César Vidal Manzanares (Madrid, 1958) es doctor en Historia, en Teología, en Filosofía y licenciado en Derecho. Actualmente es catedrático de Historia de las Religiones en la Logos University. Hasta la fecha ha publicado más de sesenta libros, entre los que se encuentran el Diccionario de sectas y ocultismo (1994), El infierno de las sectas (1989), Psicología de las sectas (1990), Las sectas frente a la Biblia (1990), Enciclopedia de las religiones (1998). Defensor incansable de los Derechos Humanos ha recibido entre otros premios y reconocimientos los otorgados por las organizaciones Jóvenes contra la intolerancia (1995), Yad-Vashem supervivientes del Holocausto (1995), ORT-México (1995) o el Premio Humanismo de la Fundación Hebraica (1996).

 
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El fundamentalismo sectario

El término "fundamentalismo" referido al fenómeno religioso es, posiblemente, uno de los más profusamente utilizados por los medios de comunicación en los últimos años. Tomado del vocabulario anglosajón, con él se pretende etiquetar extremos tan dispares como el ayatollah Jomeini y Juan Pablo II, como Pat Robertson y el Opus Dei, como el jasidismo judío y Hizbullah. En las siguientes líneas intentaremos definir de la manera más correcta posible lo que es, efectivamente, el fundamentalismo y analizar la manera en que éste se manifiesta en el caso de las sectas.

1. ¿Qué es fundamentalismo?

En su sentido más estricto (y, desde luego, más correcto), el término "fundamentalismo" está conectado estrechamente con el enfrentamiento, en el seno del protestantismo anglosajón, de las corrientes liberal y conservadora. Mientras que la primera pretendía someter al Biblia a un proceso de supuesta desmitologización en el curso del cual se cuestionaba, entre otros aspectos, la divinidad y la resurrección de Cristo, la segunda pretendía afirmar aquellas doctrinas que consideraba esenciales para la concepción teológica protestante.

En la Conferencia bíblica de los protestantes conservadores celebrada en Niágara en 1895 se estableció así una declaración de fe en la que se hacía hincapié en lo que después se denominarían los "cinco puntos del fundamentalismo". Éstos -también conocidos como fundamentos- eran la inerrancia verbal de la Escritura, la divinidad de Jesucristo, la concepción virginal de Jesús, la teoría sustitutiva de la expiación, la resurrección física de Cristo y su segunda venida corporal. Aunque la declaración no se definió como fundamentalista, sí provocó que a partir de 1909 se publicaran una serie de tratados titulados The Fundamentals, que darían su nombre a esta corriente ideológica. Su expansión e influencia en el mundo anglosajón fue absolutamente extraordinaria y, de hecho, marcó un auténtico hito en la historia del protestantismo, en particular, y de las religiones, en general.

En 1919, tuvo lugar la fundación de la World´s Christian Fundamentals Association que recogió la herencia espiritual de los años anteriores y que en el curso de la década siguiente tuvo, entre otras consecuencias, la de dividir las principales denominaciones protestantes de Estados Unidos en un sector fundamentalista y otro modernista. Dado que el fundamentalismo pronto encontró en el mencionado país un terreno fértil en el área de la reforma social -por ejemplo, oponiéndose a las leyes de esterilización forzosa aprobadas en ciertos estados-, no tardó mucho en identificarse a aquél con una visión integrista. Se trató de una equivocación que ha persistido hasta la actualidad donde no resulta extraño que ambos términos sean utilizados de manera indistinta y errónea.

Aunque, como hemos visto, el fundamentalismo se limitó inicialmente al terreno protestante y, especialmente, al papel de las Escrituras deberían tener a la hora de señalar la fe y la conducta apropiadas, pronto el término se fue ampliando -de manera un tanto confusa- a otras confesiones. En este sentido, por ejemplo, se podría señalar que Juan Pablo II es fundamentalista en la medida en que las medidas adoptadas durante su pontificado pretenderían señalar y preservar los fundamentos de la fe y de la práctica católica. Como en el caso del fundamentalismo original, el protestante, tal calificación no implicaría una carga negativa, sino más bien positiva, de fidelidad a un legado espiritual. Lo que define al fundamentalismo no es su pretendida cerrazón oscurantista hacia el supuesto progreso, sino su fe en unos principios que considera eternos y que no está dispuesto a sacrificar en pro de una contingencia temporal. Si en el plano del protestantismo eso implica, por ejemplo, creer en la inerrancia verbal de la Biblia, en el del catolicismo significaría, también como botón de muestra, afirmar la infalibilidad papal por encima de una visión horizontal de la estructura eclesial.

Resumiendo, pues, el fundamentalismo es un fenómeno típicamente protestante emanado de la controversia en torno a la interpretación de las Escrituras creada por el liberalismo teológico. Sólo de manera analógica puede hablarse de otros fundamentalismos. Finalmente, hay que subrayar que el fundamentalismo carece de un contenido en sí negativo -más bien todo lo contrario- y que no está vinculado "per se" a visiones como el integrismo o el fanatismo. Llegados a este punto, podemos plantearnos una pregunta esencial para este estudio: ¿existe el fundamentalismo en las sectas? En otras palabras: ¿existe un contenido doctrinal y ético "fundamental" en una secta que debe ser mantenido contra viento y marea? A responder esa pregunta dedicaremos el resto del presente artículo.

2. Dos ejemplos del fundamentalismo sectario: Adventistas y Testigos de Jehová

Aunque el mundo de las sectas es considerablemente extenso y se nutre de nuevos aportes casi a diario, no puede negarse, sin embargo, que existen una serie de características comunes entre los diversos colectivos que definimos como tales y que pueden ser tan diferentes en apariencia como los Hare Krisna y los Testigos de Jehová, los Adventistas del Séptimo Día y los seguidores de Nueva Acrópolis, los miembros de la Comunidad del Espíritu Santo (I.U.R.D) y los seguidores del Reverendo Sun Myung Moon. Hemos examinado ese tema con anterioridad y a esos exámenes nos remitimos al lector. Baste aquí señalar que, precisamente, esa comunidad de características nos permite poder escoger, no de manera aleatoria, a dos sectas como objeto sobre el que analizar si efectivamente el fundamentalismo se produce en el seno de las mismas o no.

Se trata de dos sectas -Adventistas del Séptimo Día y Testigos de Jehová- de especial interés en el ámbito mundial, hispanoamericano y español. Si en el ámbito mundial son la segunda y la tercera secta en términos numéricos (la primera son los Mormones), en el ámbito hispanoamericano son la primera y la segunda, y concretamente los adventistas son el grupo religiosos más numeroso después de la Iglesia católica en algún país como Bolivia. En cuanto a España, los Testigos de Jehová -con sus ochenta mil miembros- son la confesión religiosa más numerosa después de la Iglesia católica, mientras que loas Adventistas -con sólo cuatro/cinco mil miembros- constituyen la tercera secta en cuanto a extensión numérica se refiere. Como puede verse, su elección está bien justificada.

El adventismo del séptimo día es hijo de una cadena continuada de profecías incumplidas. En las primeras décadas del siglo XIX un predicador llamado William Miller llegó a la conclusión, partiendo de una disparatada interpretación de Daniel 8:14, de que el fin del mundo debía producirse en 1843. Cuando la profecía no se cumplió Miller fue pronunciando nuevos vaticinios que apuntaron a un retorno (el advent que entonces ya dio nombre a sus seguidores) de Cristo el 21 de marzo de 1844, el 18 de abril de 1844 y el 22 de octubre de 1844.

No hace falta decir que estas últimas profecías fracasaron igual que las anteriores y acabaron por tener un efecto desolador sobre los adeptos de la recientemente creada secta. Quizá el fracaso del 22 de octubre de 1844 hubiera podido significar su fin de no haberse producido un episodio que realmente resultó indispensable para su supervivencia. El 23 de octubre de 1844, uno de los adeptos adventistas llamado Hiram Edson, afirmó haber tenido una visión en la que había contemplado a Cristo llegando al pie de un altar en el cielo. De aquí se desprendía que Miller no había errado en su cálculo profético, sino en la ubicación del cumplimiento. Cristo había llegado pero no a la tierra sino al santuario del cielo, concluyendo así la obra de expiación comenzada en la cruz más de mil ochocientos años antes.

Se trataba, sin duda, de una artimaña muy burda pero ciertamente dio resultado. A partir de entonces 1844 se convirtió en una fecha clave del adventismo. Primero, porque, supuestamente, Cristo había concluido la expiación en ese año y, segundo, porque ya quedaba muy poco para que regresara a la tierra. De ser la fecha final, 1844 pasó a convertirse en el año de inicio de un período de tiempo cargado de fuerza escatológica. En 1844 no terminaba el mundo, pero empezaba el breve tiempo anterior a su final.

En los años inmediatamente siguientes, el movimiento quedó en manos de una visionaria llamada Ellen G. White, que fue introduciendo nuevas doctrinas (la negación del infierno y de la inmortalidad del alma, el establecimiento de una dieta pseudolevítica, la creencia en que Cristo era la reencarnación del arcángel Miguel, la afirmación de que los pecados de toda la humanidad habían sido descargados sobre el diablo, la insistencia en que el domingo era la marca de la bestia descrita en el Apocalipsis y, por lo tanto, había que guardar el sábado, la doctrina de que la Iglesia católica es la gran ramera y las iglesia protestantes son las hijas de esa prostituta, etc.) que, junto con el papel central de 1844, se convirtieron en el entramado doctrinal de la secta.

Ellen G. White tuvo también veleidades proféticas y así profetizó que nunca se edificaría en Jerusalén (la actual capital del estado de Israel) o que Gran Bretaña lucharía como beligerante contra el Norte durante la guerra de Secesión y Estados Unidos sería "humillado hasta el polvo". Sin embargo, como era de esperar, su mayor énfasis giró en torno a vaticinar vez tras vez la fecha de la segunda venida de Cristo. Los ejemplos son numerosísimos. Baste decir que Ellen G. White profetizó que Jesús volvería dentro de la década de los cincuenta del siglo XIX, que la guerra civil americana era una clara señal de que la venida de Cristo estaba cerca, que Cristo regresaría antes de que la esclavitud fuera abolida en Estados Unidos, que ella estaría viva cuando tuviera lugar la Segunda venida de Cristo, o que los adventistas vivos en 1856 aún los estarían cuando Cristo regresara. No hace falta decir que ni uno solo de estos vaticinios se cumplió y ello pese a que Ellen G. White enseñó que en una visión escuchó "el día y la hora de la venida de Jesús", o a que profirió afirmaciones tan tajantes como la de que Cristo no escucha las oraciones de los que no son adventistas, o la de que la gente debía abandonar las iglesias que no eran adventistas y unirse al adventismo si deseaban salvarse.

Dado que el adventismo sostenía -y sostiene- que Ellen G. White recibía sus revelaciones de Dios, que no era meramente una intérprete de las Escrituras y que sus escritos están tan inspirados por el Espíritu Santo como la Biblia, los aspectos que hemos señalado tienen una enorme importancia y constituyen en buena medida uno de los talones de Aquiles del adventismo (otro de ellos es el carácter de plagiaria de Ellen G. White).

Una vez muerta la profetisa -que, desde luego, no permaneció viva hasta la segunda venida de Cristo-, ¿qué podía quedar hoy por hoy de las doctrinas de Ellen G. White? ¿En qué medida el adventismo como tal, practica un fundamentalismo?

La respuesta a estas cuestiones debe ser matizada pero no resulta difícil. En primer lugar, se han orillado algunas doctrinas de Ellen G. White, especialmente escandalosas como la de que algunas razas humanas son fruto del mestizaje entre hombres y bestias, que se necesitan siete días para entrar en el cielo, o que Ellen G. White vio a Enoc en el planeta Júpiter. Por el contrario, se han mantenido -aunque intentando buscar una base bíblica y no meramente visionaria- sus enseñanzas en el sentido de que no existe el infierno como lugar de tormento de los réprobos, de que la inmortalidad del alma es una creencia anticristiana, de que la dieta pseudolevítica de la señora White es el propósito de Dios para el hombre, de que Cristo era la encarnación del arcángel Miguel, de que Satanás ha llevado los pecados de toda la humanidad, o de que el domingo era la marca de la bestia descrita en Apocalipsis. Finalmente, se ha mantenido un énfasis insistente en la enseñanza de que la segunda venida de Cristo está muy cerca -aunque obviamente ocultando los vaticinios de Ellen G. White al respecto- y en que 1844 es un año central dentro de la cronología bíblica.

Nos encontramos, pues, frente a un fundamentalismo cargado de doblez. Aunque se afirma que los escritos de la señora White están inspirados por el Espíritu Santo, sin embargo se discrimina aquello que debe ser enseñado por el adepto de lo que no. Se ocultan las profecías no cumplidas -mal resultado puede esperar un profeta cuyos vaticinios no se cumplen- y se enfatizan, por el contrario, las doctrinas que diferencian al adventismo de otros grupos y la proximidad de la segunda venida.

El caso de los Testigos de Jehová resulta también claramente revelador a la hora de establecer lo que significa el fundamentalismo para una secta. Aunque los Testigos de Jehová, a diferencia de la señora White, no pretenden estar inspirados por el Espíritu Santo ni tampoco atribuyen a sus escritos el mismo valor que a la Biblia, sí coinciden con la profetisa adventista en atribuir a sus dirigentes el papel de "el esclavo fiel y discreto" e intérpretes exactos de la Biblia.

La fundación de los Testigos de Jehová está estrechamente relacionada con las profecías de Miller. Si bien, como hemos visto, buena parte del adventismo terminó siendo capitaneado por Ellen G. White, creándose así la secta de los Adventistas del Séptimo Día, no es menos cierto que otra sección significativa se fue dividiendo y subdividiendo en grupúsculos que asimismo profetizaron el fin del mundo para diferentes fechas.

Charles Taze Russell, el fundador de los Testigos de Jehová, constituyó así en unión de Nelson Barbour una secta en la que se afirmaba que el período de la siega final se había iniciado en 1874 y concluiría en 1914, año este último en el que Cristo regresaría. En 1879, Russell experimentó algunas desavenencias con Barbour y se estableció por su cuenta fundando la Sociedad Watchtower.

Russell estaba empapado del adventismo y así también incorporó a su "corpus" doctrinal la negación del infierno y de la inmortalidad del alma, así como la afirmación de que Cristo era la encarnación de Miguel el arcángel o la de que otras fes religiosas eran la gran ramera del Apocalipsis. De la misma manera, basó sus cálculos acerca de la fecha del fin del mundo no sólo en la Biblia, sino también en las profecías supuestamente contenidas en la gran pirámide.

La carrera de Russell fue punto menos escandalosa que la de Ellen G. White, pero debe decirse en honor a la verdad que no se pretendió inspirado ni tampoco fue tan profuso en la emisión de profecías. La principal -que apuntaba al fin del mundo para 1914- concluyó en un sonado fracaso. Russell no recurrió al socorrido expediente de reinterpretar la fecha fallida como habían hecho los Adventistas, sino que señaló otras nuevas como 1915 y 1918. En ese sentido, su conducta, se asimiló más a la de William Miller que a la de Ellen G. White. Su muerte el 31 de octubre de 1916 le impidió contemplar su último fracaso.

El 6 de enero de 1917 Joseph Rutherford fue elegido segundo presidente de la Watchtower. Si Russell había sido el Miller de la secta, Rutherford se había asemejar mucho a Ellen G. White, aunque nunca tuvo pretensiones tan grandes como la profetisa adventista. En primer lugar, supo readaptar el fracaso de 1914, como los Adventistas habían hecho con el de 1844. De hecho, llegó a afirmar que en 1914 sí que había venido Cristo pero de manera invisible y que la manifestación visible de esa venida no tardaría mucho. A partir de Rutherford, 1914 no sería el punto de conclusión de un esquema escatológico, sino que a causa del fracaso profético se convirtió en el inicio de un espacio breve del tiempo que antecedería a la batalla del Armagedón.

El nuevo presidente también mantuvo el "corpus" doctrinal tomado del adventismo, pero le añadió doctrinas como las de que sólo 144.000 fieles irían al cielo, que no era lícito tomar sangre ni siquiera en transfusión (1927), que no debía celebrarse la Navidad ni representarse la cruz (1928), o que tenía que utilizarse el nombre de Testigos de Jehová (1931). Finalmente, Rutherford dio nuevas fechas para el fin del mundo, anunciando que se produciría en 1925.

Aunque como Russell y la White falló en su vaticinio, no desistió de esta orientación. El 8 de enero de 1942, Rutherford falleció afirmando que la asamblea que los Testigos de Jehová acababan de celebrar en Detroit sería la última que se celebraría antes de la batalla de Armagedón.

A la muerte de Rutherford, los Testigos de Jehová adoptaron una postura doctrinal similar a la del adventismo. Así escamotearon las profecías no cumplidas, insistieron en aquellas doctrinas que las diferencian más de cualquier otro colectivo (algo bien difícil si tenemos en cuenta su parecido con el adventismo) y enfatizaron de manera insistente la cercanía del fin del mundo o "sistema de cosas", reforzando la creencia en 1914 como un año clave en la cronología bíblica.

3. Conclusión

Como hemos podido ver, es dudoso que pueda hablarse de un verdadero fundamentalismo en las sectas. Aunque la represión de aquellos adeptos que cuestionaban la más mínima doctrina es realmente feroz y se traduce siempre en sanciones durísimas como la expulsión del colectivo que, supuestamente, incorpora en su seno a los únicos salvos; aunque se subraya el papel de conexión con la divinidad de sus fundadores y dirigentes respectivos y la veracidad de sus enseñanzas, lo cierto es que las sectas practican en todo caso lo que, sólo analógicamente, podíamos denominar "fundamentalismo selectivo y funcional".

La calificación no puede ser más adecuada porque, lejos de aferrarse a unos principios que se consideren fundamentales en fe y conducta, en realidad derivan de tres principios fundamentales. El primero es mantener una identidad distante de otros grupos de tal manera que no resulte posible la fuga de adeptos. Así se insiste en doctrinas aparentemente exclusivas como la negación de la inmortalidad del alma o del infierno, la creencia en que Cristo es el arcángel Miguel, etc. No es importante si estas doctrinas fueron desconocidas por los primeros miembros de la secta, lo esencial es que permiten trazar una valla que dificulte de manera psicológica los posibles escapes de miembros.

En segundo lugar, ese fundamentalismo selectivo -aunque enfatiza el carácter exclusivo y óptimo de su interpretación de la Biblia- se esfuerza por ocultar la naturaleza (penosamente falaz) de enseñanzas o profecías previas. Así, enseñanzas supuestamente inspiradas por el Espíritu Santo y procedentes de Ellen G. White son orilladas siquiera porque dejarían de manifiesto que la mencionada mujer nunca pudo ser una profetisa de Dios. De igual manera, en el caso de los Testigos de Jehová se ocultan las conexiones de Russell con el adventismo o con la masonería y la forma en que ambos fenómenos le influyeron de manera decisiva.

En tercer, y último lugar, se mantiene la insistencia patológica en una muy cercana venida de Cristo (Adventistas) o fin del sistema de cosas (Testigos de Jehová). Este último factor resulta esencial no sólo a la hora de captar nuevos adeptos, sino también a la de mantenerlos en el interior de la secta por temor a que su deserción se produzca precisamente en el momento en que Cristo regrese.

De esta manera, el fundamentalismo de las sectas no es sólo selectivo, sino que además tiene un claro matiz de funcionalidad material. Su finalidad real no es, en realidad, salvaguardar la fidelidad a unos principios supuestamente divinos (como en el fundamentalismo protestante o en otros analógicos), sino asegurar la estabilidad de la secta. Lo que se conserva, en términos reales, no es la iluminada interpretación de Russell -cuyas obras no han vuelto a ser publicadas por la Watchtower, o la totalidad de las enseñanzas de Ellen G. White supuestamente inspirada por el Espíritu Santo-, sino aquellos aspectos de las mismas que permiten que la secta se mantenga viva e incluso siga experimentando un crecimiento numérico y económico. Si, formalmente, se afirma la infabilidad del colectivo y su inerrancia en el pasado, materialmente, se ocultan aquellas profecías y enseñanzas que demuestran lo falaz e insostenible de estas pretensiones, y se insiste en los aspectos especialmente susceptibles de mantener el edificio sectario en pie.

En ese sentido, como en otros, las sectas presentan unas peculiaridades que las configuran como un fenómeno de expresión espiritual muy específico y diferenciado pero, al mismo tiempo, aberrante.

César Vidal Manzanares

Logos University

Jacksonville (EE.UU.)

 

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