Sobre esta cuestión pues vamos a tratar a lo largo de este ensayo, abarcando los siguientes asuntos:
1.- La Septuaginta.- Texto y autores.
2.- La profecía de Isaías 7 en su contexto primario histórico.
3.- ¿Virgen ó mujer joven?
4.- La aplicación de la profecía al nacimiento de Jesús.
5.- Antecedentes de que el Hijo de Dios nacería de una virgen.
6.- La lectura profética y sus claves de comprensión.
1.- La Septuaginta ó traducción de los escritos judíos al griego, llamada también LXX.
La traducción al griego, conocida como la Septuaginta fue realizada entre los años 285 al 246 a d.C. en Alejandría, para la famosa biblioteca de Alejandría a instancias de Demetrio, el bibliotecario de Tolomeo II Filadelfo. Es el resultado del trabajo de 72 rabinos judíos (Seis de los más ancianos por cada una de las tribus, muy entendidos en las leyes, para que nos enseñen el sentido más claro y acorde de aquellos libros y su cuidadosa traducción, A. de los Judíos XII, II, 4), que trabajaron en equipo durante setenta y dos días, y que tomaron en consideración para ser traducidos aquellos libros que les fuesen prestados por las autoridades religiosas de Jerusalén, fuesen ó no considerados canónicos con posterioridad. Ver Antigüedades de los Judíos, libro XII, capítulo II, y la controvertida documento llamada “La carta de Aristeas”. Josefo afirma que Aristeas escribió un libro relatando el proceso y los antecedentes de esta traducción, y lo cita como existente en su época (“…puede consultar a Aristeas, quien escribió un libro sobre el particular, párrafo 12), pero hoy en día nadie puede afirmar que el controvertido documento conocido como “La carta de Aristeas”, sea una copia del libro auténtico y no un apócrifo tardío que alguien escribiese a raíz de la mención de Josefo.
Además del apoyo lingüístico que pudiese serles prestado por eruditos alejandrinos, el idioma griego era bien conocido de los rabinos participantes y una segunda lengua en Palestina desde la helenización llevada a cabo desde Alejandro el Macedonio, sobre todo por el asentamiento político de sus sucesores, que convirtieron en la práctica al griego en la lengua mediterránea oficial.
Sobre el carácter de esta traducción, a continuación voy a incorporar unos párrafos de de la obra La Biblia Judía y la Biblia Cristiana (“Introducción a la historia de la Biblia”), que es una exhaustiva compilación de las posturas de la crítica textual, realizada por el eminente Dr. Julio Trebolle Barrera (Miembro del Comité Internacional de edición de los Manuscritos del Mar Muerto, autor de varios libros de critica textual y literaria de la Biblia, Profesor del Dpto. de estudios hebreos y Arameos. Director del Instituto de ciencias de las religiones de la U. Complutense de Madrid. Doctor en Filología Semítica y Teología, Licenciado en Filosofía Pura y en Ciencias Bíblicas y élève honoraire de l’Ecole Biblique de Jerusalén), quien escribe:
“Si desde el punto de vista de la crítica textual la versión de los LXX refleja en ocasiones un texto hebreo diferente del TM (texto masorético), desde el punto de vista de la interpretación targúmica y de la historia de la religión, la versión de los LXX es reflejo a un tiempo de las ideas teológicas y de las tendencias hermenéuticas del judaísmo de la época. La versión de los LXX constituye una verdadera obra de exégesis judía, comparable en ocasiones a un Tárgum. (Fränkel, Prijs, Seeligman, Gehman, Gooding, Le Deaut, etc.). Las tendencias teológicas de la versión griega aparecen con mayor claridad en versiones más libres como la de Isaías ó de Proverbios que más parecen un midrás judío helenístico que no una verdadera traducción al griego a partir de un original hebreo.”
“La traducción de Isaías es muy libre. No es apenas utilizable para la crítica del texto hebreo de este libro. Representa, por el contrario, una fuente inestimable de datos para el estudio de la antigua exégesis judía, pues se basa en tradiciones exegéticas que aparecen más tarde en el Tárgum y en la Pesitta. Las frecuentes citas del texto de Isaías en el NT y en la apologética cristiana y judía confieren a esta traducción un valor añadido.”
Mas adelante añade:
“Las numerosas y significativas coincidencias existentes entre LXX y manuscritos hebreos de Qumrám, ha revalorizado el testimonio del texto griego frente a las corrientes imperantes en la época anterior al descubrimiento (1947), que consideraban el texto griego desprovisto de valor crítico y muy valioso en cambio como testimonio de la exégesis judía contemporánea de la época de la traducción.”
Es decir que, si por una parte la mayoría de los críticos estaban de acuerdo en que representaba un fiel reflejo del pensamiento judío de su tiempo ahora, desde la comparación con los manuscritos de los esenios, es reconocido también como una fuente muy precisa y fidedigna del texto original. Esto ratifica la afirmación de Josefo en el capítulo antes mencionado, párrafo 13, donde dice que “con toda atención y celo se dieron a la tarea de traducir la ley”.
Sin duda, los participantes fueron los mejores expertos que entonces pudieron ser hallados en Palestina para llevar a cabo esta empresa encargada por el propio rey con destino al organismo más brillante y culto de toda la historia antigua, La Biblioteca de Alejandría. Pero además su resultado fue sometido con posterioridad a diversas revisiones tanto para ajustar el lenguaje como el estilo, y cuando se encontraba alguna diferencia, acomodar lo más puntualmente posible el texto griego al contenido del hebreo proto-masorético, en un proceso que se llama de “recensión”.
Después de la realización de este trabajo surgieron diversas leyendas fantásticas entre las comunidades judías, principalmente situadas fuera de Palestina. Algunas de estas leyendas afirmaban que cada uno de los rabinos tradujo de forma individual el texto completo, ofreciendo como resultado setenta y dos copias exactas, lo cual era señal de un prodigio divino que convertía aquella traducción en una versión inspirada e infalible. Pero cabe deducir que nada de esto tuvo verdadera extensión cuando menos en Palestina y en los tiempos de Josefo (siglo I d.C.), quien hace un relato bastante extenso, sin mencionar nada de ello como una creencia de su tiempo. Así pues, este tipo de historias solo se deben atribuir a fantasía populares tardías.
Esta traducción griega se extendió con profusión por las comunidades judías situadas fuera de Palestina, donde muchos judíos, que ya no conocían bien su idioma nacional, el hebreo, se familiarizaban con la versión griega más accesible a su lenguaje, siendo además la única que podían acceder comprensiblemente los prosélitos del judaísmo (paganos convertidos a la religión judaica). Esto tuvo tal importancia que cuando los autores del Nuevo Testamento citan pasajes del Antiguo Testamento intercalados en los textos de los evangelios ó las epístolas, lo hicieron sobre la base del texto de la versión LXX. La razón más probable para este hecho fue facilitar que la mayoría de creyentes en la fe de Abraham (judíos de la Diáspora ó prosélitos gentiles), leyesen el texto en la misma versión textual a la que estaban acostumbrados y cuyos fragmentos muchos de ellos conocían de memoria, evitando causar una probable confusión entre ellos si empleasen la versión masorética de los textos, pues era desconocida para la mayoría de los que habitaban en tierras gentiles, aún cuando los autores del nuevo testamento, como judíos palestinos y el mismo Jesús, estaban personalmente mucho más próximos al texto masorético. Simplemente actuaron con el mismo criterio que nosotros en semejantes circunstancias. Por ejemplo, cuando trato temas bíblicos con algún católico romano empleo las traducciones más próximas a su entorno, Nácar Colunga, Jerusalén, P. Petisco, Scio, etc. con el propósito de que me siga con más facilidad en la exposición, a través de los textos que posee, ó con los que está más familiarizado, incluso a los que otorga un mayor crédito y confianza, que si usase una versión protestante.
Pero para los creyentes, a fin de cuentas, la palabra de Dios es Jesucristo, y las palabras de su revelación son espíritu y son vida (Jn. 6:63), y no la mera letra que mata (2ª Cor. 3:6). No hay ninguna doctrina esencial que tenga su base en un único versículo ó palabra, sino que deben están basadas en diversos textos y contextos. Además, para los que creemos en Cristo Jesús como Dios, están asentadas en la obra que el Espíritu Santo realiza en el creyente. Aunque para los que no creen, mucho de esto carece de sentido y siempre suelen considerarnos como apegados a la letra, y así andan continuamente erre que erre buscando tres pies al gato con una palabra ó una letra.
2.- La profecía de Isaías 7 en su contexto primario histórico.
El oráculo que estamos tratando, en el contexto de su presentación, surge en unas circunstancias de angustia para el reino de Judá, que se encuentra asediado por una alianza de poderosos enemigos: el rey de Siria y el rey de Israel, quienes han derrotado en el campo de batalla a su ejército causando una tremenda mortandad. El resto de sus fuerzas supervivientes se ha refugiado en la capital, Jerusalén, cuyas murallas hasta el momento han resistido las acometidas. Pero malas noticias siguen llegando que cuentan de una alianza de los enemigos con los habitantes de Efraim, para constituir una confederación aun más fuerte, para acabar con la resistencia, aniquilarlos y así conquistar y repartirse los territorios del reino de Judá. En el plano militar aquella poderosa coalición con seguridad vencería a las menguadas y fatigadas fuerzas defensoras de la ciudad. Estas malas noticias trajeron la desazón a los habitantes de Jerusalén. Entonces Dios quiere tranquilizar a la población y demostrar que la situación por desesperada que parezca, está bajo su control. Isaías acompañado de un hijo suyo, llamado Sear-jasub, porque su nombre tiene una connotación de esperanza, pues significa “un remanente volverá”, es enviado para reunirse con el rey Acaz, que reinaba en Judá desde Jerusalén, con la promesa de que no serían destruidos completamente. Este hijo de Isaías no tiene nada que ver con el otro niño del que hablaremos más adelante y se trataba de un hijo fruto bien de un matrimonio anterior ó incluso actual, pues la poligamia entonces era normal y frecuente, y así los hombres se casaban con varias mujeres a lo largo de su vida.
El mensaje del profeta anuncia una sorprendente e impensable, en términos militares y humanos, salvación de Jerusalén, así como el desastre futuro para sus enemigos. El mensaje no solo afirma el resultado, sino que establece un plazo de tiempo para que suceda, y está basado en la concesión de una señal: El tiempo que transcurriría entre el momento de la revelación profética y aquel en el que la mujer comprometida para ser esposa de Isaías, estaba aún soltera en casa de su padre, y por tanto era doncella, se convirtiese en la esposa de Isaías, concibiera y diese a luz un hijo varón, cuyo sobrenombre sería Emmanuel, que significa Dios con nosotros. Pues antes de que ese niño tuviese edad de discernir (probablemente que empezase a conocer y distinguir los objetos por su nombre), Jerusalén sería liberada de los enemigos que la asediaban.
En el capítulo 8, Isaías dice que después de recibir el oráculo fue a buscar como testigos de la cuenta atrás del plazo al sacerdote Urías y a Zacarías, en cuya presencia contrae los esponsales, se une a la que, ahora, deja de ser llamada “la doncella”, para pasar a denominarse como “la profetisa”, mujer del profeta, es decir, la esposa de Isaías que en calidad de tal recibe el titulo. (Nótese como ha cambiado el nombre con el que se refiere a ella. Antes en Is. 7:14 aun era “doncella”, “’almah”, pero ahora en Isaías 8:3 ya es “nbiy’at”. Esta palabra tiene dos acepciones: a) en descripción propia, profetisa, una mujer profeta, y b) en asociación, profetisa en el sentido de mujer del profeta. Aquí es claramente la segunda porque la mujer no tiene ninguna intervención profética que conste, sino que el profeta es claramente Isaías). Y ella quien concibe y da a luz el niño profetizado.
3.- ¿Virgen ó mujer jóven?.
Por más que los críticos se enciendan, el lenguaje griego no era tan pobre como ellos pretenden atribuir, como para entender que el lenguaje no disponía de un buen número de sinónimos que se usaban indistintamente en el lenguaje coloquial. Algunos, como en este caso de virgen, doncella, moza, soltera pero comprometida, no necesitan hacer referencias concretas de carácter sexual, como para que el lector de entonces entendiese perfectamente lo que del término se pudiese deducir, pues no se aplicaron en la LXX, en relación con ninguna mujer cuya condición fuese de madre, casada ó viuda.
Por ejemplo, la palabra griega parthenia, empleada en Lucas 2:36 tiene también la acepción de soltería, refiriéndose al tiempo que la Ana había estado casada y convivido con su marido durante siete años a partir de su soltería, desde la conclusión de su etapa virginal. Porque lo corriente cuando se contraía matrimonio era entender la consumación sexual, y por tanto la conclusión de la virginidad, sin que el lector empiece a cuestionar si el autor tiene la constancia física de que en ese momento fue cuando dejó de ser físicamente virgen. Hay muchas acepciones que tienen connotaciones sobreentendidas. El griego Parthenia, virgen, equivale a soltería y parthénos a soltero, en cuyos casos el estado de castidad y virginidad se sobreentiende, siendo la normalidad en términos castos de los solteros. En hebreo, la palabra bthuwlah, efectivamente resalta explícitamente la condición sexual, de forma que bthuwliym significa específicamente virginidad, pero el término se empleaba para denominar también a las mujeres solteras, en el sentido de “doncellas”, implicando la virginidad sexual. Sin embargo la palabra más frecuente era “na’arah”, pero no la única, porque con la palabra “’almah”, que es la que aparece en Isaías 7:14, y que se usa también en Gen. 24:43, para Rebeca, y un poco más adelante en 24:57, tiene el mismo contexto que “na’arah”, lo cual significa que se empleaban normalmente como sinónimos, y venían a significar una mujer joven no desposada, con la implicación sexual que tal estado representaba.
Sin embargo, la raíz de la que procede la “’almah” significa “secreto ú oculto”, que tiene la clara connotación hacia el velo que se usaban las jóvenes cuando se comprometían en matrimonio, para quedar preservadas de la vista de los otros hombres, significando que no estaban libres, sino que tenían un marido adjudicado, y esto era así aun cuando no se hubiesen celebrado los esponsales, algo equivalente a lo que en nuestra cultura llamamos “pedida”.
En el libro de los Cantares de Salomón, cap. 6 vers. 8. El autor también emplea la palabra “’almah” en el mismo sentido para referirse a doncellas que estaban comprometidas en matrimonio, pero que aún no lo habían celebrado. El pasaje es muy curioso, pues menciona tres clases de muchachas: Las que eran reinas, casadas con el rey, aunque no por ello dejarían de ser mujeres jóvenes, (se casaban a partir de los doce años), pero no se les llama “’almah”; las concubinas, que sin duda igualmente serían mujeres jóvenes, pero tampoco se les llama “’almah”, porque ya no eran doncellas en el sentido sexual de la palabra; y el tercer grupo, que si se les llama “’almah”, porque se refiere a otras jóvenes que estaban comprometidas para ser esposas del rey, aunque probablemente esperando llegar a la edad de contraer el matrimonio que estaba concertado y que en el aspecto sexual, obviamente eran vírgenes y no habían conocido sexualmente a su marido. De todas formas, nadie presentaría problemas por la traducción al griego de este texto en la LXX, ni entraría en debate alguno por esta cuestión, sino fuese por las connotaciones de la cita de Mateo atribuyendo al nacimiento de Jesús el cumplimiento profético del contenido de la frase, aunque la base, como veremos más adelante, no sea en absoluto relevante, para castigo y ridículo de los eruditos críticos que se enredan en su ciencia.
Así pues, cuando se preparó la traducción LXX, a nadie le sorprendió que la palabra griega empleada para traducir “’almah” fuese “parthénos”, pues significaba virgen y se aplicaba como sinónimo de doncella, joven soltera, comprometida en matrimonio, pero mujer que no conoce sexualmente a un marido. La palabra fue perfectamente incuestionable por más de 400 años, a pesar de que el texto LXX, como hemos dicho, sufrió diversas revisiones. Con posterioridad al siglo II d.C., y ya más conocidas, se realizaron varias revisiones del texto LXX, tanto por judíos (Aquila, Sínmaco y Teodoción), como por cristianos (Orígenes, Hesiquio y Luciano). No es momento de entrar en el proceso de ellas, sino en la cuestión relativa al cambio de esa palabra.
Cuando la propagación cristiana tuvo magnitud y las disputas teológicas con los judíos que permanecieron en su forma de religión, centraban el advenimiento del Mesías, en la persona y figura de Jesús de Nazaret, también se extendió el tema de su nacimiento providencial, por medio de una joven doncella, o virgen, como se quiera utilizar, que no había conocido varón, y su alusión al cumplimiento de la profecía de Isaías. En el siglo II d.C., un judío llamado Aquila prejuiciado por la cuestión cristiana preparó una versión griega de la LXX en la que sustituyó aquellos términos que habían adquirido connotaciones cristianas. Como las corrientes hiperascéticas provenientes del paganismo, empezaban a tener peso en las comunidades cristianas del siglo II, y muchos cristianos empezaron a hacer un gran énfasis en la cuestión de la virginidad como un estado más espiritual y santo que la maternidad, apelando a la virginidad de María, y a esta cita de Isaías, mencionada por Mateo, que se enfrentaban al pensamiento histórico del pueblo judío que siempre había considerado la maternidad como la máxima dignidad que podía alcanzar una mujer, que cumplía con la voluntad de Dios de procrear y llenar la tierra (Gen. 9:7; Jer. 29:5-7), Aquila cambió la palabra “parthénos” por “neânis” (joven mujer), pero sencillamente por prejuicio en razón de querer quitar fuerza escritural al argumento de los cristianos y no tanto porque el nacimiento no fuese virginal. Esta cuestión de que Jesucristo es Dios, que se hizo hombre, tanto ahora como entonces es una cuestión de fe, que puede ser aceptada ó no. Pero el propósito, insisto, fue tratar de eliminar referencias argumentales a los cristianos sobre los textos sagrados de los judíos. De la misma manera, por ejemplo, donde decía el hebreo Mashiyach (gr. Khristos, ungido) él tradujo Eleimmenos, así se eliminaba el término Cristo de Antiguo Testamento.
4.- La aplicación de la profecía al nacimiento de Jesús.
El pueblo de Israel tenía una expectativa cierta pero inconcreta del nacimiento del “Netser”, el Vastago de Yishay (Is. 11:1). Esta era una promesa muy aceptada por los judíos porque estaba implícita en muchas otras anteriores desde el Génesis. Aquella “simiente (“zera”) de mujer (no de varón), que heriría a la serpiente en la cabeza” (Gen. 3:15), que Pablo afirma escribiendo a los Gálatas que fue cumplida a su tiempo (Gal. 4:4) en Cristo Jesús. Pero debido al lenguaje profético, del que hablaremos más adelante, algunos grupos lo apropiaban a sus líderes, como los esenios a su Maestro de Justicia, otros a ciertos rabinos, y algunos como aquel Judas galileo, que se levantó en los tiempos del censo, a si mismos (Hch. 5:37). Otros no especulaban sobre los tiempos ni características, y aún otros mezclaban las profecías con ideas más ó menos sensatas de las diferentes escuelas de rabinos.
Pero es justamente a partir del ministerio y la predicación de Isaías donde los rabinos buscan y encuentran con mayor claridad al personaje, que luego sigue presente en los otros profetas (Jeremías, Daniel, Zacarías, Miqueas, Oseas, etc.). De tal forma que esa figura llegó a ser parte importante de las expectativas que, pasado el tiempo tanto judíos (Herodes llama a sus consejeros para averiguar donde entendían los escribas que nacería el Mesías esperado), como samaritanos (la mujer samaritana en su conversación con Jesús menciona la creencia de su pueblo en la venida del Mesías) lo creían. Poco antes de que Jesús iniciase su ministerio surgió otro importante personaje, Juan el Bautista, predicando en Judea, y su predicación alcanza una importante relevancia en su tiempo. Anunciaba que tras él venía uno que le superaba en poder y que bautizaría con Espíritu Santo y fuego (Mr. 1:7,8). Y se aplicaba a si mismo las palabras proféticas de Isaías: Voz de uno que clama en el desierto. Preparad el camino del Señor. (Mt. 3:3). Así, muchos judíos en aquel tiempo estaban esperando ansiosamente su cumplimiento. Y aún hoy siguen esperándolo los judíos ortodoxos, que no aceptan el Nuevo Testamento, basados en los contenidos del Antiguo, pues continúan con la espera a causa de la tradición judaica arraigada desde los profetas mayores.
Isaías había escrito lo más concreto de la cuestión en el capítulo 9:6 y 7, como un niño (“yeled”) que nace y es, entre otras cosas, Dios Fuerte (“gibbowr ‘el”) y el Padre Eterno (“Ad ab”). Pero en la idea de los judíos posteriores a la era profética, no hay un pensamiento uniforme sobre los datos relativos a este personaje, porque su lectura no es tan sencilla, a priori, y además se presenta intencionalmente como confusa: Unas veces es Dios y otras, hombre. Unas príncipe, y otras siervo. En ocasiones es sacerdote y en otras es víctima. A veces reina y otras veces muere. Así pues, no tenían una clara conciencia de la identidad del Ungido, ni del tiempo en que había de aparecer, pero eso no quiere decir que no formase una parte esencial de las convicciones religiosas del pueblo de Israel. Algo parecido sucede ahora con la promesa del advenimiento de Jesucristo que los cristianos aguardamos. No sabemos cuando, ni como, pero esto no quiere decir en absoluto que no sea una de nuestras doctrinas fundamentales, ni que no vivamos en la expectativa de que pueda ocurrir en cualquier momento.
Nace Jesús de Nazaret en unas condiciones excepcionales pero quedan reducidas a un mínimo grupo de testigos. Y pasa el tiempo. Jesús se desarrolla como hombre y se prepara para su ministerio desde la normalidad que tiene diseñada realizar hasta que se cumpla el tiempo en que debe comenzar su ministerio y a la realización de la misión que vino a desempeñar. No es ahora momento de extenderse respecto a la “kenosis” de Cristo, aunque sea un asunto vital para la comprensión de muchos aspectos de su ministerio y misión. Cuando Jesús inicia su ministerio anunciando en sí mismo el cumplimiento de una profecía de Isaías (Is. 61:1,2) se arma un gran revuelo. Por entonces aún no le conocen sus discípulos.
Más tarde Jesús llama e instruye a sus discípulos, y manifestándoles a través de obras providenciales, milagros y un original mensaje de buenas nuevas, el evangelio del reino, así como su identidad y la obra que viene a realizar. Con todo, cuando cumple tres años de ministerio todavía aquellos hombres no tienen una clara constancia de lo que Jesucristo representaba en el contexto de las profecías del Antiguo Testamento. Creían que era el Mesías de Dios, pero ignoraban muchas de las claves de su ministerio porque Jesús no podía decírselas claramente hasta que fuesen consumadas.
Jesús decía a los judíos: Escudriñad las Escrituras… porque ellas dan testimonio de mí (Jn. 5:39). No decía leed, sino buscad, escrutad, investigad, pero no les podía desvelar aún las claves de la interpretación profética para que entonces pudiesen comprender muchas de ellas. Hasta el momento de la muerte de Jesús, no creo que ninguno de los discípulos tuviese una conciencia profética clara de los acontecimientos que habían vivido tan de cerca. Solo fue cuando después de resucitar, Jesús, les explicó detalladamente el contenido profético consumado en él. La primera lección magistral de profecía fue dada a los discípulos que iban camino de Emaús, explicándoles claramente, ahora si, todo lo que había sido cumplido. ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas? Y comenzando desde Moisés… les interpretó (diermeneusen autois) lo que las Escrituras decían de él, Es necesario que se cumpliesen todas las cosas que están escritas de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos, Luc. 24:44. Jesús les enseña como y donde encontrar aquellos textos que sin duda conocían, y que se referían a él, aunque estuvieran escondidos en historias pasadas.
Probablemente por el resultado de aquella singular y magistral lección encontramos el origen de esta cita que Mateo años más tarde incorporó al escribir su evangelio. ¡Como les fueron abiertos los ojos! Mateo, como los otros discípulos, ve los claros antecedentes proféticos del nacimiento de Jesús en las Escrituras. También en la cita Is. 7:14. Ahora puede entender como el nacimiento providencial de Jesucristo tenía que ser como sucedió. No porque estuviese anticipado en Isaías, sino que fue anticipado en Isaías porque estaba planeado que fuese así, aun cuando algunas de sus claves estaban ocultas en medio de historias contemporáneas al profeta. El énfasis profético de este texto está, no en la cuestión de la madre, que es accesoria, sino en la persona y figura del Hijo (las Escrituras dan testimonio de mí), que es el centro y objeto de la revelación. La clave era que un niño que sería llamado Emmanuel, que significa Dios con nosotros, o Dios está con nosotros. No significa que ese sería su nombre de pila, sino que a ese niño le llamarían así por su papel, porque encarna la esperanza de la salvación que Dios consumará. Un niño que llega en un momento de angustia y desesperación para traer noticias de esperanza y gran gozo, las noticias de la liberación de los que se veían condenados a la muerte, así como de la derrota de sus enemigos. El hecho de que tanto este niño sería llamado Emmanuel, por otros, no sustituye el nombre de pila, que en el caso del Salvador fue Jesús (Mt. 1:21, tr. Griego del hebreo yehôshûa‛: Jehová salva, “porque Él salvará al pueblo de sus pecados”), así como en el del hijo de Isaías fuese Maher-shalal-chash-baz (Is. 8:3, “Date prisa al despojo; apresúrate a la presa”, porque el enemigo sería derrotado de forma inminente y el pueblo oprimido podría recoger los despojos del opresor).
Mateo, de la misma manera que nos sucede a los cristianos se maravillaría al encontrar que la cita, además de lo relativo al niño, contiene en su redacción textual connotaciones singulares de su nacimiento: como fue anunciado a su madre cuando aun era una mujer soltera aunque desposada, (no unida aún a su marido) igual que en el caso de María: Pero además la exactitud del hecho en una frase que fue redactada varios siglos antes por alguien que no veían en el texto más que un relato histórico “la virgen ó la doncella concebirá”. Al trasladarla al nacimiento de Jesús es sorprendentemente literal, exacta y concreta, en su aplicación a la madre de Jesús, a María, que conforme a la expresión, no solo griega, sino hebrea igualmente: trata de como una joven virgen prometida a su esposo, antes de unirse en matrimonio, recibe la promesa de concebir un hijo. (La diferencia estriba en que en el caso histórico, el de la mujer de Isaías, la profetisa dejó de ser virgen y concibió a su hijo de su marido tras su matrimonio. Pero lo sorprendente es que una frase que en términos lingüísticos parecería absolutamente normal, y pasó desapercibida dentro de un texto histórico, y por la prueba de los expertos rabinos que prepararon la versión y sus correctores posteriores, solo fue cuestionada años después cuando se hizo pública en el evangelio de Mateo y atendiendo a prejuicios teológicos).
Poco tiempo después de que Jesús explicase las profecías, comienza la predicación de los discípulos, en Pentecostés, y Pedro anuncia ante la sorpresa general el cumplimiento de otras profecías, de Joel (Hch. 2:17-21), de los Salmos (Hch. 2:25-28; 34 y 35; 4:11; 4:25-26), del Deuteronomio (Hch. 3:22-23) del Génesis (Hch. 3:25), en una forma y estilo totalmente diferente, por ejemplo a los comentarios exegéticos esenios, encontrados en Qumram, impropio de alguien rudo e iletrado como el pescador galileo. Más tarde, esa exégesis de la profecía se encuentra en Esteban hablando ante el concilio (Hch. 7). Y desde esa misma perspectiva de cumplimiento profético, predica también Pablo años mas tarde (Hch. 17:11; 28:23). Y lo hacen, sin duda, todos los que fueron esparcidos por la persecución y llevaron aquel “Camino” allá a donde iban. ¿De donde habían sacado aquel conocimiento y sabiduría aquellos galileos ignorantes y sin letras? (Hch. 4:13) Pues es obvio, de las lecciones magistrales recibidas de Jesucristo, tras su resurrección.
Sin ello, es improbable que Mateo se inventase algo como asignar este texto de Isaías al nacimiento de Jesús, sin saber que iba a ser un tema de controversia, máxime cuando no era un asunto vital en el contexto del mensaje de Cristo para la salvación que es por medio de la fe. El mensaje evangélico considera esencial que el hombre se sienta pecador y que vea en Jesucristo, el Cordero de Dios que saca el pecado del mundo, cargando sobre su inocente ser el castigo que merecemos como culpables del pecado. El tema de Isaías no es esencial para el perdón, o para la salvación. No tiene relevancia creer que María fuese virgen ó no, sino en que Cristo llevó el castigo que merecía nuestra condición pecadora, y que gratuitamente, por gracia y a través de la fe en su nombre, otorga perdón y salvación a todo aquel que cree. De hecho, al introducir la cita, Mateo expone a los cristianos ante la crítica encarnizada de los opositores, quienes se burlan diciendo que Jesús es el hijo de una adultera. Pero esta consecuencia no es ninguna novedad, sino algo que ya estuvo presente durante el ministerio de Jesús, como vemos en Jn. 8:41, y vemos como los judíos le acusan de ser hijo de fornicación y no tener padre (conocido).
5.- Antecedentes de que el Hijo de Dios nacería de una virgen.
Frecuentemente los críticos del cristianismo nos vienen contando historias de cómo eso del nacimiento del hijo de un dios engendrado de una virgen es, en realidad, un cuento mitológico que está presente en la mitología de numerosas culturas. Y nos lo dicen con la boca llena, en son de burla. Así nos mencionan que Persas, egipcios, sirios, griegos, romanos, hindúes, aztecas e incas compartían tradiciones en las que un dios hacía que una madre virgen tuviese un hijo para cumplir un papel de mediador entre el dios y los hombres, y sería un salvador para los hombres. Y nos recitan a Tammuz, Buda, Krishna, Horus, Osiris, Zoroastro, etc. etc. Yo estoy perfectamente de acuerdo en ello, porque justamente este justamente es un argumento de peso para la postura cristiana.
Acepto y comparto que hay unos sentimientos universales en todas las culturas que revelan claramente un pasado común. Así, nuestra fe no trata de algo imaginado ó inventado por judíos hace dos mil años, sino que mucho antes, por toda la tierra, en los imperios y en tribus remotas, en todas las civilizaciones, y en diversos continentes hay en los hombres la conciencia de que hay un Dios Creador, de que el hombre es pecador, de que Dios tendría un hijo concebido de una virgen para salvar a sus criaturas, de una vida trascendente a esta realidad física, etc. Y los críticos solo nos muestran algo más de una docena de ejemplos, porque no tienen evidencias y rastros documentales de muchas más culturas y civilizaciones, porque, si los hubiesen hallado, encontraríamos docenas de otros ejemplos donde están presentes semejantes conceptos.
De la misma manera hay una tradición de un diluvio universal extendido en todas las civilizaciones y culturas remotas a lo largo y ancho del mundo y algunos investigadores han encontrado más de 100 historias locales antiguas relativas a este evento.
También es cierto que cada cultura fue incorporando a estos conceptos básicos y originales, transmitidos de generación en generación. Toda una diversidad de adornos y desviaciones provienen de sus particulares realidades, del desarrollo de su conocimiento y de los sistemas religiosos propios en forma de doctrinas. Muchas veces incurren en el absurdo ó en la fantasía más fértil. Pero nadie puede negar que justamente esa realidad evoca un origen común y no lejano, como la Biblia dice que tenemos los seres humanos. Evoca la existencia de una tradición pasada de padres a hijos de un conocimiento común primario, aunque sea cierto que los adornos añadidos con posterioridad hacen que en muchas ocasiones se conviertan en historias pintorescas e inverosímiles. Pero este origen tan común da peso a que en todas las culturas, también en la judaica, se asumiese que el Mesías, el Hijo de Dios, cuando naciese lo haría siendo engendrado en una mujer que no conocía varón, es decir, virgen.
La lectura profética y algunas claves para su comprensión.
A lo largo y ancho del mundo y de la historia ha habido numerosas religiones teístas. Algunas monoteístas, otras politeístas, fruto de un concepto primario y original que los cristianos entendemos, de que Dios es uno y varios a la vez (Yehovah 'elohiym 'echad Yehovah). La perversión de este principio por la imaginería humana, ha dado origen a las falsas religiones e idolatrías. “Porque habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles. Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones. (Romanos 1:21-24). Pero junto con estas religiones, ya digo teístas, casi desde el principio ha actuado otra clase de fe, las religiones ateístas, del NO DIOS, que es ciertamente tan poliforme en sus planteamientos como las teístas, y compone igualmente aquellas un heterogéneo paisaje.
Las religiones de esta clase han proliferado enormemente en los últimos siglos. Estos tipos de religión tienen también sus profetas, sus comentarios exegéticos, sus formas de doctrina. Son igualmente proselitistas, y muchos de sus seguidores se dedican con auténtico celo y ferviente fe a servir a su religión, y a la extensión de su credo. Presentan a sus líderes más relevantes, aquellos que de ellos han alcanzado más preeminencia en el mundo de la imagen, de la ciencia y de la historia, y los citan con el mismo orgullo y fe que los cristianos citamos a los grandes hombres de la historia cristiana.
A veces, para los creyentes, no nos es fácil comprender porque razón estás personas, que aparentemente no tienen una fe religiosa intentan activamente infiltrarse aquí y allá entre los creyentes para destruir y socavar los principios de la fe de otros. Es simple. Porque son militantes de otra religión, y como tales actúan. Ya el salmista se preguntaba: ¿Por qué se rebelan las gentes y los pueblos piensan cosas vanas? Se levantarán los reyes de la tierra y príncipes consultarán unidos contra Yehovah y contra su Mesías diciendo: Rompamos sus ligaduras y echemos de nosotros sus cuerdas. (Sal. 2:1-2) Y ante esto añade: El que mora en los cielos se reirá. El Señor se burlará de ellos, (v-3).
Así pues, esta parte final de mi artículo no va destinado a los militantes de ese credo, sino a cristianos, aquellos que creemos en Cristo Jesús como el Mesías y Salvador de la promesa edénica. Nosotros creemos y aceptamos que Dios, ha hablado muchas veces y de muchas maneras en el pasado a nuestros antepasados por los profetas, (Heb. 1:1), y ahora estamos tratando alguna de ellas. Unas fueron más claras, otras fueron bastante oscurecidas en su momento. En ocasiones la profecía corresponde a un lenguaje de tipos (La Pascua, el Tabernáculo, el Maná, la serpiente del desierto, Moisés, la esclavitud en Egipto, David, Ciro, etc.). En otras esa revelación estaba oculta en un relato histórico, pero con una proyección profética futura.
Muchas de las profecías bíblicas pertenecen a esta forma. Esto es muy extenso pero intentaré ser conciso. Sigo escribiendo para creyentes cristianos que entienden que desde la creación de las cosas hay un conflicto. Que Dios tiene un plan inteligente y coherente, como lo son todas sus obras y actos, y que está desplegando con vistas a un desenlace de dimensiones eternas. Pero que a su vez, también tiene un adversario que se opone. Esta lucha, que para nosotros es invisible, tiene efectos y consecuencias visibles que nos afectan como personas y a nuestra realidad. Y Dios trabaja para que ese adversario no frustre sus proyectos, sino que además aprovecha sus movimientos para cumplir con Su plan previamente trazado.
Paralelamente se comunica para informar y tranquilizar a “los suyos” que viven en el área del conflicto. Algo parecido a lo que un país en guerra hace para comunicarse y transmitir información a sus agentes que están en medio de la nación enemiga, para que resistan, ó para que actúen, etc. Esta información se envía codificada y oculta en medio de otra mucha información, que está al alcance tanto de su los suyos como de su adversario. Satanás conoce perfectamente el texto bíblico y tentó a Jesús en el desierto empleando la propia revelación profética. Así que Dios trata de que aquellos que confían en Él, a través de sus comunicaciones, puedan encontrar los mensajes destinados a ellos y discriminarlos del conjunto del texto. Yo entiendo que esto para escépticos y ateos es muy complicado de entender, pero estamos tratando asuntos que tienen que tienen una dimensión trascendente, y entran claramente en el campo de la fe. No estamos haciendo un análisis literario de un texto profano clásico, como por ejemplo la Ilíada, o ninguno, creyentes, escépticos ó ateos, hubiésemos gastado tanto tiempo y espacio en el asunto bíblico.
Los que recibimos los textos bíblicos como la revelación del Dios creador del universo, lo hacemos bajo un criterio de comprensión. Estas cosas para el no creyente y los seguidores de las religiones ateístas, son una locura. Y esto que afirmo no es algo de mi invención, sino lo que ya lo escribió Pablo, el apóstol, en su epístola a los Corintios, llamándolo “sabiduría oculta”, (2Cor. 2:7), no por un concepto gnóstico, para unos pocos iniciados, sino destinado para lo que son de la fe. Los que creen, como consecuencia de esa fe, encuentran no solo las evidencias subjetivas y objetivas de la propia fe en su vida, sino que en la meditación y aplicación de las Escrituras Sagradas, descubren significados que nunca antes habían comprendido. Una parte importante de toda esa revelación fue profética cuando se redactó, y se encuentra salpicada aquí y allá, en forma velada, como cifrada, no para que el receptor aventure ó dogmatice divagando sobre acontecimientos futuros (muchos lo han hecho para su propia confusión y la profusión de sectas), sino para que los que creen reconozcan en los hechos, “a medida que se cumplen”, los diversos estadios del programa y la mano de Dios desarrollando ese complejo plan estratégico.
Por tanto Dios ha otorgado esa revelación fragmentada, como con las piezas de un puzzle, con el propósito de que su pueblo adquiera post-eventum, la confirmación de que tales acontecimientos estaban previamente anunciados, y de esta forma fortalecer su fe. Si Dios hubiese entregado un informe conciso y claro de todas y cada una de las iniciativas que tenía determinado realizar, comprensible para cualquier lector, no cabe duda de que muchas partes del mismo serían saboteadas. Pablo menciona en dos ocasiones como ejemplo de esta estrategia el caso de la muerte de Jesucristo, una en Hechos 13:27-29 y también en 1Cor. 2:8, y dice que, ninguno de los príncipes y eminentes de este mundo, pese a leer los textos y conocerlos perfectamente logró alcanzar a comprender claramente lo que estaba sucediendo, porque si lo hubiesen entendido (antes) nunca habrían crucificado al Cristo, (no por bondad, sino para hacer fracasar el plan de Dios) pero así, actuando en su ignorancia, al condenarlo, cumplieron lo preestablecido, y no pudieron evitar que el plan de la salvación se consumase. Sin embargo, ahora, después de ocurrir, se puede entender como todo estaba profetizado y descrito hasta en sus últimos detalles. Eruditos bíblicos han logrado encontrar en el Antiguo Testamento hasta 300 profecías cumplidas en el nacimiento, vida y ministerio de Jesucristo.
En esta forma de revelación, el autor del texto bíblico, como Isaías en el caso que nos ocupa, en muchas ocasiones no tenía conciencia del alcance de la información que estaba proporcionando y sin duda actuaba convencido de que pertenecía exclusivamente al contexto histórico. Un ejemplo de esto mismo lo encontramos en tiempos de guerra con la información cifrada que se envía por medio de la radio ó de la televisión. Y mucho sobre esto se ha escrito relacionado con ejemplos de la pasada guerra mundial, en que los locutores de radio que transmitían emisiones con consignas ignoraban el texto que se encontraba oculto en las mismas. Los destinatarios de la información, luego la procesaban, la escudriñaban y encontraban los contenidos de los mensajes. Y cuando los encontraban se llenaban de gozo, como nos gozamos los cristianos al ver cumplidas en Cristo no solo las profecías que le señalan, sino también las expectativas de nuestra fe y la seguridad de que de la misma forma que aquellas se cumplieron, también se cumplirán las que esperamos.
Entre todos los libros del Antiguo Testamento, tres han sido especialmente atacados por los seguidores de las religiones ateístas. Son los libros del Génesis, Isaías y Daniel. Es normal, porque son los que contienen profecías y relatos más objetivos. El Génesis por todo lo relativo a los orígenes y al Diluvio, presentando a Dios como Creador y como Juez, actuando en el mundo físico. El de Isaías, porque aparte de las referencias al Mesías, se niegan a admitir que cien años antes se vaticinara la aparición de una figura tan contrastada históricamente como Ciro. Y a Daniel por las secuencias de los imperios que dominaron el mundo, después de profetizado. Estas profecías ponen frenéticos a muchos y se inventan las descalificaciones de los documentos, de sus autores y de los relatos en sí mismos. Durante siglos acusaron de que los textos del Antiguo Testamento eran tardíos y pertenecientes en su mayor parte a la era cristiana, hasta que aparecieron los manuscritos de Qumram, entonces con mucha rabia tuvieron que retrasar unos cuantos siglos sus anteriores asignaciones, pero siguen sin concederles el crédito que merecen, aunque luego van por la vida de eruditos y aceptan como perfectamente históricos muchos otros documentos antiguos con menor carga evidencial.
En fin, sigan con su cruzada y con su fe y que con su pan se la coman, porque YO SE A QUIEN HE CREIDO, y ya no solo creo por lo que dicen los documentos, sino porque he experimentado esa fuente de agua que salta para vida eterna, y se que verdaderamente este es el Salvador del mundo, el Cristo, (Jn. 4:42).
Pablo Blanco (Un hijo de Dios por gracia por medio de la fe)
1.- La Septuaginta.- Texto y autores.
2.- La profecía de Isaías 7 en su contexto primario histórico.
3.- ¿Virgen ó mujer joven?
4.- La aplicación de la profecía al nacimiento de Jesús.
5.- Antecedentes de que el Hijo de Dios nacería de una virgen.
6.- La lectura profética y sus claves de comprensión.
1.- La Septuaginta ó traducción de los escritos judíos al griego, llamada también LXX.
La traducción al griego, conocida como la Septuaginta fue realizada entre los años 285 al 246 a d.C. en Alejandría, para la famosa biblioteca de Alejandría a instancias de Demetrio, el bibliotecario de Tolomeo II Filadelfo. Es el resultado del trabajo de 72 rabinos judíos (Seis de los más ancianos por cada una de las tribus, muy entendidos en las leyes, para que nos enseñen el sentido más claro y acorde de aquellos libros y su cuidadosa traducción, A. de los Judíos XII, II, 4), que trabajaron en equipo durante setenta y dos días, y que tomaron en consideración para ser traducidos aquellos libros que les fuesen prestados por las autoridades religiosas de Jerusalén, fuesen ó no considerados canónicos con posterioridad. Ver Antigüedades de los Judíos, libro XII, capítulo II, y la controvertida documento llamada “La carta de Aristeas”. Josefo afirma que Aristeas escribió un libro relatando el proceso y los antecedentes de esta traducción, y lo cita como existente en su época (“…puede consultar a Aristeas, quien escribió un libro sobre el particular, párrafo 12), pero hoy en día nadie puede afirmar que el controvertido documento conocido como “La carta de Aristeas”, sea una copia del libro auténtico y no un apócrifo tardío que alguien escribiese a raíz de la mención de Josefo.
Además del apoyo lingüístico que pudiese serles prestado por eruditos alejandrinos, el idioma griego era bien conocido de los rabinos participantes y una segunda lengua en Palestina desde la helenización llevada a cabo desde Alejandro el Macedonio, sobre todo por el asentamiento político de sus sucesores, que convirtieron en la práctica al griego en la lengua mediterránea oficial.
Sobre el carácter de esta traducción, a continuación voy a incorporar unos párrafos de de la obra La Biblia Judía y la Biblia Cristiana (“Introducción a la historia de la Biblia”), que es una exhaustiva compilación de las posturas de la crítica textual, realizada por el eminente Dr. Julio Trebolle Barrera (Miembro del Comité Internacional de edición de los Manuscritos del Mar Muerto, autor de varios libros de critica textual y literaria de la Biblia, Profesor del Dpto. de estudios hebreos y Arameos. Director del Instituto de ciencias de las religiones de la U. Complutense de Madrid. Doctor en Filología Semítica y Teología, Licenciado en Filosofía Pura y en Ciencias Bíblicas y élève honoraire de l’Ecole Biblique de Jerusalén), quien escribe:
“Si desde el punto de vista de la crítica textual la versión de los LXX refleja en ocasiones un texto hebreo diferente del TM (texto masorético), desde el punto de vista de la interpretación targúmica y de la historia de la religión, la versión de los LXX es reflejo a un tiempo de las ideas teológicas y de las tendencias hermenéuticas del judaísmo de la época. La versión de los LXX constituye una verdadera obra de exégesis judía, comparable en ocasiones a un Tárgum. (Fränkel, Prijs, Seeligman, Gehman, Gooding, Le Deaut, etc.). Las tendencias teológicas de la versión griega aparecen con mayor claridad en versiones más libres como la de Isaías ó de Proverbios que más parecen un midrás judío helenístico que no una verdadera traducción al griego a partir de un original hebreo.”
“La traducción de Isaías es muy libre. No es apenas utilizable para la crítica del texto hebreo de este libro. Representa, por el contrario, una fuente inestimable de datos para el estudio de la antigua exégesis judía, pues se basa en tradiciones exegéticas que aparecen más tarde en el Tárgum y en la Pesitta. Las frecuentes citas del texto de Isaías en el NT y en la apologética cristiana y judía confieren a esta traducción un valor añadido.”
Mas adelante añade:
“Las numerosas y significativas coincidencias existentes entre LXX y manuscritos hebreos de Qumrám, ha revalorizado el testimonio del texto griego frente a las corrientes imperantes en la época anterior al descubrimiento (1947), que consideraban el texto griego desprovisto de valor crítico y muy valioso en cambio como testimonio de la exégesis judía contemporánea de la época de la traducción.”
Es decir que, si por una parte la mayoría de los críticos estaban de acuerdo en que representaba un fiel reflejo del pensamiento judío de su tiempo ahora, desde la comparación con los manuscritos de los esenios, es reconocido también como una fuente muy precisa y fidedigna del texto original. Esto ratifica la afirmación de Josefo en el capítulo antes mencionado, párrafo 13, donde dice que “con toda atención y celo se dieron a la tarea de traducir la ley”.
Sin duda, los participantes fueron los mejores expertos que entonces pudieron ser hallados en Palestina para llevar a cabo esta empresa encargada por el propio rey con destino al organismo más brillante y culto de toda la historia antigua, La Biblioteca de Alejandría. Pero además su resultado fue sometido con posterioridad a diversas revisiones tanto para ajustar el lenguaje como el estilo, y cuando se encontraba alguna diferencia, acomodar lo más puntualmente posible el texto griego al contenido del hebreo proto-masorético, en un proceso que se llama de “recensión”.
Después de la realización de este trabajo surgieron diversas leyendas fantásticas entre las comunidades judías, principalmente situadas fuera de Palestina. Algunas de estas leyendas afirmaban que cada uno de los rabinos tradujo de forma individual el texto completo, ofreciendo como resultado setenta y dos copias exactas, lo cual era señal de un prodigio divino que convertía aquella traducción en una versión inspirada e infalible. Pero cabe deducir que nada de esto tuvo verdadera extensión cuando menos en Palestina y en los tiempos de Josefo (siglo I d.C.), quien hace un relato bastante extenso, sin mencionar nada de ello como una creencia de su tiempo. Así pues, este tipo de historias solo se deben atribuir a fantasía populares tardías.
Esta traducción griega se extendió con profusión por las comunidades judías situadas fuera de Palestina, donde muchos judíos, que ya no conocían bien su idioma nacional, el hebreo, se familiarizaban con la versión griega más accesible a su lenguaje, siendo además la única que podían acceder comprensiblemente los prosélitos del judaísmo (paganos convertidos a la religión judaica). Esto tuvo tal importancia que cuando los autores del Nuevo Testamento citan pasajes del Antiguo Testamento intercalados en los textos de los evangelios ó las epístolas, lo hicieron sobre la base del texto de la versión LXX. La razón más probable para este hecho fue facilitar que la mayoría de creyentes en la fe de Abraham (judíos de la Diáspora ó prosélitos gentiles), leyesen el texto en la misma versión textual a la que estaban acostumbrados y cuyos fragmentos muchos de ellos conocían de memoria, evitando causar una probable confusión entre ellos si empleasen la versión masorética de los textos, pues era desconocida para la mayoría de los que habitaban en tierras gentiles, aún cuando los autores del nuevo testamento, como judíos palestinos y el mismo Jesús, estaban personalmente mucho más próximos al texto masorético. Simplemente actuaron con el mismo criterio que nosotros en semejantes circunstancias. Por ejemplo, cuando trato temas bíblicos con algún católico romano empleo las traducciones más próximas a su entorno, Nácar Colunga, Jerusalén, P. Petisco, Scio, etc. con el propósito de que me siga con más facilidad en la exposición, a través de los textos que posee, ó con los que está más familiarizado, incluso a los que otorga un mayor crédito y confianza, que si usase una versión protestante.
Pero para los creyentes, a fin de cuentas, la palabra de Dios es Jesucristo, y las palabras de su revelación son espíritu y son vida (Jn. 6:63), y no la mera letra que mata (2ª Cor. 3:6). No hay ninguna doctrina esencial que tenga su base en un único versículo ó palabra, sino que deben están basadas en diversos textos y contextos. Además, para los que creemos en Cristo Jesús como Dios, están asentadas en la obra que el Espíritu Santo realiza en el creyente. Aunque para los que no creen, mucho de esto carece de sentido y siempre suelen considerarnos como apegados a la letra, y así andan continuamente erre que erre buscando tres pies al gato con una palabra ó una letra.
2.- La profecía de Isaías 7 en su contexto primario histórico.
El oráculo que estamos tratando, en el contexto de su presentación, surge en unas circunstancias de angustia para el reino de Judá, que se encuentra asediado por una alianza de poderosos enemigos: el rey de Siria y el rey de Israel, quienes han derrotado en el campo de batalla a su ejército causando una tremenda mortandad. El resto de sus fuerzas supervivientes se ha refugiado en la capital, Jerusalén, cuyas murallas hasta el momento han resistido las acometidas. Pero malas noticias siguen llegando que cuentan de una alianza de los enemigos con los habitantes de Efraim, para constituir una confederación aun más fuerte, para acabar con la resistencia, aniquilarlos y así conquistar y repartirse los territorios del reino de Judá. En el plano militar aquella poderosa coalición con seguridad vencería a las menguadas y fatigadas fuerzas defensoras de la ciudad. Estas malas noticias trajeron la desazón a los habitantes de Jerusalén. Entonces Dios quiere tranquilizar a la población y demostrar que la situación por desesperada que parezca, está bajo su control. Isaías acompañado de un hijo suyo, llamado Sear-jasub, porque su nombre tiene una connotación de esperanza, pues significa “un remanente volverá”, es enviado para reunirse con el rey Acaz, que reinaba en Judá desde Jerusalén, con la promesa de que no serían destruidos completamente. Este hijo de Isaías no tiene nada que ver con el otro niño del que hablaremos más adelante y se trataba de un hijo fruto bien de un matrimonio anterior ó incluso actual, pues la poligamia entonces era normal y frecuente, y así los hombres se casaban con varias mujeres a lo largo de su vida.
El mensaje del profeta anuncia una sorprendente e impensable, en términos militares y humanos, salvación de Jerusalén, así como el desastre futuro para sus enemigos. El mensaje no solo afirma el resultado, sino que establece un plazo de tiempo para que suceda, y está basado en la concesión de una señal: El tiempo que transcurriría entre el momento de la revelación profética y aquel en el que la mujer comprometida para ser esposa de Isaías, estaba aún soltera en casa de su padre, y por tanto era doncella, se convirtiese en la esposa de Isaías, concibiera y diese a luz un hijo varón, cuyo sobrenombre sería Emmanuel, que significa Dios con nosotros. Pues antes de que ese niño tuviese edad de discernir (probablemente que empezase a conocer y distinguir los objetos por su nombre), Jerusalén sería liberada de los enemigos que la asediaban.
En el capítulo 8, Isaías dice que después de recibir el oráculo fue a buscar como testigos de la cuenta atrás del plazo al sacerdote Urías y a Zacarías, en cuya presencia contrae los esponsales, se une a la que, ahora, deja de ser llamada “la doncella”, para pasar a denominarse como “la profetisa”, mujer del profeta, es decir, la esposa de Isaías que en calidad de tal recibe el titulo. (Nótese como ha cambiado el nombre con el que se refiere a ella. Antes en Is. 7:14 aun era “doncella”, “’almah”, pero ahora en Isaías 8:3 ya es “nbiy’at”. Esta palabra tiene dos acepciones: a) en descripción propia, profetisa, una mujer profeta, y b) en asociación, profetisa en el sentido de mujer del profeta. Aquí es claramente la segunda porque la mujer no tiene ninguna intervención profética que conste, sino que el profeta es claramente Isaías). Y ella quien concibe y da a luz el niño profetizado.
3.- ¿Virgen ó mujer jóven?.
Por más que los críticos se enciendan, el lenguaje griego no era tan pobre como ellos pretenden atribuir, como para entender que el lenguaje no disponía de un buen número de sinónimos que se usaban indistintamente en el lenguaje coloquial. Algunos, como en este caso de virgen, doncella, moza, soltera pero comprometida, no necesitan hacer referencias concretas de carácter sexual, como para que el lector de entonces entendiese perfectamente lo que del término se pudiese deducir, pues no se aplicaron en la LXX, en relación con ninguna mujer cuya condición fuese de madre, casada ó viuda.
Por ejemplo, la palabra griega parthenia, empleada en Lucas 2:36 tiene también la acepción de soltería, refiriéndose al tiempo que la Ana había estado casada y convivido con su marido durante siete años a partir de su soltería, desde la conclusión de su etapa virginal. Porque lo corriente cuando se contraía matrimonio era entender la consumación sexual, y por tanto la conclusión de la virginidad, sin que el lector empiece a cuestionar si el autor tiene la constancia física de que en ese momento fue cuando dejó de ser físicamente virgen. Hay muchas acepciones que tienen connotaciones sobreentendidas. El griego Parthenia, virgen, equivale a soltería y parthénos a soltero, en cuyos casos el estado de castidad y virginidad se sobreentiende, siendo la normalidad en términos castos de los solteros. En hebreo, la palabra bthuwlah, efectivamente resalta explícitamente la condición sexual, de forma que bthuwliym significa específicamente virginidad, pero el término se empleaba para denominar también a las mujeres solteras, en el sentido de “doncellas”, implicando la virginidad sexual. Sin embargo la palabra más frecuente era “na’arah”, pero no la única, porque con la palabra “’almah”, que es la que aparece en Isaías 7:14, y que se usa también en Gen. 24:43, para Rebeca, y un poco más adelante en 24:57, tiene el mismo contexto que “na’arah”, lo cual significa que se empleaban normalmente como sinónimos, y venían a significar una mujer joven no desposada, con la implicación sexual que tal estado representaba.
Sin embargo, la raíz de la que procede la “’almah” significa “secreto ú oculto”, que tiene la clara connotación hacia el velo que se usaban las jóvenes cuando se comprometían en matrimonio, para quedar preservadas de la vista de los otros hombres, significando que no estaban libres, sino que tenían un marido adjudicado, y esto era así aun cuando no se hubiesen celebrado los esponsales, algo equivalente a lo que en nuestra cultura llamamos “pedida”.
En el libro de los Cantares de Salomón, cap. 6 vers. 8. El autor también emplea la palabra “’almah” en el mismo sentido para referirse a doncellas que estaban comprometidas en matrimonio, pero que aún no lo habían celebrado. El pasaje es muy curioso, pues menciona tres clases de muchachas: Las que eran reinas, casadas con el rey, aunque no por ello dejarían de ser mujeres jóvenes, (se casaban a partir de los doce años), pero no se les llama “’almah”; las concubinas, que sin duda igualmente serían mujeres jóvenes, pero tampoco se les llama “’almah”, porque ya no eran doncellas en el sentido sexual de la palabra; y el tercer grupo, que si se les llama “’almah”, porque se refiere a otras jóvenes que estaban comprometidas para ser esposas del rey, aunque probablemente esperando llegar a la edad de contraer el matrimonio que estaba concertado y que en el aspecto sexual, obviamente eran vírgenes y no habían conocido sexualmente a su marido. De todas formas, nadie presentaría problemas por la traducción al griego de este texto en la LXX, ni entraría en debate alguno por esta cuestión, sino fuese por las connotaciones de la cita de Mateo atribuyendo al nacimiento de Jesús el cumplimiento profético del contenido de la frase, aunque la base, como veremos más adelante, no sea en absoluto relevante, para castigo y ridículo de los eruditos críticos que se enredan en su ciencia.
Así pues, cuando se preparó la traducción LXX, a nadie le sorprendió que la palabra griega empleada para traducir “’almah” fuese “parthénos”, pues significaba virgen y se aplicaba como sinónimo de doncella, joven soltera, comprometida en matrimonio, pero mujer que no conoce sexualmente a un marido. La palabra fue perfectamente incuestionable por más de 400 años, a pesar de que el texto LXX, como hemos dicho, sufrió diversas revisiones. Con posterioridad al siglo II d.C., y ya más conocidas, se realizaron varias revisiones del texto LXX, tanto por judíos (Aquila, Sínmaco y Teodoción), como por cristianos (Orígenes, Hesiquio y Luciano). No es momento de entrar en el proceso de ellas, sino en la cuestión relativa al cambio de esa palabra.
Cuando la propagación cristiana tuvo magnitud y las disputas teológicas con los judíos que permanecieron en su forma de religión, centraban el advenimiento del Mesías, en la persona y figura de Jesús de Nazaret, también se extendió el tema de su nacimiento providencial, por medio de una joven doncella, o virgen, como se quiera utilizar, que no había conocido varón, y su alusión al cumplimiento de la profecía de Isaías. En el siglo II d.C., un judío llamado Aquila prejuiciado por la cuestión cristiana preparó una versión griega de la LXX en la que sustituyó aquellos términos que habían adquirido connotaciones cristianas. Como las corrientes hiperascéticas provenientes del paganismo, empezaban a tener peso en las comunidades cristianas del siglo II, y muchos cristianos empezaron a hacer un gran énfasis en la cuestión de la virginidad como un estado más espiritual y santo que la maternidad, apelando a la virginidad de María, y a esta cita de Isaías, mencionada por Mateo, que se enfrentaban al pensamiento histórico del pueblo judío que siempre había considerado la maternidad como la máxima dignidad que podía alcanzar una mujer, que cumplía con la voluntad de Dios de procrear y llenar la tierra (Gen. 9:7; Jer. 29:5-7), Aquila cambió la palabra “parthénos” por “neânis” (joven mujer), pero sencillamente por prejuicio en razón de querer quitar fuerza escritural al argumento de los cristianos y no tanto porque el nacimiento no fuese virginal. Esta cuestión de que Jesucristo es Dios, que se hizo hombre, tanto ahora como entonces es una cuestión de fe, que puede ser aceptada ó no. Pero el propósito, insisto, fue tratar de eliminar referencias argumentales a los cristianos sobre los textos sagrados de los judíos. De la misma manera, por ejemplo, donde decía el hebreo Mashiyach (gr. Khristos, ungido) él tradujo Eleimmenos, así se eliminaba el término Cristo de Antiguo Testamento.
4.- La aplicación de la profecía al nacimiento de Jesús.
El pueblo de Israel tenía una expectativa cierta pero inconcreta del nacimiento del “Netser”, el Vastago de Yishay (Is. 11:1). Esta era una promesa muy aceptada por los judíos porque estaba implícita en muchas otras anteriores desde el Génesis. Aquella “simiente (“zera”) de mujer (no de varón), que heriría a la serpiente en la cabeza” (Gen. 3:15), que Pablo afirma escribiendo a los Gálatas que fue cumplida a su tiempo (Gal. 4:4) en Cristo Jesús. Pero debido al lenguaje profético, del que hablaremos más adelante, algunos grupos lo apropiaban a sus líderes, como los esenios a su Maestro de Justicia, otros a ciertos rabinos, y algunos como aquel Judas galileo, que se levantó en los tiempos del censo, a si mismos (Hch. 5:37). Otros no especulaban sobre los tiempos ni características, y aún otros mezclaban las profecías con ideas más ó menos sensatas de las diferentes escuelas de rabinos.
Pero es justamente a partir del ministerio y la predicación de Isaías donde los rabinos buscan y encuentran con mayor claridad al personaje, que luego sigue presente en los otros profetas (Jeremías, Daniel, Zacarías, Miqueas, Oseas, etc.). De tal forma que esa figura llegó a ser parte importante de las expectativas que, pasado el tiempo tanto judíos (Herodes llama a sus consejeros para averiguar donde entendían los escribas que nacería el Mesías esperado), como samaritanos (la mujer samaritana en su conversación con Jesús menciona la creencia de su pueblo en la venida del Mesías) lo creían. Poco antes de que Jesús iniciase su ministerio surgió otro importante personaje, Juan el Bautista, predicando en Judea, y su predicación alcanza una importante relevancia en su tiempo. Anunciaba que tras él venía uno que le superaba en poder y que bautizaría con Espíritu Santo y fuego (Mr. 1:7,8). Y se aplicaba a si mismo las palabras proféticas de Isaías: Voz de uno que clama en el desierto. Preparad el camino del Señor. (Mt. 3:3). Así, muchos judíos en aquel tiempo estaban esperando ansiosamente su cumplimiento. Y aún hoy siguen esperándolo los judíos ortodoxos, que no aceptan el Nuevo Testamento, basados en los contenidos del Antiguo, pues continúan con la espera a causa de la tradición judaica arraigada desde los profetas mayores.
Isaías había escrito lo más concreto de la cuestión en el capítulo 9:6 y 7, como un niño (“yeled”) que nace y es, entre otras cosas, Dios Fuerte (“gibbowr ‘el”) y el Padre Eterno (“Ad ab”). Pero en la idea de los judíos posteriores a la era profética, no hay un pensamiento uniforme sobre los datos relativos a este personaje, porque su lectura no es tan sencilla, a priori, y además se presenta intencionalmente como confusa: Unas veces es Dios y otras, hombre. Unas príncipe, y otras siervo. En ocasiones es sacerdote y en otras es víctima. A veces reina y otras veces muere. Así pues, no tenían una clara conciencia de la identidad del Ungido, ni del tiempo en que había de aparecer, pero eso no quiere decir que no formase una parte esencial de las convicciones religiosas del pueblo de Israel. Algo parecido sucede ahora con la promesa del advenimiento de Jesucristo que los cristianos aguardamos. No sabemos cuando, ni como, pero esto no quiere decir en absoluto que no sea una de nuestras doctrinas fundamentales, ni que no vivamos en la expectativa de que pueda ocurrir en cualquier momento.
Nace Jesús de Nazaret en unas condiciones excepcionales pero quedan reducidas a un mínimo grupo de testigos. Y pasa el tiempo. Jesús se desarrolla como hombre y se prepara para su ministerio desde la normalidad que tiene diseñada realizar hasta que se cumpla el tiempo en que debe comenzar su ministerio y a la realización de la misión que vino a desempeñar. No es ahora momento de extenderse respecto a la “kenosis” de Cristo, aunque sea un asunto vital para la comprensión de muchos aspectos de su ministerio y misión. Cuando Jesús inicia su ministerio anunciando en sí mismo el cumplimiento de una profecía de Isaías (Is. 61:1,2) se arma un gran revuelo. Por entonces aún no le conocen sus discípulos.
Más tarde Jesús llama e instruye a sus discípulos, y manifestándoles a través de obras providenciales, milagros y un original mensaje de buenas nuevas, el evangelio del reino, así como su identidad y la obra que viene a realizar. Con todo, cuando cumple tres años de ministerio todavía aquellos hombres no tienen una clara constancia de lo que Jesucristo representaba en el contexto de las profecías del Antiguo Testamento. Creían que era el Mesías de Dios, pero ignoraban muchas de las claves de su ministerio porque Jesús no podía decírselas claramente hasta que fuesen consumadas.
Jesús decía a los judíos: Escudriñad las Escrituras… porque ellas dan testimonio de mí (Jn. 5:39). No decía leed, sino buscad, escrutad, investigad, pero no les podía desvelar aún las claves de la interpretación profética para que entonces pudiesen comprender muchas de ellas. Hasta el momento de la muerte de Jesús, no creo que ninguno de los discípulos tuviese una conciencia profética clara de los acontecimientos que habían vivido tan de cerca. Solo fue cuando después de resucitar, Jesús, les explicó detalladamente el contenido profético consumado en él. La primera lección magistral de profecía fue dada a los discípulos que iban camino de Emaús, explicándoles claramente, ahora si, todo lo que había sido cumplido. ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas? Y comenzando desde Moisés… les interpretó (diermeneusen autois) lo que las Escrituras decían de él, Es necesario que se cumpliesen todas las cosas que están escritas de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos, Luc. 24:44. Jesús les enseña como y donde encontrar aquellos textos que sin duda conocían, y que se referían a él, aunque estuvieran escondidos en historias pasadas.
Probablemente por el resultado de aquella singular y magistral lección encontramos el origen de esta cita que Mateo años más tarde incorporó al escribir su evangelio. ¡Como les fueron abiertos los ojos! Mateo, como los otros discípulos, ve los claros antecedentes proféticos del nacimiento de Jesús en las Escrituras. También en la cita Is. 7:14. Ahora puede entender como el nacimiento providencial de Jesucristo tenía que ser como sucedió. No porque estuviese anticipado en Isaías, sino que fue anticipado en Isaías porque estaba planeado que fuese así, aun cuando algunas de sus claves estaban ocultas en medio de historias contemporáneas al profeta. El énfasis profético de este texto está, no en la cuestión de la madre, que es accesoria, sino en la persona y figura del Hijo (las Escrituras dan testimonio de mí), que es el centro y objeto de la revelación. La clave era que un niño que sería llamado Emmanuel, que significa Dios con nosotros, o Dios está con nosotros. No significa que ese sería su nombre de pila, sino que a ese niño le llamarían así por su papel, porque encarna la esperanza de la salvación que Dios consumará. Un niño que llega en un momento de angustia y desesperación para traer noticias de esperanza y gran gozo, las noticias de la liberación de los que se veían condenados a la muerte, así como de la derrota de sus enemigos. El hecho de que tanto este niño sería llamado Emmanuel, por otros, no sustituye el nombre de pila, que en el caso del Salvador fue Jesús (Mt. 1:21, tr. Griego del hebreo yehôshûa‛: Jehová salva, “porque Él salvará al pueblo de sus pecados”), así como en el del hijo de Isaías fuese Maher-shalal-chash-baz (Is. 8:3, “Date prisa al despojo; apresúrate a la presa”, porque el enemigo sería derrotado de forma inminente y el pueblo oprimido podría recoger los despojos del opresor).
Mateo, de la misma manera que nos sucede a los cristianos se maravillaría al encontrar que la cita, además de lo relativo al niño, contiene en su redacción textual connotaciones singulares de su nacimiento: como fue anunciado a su madre cuando aun era una mujer soltera aunque desposada, (no unida aún a su marido) igual que en el caso de María: Pero además la exactitud del hecho en una frase que fue redactada varios siglos antes por alguien que no veían en el texto más que un relato histórico “la virgen ó la doncella concebirá”. Al trasladarla al nacimiento de Jesús es sorprendentemente literal, exacta y concreta, en su aplicación a la madre de Jesús, a María, que conforme a la expresión, no solo griega, sino hebrea igualmente: trata de como una joven virgen prometida a su esposo, antes de unirse en matrimonio, recibe la promesa de concebir un hijo. (La diferencia estriba en que en el caso histórico, el de la mujer de Isaías, la profetisa dejó de ser virgen y concibió a su hijo de su marido tras su matrimonio. Pero lo sorprendente es que una frase que en términos lingüísticos parecería absolutamente normal, y pasó desapercibida dentro de un texto histórico, y por la prueba de los expertos rabinos que prepararon la versión y sus correctores posteriores, solo fue cuestionada años después cuando se hizo pública en el evangelio de Mateo y atendiendo a prejuicios teológicos).
Poco tiempo después de que Jesús explicase las profecías, comienza la predicación de los discípulos, en Pentecostés, y Pedro anuncia ante la sorpresa general el cumplimiento de otras profecías, de Joel (Hch. 2:17-21), de los Salmos (Hch. 2:25-28; 34 y 35; 4:11; 4:25-26), del Deuteronomio (Hch. 3:22-23) del Génesis (Hch. 3:25), en una forma y estilo totalmente diferente, por ejemplo a los comentarios exegéticos esenios, encontrados en Qumram, impropio de alguien rudo e iletrado como el pescador galileo. Más tarde, esa exégesis de la profecía se encuentra en Esteban hablando ante el concilio (Hch. 7). Y desde esa misma perspectiva de cumplimiento profético, predica también Pablo años mas tarde (Hch. 17:11; 28:23). Y lo hacen, sin duda, todos los que fueron esparcidos por la persecución y llevaron aquel “Camino” allá a donde iban. ¿De donde habían sacado aquel conocimiento y sabiduría aquellos galileos ignorantes y sin letras? (Hch. 4:13) Pues es obvio, de las lecciones magistrales recibidas de Jesucristo, tras su resurrección.
Sin ello, es improbable que Mateo se inventase algo como asignar este texto de Isaías al nacimiento de Jesús, sin saber que iba a ser un tema de controversia, máxime cuando no era un asunto vital en el contexto del mensaje de Cristo para la salvación que es por medio de la fe. El mensaje evangélico considera esencial que el hombre se sienta pecador y que vea en Jesucristo, el Cordero de Dios que saca el pecado del mundo, cargando sobre su inocente ser el castigo que merecemos como culpables del pecado. El tema de Isaías no es esencial para el perdón, o para la salvación. No tiene relevancia creer que María fuese virgen ó no, sino en que Cristo llevó el castigo que merecía nuestra condición pecadora, y que gratuitamente, por gracia y a través de la fe en su nombre, otorga perdón y salvación a todo aquel que cree. De hecho, al introducir la cita, Mateo expone a los cristianos ante la crítica encarnizada de los opositores, quienes se burlan diciendo que Jesús es el hijo de una adultera. Pero esta consecuencia no es ninguna novedad, sino algo que ya estuvo presente durante el ministerio de Jesús, como vemos en Jn. 8:41, y vemos como los judíos le acusan de ser hijo de fornicación y no tener padre (conocido).
5.- Antecedentes de que el Hijo de Dios nacería de una virgen.
Frecuentemente los críticos del cristianismo nos vienen contando historias de cómo eso del nacimiento del hijo de un dios engendrado de una virgen es, en realidad, un cuento mitológico que está presente en la mitología de numerosas culturas. Y nos lo dicen con la boca llena, en son de burla. Así nos mencionan que Persas, egipcios, sirios, griegos, romanos, hindúes, aztecas e incas compartían tradiciones en las que un dios hacía que una madre virgen tuviese un hijo para cumplir un papel de mediador entre el dios y los hombres, y sería un salvador para los hombres. Y nos recitan a Tammuz, Buda, Krishna, Horus, Osiris, Zoroastro, etc. etc. Yo estoy perfectamente de acuerdo en ello, porque justamente este justamente es un argumento de peso para la postura cristiana.
Acepto y comparto que hay unos sentimientos universales en todas las culturas que revelan claramente un pasado común. Así, nuestra fe no trata de algo imaginado ó inventado por judíos hace dos mil años, sino que mucho antes, por toda la tierra, en los imperios y en tribus remotas, en todas las civilizaciones, y en diversos continentes hay en los hombres la conciencia de que hay un Dios Creador, de que el hombre es pecador, de que Dios tendría un hijo concebido de una virgen para salvar a sus criaturas, de una vida trascendente a esta realidad física, etc. Y los críticos solo nos muestran algo más de una docena de ejemplos, porque no tienen evidencias y rastros documentales de muchas más culturas y civilizaciones, porque, si los hubiesen hallado, encontraríamos docenas de otros ejemplos donde están presentes semejantes conceptos.
De la misma manera hay una tradición de un diluvio universal extendido en todas las civilizaciones y culturas remotas a lo largo y ancho del mundo y algunos investigadores han encontrado más de 100 historias locales antiguas relativas a este evento.
También es cierto que cada cultura fue incorporando a estos conceptos básicos y originales, transmitidos de generación en generación. Toda una diversidad de adornos y desviaciones provienen de sus particulares realidades, del desarrollo de su conocimiento y de los sistemas religiosos propios en forma de doctrinas. Muchas veces incurren en el absurdo ó en la fantasía más fértil. Pero nadie puede negar que justamente esa realidad evoca un origen común y no lejano, como la Biblia dice que tenemos los seres humanos. Evoca la existencia de una tradición pasada de padres a hijos de un conocimiento común primario, aunque sea cierto que los adornos añadidos con posterioridad hacen que en muchas ocasiones se conviertan en historias pintorescas e inverosímiles. Pero este origen tan común da peso a que en todas las culturas, también en la judaica, se asumiese que el Mesías, el Hijo de Dios, cuando naciese lo haría siendo engendrado en una mujer que no conocía varón, es decir, virgen.
La lectura profética y algunas claves para su comprensión.
A lo largo y ancho del mundo y de la historia ha habido numerosas religiones teístas. Algunas monoteístas, otras politeístas, fruto de un concepto primario y original que los cristianos entendemos, de que Dios es uno y varios a la vez (Yehovah 'elohiym 'echad Yehovah). La perversión de este principio por la imaginería humana, ha dado origen a las falsas religiones e idolatrías. “Porque habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles. Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones. (Romanos 1:21-24). Pero junto con estas religiones, ya digo teístas, casi desde el principio ha actuado otra clase de fe, las religiones ateístas, del NO DIOS, que es ciertamente tan poliforme en sus planteamientos como las teístas, y compone igualmente aquellas un heterogéneo paisaje.
Las religiones de esta clase han proliferado enormemente en los últimos siglos. Estos tipos de religión tienen también sus profetas, sus comentarios exegéticos, sus formas de doctrina. Son igualmente proselitistas, y muchos de sus seguidores se dedican con auténtico celo y ferviente fe a servir a su religión, y a la extensión de su credo. Presentan a sus líderes más relevantes, aquellos que de ellos han alcanzado más preeminencia en el mundo de la imagen, de la ciencia y de la historia, y los citan con el mismo orgullo y fe que los cristianos citamos a los grandes hombres de la historia cristiana.
A veces, para los creyentes, no nos es fácil comprender porque razón estás personas, que aparentemente no tienen una fe religiosa intentan activamente infiltrarse aquí y allá entre los creyentes para destruir y socavar los principios de la fe de otros. Es simple. Porque son militantes de otra religión, y como tales actúan. Ya el salmista se preguntaba: ¿Por qué se rebelan las gentes y los pueblos piensan cosas vanas? Se levantarán los reyes de la tierra y príncipes consultarán unidos contra Yehovah y contra su Mesías diciendo: Rompamos sus ligaduras y echemos de nosotros sus cuerdas. (Sal. 2:1-2) Y ante esto añade: El que mora en los cielos se reirá. El Señor se burlará de ellos, (v-3).
Así pues, esta parte final de mi artículo no va destinado a los militantes de ese credo, sino a cristianos, aquellos que creemos en Cristo Jesús como el Mesías y Salvador de la promesa edénica. Nosotros creemos y aceptamos que Dios, ha hablado muchas veces y de muchas maneras en el pasado a nuestros antepasados por los profetas, (Heb. 1:1), y ahora estamos tratando alguna de ellas. Unas fueron más claras, otras fueron bastante oscurecidas en su momento. En ocasiones la profecía corresponde a un lenguaje de tipos (La Pascua, el Tabernáculo, el Maná, la serpiente del desierto, Moisés, la esclavitud en Egipto, David, Ciro, etc.). En otras esa revelación estaba oculta en un relato histórico, pero con una proyección profética futura.
Muchas de las profecías bíblicas pertenecen a esta forma. Esto es muy extenso pero intentaré ser conciso. Sigo escribiendo para creyentes cristianos que entienden que desde la creación de las cosas hay un conflicto. Que Dios tiene un plan inteligente y coherente, como lo son todas sus obras y actos, y que está desplegando con vistas a un desenlace de dimensiones eternas. Pero que a su vez, también tiene un adversario que se opone. Esta lucha, que para nosotros es invisible, tiene efectos y consecuencias visibles que nos afectan como personas y a nuestra realidad. Y Dios trabaja para que ese adversario no frustre sus proyectos, sino que además aprovecha sus movimientos para cumplir con Su plan previamente trazado.
Paralelamente se comunica para informar y tranquilizar a “los suyos” que viven en el área del conflicto. Algo parecido a lo que un país en guerra hace para comunicarse y transmitir información a sus agentes que están en medio de la nación enemiga, para que resistan, ó para que actúen, etc. Esta información se envía codificada y oculta en medio de otra mucha información, que está al alcance tanto de su los suyos como de su adversario. Satanás conoce perfectamente el texto bíblico y tentó a Jesús en el desierto empleando la propia revelación profética. Así que Dios trata de que aquellos que confían en Él, a través de sus comunicaciones, puedan encontrar los mensajes destinados a ellos y discriminarlos del conjunto del texto. Yo entiendo que esto para escépticos y ateos es muy complicado de entender, pero estamos tratando asuntos que tienen que tienen una dimensión trascendente, y entran claramente en el campo de la fe. No estamos haciendo un análisis literario de un texto profano clásico, como por ejemplo la Ilíada, o ninguno, creyentes, escépticos ó ateos, hubiésemos gastado tanto tiempo y espacio en el asunto bíblico.
Los que recibimos los textos bíblicos como la revelación del Dios creador del universo, lo hacemos bajo un criterio de comprensión. Estas cosas para el no creyente y los seguidores de las religiones ateístas, son una locura. Y esto que afirmo no es algo de mi invención, sino lo que ya lo escribió Pablo, el apóstol, en su epístola a los Corintios, llamándolo “sabiduría oculta”, (2Cor. 2:7), no por un concepto gnóstico, para unos pocos iniciados, sino destinado para lo que son de la fe. Los que creen, como consecuencia de esa fe, encuentran no solo las evidencias subjetivas y objetivas de la propia fe en su vida, sino que en la meditación y aplicación de las Escrituras Sagradas, descubren significados que nunca antes habían comprendido. Una parte importante de toda esa revelación fue profética cuando se redactó, y se encuentra salpicada aquí y allá, en forma velada, como cifrada, no para que el receptor aventure ó dogmatice divagando sobre acontecimientos futuros (muchos lo han hecho para su propia confusión y la profusión de sectas), sino para que los que creen reconozcan en los hechos, “a medida que se cumplen”, los diversos estadios del programa y la mano de Dios desarrollando ese complejo plan estratégico.
Por tanto Dios ha otorgado esa revelación fragmentada, como con las piezas de un puzzle, con el propósito de que su pueblo adquiera post-eventum, la confirmación de que tales acontecimientos estaban previamente anunciados, y de esta forma fortalecer su fe. Si Dios hubiese entregado un informe conciso y claro de todas y cada una de las iniciativas que tenía determinado realizar, comprensible para cualquier lector, no cabe duda de que muchas partes del mismo serían saboteadas. Pablo menciona en dos ocasiones como ejemplo de esta estrategia el caso de la muerte de Jesucristo, una en Hechos 13:27-29 y también en 1Cor. 2:8, y dice que, ninguno de los príncipes y eminentes de este mundo, pese a leer los textos y conocerlos perfectamente logró alcanzar a comprender claramente lo que estaba sucediendo, porque si lo hubiesen entendido (antes) nunca habrían crucificado al Cristo, (no por bondad, sino para hacer fracasar el plan de Dios) pero así, actuando en su ignorancia, al condenarlo, cumplieron lo preestablecido, y no pudieron evitar que el plan de la salvación se consumase. Sin embargo, ahora, después de ocurrir, se puede entender como todo estaba profetizado y descrito hasta en sus últimos detalles. Eruditos bíblicos han logrado encontrar en el Antiguo Testamento hasta 300 profecías cumplidas en el nacimiento, vida y ministerio de Jesucristo.
En esta forma de revelación, el autor del texto bíblico, como Isaías en el caso que nos ocupa, en muchas ocasiones no tenía conciencia del alcance de la información que estaba proporcionando y sin duda actuaba convencido de que pertenecía exclusivamente al contexto histórico. Un ejemplo de esto mismo lo encontramos en tiempos de guerra con la información cifrada que se envía por medio de la radio ó de la televisión. Y mucho sobre esto se ha escrito relacionado con ejemplos de la pasada guerra mundial, en que los locutores de radio que transmitían emisiones con consignas ignoraban el texto que se encontraba oculto en las mismas. Los destinatarios de la información, luego la procesaban, la escudriñaban y encontraban los contenidos de los mensajes. Y cuando los encontraban se llenaban de gozo, como nos gozamos los cristianos al ver cumplidas en Cristo no solo las profecías que le señalan, sino también las expectativas de nuestra fe y la seguridad de que de la misma forma que aquellas se cumplieron, también se cumplirán las que esperamos.
Entre todos los libros del Antiguo Testamento, tres han sido especialmente atacados por los seguidores de las religiones ateístas. Son los libros del Génesis, Isaías y Daniel. Es normal, porque son los que contienen profecías y relatos más objetivos. El Génesis por todo lo relativo a los orígenes y al Diluvio, presentando a Dios como Creador y como Juez, actuando en el mundo físico. El de Isaías, porque aparte de las referencias al Mesías, se niegan a admitir que cien años antes se vaticinara la aparición de una figura tan contrastada históricamente como Ciro. Y a Daniel por las secuencias de los imperios que dominaron el mundo, después de profetizado. Estas profecías ponen frenéticos a muchos y se inventan las descalificaciones de los documentos, de sus autores y de los relatos en sí mismos. Durante siglos acusaron de que los textos del Antiguo Testamento eran tardíos y pertenecientes en su mayor parte a la era cristiana, hasta que aparecieron los manuscritos de Qumram, entonces con mucha rabia tuvieron que retrasar unos cuantos siglos sus anteriores asignaciones, pero siguen sin concederles el crédito que merecen, aunque luego van por la vida de eruditos y aceptan como perfectamente históricos muchos otros documentos antiguos con menor carga evidencial.
En fin, sigan con su cruzada y con su fe y que con su pan se la coman, porque YO SE A QUIEN HE CREIDO, y ya no solo creo por lo que dicen los documentos, sino porque he experimentado esa fuente de agua que salta para vida eterna, y se que verdaderamente este es el Salvador del mundo, el Cristo, (Jn. 4:42).
Pablo Blanco (Un hijo de Dios por gracia por medio de la fe)