El empleado lo miró a los ojos, y con toda la diplomacia del caso, le dijo: “Usted no existe. Está muerto”.

Aníbal Hernández, un pensionado residente en Lima (Perú), sintió que la tierra se hundía bajo sus pies. Todo a su alrededor dio vueltas. No comprendía. ¿Cómo podían decir que estaba muerto, si justamente se encontraba frente al dependiente de aquella oficina?. Se prendió del escritorio para no caer. Aquella le parecía una de sus peores pesadillas y lo que más quería era despertar.

--De acuerdo con la información que tiene el sistema, usted falleció el 23 de noviembre de 1997. Ocurrió en un accidente de tránsito. Así es que, usted no existe...—le insistió el hombre. De esta manera explicaba, con pocas palabras pero con una contundencia abrumadora, que no seguiría recibiendo la mesada.

--No tiene sentido, si hasta el mes pasado recibí mi remuneración, como siempre...—trató de explicar.

--Pues señor, no estoy mintiendo. Mire. Esta es la información que arroja el sistema central. El computador no miente...—argumentó el funcionario, mientras se dirigía a alguien más en la fila: --El siguiente, por favor...—

Aníbal tardó tres meses para comprobar que estaba vivo y que, aquel incidente, no era más que un error informático.

¿Usted ya se inscribió en la eternidad?

Este relato que ocurrió en la realidad, me hizo recordar un hecho de trascendencia: la necesidad de estar inscritos en el libro de la vida. Primero el apóstol Pablo en su carta a los Filipenses, capítulo 4, versículo 3, y después el Señor Jesucristo en su mensaje a la iglesia de Sardis, refieren la importancia de figurar en este libro:”El que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre, y delante de sus ángeles. “(Apocalipsis 3:5).

¿Qué ocurriría si al morir --e ir a la presencia de Dios-- descubre que usted no figura entre aquellos que son salvos y pasarán la eternidad con El? De seguro no tendrá una nueva oportunidad. Será muy tarde. La opción de ser incluido en el registro estaba en la tierra, no en ese lugar que muchos describen como “el mas allá” para referirse a la dimensión espiritual en la que entramos una vez nuestros días llegan a su final...

¿Qué hacer? Aceptar al Señor Jesucristo en su existencia. El murió en la cruz por nuestros pecados y nos hace salvos. Es por El, gracias a su obra redentora, que podemos ser incorporados al libro de la vida. Tomados de su mano, creceremos espiritualmente, pero lo más importante: tenemos la seguridad de la vida eterna...

Si siguió estos pasos, ¿qué sigue...?

Es necesario conservar la salvación. Vamos a explicarlo con detenimiento. Para comenzar, analicemos la siguiente pregunta: ¿Es probable correr hacia la meta y sin embargo perder la competencia? La lógica nos enseña que si. ¿La razón? Hay quienes tienen su mirada puesta en el final de la maratón. Todo lo que hacen está volcado a lograrlo. No desmayan así sientan que les abandonan las fuerzas. Sin embargo, avanzan.

Hay quienes, en cambio, se duermen sobre los laureles, es decir, sobre las glorias pasadas. Se confían. El mundo que les rodea les distrae. Seguramente pierden su objetivo. No llegan a tiempo. Se exponen al peligro de quedarse en la mitad del camino o justo antes de alcanzar su propósito.

Igual en la salvación eterna. Es cierto, aceptamos a Cristo y tenemos entrada a una nueva vida, pero si nos dejamos arrastrar del sistema que nos rodea, fácilmente podemos perdernos.

Es un aspecto de suma importancia sobre el que advirtió el apóstol Pablo: “Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no solamente cuando estoy presente, sino mucho más ahora que estoy ausente, ocupaos de vuestra salvación con temor y temblor.” (Filipenses 2:12).

Con frecuencia nos confiamos y progresivamente permitimos que los hábitos y costumbres a nuestro alrededor afecten los principios y valores que asumimos en un comienzo de nuestro caminar con Jesucristo. Sobre este aspecto también escribió el apóstol: “Así que el que piensa estar firme, mire que no caiga.” (1 Corintios 10:12).

Permanecer en la salvación

Perseverar es una palabra clave. Sintetiza caer, levantarnos y seguir adelante cuantas veces sea necesario. En la vida cristiana, surgen desiertos y situaciones que llevan a revisar la decisión de seguir o no adelante. En momentos así es cuando debemos asirnos de la mano de Jesucristo y proseguir.

Sobre esta base, no podemos siquiera concebir la posibilidad de apartarnos, estancarnos o permitir que nos seduzcan el mundo y sus deseos: “¿Cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande...?”. La clave esta en proseguir, tal como lo recomendó el Señor Jesús:”Pero el que persevere hasta el fin, este será salvo”(Mateo 24:13).

Firmes en las fuerzas de Dios

Frente a las asechanzas de Satanás, los múltiples inconvenientes que hallamos en nuestro propósito de vivir a Cristo y los períodos de desánimo que golpean al creyente, es necesario refugiarnos en Dios, en procura de la fuerza necesaria para seguir adelante: “Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor y en su fuerza poderosa” (Efesios 6:10).

Solo si avanzamos, por encima de las circunstancias adversas que en ocasiones nos rodean, podemos llegar a la meta final. Es fundamental permanecer firmes, descansando en el Señor, tal como lo recomendó Jesucristo: “...en el mundo tendréis aflicción, pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33b).

No permanecer en el camino de Salvación, nos expone a ser borrados del libro de la vida cuando llegue el instante de definir nuestro destino para la eternidad... La clave está en seguir firmes, asidos de la mano de Jesucristo, fortalecidos en la fuerza que Él nos concede...

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