Si el comienzo de la caída de la Iglesia fue el abandono del primer amor, ¿cuál será el comienzo de su restauración? He aquí los inicios en la búsqueda del primer amor, es decir, el amor al Primero y del Primero: Cristo.

Rubén Chacón V.

El primer amor

Quiero comenzar haciéndoles una pregunta: ¿Cuántos de ustedes creen que ya han terminado de conocer al Señor? Levanten la mano los que creen que ya terminaron de conocer al Señor. ¡Amén, qué bueno que no hay manos alzadas! Apenas hemos comenzado a conocerlo. ¡Aleluya!

Yo me siento como el río Toltén. Ayer fui a conocer la desembocadura del río, y mientras íbamos, me pareció tan majestuoso e imponente; pero cuando llegamos a la desembocadura, parecía un simple hilito comparado con la inmensidad del mar.

Yo quisiera invitarles a que ustedes tengan esa figura en la mente en esta mañana. Cuando miramos para atrás, nuestra historia es como el Toltén antes de la desembocadura: ¡tanto que Dios nos ha dado, tanta gloria, tanta revelación!, pero comparado con lo que está por delante... ¡Aleluya! Yo quiero profetizar esta mañana que estamos en los albores de una experiencia que jamás hemos tenido, de una gloria que todavía no nos imaginamos. Yo percibo en mi espíritu que estamos adentrándonos ... estamos en la orilla, metiendo los pies en algo que muy pronto el Señor ha de manifestar en nosotros.

La verdad final

Precisamente, hermanos, quisiera reflexionar con ustedes, y vislumbrar lo siguiente: ¿Cuál creen ustedes habrá de ser la verdad que va a cautivar a la Iglesia en los días previos a la venida del Señor? ¿Qué verdad escatológica, qué verdad final, es la que va a manifestarse en su Iglesia, que hará que ella esté cautivada por esa verdad, en los días previos al inminente regreso del Señor? Tengo una pequeña percepción de lo que creo será esa verdad. ¿Irá a ser la verdad de la unidad del cuerpo de Cristo, de la unidad de la Iglesia? Sin lugar a dudas, a la venida del Señor la iglesia ha de estar unida, manifestadamente, como Jesús oró por ella en Juan 17.

Pero yo creo que la verdad que va a cautivar a la Iglesia en estos días finales es una verdad que contiene la unidad, que implica la unidad, pero que es mayor que la unidad.

Éfeso y Laodicea

Trataré de compartirles lo que está en mi corazón. Veamos Apocalipsis capítulo 2. Lo que voy a compartirles es por donde el Señor me ha estado llevando en este último tiempo. Más que una teoría, compartiré mi experiencia con el Señor en este último tiempo. Ustedes conocen los mensajes del Señor Jesucristo a las siete iglesias que estaban en Asia. El primer mensaje es a la iglesia en Éfeso. Dice así: “Escribe al ángel de la Iglesia en Éfeso: El que tiene las siete estrellas en su diestra, el que anda en medio de los siete candeleros de oro, dice esto: Yo conozco tus obras, y tu arduo trabajo y paciencia; y que no puedes soportar a los malos, y has probado a los que se dicen ser apóstoles, y no lo son, y los has hallado mentirosos; y has sufrido, y hasta tenido paciencia, y has trabajado arduamente por amor de mi nombre, y no has desmayado, pero tengo contra ti que has dejado tu primer amor”. ¿Digamos juntos el versículo 4? “Pero tengo contra ti que has dejado tu primer amor”.

Quisiera llamar la atención sobre dos cosas que me parece importante destacar aquí. ¿Ustedes creen en la inspiración divina de las Escrituras? ¡Amén! La inspiración bendita de las Escrituras por el soplo de Dios quiso que de estos siete mensajes a las iglesias, el de Éfeso fuese puesto en primer lugar, y yo creo que eso tiene un sentido. Así como también tiene un sentido que el mensaje a Laodicea esté puesto en el último lugar.

En Asia existían más iglesias que siete, por ejemplo Colosas, y Colosas no está aquí. El Espíritu Santo quiso, por decir así, seleccionar siete realidades espirituales, que yo creo que representan la espiritualidad posible de toda la Iglesia en cualquier tiempo y en cualquier lugar. Yo creo que aquí está el espectro de la espiritualidad de la Iglesia de cualquier época y de cualquier lugar. De alguna manera nosotros estamos interpretados en alguna de estas siete iglesias. Y el Señor quiso poner como primer mensaje el mensaje a la iglesia en Éfeso. ¿Por qué? ¿Para qué? Creo que la razón es porque la Iglesia a finales del primer siglo, que es cuando se escriben estas cartas, lamentablemente había comenzado a decaer – aunque parezca asombroso.

Cuando uno ve el libro de los Hechos y ve toda la gloria de la Iglesia del primer siglo –una iglesia que todos hasta el día de hoy añoramos, admiramos–. Esa iglesia, asombrosamente, a finales del primer siglo comenzó a decaer, y a Juan, el único de los apóstoles vivos, sobreviviente de los doce, le tocó presenciar esa decadencia. Dios quiso preservarlo hasta este tiempo, para que él contemplara esa decadencia. Pero no sólo para que la contemplara, sino por sobre todo para que nos mostrara el camino de regreso. ¡Alabado sea el Señor!

Entonces, para mí, el hecho de que Éfeso esté en primer lugar –una iglesia a la cual se le reprocha haber abandonado su primer amor–, es para que nos quedase claro a todos nosotros que la decadencia comenzó el día en que la iglesia comenzó a abandonar su primer amor. Ustedes ven que si no estuviera el versículo 4, donde está este reproche, esta sería una carta extraordinaria. Y ustedes leen la carta a los efesios, escrita por el apóstol Pablo, y también es una carta extraordinaria, una iglesia a la cual se le podía hablar de las profundidades del Señor, de las riquezas de pleno entendimiento.

Pero 40 años después, Dios usa a Juan para hablarle a esta Iglesia, y yo creo que ni la misma iglesia en Éfeso podía examinarse a sí misma y notar esta deficiencia, porque todo parecía tan bien, todo se veía tan perfecto, hay tanta aprobación del Señor a todo lo que se hace. Pero el ojo de Dios, que puede ver lo que nosotros no vemos, que ve el corazón, detectó que había una falla. Algo había comenzado a declinar, que todavía no tiene grandes efectos, pero el día que comienza a perderse eso, comenzamos a caer. Esa es la importancia que tiene para mí que Éfeso esté en primer lugar. El Señor nos está diciendo que por aquí comienza la decadencia, la ruina de la iglesia: Cuando comenzamos a abandonar el primer amor.

¿Y qué significa que Laodicea esté al final? Significa que el comienzo de la caída (Éfeso) tiene su clímax en Laodicea. Porque si a la iglesia en Éfeso se le reprocha que ha perdido su primer amor, a Laodicea ¿qué se le reprocha? ¡Mira hasta dónde puede llegar la ruina de la iglesia! En Laodicea no tenemos una iglesia con el problema que ha abandonado el primer amor, el problema de la iglesia de Laodicea es que tiene a Cristo afuera, ¡Oh, qué tremendo! Puede seguir todo el apara-taje, puede seguir toda la estructura, pero ya el Señor no está. Y el Señor, que es amoroso y que es paciente, sigue llamando incansablemente, aun a esa iglesia, y le dice: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; todavía si hay alguno allí que abra la puerta de su corazón yo voy a entrar, yo voy a morar y voy a cenar con él”.

Pero es trágico. Esta iglesia tiene ni más ni menos que a Cristo fuera. Nosotros usamos este pasaje para evangelizar, pero es para la iglesia. ¿Cómo la iglesia puede llegar a ser Laodicea? ¿Cómo la iglesia puede llegar a esa condición? Como se nos decía anoche, la iglesia es un vaso para contener a Cristo, y ¿cómo la iglesia puede llegar a ser un vaso sin Cristo? ¿Cómo comienza todo? Porque esa es la ruina total a la que se puede llegar. ¿Pero cómo comienza esa decadencia? ¡Éfeso, Éfeso! Allí comienza. “Tengo contra ti que has dejado tu primer amor.”

El primer amor

¿Qué querrá decir esto de que “has dejado tu primer amor”? Creo que la clave está en la palabra primer amor. Tu primer amor. ¿Cuál es tu primer amor? ¡El primer amor es Cristo! ¡El primer amor es el amor que le debemos al Primero! Y ese amor el Señor lo especificó muy bien. El Señor dijo: “El que ama a padre o a madre, o a hijo o a hija más que a Mí, más que a Mí, el que ama su vida mas que a Mí, el que ama a cualquier otro más que a Mí no es digno de Mí, no puede ser mi discípulo”.

Ahí estaba diciendo: “Yo soy el primer amor de tu vida. Yo soy el primer amor de la Iglesia”. ¡Aleluya! Has dejado tu primer amor, has dejado de amar al Primero, lo has dejado de amar como lo primero, al Primero lo has dejado de amar como tu prioridad. Otras cosas han cautivado tus afectos, tu amor, y el Señor ya no es tu primero.

Creo que la expresión “el primer amor”, quiere decir también “el amor que sólo puede producir el Primero”. No estamos hablando de un amor producido por la naturaleza humana, sino de un amor que sólo lo puede producir el Primero, que es el Señor. El amor del Primero. No es sólo el amor al Primero, sino también es el amor del Primero. Un amor entrañable, un amor celestial, un amor divino.

La experiencia de la iglesia del primer siglo

Hermanos queridos, la Iglesia del primer siglo vivía esta experiencia. Con la expresión “primer amor” Juan estaba refiriéndose – y el Señor estaba refiriéndose a través de Juan – a la experiencia de la Iglesia, a la experiencia de vida de Iglesia del primer siglo. Una experiencia espiritual profunda, que a mi modo de ver Juan y el Señor Jesucristo la llaman aquí “primer amor”. Un amor que es sólo fruto de la vida divina en nosotros. Sólo la vida de Dios en nosotros puede hacernos experimentar esta clase de amor.

Pero la iglesia comenzó a decaer. Entonces el Señor dijo: “Cuidado, cuidado, se ha comenzado a perder esta experiencia. Se está comenzando a perder esta experiencia llamada “primer amor”. Esta era la experiencia de vida de la Iglesia, una experiencia de vida donde Cristo era el centro, donde Cristo era la vida de la Iglesia, donde Cristo era el todo de la Iglesia. Pero dicho ahora en términos subjetivos, era una Iglesia que vivía apasionadamente por Cristo, una Iglesia que tenía a Cristo como su primer amor, donde los afectos estaban puestos en su debido lugar y donde, en esa escala de valores y de amores y afectos, Cristo era el mayor afecto, el mayor valor en el corazón de los hermanos. ¡Bendito sea el Señor! ¡Alabado sea el Señor!

Hermano, mire, escuche esto: Cuando el Señor le dice a Éfeso: “Recuerda por tanto de donde has caído y arrepiéntete y vuelve a las primeras obras, vuelve al primer amor”, para ellos significó volver a algo que tuvieron y que habían perdido, porque la iglesia del primer siglo sí lo tuvo. Pero yo tengo la sospecha que para nosotros este mensaje de volver al primer amor no es volver a algo que tuvimos nosotros en nuestra experiencia. Creo que para nosotros el llamado de Dios a volver al primer amor es volver a una experiencia que nosotros no hemos tenido, por lo menos no plenamente. Para ellos fue lo primero que perdieron y que implicó que la iglesia comenzara a decaer; en cambio, eso que ellos perdieron, se convierte ahora para nosotros en la meta a la cual tenemos que llegar.

Las verdades y la Verdad

Damos gloria a Dios por Lutero, por la justificación por la fe, y por los que han ido restaurando en la Iglesia las verdades, verdades en plural. Gloria a Dios por este transitar en que Dios ha ido recuperando las verdades de Cristo en la iglesia. Pero mi pregunta es: ¿Cuál es finalmente la verdad, la verdad a la cual tenemos que llegar, que hará que la iglesia esté gloriosa y preparada para el regreso inminente del Señor? Yo digo que no son las verdades en plural, porque podemos seguir recuperando verdades, pero creo que finalmente tenemos que llegar a la Verdad.

Cuando el lunes viajaba como a las 5 de la mañana, la familia venía en el vehículo durmiendo, yo venía hacia el sur y a mi izquierda tenía la cordillera, y pude tener mi devocional con el Señor mientras viajaba: me tocó presenciar un amanecer. El día estaba despejado y lo pude presenciar completo. Cuando salimos estaba oscuro, pero en medio de toda la oscuridad a mi izquierda, detrás de la cordillera, comenzó a asomarse un resplandor, muy tenue. Poco a poco, mientras eso iba en aumento, las tinieblas comenzaron a desaparecer. En mi conversación con el Señor, mientras presenciaba eso, entendía que el Señor me decía: “Así es la revelación. Es progresiva y va en aumento.” Pero el punto es éste: llegó un momento en que la claridad dio paso a un hermoso sol. Lo que amaneció finalmente fue el sol, ¡Aleluya! La claridad, los rayos, son las verdades, pero finalmente tras esas verdades, debe aparecer Cristo, ¡sólo Cristo!

La verdad final a la cual tenemos que ir, hermanos, es Cristo. No las doctrinas, no las verdades, sino Cristo. Cristo como la gran doctrina, Cristo como la gran verdad, Cristo como la verdad suficiente. ¡Alabado sea el Señor!

La búsqueda del Señor

Hace algún tiempo atrás comencé una búsqueda personal del Señor, porque me sentía cansado. Notaba que me esforzaba mucho, pero había poco fruto; notaba que compartía la palabra, pero que no llegaba. Inicialmente mi oración era sólo esta: “Señor, si tú no edificas la casa, en vano trabajamos los que la edificamos”. “Señor, si tú no edificas la casa, en vano velamos. Por demás es que nos levantemos de madrugada y vayamos y nos esforcemos. Señor, si tú no estás en esto, si no eres tú el que estás edificando, todo esfuerzo es vano”. Pero mientras hacía esta única oración todos los días, me sentía como ir atravesando un bosque, como ir corriendo las ramas a un lado para avanzar. Hasta que en un momento sentí que había cruzado ese bosque y ya no había más ramas ni árboles que apartar, que ya había cruzado, por decir así, lo que de alguna manera no me dejaba ver. Y al otro lado del bosque estaba sólo el Señor.

Él, ni siquiera “lo de Él”, sino simplemente Él, Él mismo. Y frente a Él escuché su voz decirme: “¿Sabes? tú me has estado buscando para que yo te use, has estado buscándome por mi poder, por mi unción, para que yo trate con los hermanos, para que yo obre en ellos; por la palabra, por tu ministerio; pero yo te quiero a ti, y quiero que tú me quieras a mí.” Hemos estado compartiendo esto con los hermanos en Santiago y un pastor decía un día: “¿Saben? lo que más ha llegado a quebrantar mi corazón es saber que por muchos años yo he querido usar al Señor, porque hasta nuestra búsqueda de Él es para nuestra conveniencia”. ¿Cómo se siente usted cuando se sabe usado? Yo lo entendí por primera vez también allí.

El Señor me decía: “No quiero que estés interesado por lo que yo te pueda dar, en lo que puedas sacar de mí ... (que es tanto ¿no es cierto?) ... quiero que seas para mí, y yo quiero ser para ti.” Cristo el todo. Cristo el todo en mi vida. Para mí este encuentro con el Señor significó: “Yo quiero ser tu doctrina de aquí en adelante, no quiero que tengas más doctrinas, yo voy a ser tu doctrina; no quiero que tengas más teologías, yo voy a ser tu teología”. Cristo mi doctrina, Cristo mi teología. Creo que si vamos a avanzar, hermanos, si vamos a llegar al cenit de la revelación, se nos tiene que aparecer Cristo, y Cristo ser todosuficiente para nosotros.

Y entonces yo decía: “¿Qué hay ahora? Si Cristo es todo, si Cristo es la doctrina, ¿qué vendrá? ¿cómo funciona la vida? ¿en qué va a consistir la vida?”. En algo tan simple y tan glorioso ¡aleluya! Vamos a amar a Cristo con todo el corazón, vamos a amarle con toda la mente, con todo el alma y con todas las fuerzas, y vamos a amar al prójimo como a nosotros mismos. El Señor dijo: “De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas”. En esta verdad está implicada la santidad y la unidad, y la humildad, y la misericordia. El Señor dijo claramente que de estos dos mandamientos depende todo lo demás.

¿En qué más va a consistir la vida? En que vamos a creerle al Señor, vamos a amarle, vamos a seguirle, vamos a vivirlo. ¿Y qué mas? ¡Nada más! Esto es plenitud. Esto es la vida eterna: que lo conozcamos a Él y a Jesucristo su Hijo que nos fue enviado. Un corazón cautivado por El, una vida completa al servicio de Él, amándole. Hermanos, creo que aquí está el motor práctico, aquí está lo que despierta la pasión, la fuerza y el fervor, ¡el amor, el amor! Y yo le dije al Señor: “Señor, no sé amar, no puedo amarte como dice el primer mandamiento. ¿Qué será amarte con todo el corazón, con toda la mente, con toda el alma, con todas las fuerzas? No lo sé”. Y por primera vez el Señor me llevó al Cantar de los cantares. Nunca había estado ahí. Para mí era un libro tan enigmático como el Apocalipsis.

El Señor me llevó al Cantar de los Cantares, y me dio esta orientación: “Vas a leerlo, vas a orarlo, vas a meditarlo, como si fuera un manual donde yo te voy a enseñar cómo amarme y cómo tú puedes experimentar mi amor; vivir y experimentar cómo yo te he amado, y cómo tú puedes amarme, cómo yo soy digno de ser amado, cómo merezco ser amado.” Ahora tengo mi propia versión del Cantar de los cantares, que es como lo viví en mi relación con el Señor. Él me lo fue mostrando. No digo que sea la interpretación, a lo mejor es para mí no más, y estoy ahí recorriendo ese camino, de estar con Él y hacerlo a Él mi todo.

El discípulo al que Jesús amaba

¿Por qué tenía que ser Juan y no otro el que el Señor usara para advertir a la iglesia sobre esta verdad? Porque fíjense, hermanos queridos, que mirando los evangelios uno descubre que, dentro de los doce, el Señor tenía un círculo más íntimo compuesto de tres: Pedro, Juan y Jacobo. Con ellos el Señor vivió algunas cosas que no vivió con los demás. Pero aun dentro de estos tres, Juan tuvo una relación con Cristo que no la tuvo ninguno de los otros dos.

Veamos en el evangelio de Juan capítulo 13. Esto para mí es tremendo. Desde Juan 13 hasta Juan 17 está la última enseñanza que le entregó a sus discípulos en esa noche antes de ser entregado. Después en Juan 18 usted lee y el Señor sale camino a la cruz. En el 13:21 él dice: “De cierto, de cierto os digo, que uno de vosotros me va a entregar. Entonces los discípulos se miraban unos a otros, dudando de quién hablaba. Y uno de sus discípulos ... fíjense “y uno de sus discípulos” ¿cómo se identifica a este discípulo? “al cual Jesús amaba”. Yo leo este pasaje y me da un poco de celo, digo ¿y yo qué? Me imagino que así se sentían los otros.

Todos eran discípulos, pero de entre los discípulos hay uno al cual Jesús amaba. ¿Qué quiere decir eso? ¿Que a los otros no los amaba? ¿Que sólo amaba a Juan? Esta expresión aparece cuatro veces en los evangelios: “Juan, el discípulo al cual Jesús amaba”. ¡Oh, qué tremendo!, ser conocido como el discípulo al que Jesús amaba. No quiere decir que a los demás no los amaba, pero quiere decir que Juan había abierto su corazón de tal manera, había sido un recipiente tan abierto, que había sido alcanzado por el amor de Cristo más profundamente que los demás. Nos es que el Señor haga diferencia y que quiera amar a uno más que otro. La diferencia la hacemos nosotros. Usted hace la diferencia. Si su disposición es como la de Juan, si su corazón es como el de Juan, si la abertura de su vasija es como la de Juan, usted va a experimentar el mismo amor que experimentó Juan, el mismo amor de Jesús.

Entonces dice el relato: “Y uno de sus discípulos, al cual Jesús amaba, estaba recostado al lado de Jesús”. Esto parece simplemente un detalle del relato, pero tiene significado. Juan era el que estaba más cerca, el que estaba recostado al lado del Señor, y esto tiene importancia, porque enseguida dice: “A éste, pues, hizo señas Simón Pedro, para que preguntase quién era aquel de quien hablaba”. El Señor acababa de decir: “Alguien de ustedes aquí me va a entregar ...”, y Pedro que estaba más lejos ..., ¿van entendiendo la figura? Pedro que estaba más lejos le dice al que estaba más cerca, ¿por qué no le preguntas tú, por favor? Tú que estás más cerca ... Pedro no estaba lo suficientemente cerca de Él como para preguntarle a Él directamente, sino que lo hizo a través de Juan, el que estaba más cerca.

Y mira el versículo 25, aquí está el clímax: “Él entonces ...” El discípulo al que Jesús amaba, “recostado cerca del pecho de Jesús, le dijo: Señor, ¿quién es?”. Estaba recostado al lado, pero cuando le dijeron: “Juan, pregúntale tú”, ¿saben lo que hizo Juan? Se acercó más y se acurrucó en el pecho del Señor. ¿Eso fue una improvisación, hermanos? ¿Eso fue algo que se le ocurrió a Juan hacer en ese momento? ¿Se salió del libreto y del protocolo y de todo? No; aquí estamos al final del ministerio del Señor, de aquí sale a la cruz, entonces aquí está reflejada la experiencia de Juan con Jesús durante esos tres años y medio. Juan sabía lo que era ser amado por Jesús y Juan sabía lo que era amar a Jesús. ¿Saben, hermanos? Juan escuchó los latidos del corazón de Jesús. Él sabía lo que era sentir latir el corazón de Jesús. Probablemente no lo supo ninguno de los demás.


“Juan, el discípulo al cual Jesús amaba” suena un poco escandalizante para nosotros. Pero no es escandalizante, ¡es desafiante! Si hacemos de Cristo nuestro todo, hermanos queridos, y dejamos que él cautive nuestro corazón, nosotros también seremos Juan, también se dirá de nosotros “el que Jesús ama”, “este discípulo amado por Jesús”. Y Juan cuando escribe sus cartas dice: “Nosotros amamos a Dios, pero porque él nos amó primero.”



Si hay algo que resume lo que vivió Juan durante esos tres años y medio, y que lo marcó y lo transformó para el resto de sus días, fue que Jesús lo amó. El Señor me decía: “No me vas a poder amar como dice el primer mandamiento hasta que experimentes mi amor primero”. Porque uno no puede dar lo que no tiene; nosotros le amamos porque Él nos amó primero. A veces para nosotros esto es información bíblica, pero quien lo dice es Juan, y cuando él está diciendo: “Nosotros le amamos porque Él nos amó primero”, él está remitiéndose a esa experiencia gloriosa, no a teoría, no a conceptos, ¡a experiencia! “Yo sé lo que es ser amado por Jesús –dice Juan–; yo era su regalón, yo me recosté sobre su pecho, yo oí latir su corazón.”

La necesidad de una experiencia con Cristo

Ahí hay una experiencia reflejada, profunda, el primer amor que embargó a la iglesia, que cautivó a la iglesia del primer siglo. ¡Bendito sea el Señor!

Yo digo que esto lo podemos aprender intelectualmente, pero tiene que haber una experiencia, tiene que haber un momento en que se le aparezca a uno Él, Él solo, ni siquiera “lo de Él”, Él solito. Él vale por sí mismo, Él es el tesoro. Que Él nos sea suficiente. ¡Bendito sea el Señor!

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