Doris tenía los ojos cerrados. Lloraba. Esas palabras habían tocado su corazón. Reconoció que nada podía ni podrá superar el poder de Dios. Pero temía sobre qué pensarían quienes estaban a su alrededor si llegara a pasar al frente y no recibiera sanidad. Pensó con temor en las burlas o los comentarios por lo bajo. No podía ocultarlo: sentía temor.
Lo dudó por un instante, pero se decidió. “¡Qué importa lo que digan o hagan los demás!”, razonó. Anhelaba ser sana. Y no iba a desperdiciar esa oportunidad de ser tocada por el poder sanador del Todopoderoso. Y lo hizo. Avanzó hacia el altar. Dios respondió a su fe. Recibió sanidad de una prolongada y penosa enfermedad que la ciencia declaraba imposible de curar, o al menos, atender satisfactoriamente.
¿Quiénes logran sanidad?
La respuesta a este interrogante es muy sencilla: Sólo logran ser sanados aquellos que se atreven. Los que no temen al qué dirán. Quienes dan un paso más allá. Eso es fe, sinónimo de creer.
¿Un ejemplo? “Pero una mujer que desde hacía doce años padecía de flujo de sangre, y había sufrido mucho de muchos médicos, y gastado todo lo que tenía, y nada había aprovechado, vino por detrás entre la multitud, y tocó su manto” (versículos 25 al 27).
Se necesita ser alguien arriesgado para hacer lo que esta mujer. Se abrió paso, hizo caso omiso de los demás y fue en procura de su milagro.
¿Que la ciencia decía que era imposible?¿Qué los demás se reirían? Nada le importó. Siguió adelante, hacia el Maestro “Porque decía: Si tocare tan solamente su manto, seré salva (sana)”(Versículo 28).
Es la convicción, la certeza de que el milagro ocurrirá por encima de lo que digan la lógica y la ciencia. Si tan sólo nos atrevemos a creer, veremos milagros.
El pasaje señala que apenas la mujer dio el paso de fe “...enseguida la fuente de su sangre se secó; y sintió en el cuerpo que estaba sana de aquél azote” (versículo 29).
Usted puede recibir ese milagro. Sólo tiene que dejar de lado tanto racionalismo y creer en el poder superior, el de Dios, que abre sendas donde pensamos que no las hay; que torna posible lo que la ciencia y la lógica señalan que es imposible.
Probablemente desea que le acompañemos en oración. Sólo basta que nos envíe un e-mail a:
Ps. Fernando Alexis Jiménez
Correo electrónico: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
Página en Internet: http://www.adorador.com/heraldosdelapalabra
Lo dudó por un instante, pero se decidió. “¡Qué importa lo que digan o hagan los demás!”, razonó. Anhelaba ser sana. Y no iba a desperdiciar esa oportunidad de ser tocada por el poder sanador del Todopoderoso. Y lo hizo. Avanzó hacia el altar. Dios respondió a su fe. Recibió sanidad de una prolongada y penosa enfermedad que la ciencia declaraba imposible de curar, o al menos, atender satisfactoriamente.
¿Quiénes logran sanidad?
La respuesta a este interrogante es muy sencilla: Sólo logran ser sanados aquellos que se atreven. Los que no temen al qué dirán. Quienes dan un paso más allá. Eso es fe, sinónimo de creer.
¿Un ejemplo? “Pero una mujer que desde hacía doce años padecía de flujo de sangre, y había sufrido mucho de muchos médicos, y gastado todo lo que tenía, y nada había aprovechado, vino por detrás entre la multitud, y tocó su manto” (versículos 25 al 27).
Se necesita ser alguien arriesgado para hacer lo que esta mujer. Se abrió paso, hizo caso omiso de los demás y fue en procura de su milagro.
¿Que la ciencia decía que era imposible?¿Qué los demás se reirían? Nada le importó. Siguió adelante, hacia el Maestro “Porque decía: Si tocare tan solamente su manto, seré salva (sana)”(Versículo 28).
Es la convicción, la certeza de que el milagro ocurrirá por encima de lo que digan la lógica y la ciencia. Si tan sólo nos atrevemos a creer, veremos milagros.
El pasaje señala que apenas la mujer dio el paso de fe “...enseguida la fuente de su sangre se secó; y sintió en el cuerpo que estaba sana de aquél azote” (versículo 29).
Usted puede recibir ese milagro. Sólo tiene que dejar de lado tanto racionalismo y creer en el poder superior, el de Dios, que abre sendas donde pensamos que no las hay; que torna posible lo que la ciencia y la lógica señalan que es imposible.
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