas.

Los "precursores espirituales" del movimiento serían Jonathan Edwards y, sobre todo, muy particularmente su esposa Ellie Mumford. No se escatiman elogios a esta última, citándola como una extraordinaria ilustración de las manifestaciones del movimiento actual, con dos siglos y medio de adelanto sobre su aparición en Toronto. Sin embargo, una lectura atenta de los relatos de Jonathan Edwards, a propósito de las experiencias espirituales de su esposa, no permite, a mi entender, tal interpretación. Es más, como veremos, en los relatos de Edwards hay elementos que faltan al movimiento actual, de manera evidente.

II. Una evaluación personal.

¿Cómo intentar una evaluación de este movimiento? Antes de aceptarlo o de rechazarlo en bloque, creo que hay que examinarlo minuciosamente bajo tres perspectivas: la perspectiva bíblico-teológica, la perspectiva histórica y la perspectiva psicológica. Merece la pena detenerse atentamente en cada uno de estos tres aspectos. Por otro lado conviene determinar si no hay más que dos opciones: la aceptación o el rechazo absolutos. ¿Es posible afirmar que hay personas que han sido bendecidas por Dios en esas reuniones sin admitir la autenticidad de los procedimientos utilizados? Tratemos de aclarar esta cuestión mediante una analogía. Los Reformadores fueron fuertemente críticos con la Iglesia Católico-romana. En general no la consideraban como una verdadera iglesia de Dios. Sin embargo no llegaron hasta el punto de lanzar el anatema sobre todos los católico-romanos o a declarar que estos no eran cristianos. Reconocieron la obra de Dios en los individuos, afirmando que la bendición otorgada lo había sido a pesar de la iglesia de Roma y no a causa de ella. Igualmente no hay duda de que un hombre como Staupitz ayudó a Lutero a caminar por la senda que le condujo hacia Dios, aun cuando él mismo no estuviese seguro de haberla seguido hasta el final.

A. Perspectiva bíblico-teológica.

Algunas personas con quienes he hablado sostenían que, mucho antes de oír hablar de "la bendición de Toronto", un profundo sentimiento de vacío y de fracaso les había impulsado a buscar al Señor ¿No es bien cierto que Dios visita a aquellos que le buscan presos de un deseo de ser transformados? Muy bien pudieron estas personas haber interpretado equivocadamente lo que el Señor ha hecho y cometer un simple error de lógica al suponer que la bendición les había venido gracias a las reuniones a las que habían asistido. Es inútil desacreditar su evidente progreso espiritual con el fin de criticar a un movimiento que se halla gravemente puesto en tela de juicio, por no decir más.

Ciertamente no es difícil encontrar fallos bíblicos al considerar el movimiento y sus pretensiones. Me parece que la identificación simplista que se hace entre lo que sucede en sus reuniones y las diversas experiencias físicas narradas en las Escrituras, que hombres de ambos Testamentos han vivido en sus encuentros con Dios, bordean el absurdo. Los ejemplos bíblicos citados con más frecuencia son los siguientes: Ezequiel (1:28; 3:23), Daniel (8:17 - 10:9), el mismo rey Saúl (1ª Samuel 19:24), así como Juan (Apocalipsis 1:17) y los soldados que fueron a arrestar a Jesús en el huerto de Getsemaní (Juan 18:6).

Una lectura superficial de estos textos debería bastar para poner en evidencia un gran número de diferencias entre lo que se dice en la Biblia y los tipos de experiencias descritas anteriormente. Lo que destaca en cada uno de los acontecimientos bíblicos es el sentimiento de temor reverente junto a una convicción de indignidad total. Que esta disposición haya estado presente en las reuniones en las que me he encontrado, particularmente junto a personas tiradas por el suelo, riendo o saltando, no era muy evidente para el observador. El ambiente era más bien de hilaridad y despreocupación, por no decir de liviandad.

Sería necesario realizar una encuesta para discernir mejor el fenómeno más típico de "la bendición de Toronto": la risa. Es este elemento lo que más ha llamado la atención de los medios de comunicación seculares, con el cinismo con el que estamos acostumbrados a verles manifestarse, resaltando que este es un elemento más o menos ligado al cristianismo. Lo triste es que, en este caso, se les ha provisto ampliamente de todas las armas que necesitaban. Quiero ser muy claro. Soy plenamente consciente de que existen, en la historia de la Iglesia, ejemplos de estallidos de risa en las personas a quienes Dios se ha acercado para bendecirlas. Ciertos avivamientos han sido acompañados de una explosión de gozo tal, que este se ha manifestado, en ciertas ocasiones, mediante la risa. Después de todo ¿no habla el Nuevo Testamento de "gozo inefable y glorioso"? Pero no es esta la cuestión en este caso. Se trata, más bien, de un fenómeno invariablemente esperado y de tal suerte que esa risa ha venido a ser el momento capital de las reuniones.

A la objeción de que el Salmo 126:2 ("Entonces nuestra boca se llenará de risa y nuestra lengua lanzará gritos de triunfo") es una justificación bíblica, conviene oponer un pequeño trabajo hecho con la ayuda de una concordancia y de un léxico bíblico. Las palabras "risa" y "reír" se encuentran 80 veces en el Antiguo Testamento. Dejando aparte el ejemplo de Abraham y Sara, cuando les fue anunciado el futuro nacimiento de su hijo Isaac, estas palabras indican, casi siempre, el desprecio y la burla expresada frecuentemente por los enemigos de Dios contra su pueblo y, a veces, por el mismo Señor hacia sus enemigos. No es diferente en el Nuevo Testamento. Las palabras "risa" y "reír" no aparecen más que 6 veces. Tres veces describe el recelo irónico de los oyentes de Jesús, cuando este afirma que la hija de Jairo está dormida; otra está en Santiago 4:9, en donde se dice que la risa se convertirá en lloro; este contraste lo hallamos dos veces en el Evangelio de Lucas (6:21 y 25). Así pues es abusivo pretender que en la Escritura la risa aparece como una manifestación de la bendición de Dios, y más aún organizar reuniones con la intención concreta de expresarse mediante la risa.

El mismo razonamiento se podría utilizar para la borrachera. Ciertos textos (1ª Samuel 1:13 y ss; Hechos 2:13 y ss; Efesios 5:18) son citados, sin fundamento, para probar que las manifestaciones de alta espiritualidad pueden parecerse al estado de embriaguez y que las expresiones físicas asociadas a veces a "la bendición de Toronto" se inscriben en la misma línea. Esto sugiere, virtualmente, que Dios estaría en su origen. Pero en la Biblia los signos que acompañan a una experiencia profunda de Dios y de un cambio de vida son más bien: el pesar ante el pecado y la humildad, acompañada de un intenso sentimiento de indignidad; no la hilaridad. Sin embargo, en las reuniones a las que he asistido, ubicadas en el movimiento de "la bendición de Toronto", no he visto nada de esto.

Resumiendo. Ni por sus referencias a las Escrituras, ni por su forma de utilizarlas (esto es, por su hermenéutica, usando la palabra técnica), los responsables consiguen mostrar un solo precedente o un principio bíblico que justifique lo que ha venido a ser la manifestación típica del movimiento.

B. Perspectiva histórica.

¿Aporta la historia la evidencia necesaria?

Dado el lugar que Jonathan Edwards y su esposa Sara ocupan en la defensa del movimiento, se podría suponer que existe algún vínculo directo entre su casa de Northampton en Nueva Inglaterra y la moderna metrópolis de Canadá. Si tan sólo pudieran aparecer un día los vínculos teológicos más esenciales, quien sabe si los escritos de Edwards sobre el Gran Avivamiento, convertidos en los best-sellers de la región de Toronto, no producirían efectos inesperados.

Por ahora el vínculo entre las dos épocas es, cuando menos, frágil y confuso. En realidad los Sres. Edwards y el movimiento de Toronto son diametralmente opuestos. Es cierto que se produjeron ciertos fenómenos extraordinarios de forma general, concretamente en torno a las reuniones, cuando el Gran Avivamiento, particularmente en torno a Edwards quien no trató ni de explicarlos ni de alentarlos. En Nueva Inglaterra no se vio ni "equipo ministerial", ni agregados reconocidos que gesticulasen sobre las personas voluntarias, antes de que algunos se desplomasen haciendo oír una fuerte y ronca risa. Han habido numerosos casos de convulsiones que se han producido sin haber sido buscados. Es cierto que Sara Edwards ha vivido experiencias asombrosas, incluyendo la levitación, según testimonios verdaderos o falsos; es cierto que en los informes de su marido no se ponía en duda su origen divino. Pero esto no tenía nada que ver con lo que sucede en Toronto.

Contrariamente a lo que sostienen Ellie Mumford y otros, Sara Edwards jamás fue presentada como completamente ebria durante muchos días seguidos. Ella vivió experiencias que exaltaban la majestad, la gloria y la compasión de Dios Soberano, ante quien sentía su profunda indignidad. En los relatos de su marido permaneció en el anonimato, y este nunca trató de reproducir las experiencias de su esposa en la montaña o en la ciudad. Lo cierto es que, si se me permite hacer una comparación, aquellos conducían más con el pie en el freno que en el acelerador.

Las mismas observaciones pueden aplicarse al avivamiento de Irlanda del Norte en 1.859. Hubo casos de postración (caídas) y de personas en trance, a veces durante mucho tiempo. Pero hay que volver a insistir sobre el hecho de que estas cosas se produjeron por sí mismas y que no constituían un elemento del programa del Avivamiento. Tanto en Irlanda del Norte, como en el Gran Avivamiento, en el avivamiento metodista, como en otros muchos, se convirtió una multitud de personas. Es frecuente que, en relación con la agitación que se puede ocasionar en este gran movimiento de liberación, se produzcan los fenómenos físicos más asombrosos.

C. Perspectiva psicológica.

Es legítimo preguntarse si ciertos fenómenos pueden explicarse desde un punto de vista psicológico. Considerar esta posibilidad no significa alinearse en el campo de aquellos que piensan que formular una explicación psicológica de los fenómenos religiosos es despojarlos de todo significado para las personas inteligentes. Se trata, sobre todo de reconocer que numerosas manifestaciones religiosas pertenecen más al terreno de la psicología que al espiritual. No admitirlo puede perjudicar seriamente la causa de Cristo y tener consecuencias nefastas para aquellos que se dejan llevar por la corriente creyendo ciegamente que es por el Espíritu Santo. Muchos de ellos naufragan espiritualmente haciendo decir a los escépticos "¡Ya te lo había advertido!".

Pero ¿es justo ridiculizar así estas actividades y a quienes las propagan? Hay quien objeta al punto que esos elementos peligrosos están ausentes de las reuniones. Subrayan que, en la mayoría de los casos estas se desarrolla al modo carismático normal y moderado, es decir: un período de adoración al principio, cantos y coros que resultan familiares, acompañamiento musical, etc. Reconozco de buen grado que mi propósito tiene implicaciones que desbordan grandemente ese desarrollo particular. Afirmo, sin embargo, que este estilo de adoración, aunque relativamente tranquilo y aparentemente poco emotivo (lo más frecuente) es muy fuerte en razón de la sutil presión psicológica que ejerce en los participantes.

Consideremos los factores siguientes. El ambiente está relajado y tranquilo. Las personas no están alerta (vigilantes). La música es repetitiva, así como las palabras que se cantan, lo cual no exige ni el más débil de los esfuerzos de concentración. Es un tiempo en que la audiencia está en pie con los brazos levantados y los ojos cerrados, siendo lo suficientemente prolongado como para ocasionar una cierta laxitud física y psicológica. Todo coopera a crear un estado soporífero en el que todos están completamente dispuestos a dar una buena acogida a lo que se les proponga. Muchas personas se acercan a las reuniones con el ánimo predispuesto en favor de los fenómenos que confían ver. Sin querer acusar a los animadores de las reuniones de la más mínima mala intención, hay que reconocer, no obstante, que son expertos en dirigir las emociones colectivas. Saben controlar el ritmo de la reunión, discerniendo el momento oportuno para ralentizarlo o acelerarlo, suscitar un estado emotivo utilizando hábilmente la música adecuada. De cuando en cuando hacen ciertas advertencias que desaniman a los más proclives a desaprobar lo que sucede, sugiriendo que el Señor está presente de una manera excepcional y que va a hacer cosas extraordinarias. Todo ello contribuye, aunque no se quiera admitir, a crear una atmósfera intensamente cargada de emoción que pesa sobre aquellos que comienzan a sentirse espiritualmente menesterosos y culpables de haber tenido reservas en cuanto a la validez de las manifestaciones.

Tales reuniones son propicias a la manipulación hipnótica. Puesto que se reconoce que la práctica de la hipnosis está lejos de limitarse al artista del music-hall - ese personaje con bigote y capa negra que balancea un reloj al extremo de una cadena ante los ojos de su víctima, para hacerlo entrar en un estado de somnolencia - esta afirmación es menos absurda de lo que parece. Muchos son los psiquiatras, cristianos y no cristianos, que lo han atestiguado claramente.

Consideremos ahora esos gestos tan particulares que los componentes del equipo hacen con las manos cerca de un candidato. Estos extraños gestos no tienen precedente bíblico. Un interesante artículo aparecido en el Time Magazine describía lo que llamaba la "terapia sin contacto físico". No hacía mención alguna al movimiento de Toronto, pero resulta imposible no pensar en él.

"Con las manos a pocos centímetros del paciente asistido, la enfermera realiza gestos en torno a su cuerpo, de la cabeza a los pies, como si estuviera despojándole de una tela de araña. Al acabar cada uno de estos amplios movimientos, realiza, con los ojos cerrados, un gesto brusco con las manos, como para sacudirse agua. Tales son los gestos de la "terapia sin contacto físico", una terapia muy controvertida que poco a poco va ganando adeptos en el mundo de la medicina: muchas decenas de miles en los Estados Unidos y en numerosos países. Según sus partidarios esta terapia sirve no sólo para reconfortar y relajar a los pacientes, sino también para calmar el dolor, para producir modificaciones a nivel de la sangra y para favorecer la curación.

¿No será esta terapia, como pretenden sus detractores, una especialidad de la Nueva Era, una suerte de imposición de manos, sin contacto físico, que no tiene cabida en la medicina?"

He aquí otro factor significativo. Algunas personas hacen la experiencia de lo que se llama, según creo, "regresión hipnótica". El hipnotizador, tras haber puesto al sujeto en estado de hipnosis, introduce en su subconsciente una palabra o una frase. Cuando el sujeto sale de su estado de trance, basta con que esta palabra o frase sea pronunciada para que vuelva a caer en estado de hipnosis. Ellie Mumford cuenta cómo un pastor americano, habiendo sufrido el efecto Toronto en la iglesia de Vineyard (aeropuerto), se volvía a caer al suelo en el momento de la invocación "Espíritu Santo, ven", o en el instante de escribir estas palabras al redactar un informe para el boletín de su iglesia. Esta narración fue acogida con grandes risotadas que se redoblaron cuando ella dijo haber tenido la misma experiencia al escribir este incidente en su agenda, mientras cruzaba el Atlántico en un vuelo de Air France.

Según un buen número de testimonios públicos y en conversaciones privadas, parecería que después de haber vivido esta experiencia, la mayoría de las personas buscaban renovarla, como si no llegaran a satisfacerse jamás. Habiéndola vivido el domingo anterior, de nuevo tienen necesidad de ello. ¿Qué hay de malo en eso? ¿No buscamos todos continuamente conocer mejor la gracia de Dios? Sin duda. Pero soy asaltado por una conjetura ¿Donde había escuchado ya antes esto? La respuesta es: en relación con los drogadictos. Gracias a su dosis la droga produce un estado eufórico……durante un tiempo. Pronto se necesita una nueva dosis, y así una y otra vez. ¿No será este fenómeno de "la bendición de Toronto" la expresión "cristiana" de una dependencia? Por mi parte no he podido hallar un ejemplo paralelo en el Nuevo Testamento que justifique tales usos.

Conclusión.

Con gran pesar (al decir esto soy sincero), no he encontrado nada que me convenza de que "la bendición de Toronto" esté bien fundamentada, aunque millares de cristianos la hayan adoptado. No pongo en duda su sinceridad, y no encuentro necesario afirmar que el Señor no haya bendecido a ninguno de ellos. Con toda honestidad, no he percibido nada de siniestro o de satánico en las reuniones a las que he asistido. Sin embargo, recuerdo que las Escrituras dicen que Satanás se viste como ángel de luz y utiliza artimañas y maquinaciones.

Estoy cada vez más persuadido de que en un determinado momento

1. habrá que reparar importantes daños, socorrer a los cristianos heridos y completamente desilusionados, y presentar el Evangelio a los incrédulos endurecidos, y

felizmente otro Gran Avivamiento sumirá en la oscuridad del olvido todo recuerdo de estas autodenominadas "bendiciones".

1. Graham Harrison es pastor de la Iglesia Evangélica Emmanuel en Newport, País de Gales. Este artículo apareció en la revista Foundations, publicación del Consejo Evangélico Británico (B.E.C.) nº 34, primavera de 1.995.

Según el Petit Robert (1.988), falsedad de juicio con tendencia a las interpretaciones.
Jonathan Edwards (1.703). Teólogo calvinista, predicador del Avivamiento en Nueva Inglaterra.
Narración de conversiones asombrosas; Tratado sobre afectos religiosos; La caridad y sus frutos, etc., reeditados por The Banner of Truth (El Estandarte de la Verdad) Edimburgo, 1.974, en dos volúmenes.
Time del 21-Nov-94, p. 82. Agradezco a mi amigo, el pastor John Edmonds, de South Woodford, por haberme enviado este artículo.
Muchos artículos han sido publicados sobre esta materia. Ver, por ejemplo, The Churchman (El clérigo) (109:1-2), o el folleto de J. McArthur, La bénédiction de Toronto à la lumiere de la parole de Dieu (La bendición de Toronto a la luz de la palabra de Dios). (Ginebra: Maison de la Bible, 1.995).
Artículo aparecido en la revista La Revue Réformée nº 188-1996/1-2

Traducción hecha del francés por Jesús Zazo.
Por: GRAHAM HARRISON

 

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