¿Renunciar al ministerio?... ¡Jamás!

“¡Los hombres y mujeres de Dios no renuncian a su llamado jamás!”.

Aquellas palabras le cayeron como un baldado de agua fría. Las escuchó el domingo en la mañana, durante el primer sermón. Justo ese día, cuando pensaba pasar su carta de dimisión. ¡Y no era para menos! El hogar con problemas: su esposa se quejaba de que no la tenía en cuenta, y sus hijos cada día se mostraban más apáticos.

Desde que Raúl había asumido como presidente del Comité de Hujieres, las críticas en su contra se multiplicaron. Unos decían que ese no era un ministerio para él, otros opinaban que sus pautas de trabajo eran erradas y ventilaban comentarios sobre la superioridad de su antecesor.

Varios voluntarios dejaron de asistir a las reuniones. Aunque él intentaba mejorar de muchas maneras, e incluso ignorar los comentarios malintencionados, cada nuevo esfuerzo parecía atizar el fuego y se volvía en su contra como un boomerang.

Para completar el oscuro panorama, su vida devocional iba de mal en peor. Primero clamó a Dios con angustia, luego dejó de hacerlo. Para ser sincero, ya no quería siquiera orar, y en cuanto a leer la Biblia, hacía días que el separador de páginas continuaba en el mismo pasaje escritural. “No tengo ganas de nada, salvo de salir corriendo no sé a dónde, pero correr. No aguanto más”, se repetía una y otra vez con evidente desespero. Incluso la relación con sus compañeros de trabajo se tornó tirante y amenazaba con deteriorarse progresivamente.

¿Le parece familiar la historia?

¿Ha vivido una experiencia similar alguna vez?¿Ha pensado renunciar a su cargo como pastor, diácono u otra de las posiciones de responsabilidad en la congregación?¿Se ha sentido agobiado por el desánimo? ¿En algún momento ha pensado renunciar a todo?... Pues le tengo una buena noticia: no es el primero ni tampoco el único. Al igual que usted, decenas, millares quizá, han atravesado por desiertos similares.

La Biblia registra numerosas historias de siervos que consagraron su vida al servicio de Dios y sin embargo enfrentaron momentos sumamente difíciles. Lo sorprendente es que, aunque algunos de ellos concibieron la idea de renunciar, Dios no les aceptó su disposición de volver atrás.

No pretendo disuadirlo de que renuncia, pero le sugiero que antes de escribir la carta para decir: “Hasta aquí llegue”, lea las siguientes consideraciones:

1.- En las tribulaciones se forjan los triunfadores.

En los momentos de crisis se conoce a los vencedores. Hay quienes deciden salir corriendo, pero otros, se afianzan en Dios y dan la batalla. Miran las adversidades como un reto. ¿Recuerda a José?. Era inocente, sin embargo sufrió penalidades, traición y calumnias, y no por esas circunstancias dejó de ser un hombre de Dios.

Aunque lo atacaron por envidia (Génesis 37:5-8), lo condenaron duramente por su solidez moral (Génesis 39:7-18), no le cumplieron promesas (Génesis 40:23), no dejó que en su corazón prosperara la amargura y el resentimiento hasta el punto que, no solo perdonó a sus hermanos que fueron quienes más duramente le atropellaron, sino que les ayudó. “Ahora pues, no os entristezcáis, ni os pese de haberme vendido acá

2.- Las burlas y las críticas no deben desmoralizarnos

Nunca encontraremos dos personas que piensen igual. Cada cual tiene su propio cristal para mirar el mundo. Por esa sencilla razón no podemos esperar que todos a nuestro alrededor estén plenamente de acuerdo con lo que hagamos. La premisa fundamental es que todo lo desarrollemos, sea concebido con el propósito de agradar a Dios.

Observe el ejemplo que nos ofrece el rey Saúl. Dada su juventud, los ancianos de Israel lo menospreciaron y cuestionaron: “Pero algunos perversos dijeron: ¿Cómo nos ha de salvar éste? Y le tuvieron en poco, y no le trajeron presente; más él disimuló” (1 Samuel 10:22). Permítame enfatizar algo: Saúl fue prudente. Entendió que no ganaba lo más mínimo con ponerse a reñir con quienes lo señalaban con maldad.

Pablo es otro ejemplo. Concluida una intervención con marcado enfoque evangelístico ante monarcas romanos, delante de quienes presentó defensa de las acusaciones que le hacían, recibió una frase burlesca en respuesta: “Diciendo él (Pablo) estas cosas en su defensa, Festo a gran voz dijo: Estás loco, Pablo; las muchas letras te vuelven loco. Mas él dijo: No estoy loco, excelentísimo Festo, sino que hablo palabras de verdad y de cordura”(Hechos 26:24,25).

3. Los problemas con la congregación debe resolverlos Dios

Dios es el dueño de la obra. Eso lo tenemos claro, sin embargo lo olvidamos cuando las cosas salen mal, cuando las personas rechazan nuestras invitaciones a los eventos de la iglesia o sencillamente cuando la feligresía nos dirige todos sus ataques, muchos de los cuales consideramos injustos.

Cuando los israelitas llegaron al desierto de Zin, comenzaron a protestar por la falta de agua y fue justamente Moisés quien debió hacer frente a los ataques. Pero, con la convicción que la obra era de Dios, acudió a Él en busca de ayuda. Dice la Escritura: “Y se fueron Moisés y Aarón de delante de la congregación a la puerta del tabernáculo de reunión, y se postraron sobre sus rostros; y la gloria de Jehová apareció sobre ellos” (Éxodo 20:6). Cuando volcamos nuestras frustraciones al Señor, Él responde. No estamos solos.

4. ¿Y si no alcanzamos las metas ministeriales?

Siempre me inquietaron las vidas de aquellos que, una vez llamados al ministerio y cuando estaban trabajando en la obra del Señor, debieron enfrentar dificultades que los sacaron del “frente de batalla”. Con el tiempo descubrí que muchos de los hombres y mujeres de Dios no alcanzaron a colmar sus metas ministeriales. No fueron mediocres ni fracasados, sólo que no vieron los frutos.

Moisés, por ejemplo, vio de lejos la tierra prometida estando en la cumbre de Pisga, pero no le fue permitido entrar. “...y le mostró Jehová toda la tierra de Galaad hasta Dan. Y le dijo Jehová: Esta es la tierra de que juré a Abraham, a Isaac y a Jacob, diciendo: A tu descendencia la daré. Te he permitido verla con tus ojos, mas no pasarás allá. Y murió allí Moisés siervo de Jehová...” (Deuteronomio 34:1, 4-5).

Igual ocurrió con Juan el bautista, quien protagonizó un o de los primeros avivamientos de que se tenga historia (Mateo 3:1-12). Era un hombre consagrado, sin embargo sui tiempo en el ministerio no fue prolongado, a lo sumo tres años únicamente. ¿Recuerda cómo terminó? En la cárcel y posteriormente decapitado (Mateo 14:1-12).

¿Y qué podemos decir de Esteban? La Biblia anota que era “...varón lleno de fe y del Espíritu Santo...Y Esteban lleno de gracia y de poder, hacía grandes prodigios y señales entre el pueblo” (Hechos 6:5ª.,8). Comenzó como diácono, el Señor lo utilizó como poderoso evangelista y en corto tiempo murió lapidado. “Y apedreaban a Esteban, mientras él invocaba y decía: Señor Jesús, recibe mi espíritu. Y puesto de rodillas, clamó a gran voz: Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Y habiendo dicho esto, durmió” (Hechos 7:59,60).

No se desanime, recuerde que no siempre alcanzamos a ver los resultados de todo el esfuerzo. Aunque pareciera que la semilla demora en germinar, si está en la voluntad de Dios, tarde o temprano se convertirá en una hermosa planta. Juan el bautista y Esteban no apreciaron el fruto de su sacrificio, pero hoy todos podemos verlo.

5. Viva un día a la vez

En ocasiones queremos que los resultados sean ahora mismo, ya. Contagiados por el ánimo inmediatista deseamos que la iglesia se llene con rapidez o que el ministerio que dios nos delegó, florezca de la noche a la mañana. Olvidamos que el Señor nos llamó a vivir un día a la vez. No podemos pretender hacerlo todo ahora mismo. No en vano Jesús nos dijo: “Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal.” (Mateo 6:34).

Es cierto que hay circunstancias en las que nos vemos tentados a renunciar. Igual situación compartieron los hombres y mujeres de Dios, sin embargo cuando quisieron quemar las naves, tirar la toalla y salir corriendo, el Señor los confrontó y les dijo: “Espera un minuto. Entiendo que estás apesadumbrado o tal vez ofuscado. Consideras que nadie valora tu trabajo, pero yo sí. Conozco tus desvelos y esfuerzo, así el mundo no lo tenga en cuenta. Por esa razón, toma tu carta de renuncia. De momento, no te la acepto”. Y los siervos del Altísimo, después de ese trato divino, debieron reconocer que todavía no era el momento de decir “Hasta aquí llegué”.

Los profetas Elías y Jonás son claros ejemplos de que, así quisieran, Dios no los iba a dejar ir así como así. Si Él le llamó a la obra, es porque le necesitaba allí. Él sabe lo que hace. Por todo lo anterior le invito que escriba justo al comenzar su Biblia: “¡Los hombres y mujeres de Dios no renuncian a su llamado jamás!” y cada vez que quiera salir corriendo, léalo de nuevo.

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Por Fernando Alexis Jiménez
Pastor y evangelista

Iglesia Alianza Cristiana y Misionera de Las Américas
Cali – Colombia
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